“Buscarle el lado positivo a las cosas está en mi ADN”, asegura Sofia Jujuy Jimenez, que se hizo conocida a los 19 años en Sabado Bus -aquel programa de Nico Repetto- y no paró nunca más de trabajar, pero que más de una vez tuvo que luchar contra los prejuicios y defender su lugar. “No es gracioso que te traten como una tonta, cuando sé perfectamente que de tonta no tengo un pelo”, afirma esta modelo, influencer y conductora que tiene más de un millón 700 mil seguidores, conduce un programa en República Z y está por encarar un proyecto internacional.
Pero la reflexión y el empoderamiento no aplicaron solo a lo profesional: en la vida personal también logró plantarse y escapar de relaciones tóxicas que la llevaron al límite de los ataques de pánico. En esta charla con Teleshow, Sofía, aquella niña que jugaba a ser Susana Giménez, asegura que de todo aprendió, perdonó, y hoy disfruta, plena, de un presente amoroso y profesional hermoso. “Siento que estoy sólida conmigo misma, mucho más segura. Me siento mujer; tengo claro quién soy, hacia dónde voy. Creo que eso hace que uno vea la vida más linda también”.
—¿Te animás a elegir tres momentos de tu vida que te hayan marcado?
—Cuando me fui a Canadá. Viví un año allá, a los 18. Fue una experiencia loquísima porque no tenía ni idea cómo hablar en inglés pero para mí era una aventura. Fue un antes y un después en mi vida porque me mostró que existía algo más. Después, cuando me estaba recibiendo de comunicadora social, ese fue un momento donde se cerraba un ciclo y me estaban pasando cosas laborales muy fuertes. Vino la propuesta de trabajar en El Trece, en Telenoche, con una sección hermosa, recorriendo el país: contábamos historias solidarias. Eso me marcó a nivel profesional, de decir “es por acá”.
—¿Y un tercero?
—El momento del programa (Informados de todo, América TV) que para mí fue difícil, porque me marcó un límite muy fuerte de “hasta acá”. O sea: “Parate, plantate. Sos conductora porque te llamaron para hacer la conducción”.
—¿Estamos hablando del cruce con Horacio Cabak?
—Sí. Yo fui con la buena onda de querer hacer un programa y no podía, se complicaba. Fue durísimo el primer mes, y al segundo lo viví como una revancha. De dejar de ser “la sumisa”, por así decirlo, esta cosa que creo que a veces inconscientemente tenemos las mujeres de que el hombre, porque es hombre, tiene un poder sobre la mujer. Medio que yo estaba ahí, como deconstruyéndome, pero evidentemente había algo dentro mío que me hacía ponerme ahí chiquita abajo.
—Ustedes eran pares ahí, coconductores.
—Claro. Pero no. La intención de mi compañero era otra. Yo solo tenía que estar en la esquina, leer algún tuit y estar ahí. Al segundo día mi vestuarista me dice: “¿Podés creer que me mandaron a que no te vista tanto? Para que no brilles tanto. Como que estás demasiado linda”. Y yo dije: “¡¿Qué?!”.
—¿Volverías a trabajar con él?
—Me tocó hacer desfiles y que él esté conduciendo. Si tengo que volver a trabajar, recontra; no tengo rencor. Si pudiera elegir sería no, pero si tengo que hacerlo lo haría aunque desde otro lugar: a mí no me vas a volver a maltratar.
—¿La fantasía de trabajar en el medio estaba desde chiquita?
—Sí, siempre. Jugaba a Hola, Susana: “Sofi Jiménez, te estamos llamando, queremos jugar (risas)”. Después ya un poco más grande, en mi primer año en Buenos Aires, empecé a estudiar actuación, y como muestra de fin de año había que actuar, y jugué a ser Su Giménez. Mi papá y mi mamá vinieron a verme.
—Ustedes son tres hermanas con papás profesionales. ¿Cómo era la infancia? ¿Había un pasar cómodo?
—La verdad, sí. Cómodo en el sentido de que teníamos qué comer, íbamos a un buen colegio, nunca nos faltó nada. Los dos se encargaron de que estemos bien. Pero nunca nos sobró demasiado. Clase media. Vivimos cosas muy lindas. Siempre rodeadas de amigas: ellas recuerdan a mi mamá como la típica que las llevaba a todas en el auto, escuchando música, y amaban venir a mi casa porque era ir a pasarla bien.
