“No hago nada más que no me divierta. Sé que por hoy por hoy mi prioridad es la crianza de mis hijos”, cuenta Paula Chaves en este mano a mano con Teleshow en el que reconoce que, años atrás, llegó a sentirse muy abrumada por exceso de trabajo. “Ahora es 100% disfrute”, destaca la protagonista de Un Plan Perfecto, que continuará con sus funciones en vacaciones de invierno en el Teatro Broadway.
Ya pasaron 13 años de aquel inicio mediático del romance con Pedro Alfonso, por entonces un desconocido productor de Marcelo Tinelli. “Todos vieron desde el minuto cero la conquista en televisión. Nos estábamos literalmente conociendo en vivo”, recuerda Paula hoy, tres hijos después, y con varias reglas claras de convivencia que permiten que la dinámica familiar funcione para todos.
—¿Cómo elegís ahora los proyectos? ¿De qué depende que digas que sí?
—Cuando es teatro, como es con Pedro tratamos de fusionar el tema de que nos vamos a hacer temporada, los chicos vienen con nosotros, conseguir ayuda para poder irnos los dos de casa y trabajar en la noche. Es una dinámica en la que necesito colaboración. Cuando es un programa trato de que si tiene mucha carga horaria Pedro no esté trabajando tan full time y pueda quedarse con las actividades, con las idas y venidas al colegio. También si el proyecto me gusta, me divierte. Hoy por hoy soy una agradecida de poder elegir el trabajo.
—Imagino que también está bueno irse de casa en algunos momentos.
—Obvio. Y es re necesario. El año pasado fui y le dije a Pedro: “Estoy para hacer teatro. Necesito irme. Necesito salir. Necesito trabajar. Volver a mi rutina. A poder disfrutar de la Paula actriz, de la Paula conductora, de la Paula que sale a trabajar y no estar tanto tiempo maternando en casa”. Empecé a necesitar esos espacios míos como mujer. Estaba como abombada de estar en casa.
—¿Cuando hacés teatro, negociás con Pedro la plata?
—No. Yo negocio la plata de los dos. En eso soy la representante. Él no es muy ducho para el tema económico. No es que no le interese, pero lo hace por una cuestión de que le apasiona el teatro. Nunca fue su fuerte la economía del hogar. Yo me siento a negociar con los productores.
—Dijiste algo que me parece que es interesante: cuando vos estás muy cargada de trabajo balancean con que Pedro pueda estar más presente en casa.
—Sí.
—Fuimos aprendiendo como sociedad a ser más pares y más compañeros como pareja.
—Sí, a poder mapaternar a la par. Saber que son tanto míos como de él. No porque yo sea la madre tengo una carga extra ni una responsabilidad mayor sobre mis hijos, porque son de los dos. Obviamente que con las lactancias prolongadas que suelo tener siempre la prioridad está en que la mamá tiene que estar, porque soy alimento exclusivo durante por lo menos seis, ocho meses. Y obviamente que la lactancia hace que el vínculo tal vez sea un poco más demandante y dependiente, pero nosotros siempre es todo 50-60, un 60-40.
—¿La parte de la carga mental logran balancearla también o eso que nos pasa a veces a las mujeres y a las mamás, de que somos las que tenemos todo en la cabeza, es un poco más difícil?
—Sí, en eso sí creo que todavía nos falta evolucionar a todos. Las mamás siempre somos de ocuparnos un poco más de los turnos médicos, de las vacunas, de que el coso del colegio. Sí nos hicimos un chat que se llama “Quehaceres”, en donde estamos los dos, y ahí únicamente hablamos de las cosas que hay que hacer de la familia y de los chicos. Por ejemplo, el otro día yo me había olvidado por completo una reunión de padres y me dice: “Tenemos reunión de mapadres ahora, con Baltazar”. Y menos mal. Nos vamos complementando entre los dos.
—¿Cómo te está tratando la maternidad de Oli, que no para de crecer?
