José Luis Tenaglia es de aquellos personajes que siempre estuvieron detrás del éxito. Durante su carrera como productor, fue parte de Jugate Conmigo y VideoMatch, pero lejos de disfrutar del brillo profesional, las adicciones lo llevaron conocer la mayor oscuridad. “La televisión fue mi refugio en esos momentos difíciles”, le reconoce a Teleshow, en esta charla en la que recuerda cómo la cocaína se convirtió en un infierno.
Durante su infancia en San Nicolás creció en una familia atravesada por la parálisis cerebral que sufrió su hermano, a quien considera “un guerrero”. Sus abuelos, junto a sus tíos, en ocasiones adoptaron el rol de tutores cuando sus padres debían viajar con su hermano para diversas operaciones. “Toda esa situación me convirtió en un nene vulnerable”, reflexiona Tenaglia, a la distancia. Como si fuera poco en la escuela primaria apareció la crueldad del bullying que lo marcó para siempre: “Si no eras un nene que jugaba a la pelota, hacía asado o jugabas al truco con tu papá, eras el gordito maricón”.
—¿El ataque iba a lo físico y a la sexualidad?
—A lo físico y a la sexualidad. Lo de gordo no me molestaba, a mí me molestaba la palabra maricón. Llegaba a la escuela y me decían: “¿Venís de danza, de yoga?”. En quinto grado me acuerdo que a mi señorita Coca fui llorando y le dije: “Yo no aguanto más que me digan maricón”. “Bueno, pegales una piña” (risas). Eso me mató más porque yo no entendía nada.
—Se ve que Coca tampoco entendía demasiado.
—Nunca obviamente le pegué a nadie.
—Y mientras vos pasabas ese sufrimiento en el colegio, ¿en casa qué pasaba?
—En casa estaba lo de mi hermano; vos imaginate para una madre, la lucha de mi vieja. Nada la vencía a mi mamá. Ha pasado curanderos, operaciones, todo. Vos lo ves a mi hermano hoy y está como está gracias a la fuerza de mi vieja.
—¿Cómo siguió la escuela?
—En la secundaria se tranquilizó, yo me puse de novio con una chica. Todo eso se tapó y se anestesió. Pero el dolor quedó.
—¿En ese momento alguien te dijo “vos podés ser lo que seas y te podés enamorar de quien quieras”?
—No. No se aclaraba. Tampoco había herramientas 30 años atrás.
Entre el cielo y el infierno
“Cuando arrancó Jugate Conmigo, cada vez que volvía de la escuela veía a Cris (Morena), aunque ya estaba grandecito: tendría 15 años. Ella tenía ese mensaje de ‘jugate´, ‘sos auténtico’ o ‘sos único’; entonces le escribí una carta y me la contestó. Incluso la leyó al aire”, recuerda José Luis sobre el momento que todavía tiene guardado en un viejo VHS.
—¿Qué le decías en la carta?
—Que gracias a su programa entendí que podía hacer lo que quería sin molestar a nadie. Le conté mis deseos y mis sueños. Sentí como un refugio el mensaje que daba. Y cuando la conocí nos dimos un abrazo fuerte. Cuando cumplí los 18 años me ofreció laburar en la producción del programa.
—¿Quedaste en contacto después de conocerla?
—Sí, porque fui a una prueba para el staff del año. Estaba por terminar la secundaria y fui al casting en el que estaban Romina (Yan), Carla (Méndez) y Luciano (Castro), pero no quedé. Cuando me largué a llorar, Cris se me acercó y me dijo que me quedara tranquilo, porque iba a laburar con ella. Yo amaba la tele y la magia que daba ese programa. A los 18 años empecé como productor en Jugate Conmigo, y al tiempo participé de la novela Life College como actor.
—¿Cómo reaccionaste a esa masividad que tenían los productos de Cris Morena?
—Tenía mis mambos cuando tenía que ir a grabar una escena. Me preocupaba mi cuerpo, la sexualidad o el qué dirán. Había cosas que no había resuelto. Ahí empecé a entender que tenía que resolver algo relacionado a la sexualidad. Si bien no le tenía que decir nada a nadie, sentía que había algo que estaba mal. En esa época se castigaba a la homosexualidad y yo no quería que se notara. Tenía deseos, pero no había concretado nada con nadie.
