Fue influencer cuando todavía no se sabía que existía el término. Nati Jota obtuvo notoriedad primero en Twitter, en la era pre Instagram y streaming. Trabajó varios años en la tevé tradicional y, tras una pausa de algunos meses después de irse de Luzu TV, volvió al formato, pero esta vez en Olga, el canal de Migue Granados, Luis y Bernie Cella.
Junto a Eial Moldavsky y Leti Siciliani, anima las mañanas de lunes a viernes, de 8 a 10, en Sería Increíble. “Te digo que hasta prendemos un poco antes de las ocho...”, avisa Nati, que aún sufre un poco con el madrugón. “Es muy temprano; me lleva a mis años del colegio, a amanecer de noche en invierno. Y en estos días que lo llevo haciendo, al momento que suena la alarma digo: ‘¿Quién me mandó?’”, admite la periodista y actriz, que llega al estudio de Teleshow acompañada de Olivia, la perra que fue rescatada en febrero del año pasado y desde ese momento son inseparables.
—¿Cómo se siente volver al streaming, y todos los días?
—Me encanta. Me doy cuenta de que extrañaba un montón tener ese espacio para desarrollar un montón de cosas para las que quizás las redes te quedan medio cortas; no son tan de despliegue de ideas o de anécdotas. Extrañaba eso: la conversación.
—Hay una conductora, una influencer, una actriz; un poco de todas, ¿no?
—Sí, es como que hace unos años me preguntaban qué te gustaría hacer y yo empezaba a nombrar cosas: “Me gusta escribir, me gusta la tele, me gusta la radio, me gustaría actuar en algún momento”. A medida que voy trabajando más, voy descubriendo qué es lo que más me gusta. Qué sé yo, a mí la tele me encanta, pero no en todos los espacios que trabajé, me encontré. Bueno, me di cuenta que me gusta el streaming.
—¿Te das cuenta de la fortuna que es poder elegir qué hacer?
—Sí, la verdad que sí. No siempre estuve en esta situación. En esta profesión hay momentos en donde aparecen un montón de cosas, momentos donde aparecen menos. El año de pandemia estaba laburando con mis redes; es importante fogonear las redes de uno porque no te van a abandonar nunca, ni te contratan ni te echan; es tu medio propio sin intermediarios y yo eso lo re valoro. Sé que hay momentos que hago más contenidos, menos, más interesantes, menos interesantes, pero nunca lo dejo porque sé que es donde uno es más fiel a uno mismo y el medio te es fiel porque es 100% tuyo.
—Es lo que te permite también ser tu propia jefa y cuando te cansás de un proyecto, si querés irte, poder hacerlo.
—Exacto. Tenés esa libertad porque en tu medio también obviamente podés trabajar y te da un sustento económico, entonces te hace no depender, quizás, y no tener que agarrar algo por agarrarlo. Te ayuda a tu carrera, algo que te gusta hacer, que te gusta mostrar; pero en realidad, uno podría vivir de sus redes.
—¿Cuándo sentís que te convertiste en Nati Jota?
—Fue bastante gradual. Quizás cuando estaba en ESPN, con Migue también, si bien yo ya tenía Twitter de antes y me conocía la gente, eso me dio como un “Ah, estoy en la tele, me conoce gente que yo no conozco”. Pero era capaz más reducido a los que le gustaba el deporte o gente joven que miraba el programa Redes. Cuando uno va creciendo, no se da cuenta al principio.
—¿Y en qué momento entendiste que ibas a poder vivir de esto?
—Al tercer año de estar en ESPN debo haber dicho: “Ah, esto está sucediendo”. Aparte, yo estudié Periodismo, como que tenía sentido que esté trabajando en los medios. Ya en los últimos años se me superponía con Telefe porque empezaba ¿En qué mano está?, con el Chino Leunis, y ahí digo: “Ah bueno, ya hice otra cosa”.
—¿Cómo decidís irte de Luzu?
—En Luzu he sido muy feliz. Hice amigos. Fue la primera vez que sentí que podía mostrar una versión de mí, la más real, explayarme en ideas y que se me entienda un poco. Quizás en las redes algunos eran más hostiles con mis ideas porque no hay desarrollo o no te conocen. Y eso la verdad, lo voy a agradecer siempre. Pero bueno, llegó un momento en el que me sentía demasiado cómoda en ese lugar y se me empezó a implementar la idea, ya es como que estaba con una patita afuera en mi mente. Lo re mil pensé, esperé, y un día tomé la decisión. Que fue un poco un salto al vacío, no sabía qué iba a venir.
—Se habló de diferencias económicas y hasta de algún tema vincular con Nico Occhiato. ¿Había algo de eso?
—No, nada. Con Nico tengo la mejor. Hacíamos un chiste, porque muchas teorías eran como que yo estaba enamorada (risas). Me da mucha gracia. Que estaba tan enamorada que ya no podía sostener verlo todos los días y que él me rechace, entonces me fui. Me encanta esa versión. Pero no, no, tuvo más que ver con esto que te digo. Incluso cuando decido irme le digo: “Che, yo banco el tiempo que necesiten hasta que encuentren otra persona”.
