“Pienso que la vida me está devolviendo todo lo que me faltó cuando era chiquito”, reflexiona Hernán Lirio y se dispone a hablar de su presente, pero también a recordar el pasado en esta charla con Teleshow. “Todo lo que me pasó feo, ahora, de grande, me está pasando lindo”, dice el periodista, que disfruta el presente como conductor de Tenés que ir, por El Nueve, y Feliz vida, en Crónica. Pero el recorrido fue difícil y tuvo que golpear muchas puertas.
Tras la muerte de su mamá, y con un papá que viajaba mucho por ser camionero, fue criado por distintas mujeres. “Tuve una infancia dura sobre todo por la falta de mi vieja, que murió cuando yo tenía un año. Escuché a una persona siendo muy chiquito decir que se había muerto por culpa mía, porque me tuvo de grande y le dio cáncer en el útero”.
Así empieza la historia de Hernán. Convencido de ser el causante de la muerte de su mamá, lo consultó con su padre, quien se lo negó. Y para ser convincente, le dijo que había tenido cáncer de colon y no de útero. Más tarde se enteraría de que eso no era cierto.
“Mi viejo era camionero. A veces me podía llevar con él, y otras no. Me quedaba con mi hermana, que tenía 16 años, Ivana, que fue como una madre, y mis hermanos Alejandro y Silvana. Tres de mis siete hermanos. Me criaron ellos. Mi viejo se iba a veces 15 días y ellos eran mis padres. Con sus actividades, tenían que ir a la escuela y yo me quedaba solo. Prendí fuego el placard de mi casa cuando era chiquito”.
—Podría haber sido un desastre.
—Mis hermanos hicieron todo para criarme de la mejor manera. Yo era muy indio. Estaba en la calle, no es Buenos Aires, es Villa María, yo me iba de mi casa y volvía a veces a la noche. Me buscaban por todos lados. Desaparecía. Tenía cuatro años. Aprendí a andar en bici a los tres y me iba en bicicleta al club que quedaba a 20 cuadras de mi casa, solito, de chico.
—Qué difícil para vos y qué difícil para ellos vivir la adolescencia de esa forma.
—Mal. Mi viejo, cuando estaba, se ocupaba de que nunca nos faltara nada. Si bien éramos muy humildes nunca nos faltó nada. Mi papá tenía que mantener ocho hijos. Yo a veces me iba con él en el camión. El otro día hablaba con mi psicóloga, porque a mí cuando me agarra ansiedad, como. Me pregunta: “¿Y tú viejo?”. “No, era gordito pero no comía”. Nosotros íbamos de viaje en el camión y parábamos en un restaurante de noche, en esos de la ruta, de camioneros, y mi viejo decía: “¿Qué querés vos?”, “Yo quiero milanesa con papas fritas”, “Bueno, tráigale una”, “¿Y vos qué vas a comer?”, “No, yo no voy a comer porque no tengo hambre ahora. Si te sobra a vos como un poquito, porque no hay que dejar comida en el plato”. Entonces yo me comía la milanesa y mi viejo se comía las sobras. Después subía al camión y él comía galletitas con salame. Y yo siempre decía: “¡Qué loco, mi papá nunca quería comer!”. Mi psicóloga me mira y ahí entendí todo… El tipo no comía para que nosotros comamos. Me hacía creer a mí que le encantaba el salame.
—¿Qué más te acordás de esos viajes en ruta con él?
—Los camiones tienen la cama donde duermen ellos, mi viejo venía manejando y yo dormía en la camita y me levantaba a la mañana y abría la cortinita y estaba toda la montaña ahí. Charlábamos, escuchábamos radio y yo ahí repetía todas las publicidades. Era el locutor. Mi papá se reía, me hacía decir las publicidades después adelante de la gente. La recuerdo como hermosa esa parte, estar con él. O cuando él volvía de viaje me subía al camión y me llevaba a comprar los caramelos de la cajita. Pero bueno, fue duro. Hasta los cinco, seis, que se casa con Yoli, mi mamá de crianza: ella ahí me adopta legalmente. Yo iba al jardín y el primer día se acuerda la directora que dije: “¡Tengo mamá, tengo mamá!”.