—Una infancia muy linda, en contraposición con la de tu mamá, ¿no?
—Tremendo. Y justo hoy en el programa nos preguntaban quiénes eran nuestros héroes y a mí automáticamente se me viene mi mamá como heroína de la vida en general. Hoy, de más grande, entendiendo quizás otras cosas, cómo fue su vida, es como que pienso: nada en la vida me va a borrar esta sonrisa, ¿entendés? Buscarle el lado positivo a las cosas está en mi ADN.
—Por si alguien no sabe: tu mamá tenía 13 años cuando de alguna manera presenció el femicidio de su madre a manos de su padre.
—Sí, durísimo. Pero vos sabés que tuve una chance muy hermosa; esto también tiene que ver con la profesión. Estando una vez en un programa de Gerardo Rozín en su casa, hablábamos de esto. Era grabado. Entonces cuando salgo de ahí me dije: ”Ay, no, esto no me involucra solo a mí; tengo a mis tías, a mis primas, y capaz que sale en todos lados”. Les conté: “Perdón, no me di cuenta”. Y me dijeron: “No, Sofi, tranquila, dejalo, que eso puede ayudar a un montón de mujeres también”. Eso generó que en la familia hablemos del tema, que no se había vuelvo a hablar. Todos sabíamos que el abuelo había matado a la abuela pero nunca nadie había cuestionado nada más. Y cada una te contaba una historia de su realidad y cómo lo vivió. Es durísimo, pero también es muy valioso lo que nos trasladaron ellas, mis tías y mi mamá, como mujeres víctimas del femicidio. Fueron huérfanas, podrían haber terminado odiando a los hombres, y la verdad que nos criaron desde el amor, no desde el resentimiento. Es parte de tu historia, pero es súper cruel. Y durísimo; una tragedia muy fea. Si bien en la vida hay que seguir y salir adelante, hablarlo ayuda a asimilarlo y a entender la vida desde otro lado. Es sanador para todos.
—¿Cuántos años estuvo preso tu abuelo?
—No muchos, porque tenía buen comportamiento y lo sacaron. Pero lo más triste es que más allá de que le quitó a sus hijas su mamá, salió y no nos vino a buscar. Como que dijo: “Bueno, borrón y cuenta nueva, sigo con una nueva vida y me olvido del pasado”. Pero el pasado tenía tres hijas. Y eso a mi mamá la partió en mil pedazos también.
—¿Ella lo perdonó?
—Yo creo que sí. Bah, en realidad nunca se lo pregunté. Una vez jugando a que yo era periodista y ella la entrevistada la grabé, y para mí eso es como una reliquia que tengo guardada, porque es su historia, lo que ella nunca había hablado con nadie así, de manera tan profunda. Me relató cómo fue (el femicidio) paso a paso. Yo lo escuchaba y no lo podía creer. Era como: “Qué fuerte”. Y al mismo tiempo me parecía tan liberador para ella...
—¿Lo volvió a ver?
—Cuando se recibió fue a mostrarle que se había recibido de abogada: “Mirá, papá”. Y la saludó un segundo. Me acuerdo que estábamos todos en la camioneta, ella entró, lo saludó, se lo mostró y nos fuimos. Y después, cuando se estaba muriendo, ahí lo conocimos, pero para mí era como ver a la persona que me quitó la posibilidad de ver a mi abuela.
—Qué fuerza tu mamá.
—Yo la veo a mi mamá y es esa guerrera. Me emociono, porque me parece muy valiente. Una vez un novio -eso no me lo voy a olvidar más- me llegó a decir: “Ay, no podés reírte siempre de todo. No podés ver la vida color de rosa todo el tiempo”. “Pero, ¿por qué? Dejame ver la vida como yo quiera. Quiero encontrarle lo positivo más allá de esta situación. Es tema mío, ¿qué te jode si quiero ver la vida con rosas o ponerle alegría a mi vida?”. Me planté y le dije: “Después de la historia de mi mamá ni vos ni nadie me va a decir que yo no puedo sonreír en esta vida, ¿entendés? No. Sorry, si no te gusta mi sonrisa o mi manera de ser tema tuyo, ni idea, laburalo vos. Yo elijo salir adelante y meterle buena onda a la vida”.