—¿Qué era lo que sentías?
—Quería que no me pasara eso, quería que ese deseo cambie o que no exista, pero estaba ahí.
—¿Cuándo entendiste que te podías enamorar de quien tuvieras ganas?
—Mi único amor fue dentro de ese mambo que tenía: apareció la cocaína para anestesiar eso que no quería que me pasara. Y para que me pase, lo tenía que anestesiar. Tenía que anestesiar la culpa. Fueron muchos años de mucho bardo en mi cabeza. Durante mucho tiempo escondí lo que me pasaba porque creía que estaba mal.
—¿Cómo llega la cocaína?
—Cuando terminó Jugate Conmigo empecé a laburar en VideoMatch, que fue el mejor momento laboral de mi vida. Arranqué con Pablo Granados, que es el tipo que más me enseñó de televisión. Hacíamos Deportes en el Recuerdo y era como armar una película semanal. Viajamos por el mundo con Pablo y Pachu haciendo notas, y en la producción también estaba Fede Hoppe. Pero externamente a esa experiencia hermosa que me estaba pasando, me enamoré y conocí la cocaína. Ahí se empezó a opacar todo.
—¿La cocaína vino de la mano de ese amor?
—No, en un asado con amigos. No tenía idea y aspiré, por eso digo siempre que no prueben porque te aniquila: a mí me mató. Sin hacer apología, en ese momento pensé que no estaba tan mal todo lo que me pasaba. Me sentí bárbaro, pero después viví un infierno. No pude dejarla, porque quería tener esa sensación todo el tiempo.
—¿El consumo se volvió complicado muy rápido?
—Sí, porque bloqueaba lo que yo sentía. Sentía que no era una persona correcta en este planeta. No quería que mis padres se enteraran que me gustaban los hombres, porque con lo de mi hermano ya tenían suficiente. Me sentía horrible. Después apareció alguien del que me enamoré, pero también perdí por la cocaína. No me la banqué.
—¿Eran fundados esos temores de cómo iban a reaccionar tus padres y tu familia o era una fantasía tuya?
—No, era una fantasía. Mi viejo se murió hace cinco meses y creo que fue la persona que yo más miedo le tenía y fue la persona que más me ayudó y me acompañó.
—¿Qué te hizo la droga?
—La cocaína empezó a meterse todos los días de mi vida. Ya no podía ir a laburar. Tenía desesperación por consumir. En 2010 no dejaba de pensar en dónde comprar o de dónde iba a sacar plata para no quedarme sin cocaína. Me fui a vivir con mis tíos a San Nicolás y les pedí ayuda. Mi tía me hacía leche con miel y todas esas cosas caseras para ayudarme. De la locura que tenía, me fui a una escuela de teatro, elegí a dos actores, agarré a un amigo que tenía una cámara y me fui a una funeraria. Hice un cortometraje de lo que sentía en ese momento, que eran las ganas de consumir hasta cuando estuviera dentro del cajón. Era tan oscuro que iba a pedir que me dejaran cocaína en el cajón.
—¿Se puede disfrutar de otras cosas de la vida cuando estás así?
—No. Realmente es un infierno. Sabía que no podía más y seguía. No podía dejarla. Sabía que la tenía que dejar, que mi vida se estaba acabando, que ya no tenía más plata de dónde sacar… Una vez arranqué un televisor de mi departamento para venderlo, pero mi vieja se paró en la puerta y me detuvo. Nunca robé, nada, pero sé que hay personas que sí.
—Porque no llegaste a esa necesidad.
—No llegué a esa necesidad pero he vendido ropa. A veces, cuando dicen “este hizo esto porque estaba drogado”, no. Hay que separar: el que se roba algo para conseguir falopa porque está enfermo es una cosa; después, el delincuente que se droga es otra. Entiendo a los que les afanan a los padres porque es desesperante. No sé cómo explicarte la sensación cuando se te termina y ya no tenés más y necesitas seguir consumiendo.