—¿Estabas enamorada de Nico? ¿Es verdad que lo querías convencer?
—No, era un chiste. Yo creo que si hubiera sido verdad no hubiera salido tan jocoso el juego, me da la sensación. A mí me divertía el chiste, a Nico también le divertía, se había generado algo gracioso. Era muy divertido, pero no, no, no tengo ese tipo de cariño por Nico.
—¿Te desearon suerte en el inicio en Olga o quedó algún resquemor?
—Tuve conversaciones con casi todos y me iban preguntando cómo me fue o me mandaban un mensajito de suerte. Y lo re valoro. Nico me escribió creo que el mismo día del estreno y yo le agradecí, y le pregunté cómo me había visto, porque para mí su opinión es valiosa.
—¿De qué tenés ganas ahora con Olga y de lo que viene?
—Es recién un comienzo, pero lo estoy disfrutando un montón. Los días previos me agarró fiebre, dolor de panza, de oído. Estuve muy nerviosa, me sentía muy en el ojo de la tormenta por todo lo que se hablaba. Algunas críticas de gente muy fanática de Luzu que piensa que es una guerra, que en realidad no es. Ninguno de nosotros la siente así. Y eso me presionaba mucho. Pero la verdad que se dio todo con naturalidad; en el equipo fluyó todo muy bien.
—¿Cuál es la presión que genera el algoritmo de las redes?
—De vez en cuando hay alguna rachita donde perdés seguidores. Que puede que, bueno, yo tengo 2.600.000, no es que pierdo 100; hay una rachita en la que perdí dos semanas seguidas no sé, ponele, 15 mil seguidores. No se sabe bien con qué tiene que ver y un poco en ese momento decís: “Che, ¿qué pasa? ¿Estoy haciendo cosas peores?”. Pero a mí no me perturba tener un numerazo.
—¿Manejás vos sola tus redes o te ayuda alguien?
—No, mis redes las manejo yo. Sí tengo un representante que me ayuda con los trabajos, me los cierra y me dice lo que tengo que hacer porque si no, me volvería loca. Por suerte son muchos. Yo soy muy colgada con el celular. Y creo que haría un escándalo si lo manejara yo.
—¿Cuál es el canje o la acción más bizarra que te propusieron?
—Hay una que recuerdo de mis épocas de Twitter, era chica, tenía 17, 18. Y me escriben para una acción de -horrible eh, no lo hice- de pastillas “del día después”. Y yo digo: “¿Cómo se publicita algo que es de emergencia, que en realidad no se debería usar?”. Me habían pasado unos tuits como ejemplos y era: “Bueno, si no te cuidaste no te preocupes, te tomás una pastilla no sé qué”. Y yo dije: “Esto no lo voy a decir”. La plata me servía, no estaba trabajando. Pero ya sentía una responsabilidad en la comunicación, en algún punto.
—¿Qué pasa con todos los emprendedores que con buena onda te mandan cosas que quieren que agradezcas en las redes y para vos, es un trabajo?
—Muchos emprendedores no entienden el laburo que hay del otro lado, que uno lo hace como un laburo. Es difícil, yo probablemente no te voy a subir una historia si me mandás de prepo algo que no conversamos. Sí me puede pasar que hablando alguien me dice: “Che, tengo esto”; a mí me sirve lo quiero, lo elijo, lo pienso y acepto el intercambio. Pero siempre aclarando, porque a veces pasa que “¿me subís un par de cosas?”, y “un par de cosas”, ¿qué es? Entonces vos le subís algo a la marca y quiere siete reels, tres posteos y cuatro vivos. Eso lo aprendés sobre la marcha. Es como cuando vas a un restaurante a comer, pagás y te dicen: “Bueno, te trajimos un flan con dulce de leche y crema de postre; si nos podés subir una historia, esto es de invitación”, y viene con tanto amor el dueño del restaurante y te juro que ahí sí ya no sé qué hacer porque es re amoroso de su parte y es desde el desconocimiento. Yo no puedo subir una historia por un flan con crema. No es de mala... Todavía no sé resolver esas situaciones…
—Hoy en Olga, antes en Luzu, se habla de la vida privada, aparecen las anécdotas. ¿Cuál es el límite, a qué decís: “En esto no me expongo”?
—Me cuesta el límite, la verdad. A veces me pasa que digo: “Me pasó esto, no lo voy a contar”, y llega un momento que lo estoy contando. Lo que trato de hacer es no nombrar a otras personas. Me nombro a mí y puedo contar algo que me pasó con alguien pero jamás voy a nombrar a la persona. Y después quizás lo que trato de hacer es cuidarme; si estoy saliendo con alguien trato, al principio, de no contar nada porque me parece mucha info para el otro que me está conociendo, y que vea que yo estoy ventilando.