—¿Hubo muchos que quisieron tenerte “allá abajo”?
—Sí. Yo creo que, capaz me equivoco, pero me parece que es algo que a muchas mujeres nos ha pasado. Ni siquiera creo que haya una mala intención; creo que hay tipos de personalidades, maneras de ser, cosas instaladas en la cabeza del humano. Aunque hoy no hay lugar para eso, gracias a Dios.
—¿Quisieron cambiarte la forma de ser?
—Sí, hasta la manera de vestirme. Porque cuando sos chica no te das cuenta.
—¿Eso en la tele o en parejas?
—Las dos cosas. Sí, en las dos cosas…
—Perdón, te tengo que preguntar: ¿El Pelado López opinaba sobre cómo te vestías?
—No quiero dar nombres ni nada, porque me parece que no viene al caso; además tuve otras parejas. Cada experiencia también fue un momento de mi vida en que aprendí a plantarme, a hacerme valer. Sí he sentido como que era “la boludita”. No me gusta que me boludeen. No es gracioso que te traten como una tonta, cuando sé perfectamente que de tonta no tengo un pelo: hago lo que quiero, vivo como quiero, me puedo dar los gustos y todo lo conseguí yo sola.
—¿Alguna relación te llevó a pensar que eras una boluda?
—Sí. Pero en ese momento no me daba cuenta. El amor a veces te nubla; estás tan metida en esa historia que de repente empezás a dejar de ver a tus amigas, o tenés “horarios” para verlas. Hasta que la empezás a pasar mal. El cuerpo empieza a hablar con reacciones, con ataques de pánico.
—¿Cómo trataste los ataques de pánico?
—Quiero ser muy cuidadosa con lo que voy a decir porque por ahí queda involucrada otra persona y no quiero. Pero sí, los ataques de pánico no me habían pasado nunca en mi vida y de repente la sensación esta de que no podés respirar, de hacerte chiquita. Yo me quedaba toda dura. Toda dura contracturada y era: “Por favor, basta, pará, ¿entendés?”. Me acuerdo que no podía ir al psicólogo, tipo: “Las cosas entre nosotros las charlamos entre nosotros, los problemas que tengamos los tenemos que resolver entre nosotros”. Y fue como “bueno, capaz que sí...”. Yo no me daba cuenta, estaba medio en pausa. Hasta que un día lo empecé a hablar con mis hermanas. Y ahí todo cambió y empecé a darme cuenta de otras cosas al ir a la psicóloga. Contención de amigas, familia. Todos los que han vivido ataques de pánico saben que no están nada buenos. Nos pasa a todos. Son delicados. Es como un límite que te está diciendo el cuerpo, te está hablando, te está diciendo “esta situación no la permitas más”.
—Absolutamente. Y ni hablar alguien con tu historia...
—Para mí nada es casual. Todo termina teniendo un sentido, un por qué, un para qué. Yo trato de ver la vida así y de ir haciendo mi camino entendiendo. Por eso te digo, sin juzgar ni culpar a nadie: agradezco las personas que pasaron por mi vida, las llamo grandes maestros. Me enseñaron un montón de cosas buenas y malas, y sobre todo las cosas que no quiero para mi vida y voy en busca de las que sí quiero, y voy descubriendo y me voy conociendo. Es un crecimiento. Me hago cargo absolutamente de mi historia, de mis elecciones, de las decisiones que fui tomando a lo largo de mi vida, en mi carrera, en mi historia personal. Estoy orgullosa de las cosas que fui eligiendo y haciendo.
—El amor sano te potencia, no te hace sentir mal.
—Exactamente. Bueno, eso lo estoy aprendiendo ahora con mi actual pareja (el polista Bautista Bello) que es un compañero de la hostia. Capaz tuve que pasar por todas situaciones para hoy poder valorar y agradecer lo que tengo, un compañero de esos que decís: “¡Guau!, yo me merecía algo lindo y algo bueno”. Estoy muy agradecida, porque al principio no entendía lo que es el amor sano. Estaba tan acostumbrada al amor tóxico, a la escena de celos innecesaria. Bauti está más elevado, más evolucionado, porque es muy sano mentalmente, no tiene conflictos, es puro amor. El típico que te potencia, que te mira con ojos de amor entendés. O lo que para mí hoy en día y tengo clarísimo es el amor, que es esta cosa de bancar al otro, acompañar, hacerlo brillar. “¿Te conocí así? Bueno, quiero que seas más todavía”.
