“La vida me fue poniendo oportunidades y las cosas se fueron dando gracias a la comunidad enorme que tengo, que me banca. Estoy acá, en un camino que me encanta, que no sé adónde me lleva, pero lo transito con mucho amor y mucha pasión por lo que hago”, afirma Sol Rivas, dispuesta a conversar con Teleshow.
De las mañanas en Mandale Fruta, por Republica Zeta, a las tardes en Fox Sports, Solcito -como muchos la conocen- reparte su tiempo entre la maternidad de Salvador (siete años) y Felicitas (tres), los hijos que tiene junto a Nicolás Colazo (futbolista de Gimnasia), las acciones en sus redes sociales y el fanatismo por Boca: “No sé cómo me alcanzan las horas. No me gusta mucho dormir, creo que esa es mi clave. Duermo muy poco, cuatro horas por día”.
—¿Qué queda de la abogada de Jujuy?
—Todo. Increíblemente me queda todo porque ves la vida desde otra óptica. Yo soy una amante del Derecho. Mi asignatura pendiente es enseñar algún día.
—¿Y te dan ganas de ejercer?
—Sinceramente, no. Siento que lo que hago es mucho más divertido. Sí tengo alma de docente, pero ganas de litigar, no. Es jodido, es pesado. Lo hice tres o cuatro años. No lo extraño, pero me apasiona de todas formas mi profesión.
—¿Cómo te llevás con la mamá que sos?
—Me fascina ser mamá. Mis chicos fueron una decisión muy consciente mía: tenía muchas ganas de ser mamá, lo busqué mucho; el primero tardó como un año en venir. Me encanta jugar con ellos. Es uno de los pocos momentos en que puedo desconectar del resto de las cosas, del trabajo, de la casa, y conectar pleno con el juego y divertirme con ellos como si fuera una niña.
—¿Cómo fue tu infancia?
—Dura desde lo emocional. En mi familia son todos clase media, profesionales, laburantes, sin herencia; a fuerza de trabajo duro. Mi papá al día de hoy se despierta a las seis de la mañana y se va a dormir a las dos de la mañana. Abogado también. Pero mi infancia fue complicada. Árida desde lo emocional. Con momentos difíciles.
—¿Por qué?
—Asistente social. Violencia. He tenido episodios que hoy por hoy los tengo bastante elaborados. Es muy difícil hablarte en específico porque tengo que hablar de gente de mi familia a la que ya perdoné, o con la que hoy por hoy tengo una relación cordial. Pero con el tiempo aprendí a desromantizar algunos vínculos, a entender que no todo es como en los cuentos, que te toca la familia que te toca. Siento que también parte de esas dificultades me hicieron ser lo que soy.
—Todo nos va construyendo. Con todo el respeto del mundo y hasta donde vos quieras, contar por supuesto. Decías que en cuanto a lo económico, una clase media normal.
—Jamás me ha faltado nada.
—¿Amor faltaba?
—Sí, sí. En momentos muy claves de mi vida. Siempre fui una niña muy autosuficiente. A los seis años iba, me compraba sola; iba con la lista del colegio. Mi papá me decía: “¿Cuánto necesitás?”. “Necesito esto”. Iba solita. Era abanderada de la escuela, después en la facultad también me fue muy bien. Como que eso lo tenía cubierto. Pero sí, sacando figuras muy esenciales para mí, como mi abuela o mi padre, me ha faltado esa contención que hoy la vuelco hacia mis hijos y trato de que no sientan nunca desprotección, falta de amor, de contención o de acompañamiento.
—Que no les falte mamá.
—Sí, exactamente. No es que me ha faltado, mi madre está presente, pero han pasado cosas en mi familia en el correr de los acontecimientos que han dificultado algunas cosas.
—¿Tus papás estaban juntos?
—No, mis papás se separaron cuando yo tenía 13 años. De todas formas mi infancia no fue la típica infancia. Mi madre en algún momento se fue a estudiar, yo quedé en Jujuy al cuidado de mi abuela, que es una figura muy fuerte para mí, igual que mi papá. El devenir de los acontecimientos de una familia por ahí no tan funcional obviamente me marcaron, hacen que yo haya podido transformar eso que me pasó y volcarlo hacia mis hijos de otra forma. Yo me entregué a la experiencia de la maternidad completamente. Tenerlos colgados. Di cuatro años de teta que desaparecieron; no tengo más tetas. Y aún hoy, con todo lo que trabajo, trato todo el tiempo de compensarlo. Soy muy culposa, siento que siempre lo puedo hacer mejor. Tengo una autoexigencia bastante elevada conmigo misma.