—¿Cuándo entendiste que te faltaba?
—Cuando las mamás de mis compañeros iban a buscarlos al jardín, yo estaba al lado y me quería ir a tomar la leche a la casa de ellos; me quedaba charlando con las madres. Mis amigos jugaban y yo me quedaba con las madres tomando la leche porque quería charlar con las mamás. Cuando tenía tres años salía a dar la vuelta a la manzana y a todos los vecinos les pedía flores para llevarle a mi mamá al cementerio. Mi viejo todos los domingos me llevaba al cementerio y me decía que mamá estaba siempre conmigo, que estaba en el cielo. La tuve siempre presente, y de hecho, de chico no me han pasado un montón de cosas malas gracias a que para mí, mi vieja estaba ahí, acompañándome.
El 90% del éxito: insistir
“Yo me crie mitad en mi casa y mitad en el jardín de infantes que estaba al lado. Lili, la directora del jardín, tenía un novio que era el locutor de Villa María. Me llevó a la radio, tenía 4 años, y me enamoré”. A los 12 años Lirio trabajó por primera vez y no paró nunca más. Pese a los no que recibió, siempre luchó por los sí. La primera negativa fue cuando su papá le pidió a un gran amigo de la adolescencia y dueño de una radio que le diera una mano: “No, pibe, estudiá Computación que con esto te vas a cagar de hambre”, le respondió. “Ese fue el primer golpazo”, recuerda Hernán. Pero no lo frenó.
Vino a Buenos Aires y se paró en la puerta de los canales para dejar su currículum a quienes ingresaban. “Fui una vez a la puerta del Nueve y sale Chiche Gelblung en una camioneta gigante, me baja la ventanilla: ‘¿Qué pasa, pibe?’, me dice. ‘¿Te puedo dar mi currículum? Yo soy periodista, quiero entrar a trabajar al medio de lo que sea’. ‘Pero pibe, te vas a cagar de hambre, se reciben cinco mil periodistas por año y hay diez canales. Estudiá otra cosa’. Se rio pero me lo recibió: ‘Dale, te voy a tener en cuenta’”.
Años más tarde y ya posicionado en la industria, cuando se reencontraron le recordó la anécdota: “¿Era mentira?”, le preguntó Chiche. “No, tenés razón (risas). Es difícil, nuestra carrera es muy difícil... Son pocos los medios y somos muchos los que nos recibimos por año. Tenés que tener un plus de suerte y de mucha insistencia, mucha, mucha, mucha. Hay una frase de Woody Allen que dice que el 90% del éxito se trata solamente de insistir”.
—Viniste a Buenos Aires en segundo año de la carrera y sin ningún plan, ¿no?
—Mi plan era que yo quería ir a Telefe.
—¿Pero sabías dónde ibas a vivir?
—No. Empecé a buscar pensión cuando llegué a Retiro. La primera que me apareció ahí fui. Dejé la mochilita, pagué el día y me fui a Pavón 2444, a la puerta de Telefe. Me paré ahí de ocho de la mañana a diez de la noche y a todos los que venían les decía: “Che, ¿vos no tenés un contacto? ¿Nadie?”. Así estuve como 10, 12 días hasta que viene el Chato Prada y me dice: “Pibe, te veo todos los días acá parado, ¿qué estás bancando?”, “Quiero entrar a trabajar de lo que sea”. “Pero VideoMatch no te puede dar trabajo de periodista”. “No me importa: barro, repaso los pisos. Quiero entrar”. Me dice: “Bueno, venite mañana que te voy a probar”. Fui, me probaron y a los cuatro días estaba trabajando como asistente de producción en las cámaras ocultas, las que tirábamos los autos de las grúas. Yo entraba muy tempranito a la mañana y me iba a las doce de la noche porque me quería quedar al vivo a verlo a Tinelli. Subíamos a las parrillas a tirarle papel picado. No había máquinas. Antes era una cajita. Peter Alfonso y yo, los dos: él entró el mismo año que yo, tirándole papeles a Marcelo; era la parte más divertida del laburo. Estaba buenísimo.