—¿Quién conquistó a quién?
—Yo estaba en una producción de fotos en Pilar. Y da la casualidad de que era en la casa de él. Viene y digo: “¿Quién es?”. No se paraba de reír. Era como una lucecita. Encima yo estaba haciendo el programa de Cabak en ese momento, o sea, estaba muy triste por dentro, la estaba pasando muy mal. Él era un buena onda total y amaba los caballos y cómo los cuidaba... Me hipnotizó su forma de ser. Y al mismo tiempo me hacía acordar mucho a mí misma, que yo también era buena onda y me cagaba de risa con la gente. Le hice una story con los caballos, y le dije: “¿Cómo es tu Instagram?”. Entonces ahí lo etiqueté. Empezó por ahí. Y después al tiempo él me invita a un recital de unos amigos. Me pareció un programón, sobre todo su actitud: iba directo al grano.
—En el medio tuvieron una separación, ¿no?
—Claro, porque me pasaba eso: yo lo veía a él tan sano, tan lindo todo, que me parecía irreal. Pero al toque que nos empezamos a conocer él se tenía que ir a California, porque trabajaba con el polo y viajaba, y yo estaba con el Bailando. Bueno, vuelve en septiembre, nos conocimos en febrero, y nos ponemos de novios oficiales. Luego yo necesité tomarme un tiempo porque decía: “No me sale esto, no puedo estar de novia”. Estaba muy cerrada. No quería que me vuelvan a romper el corazón. Cuando se lo dije me contestó: “Si a vos eso te hace feliz, andá”. Y yo tipo: “¿No vas a hacer una escena? ¿No hay toxicidad?”. No lo podía creer. Viajé sola. Me fui tres meses por Europa con mi plata ahorrada, no me importó nada. Me pagué el pasaje. Me llevé mis marcas, mis productos con los que hacía contenido desde allá. Y cuando volví, claro, ahí lo vi a Bauti con distancia y entendí.
—Mencionaste que cuando te fuiste a Europa te llevaste “tus marcas”. ¿Ese es tu principal ingreso?
—Sí. La gente por ahí cree que en la tele se gana un montón y no. En mi caso al ser imagen publicitaria de un montón de marcas, hacés contratos anuales y tenés un buen ingreso por ahí también. Conducciones para eventos de empresas de fin de año, por ejemplo.
—¿Cómo estás en República Z?
—Es re lindo, es como charlar de cosas de la vida sin correr con el rating. Sin la estructura de producción de que todo tiene que ser más rígido. Y no hay malas noticias: es acompañar a la gente, en sus mañanas en nuestro caso, porque vamos de nueve a once. Y encima con El Polaco, que es el pibe más alegre y buena onda y energía del mundo.
—¿Vos elegís hacer este trabajo? Porque podrías no hacerlo: ¿hoy un sueldo de tele o de streaming, a cuántas historias de Instagram equivale?
—¿Un sueldo? Sin dar números, porque eso no me gusta mucho, pero capaz que con un posteo se cubre. Definitivamente: no lo hago por el dinero. Gracias a Dios a mí me ingresa por otro lado: las redes, las campañas. Lo hago porque tenía ganas de volver a estar en contacto con la gente. Porque el año pasado al haber elegido alejarme y hacer un détox de los medios, cuando llegó esta propuesta me gustó porque era algo totalmente distinto. El mundo de lo digital es como más liviano, hay una buena onda.
—¿Qué le dice esta Sofi a la que cantaba de chiquita: “Sofi Jiménez”?
—Se puede. Se pudo y podés más. Mirá que bien. La chiquitita tenía razón de que era por acá...
Si sos víctima o conocés a alguien que sufra violencia de género podés llamar al 144 o escribir por WhatsApp al +5491127716463 para atención, contención y asesoramiento las 24 horas.
Mirá la entrevista completa a Jujuy Jiménez:
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