—Sí, el otro día le decía: “¡Ay, no, no crezcas más!”. Tuvimos una situación con el Ratón Pérez, con el Hada de los Dientes, donde de repente quedó al descubierto que tal vez no existiría. Estábamos con Baltazar y recibió la carta del Hada de los Dientes o del Ratón, no queda nunca bien claro qué es, y Oli le estaba explicando a Baltazar que en realidad el Hada de los Dientes escribía y contestaba ella misma las cartas. Diciéndoselo muy de corazón. Y Baltazar conflictuado, porque la lapicera era muy grande y él no entendía el tamaño del hada, del ratón, de la lapicera. “¿Pero cómo fue que la agarró la lapicera?”. Y Oli le explicaba desde hermana mayor, intentaba armar una historia en su cabeza intentando saber cómo era. Y de repente en la explicación le decía: “Baltazar no, porque en realidad el Hada de los Dientes lo que hace es…”. Hace una pausa, me mira y me dice: “Sos vos”. Se me vino el mundo… (risas). De repente se me llenó la cabeza de preguntas y decir: “Ay, Dios mío, que no piense que le mentí todo este tiempo”. Todo el tiempo ella me trae situaciones en las que me estoy replanteando constantemente y digo: “¿Cómo puede ser que vayan creciendo y uno tenga que ir adaptándose a eso?”. Tratamos de cuidar mucho su niñez y tenerla alejada de ciertas plataformas que no nos gustan. No es que no usan teléfono, no es que no usan iPad, no usan televisión; sí, son niños tecnológicos y estamos todos inmersos en una situación que ya medio que se nos va de las manos. Pero sí tratamos de ser conscientes de que hay cosas que no queremos que usen y no se usan. Por ejemplo TikTok y demás, que siento que no son para los chicos. En eso sí somos muy estrictos.
—¿Te imaginabas que ibas a ser esta mamá?
—No. Me acuerdo de hacer una nota y decir: “Quiero tener cinco hijos. Cinco varones que estén ahí sueltos, libres, todos sucios”. Y hoy por hoy los veo a los tres de pijama, recién bañados, y digo: “¡Ay, qué placer verlos bañados!”. Disfruto del baño, de la prolijidad.
—Si tenés que elegir tres momentos de tu vida que fueron hitos para vos, que te convirtieron en esta que sos, ¿con cuáles te quedas?
—Y... los nacimientos te los pongo en uno, pero fueron tres despertares distintos en donde fui descubriendo mujeres diferentes que habitaban dentro mío. La magia que para mí traen los nacimientos, esta información que te baja y de repente empezás a recapitular y decís “¡guau!”. Todo lo que una trae en ese momento en lo que se convierte, en lo que se transforma también. La partida de mi abuelo también fue un momento en el que dije “¡guau!”, en el que fui entendiendo cosas mágicas de la vida que surgen con la partida de alguien que para mí era un ser fundamental desde que nací hasta el día que él partió. Y un tercer momento: perdí a una amiga hace poco, una de mis mejores amigas, también de una forma muy fuerte, en muy poco tiempo, con una enfermedad terminal. Al principio me llenó de preguntas: “¿Y por qué? ¿Qué es lo que hay que aprender?”. Todo trato de analizarlo y de entender y de aprender, y hay cosas que no tienen una explicación lógica, simplemente son cosas que tenemos que vivir y que también hacen que estemos vivos. Yo hasta hace un tiempo no conocía la parte sufrida de la vida. Pensaba que el sufrimiento iba porque mis papás se habían separado, porque un novio me había dejado. Después, cuando uno va creciendo va entendiendo otras cosas, te vas enfrentando a otros temas.
—Cuando se muere un amigo o alguien en una edad cercana uno se replantea todo y valora más la vida. A veces ese análisis nos dura un ratito, y después volvemos a enroscarnos.