—¿Y la facultad?
—Me volvía todos los fines de semana, llegaba a Villa María sábado, a las siete de la mañana. Mi papá ya jubilado, esperándome con el auto en la terminal. Me llevaba a la radio. De ocho a una hacía radio. Salía de la radio, me subía al bondi, iba estudiando, llegaba a Córdoba capital, rendía en la carrera, volvía. Hacía un programa de radio de nueve a doce de la noche. Me iba a dormir. Al otro día estaba con mi novia en ese momento, pobre, la veía solo un día, y con mi familia, y me venía a Buenos Aires. Asi tres años y medio.
—Vos no entregabas tu programa…
—Ni en pedo. Porque con eso me mantenía acá. Con esa platita me pagaba la pensión. En ese año que trabajé íntegro no me pagaron un peso. Era meritorio. Laburaba gratis.
—Algo que hoy ya no estaría permitido, pero en ese momento era distinto.
—Sí. El Chato me ayudó y me pagaban los subtes para que fuera al canal. Me acuerdo que en ese momento yo vivía con cero pesos y esperábamos a las ocho de la noche que llegue el catering para los invitados y nos encerrábamos en un baño, con Peter y con el Negrito Luengo, a lastrar el catering porque los tres estábamos en la misma. Yayo me decía al mediodía: “¿Comiste vos?”, “Sí, sí”, “No, vení acá. ¿Comiste? En serio, decime”, “No, pero ahora como”, “Vení acá, sentate acá. Tráele una milanesa. ¿Qué querés comer?”. Y me hacía comer. Me pagaba la comida. Un capo Yayo.
—Era una época donde no era lo tuyo, pero sí fue de mucho aprendizaje.
—Una escuela tremenda. Terminó el programa y me tuve que volver a Villa María porque fue el año en que Tinelli después se fue al Nueve y estuvo siete meses sin aire. Hice mi programa de tele allá. Me empezó a ir bien. Ganamos premios allá, el Martín Fierro. Junté la plata y me vine acá de nuevo, y otra vez a pasar hambre un año y medio. Ya me alquilé un monoambiente, no estaba en la pensión. Hasta que entré en C5N.
—Volviste sin problema a la puerta de los canales a repartir currículums. Había funcionado con el Chato y no te molestó volver.
—Yo quería ser periodista y si entraba ahí como meritorio de nuevo, asistente de producción, no iba a poder hacer lo que yo quería. Ya había estudiado, ya había conducido mi programa en Villa María de tele, ya hacía como siete años que venía en radio, quería laburar acá de eso. Así que buscaba, buscaba...
—Cuando entrás a C5N, al principio fue en la calle, en móviles.
—Claro. Hice siete castings para entrar a C5N. Empecé en la calle, sí. Primero se veía solo mi manito; me acuerdo que a veces me ponía un anillo para que sepan que era yo. Después me fui a Córdoba a hacer el móvil en vivo y salió bárbaro, y cuando volví ya habían pasado cuatro años y me pusieron como suplente los fines de semana a conducir. Después a Nico Magaldi, que estaba haciendo De una a cinco, lo pasan a Viva la tarde y me ponen a mí a conducir fijo De una a cinco. Ahí estuve casi cuatro años.
—¿Tu viejo te llegó a ver como conductor?
—Mi viejo me llegó a ver conduciendo en Córdoba. Condujo conmigo el programa del Día del Padre. Fui a conducir un Martín Fierro con Teté Coustarot a Córdoba y la llevé a Teté a comer a mi casa: mi viejo pintó la casa entera, él, porque iba Teté. Y menos mal que Teté me dijo que sí. Le digo: “¿Qué preferís, el hotel cinco estrellas o comer un asadito con mi familia?”. “El asado con tu familia”, me dijo.
—Teté es una mujer maravillosa, ahora compañera de canal.