—¿Cuál fue tu peor momento de esa época?
—En el peor período no podía pasar un día sin consumir. De hecho, en 2009 tuve una sobredosis en mi departamento. Fue la primera vez que levanté el tubo para pedirle a mi mamá que me fuera a ver y pedir una ambulancia. Venía de seis días sin parar: no comía, ni tomaba agua. Cuando llegó mi vieja, ya estaba desmayado y me desperté en terapia intensiva de la clínica.
—¿Cómo reaccionaste cuando te despertaste en terapia intensiva? ¿Eras consciente de lo que te había pasado?
—Tuve una sobredosis. Me tuvieron que compensar. Estaba deshidratado. Después pasé a una habitación normal y al psiquiátrico directo. No podía volver a mi casa porque no tenía que seguir consumiendo.
—¿Estabas de acuerdo en ese momento con la internación psiquiátrica?
—Sí, porque más allá de la abstinencia, si volvía a mi casa y consumía me iba a dar un paro cardíaco. El psiquiátrico me estabilizó para empezar un tratamiento en la Comunidad Belén de Escobar, a la que le agradezco mucho. Ahí comenzó mi sanación con el apoyo de Ideas del Sur, que me dio una licencia. Es muy difícil ser un adicto, porque todos me querían ayudar, pero el problema era yo. En Ideas del Sur me re cuidaban.
—¿De dónde venía la droga?
—Venía desde lo sexual, no por la televisión. Yo no conocí a la droga por gente de la tevé, porque con todos los que laburé en ese momento nadie consumía.
—¿Tenías trato directo con Marcelo Tinelli también?
—Sí, pero de este tema nunca hablé con él. Imaginate que en la producción de Marcelo éramos muchos, pero él ha ayudado muchas veces a mi hermano. Es un ser de otro planeta. Ha sido muy generoso con mi familia.
—¿Cómo fue tu recuperación en San Nicolás?
—Fue un proceso lento. Pensaba que iba a ser como esa gente que fumaba cuatro atados por día y deja de un día para el otro, pero fue por etapas. Desaparecía y volvía. Quería dejar de drogarme, pero a veces no podía. No existe el consumo controlado, eso es un engaña pichanga de la cabeza. Tal vez exista el consumo social, porque hay personas que consumen de vez en cuando. Ahora no puedo tomar alcohol, ni fumar marihuana, porque me puede desatar el demonio.
—¿Siempre fue cocaína o aparecieron otras sustancias?
—Siempre cocaína. Fui y vine muchas veces hasta que empecé el tratamiento en la Fundación Gradiva. Estaba descreído de todo, pero tenía ganas de tener otra vida. A partir de ahí arranque a laburar con mi psicólogo la sexualidad.
—¿Seguías sin resolver ese conflicto interno?
—Sí. Me acuerdo que era un grupo de 40 personas y mi psicólogo me pidió que contara lo que me pasaba delante de todos. Tenía que contar todos mis mambos sin droga. Y cuando lo hice, todas las devoluciones de mis compañeros fueron muy agradables. Nadie me mató, ni me acuchilló. Sentí que no era tan grave. A mí se me había puesto en la cabeza que mis deseos sexuales estaban mal, que enamorarme de un hombre estaba mal, que estaba en contra del mundo... Hoy parece una locura.
—En 2014 ya estaba afianzado el matrimonio igualitario...
—Sí, creo que ya Flor De La V era conductora de La Pelu, pero yo seguía teniendo parejas a escondidas. Todavía sigo con mi psicólogo después de ocho o nueve años. Una vez tuve una recaída, que imagínate que una recaída es exitosísimo el tratamiento, después de pensar que hasta en el cajón de muerto iba a necesitar cocaína, me iba a despertar y no iba a tener cocaína.
—O sea que hasta muerto necesitabas la cocaína.
—Sí, exacto. Me enamoro de una persona que yo no sabía que consumía y consumía. Cuando le digo a mi psicólogo, me dice: “Alejate de ahí. Con esto sí no vamos a poder”. Yo soy de cáncer, me enamoro y me enamoro. Tuve una recaída y ahí sí me sentí frustradísimo porque dije: “Después de todo lo que remé me pasa esto”. Y me encerré en mi casa, en mi departamento, y ahí sí bajé los brazos.