—Cuando decís que entra en escena la asistente social, ¿tenía que ver con la definición de con quién ibas a vivir y que estuvieras cuidada?
—Sí, tenía que ver mucho con mis hermanos. Cuando mis padres se separaron se dio un conflicto fuerte y hasta ahí te puedo contar, sin originar hoy un conflicto en mi familia. Fue fuerte. En un momento nos iban a buscar al colegio una asistente social y un policía. Viví cosas fuertes de chica.
—¿Cuántos hermanos son?
—Tres hijos del matrimonio de mi papá y mi mamá, y un hijo de mi padre con otra señora, que vino después. Yo tengo tres hermanos.
—¿Y cómo se llevan?
—Es increíble cómo a veces el contexto duro de vida en lo emocional te une tanto a tus hermanos. Tengo un vínculo tremendo. Les llevo muchos años: he oficiado un poco de hermana mayor, un poco de madre. Yo lo siento así.
—¿No te pesó nunca esa responsabilidad?
—Quizás en algunos momentos, que después fui analizando. Mis padres o mi familia tenían sus propias dificultades que yo hoy, con una mirada más amorosa y más compasiva, lo entiendo. Lo entiendo hacia mi madre también. Tenía un contexto hostil, o por ahí lo que ella recibió, o lo que las circunstancias le dejaron, por ahí ese fue su único camino...
—¿Hoy cómo está el vínculo con ella?
—Está. Está cordial. Hay cosas que cuando no se dan en la primera infancia es muy difícil establecerlas después. Me cuesta, pero trato de entender y de perdonar y de tener una mirada más amorosa, más comprensiva desde mi lado de mujer.
—¿Y con tu papá?
—Mis viejos me tuvieron a mí a los 20. Entonces mi viejo era un pendejo: siempre fuimos muy compañeros. Al día de hoy tenemos un amor/odio. Cuando estamos bien es un gran amor para mí, y también tenemos esas diferencias y chocamos.
—¿Y como abuelo?
—Mega copado. Es más copado como abuelo que como padre. Mi padre era estricto. Por eso yo te digo que era abanderada en el colegio, mis notas en la Facultad eran 9, 10, 8, 9, 10; no bajan de 7.
—¿Cómo te impactaron esas situaciones de violencia en tu propia maternidad?
—Justamente: jamás tuve el impulso. Jamás les levantaría el dedo a mis hijos. No creo en eso como método de crianza y no creo en ese tipo de represión para formar las conductas de un niño. Ni en pedo. Por ahí tengo que levantar la voz o por ahí me sale, y no se me cae nada en sentarme con mis hijos y decir: “Disculpame, mamá está nerviosa, hoy tengo menos paciencia, estoy más cansada”. Ellos a toda edad, hasta cuando son bebés, de alguna forma agarran lo que vos estás transmitiendo.
—Por más que a una le encante ser mamá, decime que hay momentos en los que querés huir...
—Sí, hay momentos en los que por ahí estoy desesperada por volver a mi casa a verlos. Todo ratito que tengo libre vuelvo, estoy con ellos, lo comparto. Y hay veces que decís: “Quiero estar sola”.
—Con Nicolás llevan juntos 13 años. ¿Cuál es la clave?
—Te juro que no lo sé. Somos muy compatibles en la vida, muy compañeros, y vivimos muy armónicamente. Si hoy tengo que describirte la realidad de mi casa con una palabra es armonía, que es lo que toda la vida estuve buscando. Un ambiente de paz donde cada uno pueda ser. Crisis, un millón: un montón de tiempo, un montón de cosas. Hemos vivido en un montón de países. La clave es tratar de vivir respetuosamente. Respetar la libertad del otro. Hacer acuerdos.
—En una relación previa te enteraste de una infidelidad de forma muy fea (N de R: estando en pareja con el jugador Walter Busse, se conoció públicamente que tres viudas negras le habían robado).
—Tremenda. Era muy chica.
—¿Cómo te impactó eso? ¿Sos celosa?