—Yo tengo muy latente. Ella era una hermana para mí. Yo tengo que resignificar todo lo que tal vez ella no pudo hacer, entonces esto de disfrutar de verdad, conscientemente todo, porque no sabés si hay un mañana. Lo único que tenemos es el aquí y ahora. Y ella era una disfrutadora serial de absolutamente todo. Ella disfrutaba de todo y nunca tuvo miedo a nada. Nunca tuvo miedo a morirse. Cuando nació Baltazar me agarró mucho miedo, me sumergí en un lugar desconocido mío y empezaron miedos, estos miedos a no estar, a sentirme indispensable para ellos y el sentir ese ahogo de decir: “Si yo no estoy para ellos...”. O sea, el 100% de mí: quieren estar conmigo. Y ahí empecé como a entrar en una que nunca más... Esos miedos se quedaron. Y ella no le tenía miedo a nada. Ella se estaba yendo de esta vida sin miedo. A partir de ese momento yo intenté y voy a seguir intentando disfrutar de todo.
—Que valga la pena.
—Que valga la pena. Uno tiene que concentrarse en pasarla bien. Igual nunca la pasé 100% mal, ¿no? Siempre trabajé de lo que quise, estuve con la gente que quise.
—Pero tiene que ver con cómo uno conecta con las cosas, ¿no?
—Totalmente. Soy una persona muy auténtica: cuando algo me duele, me molesta, te lo digo y me voy.
—Te escuché alguna vez hablar de un momento en el que tu familia estuvo muy complicada económicamente.
—Sí. En el año 2000, cuando fue la crisis, mi papá se fundió y salí de un colegio bilingüe doble turno con uniforme al colegio del Estado en una ciudad que era muy chiquita, con muy pocos habitantes, donde vivía mi familia materna. Vivimos en una casa que se nos inundaba hasta las rodillas cada vez que llovía porque se colapsaban los desagües y no desagotaba el agua, entonces era salir corriendo a levantar todos los muebles. Me acuerdo de vivirlo como algo tremendo. pero al tiempo empecé a valorar todo lo que me vino después de Súper M y empecé a decir: “Menos mal que a mí me pasó esto porque si no mi vida y mi cabeza tal vez hubieran sido otras”. Valoraba poderme comprar las zapatillas que tenían el dedo separado y poder comprárselas a Delfina, a Gonzalo, a mis hermanos. Poder llenar la heladera de mi casa.
—¿No fue una carga empezar a ganar plata en ese momento y ayudar a tu familia?
—No. Desde que soy chica tengo algo de esto de dar servicio. Responsabilizarme de mi familia o de mi mamá, de mis hermanos. Siempre me salió genuinamente y me siento cómoda ayudando a alguien.
—¿Cómo haces para que tus hijos, que hoy están en una familia con mayores posibilidades, igual valoren lo que tienen?
—Es recomplicado. No son chicos que tengan desborde de cosas. El otro día me puse a ordenar la ropa porque soy muy fanática del orden y contaba los pantalones de Olivia y tiene tres pantalones que le entran. ¿Para qué más? Usa uniforme para ir al colegio y tres pantalones está bien. Veo buzos y digo: “Bueno, tal vez estos buzos los voy a regalar”, y me decía: “No, ¿por qué?”; “Tenés un montón, ¿para qué querés siete buzos?”. No tengo eso de cosas excesivas. Filipa usa toda ropa heredada o tal vez emprendedoras que me mandan para poder ayudarlas en redes sociales. Me doy cuenta de que podemos vivir con tan poco. No se necesita mucho para el día a día. Se me fue eso de querer, nunca tuve la parte aspiracional de decir: “¡Ay, quiero vivir en esto y quiero tener esto y quiero tener lo otro!”. Uno se va de esta vida ¿y qué quedan? Los recuerdos, las cosas lindas que hiciste.
—Pedro viene de esa escuela también, ¿no? Él tuvo que remar: cuando ustedes empiezan a salir vos tal vez tenías otro tipo de propuestas.