—¿Qué quiere decir “bajar los brazos”?
—No comía. Ya ni quería drogarme. Me frustré. Ahí apareció mi viejo con una orden judicial para llevarme a la clínica. Fue antes de la pandemia, en 2019. Desde ese momento, estoy bien.
—¿Sigue costando?
—No, ya no. Pero es un laburo diario. Es una enfermedad traicionera, porque puede haber una recaída. Hay que cuidarse de ciertas cosas. No salgo de noche. Y cuando salgo, lo hago con gente que no consume. Agradezco que en todos los laburos que tengo estoy rodeado de gente sana, en Seres Libres con Gastón Pauls y con Nara Ferragut en Nara que ver. Me siento muy agradecido.
—Me comentabas que muchas veces te dijeron que te fueras de la tele porque pensaban que el problema estaba ahí.
—Sí. Hace 30 años que laburo en la tele y pasé por todos los programas súper exitosos, en donde me drogaba solo. El problema era mío. He viajado por el mundo con gente como Pablo y Pachu, y ellos disfrutaban de los viajes. Íbamos a Londres o a Roma y en el avión ya iba pensando en dónde podía conseguir droga. Ellos estaban en otra sintonía, iban a ver vidrieras o a comer, y como me llevaban, sin saberlo me iban rescatando. La tele fue mi refugio.
—¿Cuál fue tu momento más crítico?
—Cuando fui a hacer una película como productor a Santa Fe y me tuvo que ir a rescatar mi viejo al hotel, porque estuve cinco días encerrado. Fue horrible. Bajé del avión y nunca fui a la filmación. Le pedí a un remisero que me llevara a comprar droga y después me pasaron cosas feas. No quería dejar de hacerlo porque no quería pensar en la vida, en quién era yo. Era eso: no poder parar. Mi viejo entró al hotel y me sacó escondido en el asiento de atrás, porque estaba muy perseguido por no haber ido a la filmación.
—Y a pesar de todo, pudiste volver...
—Sí, fue re loco. Cuando se cumplieron los 30 años de ShowMatch, Fede Hoppe me llamó. Yo pensaba que nunca más me iban a convocar. Nos juntamos cuando el programa volvía al humor. Valoré mucho lo que hicieron, porque me tuvieron en cuenta. Dejaron en segundo plano al enfermo, al de la falopa y al que tenía esos problemas; priorizaron al José laburador, a éste que ves acá. Nunca me estigmatizaron.
—¿Qué tan difícil es salir de esa adicción?
—Muy difícil. No podía salir de la cocaína. Es eso. Muchos en plena pandemia murieron de sobredosis porque se encerraron a tomar. Es un infierno. Siempre digo que soy un adicto en recuperación.
—¿Qué opinas de la legalización?
—No es por ahí. La droga va a seguir existiendo porque es imposible luchar contra el narcotráfico. Eso va a seguir estando en la calle. Y es muy fácil conseguir cocaína, a veces es más fácil que conseguir un kiosco abierto a la noche para comprar cigarrillos. Entonces, creo que no se va a erradicar ¿Qué podemos solucionar con que se legalice? No sé si ayudaría.
—¿Cómo te estás llevando hoy con vos?
—Bien, así como me ves.
—¿Te amigaste?
—Sí. Mucho. Sí no, no me animaría a hablar de todo esto. Me siento tan bien ahora y quiero expresar que nadie tiene que ser preso de todas las cosas que yo fui preso porque es al pedo.
—¿Qué soñas? ¿De qué tenés ganas?
—Quiero tener mi comunidad terapéutica algún día.
—¿Ellos te salvaron?
—El tratamiento fue un 50%, y el otro 50% fueron mis viejos y mis vínculos, que fueron el trabajo y mis amigos. Si saco una de esas cosas no hubiera podido.
—Y fuiste vos.
—Sí, pero también cuando yo decía: “Basta, no quiero más, no quiero luchar más”, venía el empujón. Y sin ese empujón hubiera sido imposible.
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