—Sí. Arranqué en el Nueve con un hermoso programa que se llama Tenés que ir. Un programa de viajes, de turismo. Viajamos por toda Argentina y el mundo.
—En un momento volvés a quedarte sin trabajo.
—Viví un año y pico con la indemnización. Me ayudaron mucho. Le conté a Pamela David que estaba sin laburo y ella me dijo: “Venite a Desayuno”. Yo sentía que no servía ahí, porque para ser panelista tenés que meterte, tenés que estar, y todos se querían meter: yo quería decir algo y ya te lo decía el otro.
—A los codazos.
—No sentía que era mi lugar. Entonces dije: “No, doy un paso al costado porque le estoy quitando el laburo a otra persona que puede estar en ese puesto y hacerlo mejor”. Ahí Susana Roccasalvo me da la posibilidad de estar en Implacables. También, lo mismo me pasaba, pero ahí iba un rato, me cagaba de risa, era distinto. Hasta que después arranqué en Crónica. Todos los trabajos que tuve los pedí yo, pocas veces me llamaron. Siempre yo: “Por favor...”, siempre mandando currículums, todo el tiempo. No me importa. Voy a castings.
—Festejo mucho que digas esto, porque en general los famosos dicen: “Estoy con un montón de proyectos”.
—Cuando decís eso es porque estás buscando (risas). No te llama nadie. Estás rogando que te llegue un mensaje.
—No todo el mundo se anima a contar que está buscando.
—Yo le escribo a Daniel Hadad, que me dio un montón de oportunidades. A Marcelo Tinelli. A Suar. Todo el tiempo les mando WhatsApp, les digo: “Che, ¿hay un lugarcito? ¿Me das una chance?”. Todos me responden de la mejor manera, siempre. Cuando me pueden ayudar, me ayudan. Entonces el no ya lo tenés. Intentá. Andá. Mandá. Escribí. A todo el mundo, a todos los gerentes de todos los medios les escribo. Desde otro lugar, no como antes, que tenía que pararme en la puerta y no me conocía nadie. Ahora por lo menos tengo mi lugarcito en el medio. Me invitan al Martín Fierro. Me invitan a cosas del medio.
—En paralelo a la carrera profesional fuiste haciendo tu camino y nació este Hernán que viaja y que habla de turismo y que muestra lugares divinos.
—Me empezó a ir muy bien en Instagram y empecé a viajar. La Secretaria de Turismo de tal lugar te lleva, te paga para que vos muestres el lugar. Empecé a verle la veta y dije: “Lo tengo que hacer en tele”. Y de nuevo: no me llamaron, fui yo. Estoy muy agradecido con toda la gente de canal Nueve que me dio la posibilidad, y el programa está saliendo hermoso.
—Pudiste unir dos pasiones: el periodismo y los viajes.
—La vida me está devolviendo o dando todo lo que me faltó cuando era chiquito. Pienso que todo lo que me pasó feo, ahora, de grande, me está pasando lindo. Que no significa que no me van a dejar de pasar cosas feas, porque le digo a mi psicóloga: “No me quiero relajar porque si yo me relajo, pasa algo feo”. Es como que mi ansiedad piensa en que ya va a pasar algo feo.
—¿Queda tiempo para el amor? ¿Andás enamorado?
—Ahora no estoy enamorado pero sí tengo tiempo para picotear en las redes sociales. Soy de los que tienen aplicaciones. Viste que hay gente que dice: “No, yo aplicaciones no...”. Yo sí. No tengo drama con eso.
—¿Ganas de ser papá?
—Tuve mucho tiempo ganas de ser papá pero ahora tengo miedo. Tengo miedo que sufra. Tengo miedo de que le pase lo que me pasó a mí.
—¿De faltarle?
—De que le falte un padre, sí. Cuando te crías sin un papá, algo te va a faltar. Es una marca que te queda para toda la vida.