—Sí. Me acuerdo que chicos con los que he salido me querían obnubilar con pasajes en primera, con carteras… Nunca me importó. O que me decían: “Vamos a vivir a París”. Pedro me pasaba a buscar en un auto que tenía que no le subía la ventanilla y me jodía, y hacía como que era eléctrica y la subía con la mano porque no subía. Nunca me importó. Nunca fui ambiciosa del poder ni de la plata ajena.
—Si le pregunto a Pedro en qué momento sos insoportable, ¿qué me va a decir?
—En el orden y la limpieza. Y cada vez peor (risas).
—¿Y él en qué momento es insoportable?
—Antes de estrenar las obras de Carlos Paz. Pero lo entiendo. Las escribe de cero. Lo veo cuando arranca a anotar ideas separadas que le van cayendo y a las tres de la mañana se levanta, anota y sigue durmiendo y sigue paternando. Tiene que levantarse a las seis y media para vestirlos, el colegio, bañarlos. Y tener que estar encima pensando una obra de teatro 24x7...
—¿Y en qué momento lo mirás y decís: “Qué suerte tengo”?
—En el teatro también. Arriba del escenario. Lo admiro un montón.
—¿Cómo surgió el deseo de ser doula?
—Desde los 17 cuando me fui a vivir a Lobos me acuerdo que tenía compañeras que estaban embarazadas en cuarto y quinto. Las veía pasar al baño y me desesperaba por ir a hablar, por preguntarles cómo estaban, cómo se sentían. Siempre tuve una cuestión con las mujeres embarazadas, con las personas gestantes. Más de grande, cuando nació Oli, empecé a indagar en eso que me pasaba: disfrutaba estar con mujeres embarazadas, cuidarlas, acompañarlas. Con Balta se despertó un poco más y con Filipa fue como el platillo final de la batería. Tuve un parto natural, 100% fisiológico, donde me di cuenta de todo lo que una mujer era capaz de hacer en ese momento, de cómo las hormonas se despliegan para que una pueda dar a luz. Y dije: “Bueno, algo tengo que hacer con esto que siento y que tanto me gusta”. Me puse a estudiar para doula, que es una formación muy linda que sirve también un montón a nivel personal, esto de también buscarse una adentro, cómo fue su nacimiento, cómo fue su lactancia.
—La doula acompaña en la previa, en el parto y en el post parto, y cada mujer lo vive de otra forma.
—Sí. Las generaciones pasadas y nuestros antepasados siempre criaron en tribu. Y hoy por hoy maternar y criar solas, y con la exigencia de que hay que ser de tal y tal forma, queriendo trabajar, queriendo también ser exitosas en lo nuestro, queriendo tener tiempo... Es muy difícil. Y con tantos hijos. A mí me pasa a veces que me abrumo en decir: “No puedo”. Se necesita de un entorno amoroso para poder maternar, de otra que esté pasando lo mismo y que te acompañe.
—¿Y acompañaste mujeres?
—Sí, acompañé mujeres amigas. El primer nacimiento que acompañé fue el día que partió mi abuelo. En el mismo momento que mi abuelo estaba partiendo yo estaba viendo una mujer parir y fue un flash. Fue un flash, pero increíble. Todo. Ahí entendí la sincronicidad de la vida. Qué loco que él haya decidido irse en el momento en el que yo estaba viendo a mi primer bebé nacer, más allá de los míos. Teo se llama ese bebé. Entendí todo. Dije: “Claro, es esto”. Son portales que pasamos y son almas que están dando vueltas que eligen. Es todo muy loco y es todo muy mágico pero hay que también entrar en esa cosa de la magia y no creer que porque uno dice la magia es porque están locas. No, es esta cosa, el misterio de la vida, qué es, de dónde venimos y adónde vamos.
—¿Tus partos fueron lindos los tres?
—Sí, hermosos. Más allá de que tal vez no fueron como yo los había planeado, siento que esto de perder el control y de soltar el control, a ver qué me trae el nacimiento de Olivia, que fue una cesárea, el nacimiento de Baltazar, que fue un parto natural más intervenido, y el nacimiento de Filipa, que fue 100% fisiológico, en el medio de una pandemia mundial, contando casos de Covid.