—¿Andás noviando ahora?
—No. Estoy soltera. Pero bueno, me parece que es un mundo entretenido el conocer gente. Yo soy bastante complicada. No es que tipo tengo mil pibes que me gustan para salir. Me cuesta que me guste alguien y cuesta que después de salir, me siga gustando. Cuando el otro está, yo no estoy; cuando yo estoy, el otro no está…
—¿La peor cita de tu vida?
—Es una persona con la que hoy me llevo bien. Yo era chica, él era como 10 años más grande; yo igual ya era mayor de edad. Fuimos a un bar, a otro bar, a otro, y yo medio lo idolatraba un poco. A mí me había llegado el rumor de que él estaba con todas las minas, y en el último bar, ya habíamos tomado un par de birras, yo pensé: “No voy a ser una de ellas; me re gusta pero no me voy a ir con él después”. Y medio antipática le dije: “Che, mirá que no nos vamos a ir juntos, eh”. Y el pibe ahí me empezó a tratar raro y a hablar como: “No está bueno que estés limitada con el sexo, lo tenés que vivir con libertad. Nadie te va a tildar de puta por…”. Me empezó a hacer la psicológica y yo le explicaba o me justificaba. Y de repente me cayó la ficha de: “Ah, no, qué fiaca lo que pasó”, porque yo me tenía que “defender” y justificar por qué no me quería ir con él, y él queriéndome hacer todo un mansplaining… Me acuerdo que yo dije: “Mirá, esto fue malísimo, me sentí incómoda, no me gustó que me digas esto”, y ahí medio me pongo a llorar. Tuvimos una discusión ahí, medio picante. Insólito, nunca me pasó. Pero bueno, fue re loco porque era una época en la que quizás no se hablaba tanto de cosas así. Ni da que el chabón te ponga en esa situación, pero a mí me había alcanzado como para incomodarme.
—Absolutamente. Mirá si vas a tener que dar una explicación de por qué no te querés ir con alguien...
—¿Pero sabés lo que me pasó un par de veces en el último tiempo? Chicos que se me tiran de alguna manera, pero en persona te quieren dar un beso, un amigo, un conocido que te lleva a tu casa y quiere subir a tu casa, y vos tipo: “No”. Te piden explicaciones, te lo juro por Dios, y yo me estoy enojando con eso. Como: “Che, bueno, dale, dame un beso”. “No, no”. “¿Por qué?”. “Porque no”. “Dale, ¿por qué?”. Es difícil decir que no porque medio que culturalmente nos han enseñado a las mujeres, cada vez menos, a ser complacientes. Ya el “no”, me cuesta. No porque tengo el sí fácil; me cuesta porque siento que estoy hiriendo a otro. Es mucho más fácil complacer que decir que no. “¿Pero por qué preferís que no?”. Yo no te tengo que dar ninguna explicación, te tiene que alcanzar con un no. Estoy evitando decir: “No me gustas para nada”. No me gusta decir eso. Tiene que haber lectura: “No quiero, boludo; listo, ya está”.
—¿Cómo te llevás con la política de cancelación?
—Me parece muy extrema. Para mí han cancelado a mucha gente sin merecerlo, por demás. Es: “No trabajas más, no tenés más voz de repente, nadie te va a escuchar”. Es eso, el final. Creo que es bastante extrema y que se suele anticipar. Quizás en un punto está bien si alguien es culpable de esto, esto y esto, pero la cancelación llega mucho antes que las pruebas.
—Vos contaste que te han criticado muchas veces por las redes sociales. ¿Cómo lo vivís? ¿Qué te pasa?
—La verdad que he entendido que me va a seguir pasando. Eso también lo trato de trabajar porque te pasa una vez, y después pasa, chau. Ahora no estoy en una pero va a venir porque yo ya sé que como no me gusta quedarme en los lugares políticamente correctos, quizás alguna baldosa floja un poquito te la piso, porque también está ahí, creo, mi valor agregado: jugármela un poco con algunas cosas.
—¿Duele ese momento, esos comentarios, o logras decir: “Bueno, listo”?
—Estoy acostumbrada a que me bardeen. Cuando se hace muy masivo, las redes explotan, y empieza a ser un hecho, una realidad. Ahí es como: “¡Ay, qué injusto!”. A mí me suele doler por lo injusto, porque siento que no me lo merezco. Al mismo tiempo sé que es pasajero. Algunos se acordarán, otros no. Lo he visto conmigo y con muchos otros casos. Pero igual en el momento lo sufrís, entonces trato de no mirar, de hacer cosas con mis amigos, con mi familia. Jugar al fútbol, ir a entrenar, y ahí hay un momento en que digo: “La verdad está acá”. Porque si estás mirando y te están bardeando, de repente parece que esa es la verdad. Pero cuando después de estar angustiado borrás Twitter y te vas a comer y te cagás de risa y te quieren, y los querés, y te conocen, ah, esto es la vida...
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