—Cero. Siento a veces que la infidelidad está sobrevalorada. Hay que sentarse a analizarlo. Yo, con una mente racional, la verdad que me escandalizo mucho menos que antes. Estoy bastante deconstruída. Lo que sí, cuando una infidelidad es la frutilla del postre de una relación que es muy mala, ya está.
—También van cambiando los códigos y lo que vale es el acuerdo que haya en cada pareja, ¿no?
—Total. Y pueden ir cambiando con el tiempo. Creo full en los acuerdos. Full.
—¿Han charlado ustedes distintos escenarios posibles?
—Cien por cien.
—¿Y te bancarías hoy una pareja abierta?
—Si está charlado, creo que sí. Me ha cambiado mucho la cabeza con el paso del tiempo. Lo que pasa es que en aquel momento yo venía… No solo los años si no el cambio de vida, el cambio de trabajo. Me parece que habla mejor de mí que haya cambiado tanto mi forma de pensar con respecto a lo de antes.
—Y también a entender qué es lo que importa en una relación.
—Sí. Tal cual. El acuerdo de voluntades entre mayores de edad con pleno consentimiento, lo que sea.
—¿Qué pasa cuando jueguen Gimnasia-Boca? ¿Qué hacemos?
—Yo siempre soy hincha de Boca. Siempre. Pero está recontra hablado.
—¿Aunque esté él en la cancha?
—No tiene nada que ver. Es su trabajo y es mi compañero, y obviamente deseo que le vaya bien. Pero mi pasión es mi pasión. (Boca) es una de mis pasiones más grandes.
—Todos conocemos la historia de tu casamiento y que querías que Riquelme te firmara el vestido. Lo que no sé es si finalmente te habilitaron o no sucedió.
—No, yo deslicé la posibilidad y no caminó. Bueno, caducó ahí. Pero me hubiese encantado.
—En tus redes contás a veces cosas medio horrorosas que te pasan.
—Sí, me han pasado un montón. Cosas con las que mucha gente se asusta, a mí me causan mucha gracia. Estaba por ejemplo en un vivo de Twitch y se me prendía el televisor atrás, dos veces lo apagué. Yo dije: “Claro, debe ser el timer”. Hasta que después me dijeron mis seguidores: “No, el timer te apaga la tele, no te la prende”. Una noche, viento, un desastre; sola con los nenes. Escuché un ruido abajo de la cama. Metí la mano y para mí había tocado una mano. Fue tremendo. Prendí la luz y no había nada. Después encontraron la explicación: podía ser una lagartija. No te sé decir qué pasó. Hay gente que me decía: “Me mudo de país”.
—¿Te pasó alguna otra de ese estilo?
—La que fue tremenda fue con un trencito. Nosotros alquilamos las casas amobladas. El tren sonaba de noche. Un tren que nosotros no habíamos comprado, que estaba en la casa. Le sacamos las pilas; seguía sonando. Mi marido en un momento lo tiró a la pileta; seguía sonando abajo del agua. Lo tiramos a la basura. Pasaron dos meses y un día me lo topo en la cocina a mitad de la noche. Mi hijo en ese momento que tenía dos años, hablaba con dificultad, como hablan los nenes chiquitos, y dijo: “No, el tren quiere dormir con nosotros en la habitación”. Yo dije: “Lo ponemos ahí, si deja de sonar…”. ¿Entendés que sonaba sin pilas, roto, inundado? Lo habíamos tirado a la basura y volvió a aparecer. Era Chucky el tren. ¡Real! Yo hoy me río pero en el momento fue como: “¿Qué onda?”. Lo pusimos en la habitación y de ahí no sonó nunca más y después nos mudamos a Grecia y quedó el tren ahí. Después me escribió una inquilina que alquiló esa casa y me dijo que no estaba más.
—Me mata tu nene diciendo: “El tren quiere dormir con nosotros en la habitación”.
—Sí, a mí me dio entre miedo y gracia. Yo dije: “Bueno, vamos a probar”. Lo pusimos en la repisa y no sonó más. Dijimos: “Bueno, listo, hora de dejarlo ir”.
—¿Qué soñas?
—Con irme a dormir todos los días conforme con lo que hago. Es muy difícil pero ese es mi sueño: disfrutar de todo lo que hago, que nada me sea incompatible con lo que pienso, con lo que siento. Obviamente, crecer en lo que estoy haciendo. Pero por sobre todo sentir que lo hago con pasión y con amor, sea lo que sea que estoy haciendo. Sueño con eso.
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