—¿Y Pedro y los partos?
—Desmayado, a un costado (risas). Le baja la presión. Es un sostén muy importante pero no es un tipo muy aguerrido, corajudo, que va a estar mirando ahí, poniendo el cuerpo. Yo sé que está, está.
—Está haciendo su mayor esfuerzo, pobre.
—Está haciendo su mayor esfuerzo para no desmayarse. En el parto de Baltazar se desmayó. Pero no es que está ahí, en primera línea.
—¿Qué querés para tus hijos?
—Que sean libres. Y que sean lo que quieran ser. Que en esa libertad también puedan encontrar y regularse a ver hasta dónde sí, dónde no. Yo siento que los voy criando marcándoles los bordes, pero en un punto también son ellos los que tienen que decidir.
—Te escuché alguna vez decir que en el colegio premiaban al que mejor hacía alguna cuestión de la escuela.
—Sí, que lean más rápido.
—Y vos no estabas de acuerdo. Que lo que importa es que sean buena gente.
—La parte académica es importante porque uno los manda al colegio y tenés que aceptar que hay evaluaciones. Pero no me interesa. Me han criticado mucho cuando dije eso pero no me importa. Esto de poder ser sensibles a lo que le está pasando a otro, que se puedan traer las emociones, esto de no bloquear los sentimientos. Muchas veces ellos me ven llorar y tipo: “Mamá no llores, mamá no llores”. Sí, hay que llorar, y hay que estar mal si uno está mal y lo tiene que demostrar. No hay que tapar. Soy de re exponer las emociones en casa.
—¿Puede aparecer un: “Basta, no los aguanto más”?
—Sí. Y muchas veces se los digo: “Necesito estar sola”. Recontra vale porque si yo no estoy entera, no estoy bien, tampoco los puedo sostener a ellos. Muchas veces me encuentro explicándoles que tal vez el día anterior tuve una situación que no pude controlar, que grité, que lloré y que no los traté como los debería haber tratado, y les pido perdón porque ellos también merecen el respeto que yo les pido a ellos hacia mí.
—Vos contaste, con mucho respeto por supuesto, la lucha que atravesó tu mamá, y es muy importante que podamos hablar de salud mental.
—No se habla: todo se tapa. Es muy difícil incomodar. Nadie quiere poner sobre la mesa las cosas que nos pueden llegar a pasar porque es más fácil tapar. No sabés la cantidad de mensajes que a mí me llegaron cuando expuse ese tema. Nunca en mi vida recibí tantos mensajes. Y todos hablaban de que está todo tapado.
—Es tabú, da vergüenza.
—Está mal planteado ya de por sí. Si tenés un familiar que está pasando un mal momento con alguna adicción, depresión, lo que sea, no hay nada que pueda hacer el familiar para poder ayudarlo sin el consentimiento de esa persona que está atravesando una enfermedad y que no puede con su propia decisión. Ya desde ahí hay que replantear algo desde la base. Es una enfermedad. Obviamente que uno como familiar a veces dice: “Ay, dale, cosas importantes en la vida son otras”, Pero hay que entender que es una enfermedad. A una persona que tiene cáncer no la juzgás porque tiene cáncer. Entonces, una persona que está deprimida, que tiene una adicción, no hay que encararlo: “¡Dale, levantate, tenés que estar bien!”. Hay que tratarlo como una enfermedad.
—¿Te preocupa lo que pasa en la Argentina y cómo estamos hoy?
—Sí, pero sería una desconsiderada porque realmente hay gente que la está pasando muy mal. Entonces me da un poco de temor de pensar en el futuro de mis hijos y demás. Pero también confío en que siempre se pudo salir adelante y que ojalá llegue un momento en el que podamos estar bien. Pero si eso no llega a suceder… siempre salimos adelante los argentinos. Nos vamos como readaptando a las situaciones que nos tocan.
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