“Un matrimonio me quiso comprar”
“Cumplí 40 años y al día de hoy veo a mis amigas o amigos, que están con sus hijitos… O a una mamá darle amor a un nene. Y no es envidia, es ganas de decir: ‘La puta, qué lindo hubiese sido saber lo que se siente eso’. Lo tuve a mi viejo, que gracias a Dios me dio muchísimo cariño, no me faltó nunca su amor. Era lo mejor del mundo para mí. Pero siempre me faltó mi mamá. Tuve otras mamás, pero me faltó mi mamá”, lamenta Hernán, y se anima a contar el temor que le da llegar a la misma edad en la que murió su madre: “El año que viene voy a tener 41 y le tengo un susto a llegar a los 41 años que no te cuento...”.
Ese temor lo llevó a tener siempre los chequeos médicos al día y a realizar desde los 30 años la colonoscopía anual que se solicita en pacientes con antecedentes familiares: “Cuando yo voy y le planteo a mi papá que mi mamá murió por culpa mía, me dice: ‘No, tu mamá murió de cáncer de colon, nada que ver con el útero’. Mamá había muerto de cáncer de útero pero mi papá me dijo eso y yo lo creí toda mi vida”. La verdad salió a la luz recién a sus 38 años cuando tramitaba la ciudadanía italiana y revisando papeles confirmó el diagnostico original: “Mi viejo nunca me lo quiso decir porque no quería que yo me sintiera culpable”.
—¿Este miedo de llegar a la edad de tu mamá con qué crees que tiene que ver?
—Me da mucho miedo irme tan joven y pienso en ella, que además su sueño máximo era tenerme a mí. Ella tenía puesto el DIU, y se lo sacó sin decirle nada a mi papá porque quería ser mamá y quedó embarazada. En ese momento se enojó muchísimo mi papá, y después siempre dijo que fue lo mejor que le pasó. Mi papá tenía 45 años, mi mamá muere, y me fueron a querer comprar a mi casa dos o tres veces diciéndole: “Don Lirio, usted tiene 45 años, tiene que trabajar, no lo va a poder criar. ¿Qué va a hacer con esta criatura?”. Un matrimonio me quiso comprar. Y mi papá cada vez que me contaba esto se largaba a llorar mal. Me decía: “¡Ni loco! No podría ni loco, Me muero...”, me decía mi viejo.
—¿Cómo que te quisieron comprar?
—Sí. Era un matrimonio que yo conozco. Un médico de allá. Que no podía tener hijos. Esa historia me la cuentan siempre y cada vez que mi viejo me la contaba se largaba a llorar. Siempre le dio pena que yo me crie sin mi mamá. Trataba de darme todo lo que podía y más porque sentía que yo estaba creciendo sin mi mamá. Era como que él quería reparar algo que no se podía.
—¿Entendiste que la muerte de tu mamá no tiene nada que ver con tu nacimiento?
—No, ya sé. Pero en ese lapso que yo estuve antes de contarle a mi viejo, lo que había escuchado pensando que mi vieja se había muerto por culpa mía, era un nene, y fue duro. Ya lo sané. En el medio tuve muchas charlas con amigas de mi mamá, que me dijeron: “No sabés lo que soñó y luchó por tenerte”. Ahí dije: “Bueno, yo era lo que ella quería. Ella soñaba con que yo venga”. Hay una carta que mi viejo le escribe a ella cuando yo tenía cuatro o cinco años, en el camión una madrugada que la encuentro en su billetera el día que muere y que le dice a mi mamá eso: “Tanto que luchaste por tenerlo y ahora no podés disfrutarlo. No sabés qué hermoso que está. Cómo me mete en el bolsillo. Y la gente de afuera dice que no haga todo lo que hago, ¿pero yo qué puedo hacer si no lo malcrío, si le faltás vos?”. Esa carta la tengo en mi teléfono y la leo de vez en cuando, cuando me siento triste. Me deja la tranquilidad de saber que fui deseado con mucho amor por mi vieja, que ellos tenían un amor muy lindo y que soy el fruto de ese amor. Es la vida que me tocó y trato de vivirla de la mejor manera.
Seguir leyendo: