Distinto. “Si terminaría a bordo de un cohete hacia la luna, rodando una película en cualquier parte del mundo o armando la vida perdido en algún campo, no podía asegurarlo. Pero desde que tengo memoria y sin un qué ni un cómo, supe que iría por lo distinto”, recuerda. Crecer traería algo más de certezas. Que escaparía a la suerte del “típico universitario”, fue una de ellas. Y que Aries ascendente le daría “el poder de concreción” que un “pisciano naturalmente soñador” necesita con urgencia, también. Porque así se etiqueta: “Un tipo que sueña. Un inconformista. Un explorador”. Convencido de que “la vida es búsqueda permanente” y consciente del “peligro” que significa dejar de buscar”, como señala. Así fue, desde el cobijo rural al “refugio de pares”, que resultaron las clases de teatro. Y el mismo “sentido de la aventura” que lo paseó por los más diversos sets de rodajes, hasta en Filipinas, lo dejó de regreso en el Honorable Concejo Deliberante de Tigre. Claro que no sería un trayecto sin peajes. El precio de un fuerte mandato paterno fue el quiebre de una autoestima que, según dice, logró sanar “con un largo trabajo personal, y a los 50″. Será en torno a todo ese tránsito que girará esta charla con Pedro Segundo Cernadas (51).
Pasó sus primeros ocho años de vida en Río Negro (donde nació), maravillado por “la hazaña” que sugería la decisión que sus padres habían tomado poco después de casarse. Jorge Cernadas y María Luro (72) ahí se instalaron en 1970: “Literalmente en medio de la nada, porque así era Viedma por entonces”, señala. “Y eso me parecía sumamente inspirador. Yo también quería ser protagonista de una proeza de ese tamaño”. Mientras, se conformó con arriar caballos, que no era un sueño menor y más tangible para el contexto. Así creció, entre tomates y manzanas en las plantaciones de la chacra familiar, criando a la oveja negra que recibió en un cumpleaños y asistiendo a clases de la escuela pública, “siempre y cuando no lloviera y aquel viejo Citroën sobreviviese a los embates del camino”, recuerda. “Fue una etapa de las más felices. Siento una fascinación tan particular por la naturaleza que hasta converso con los animales y me siento a gusto con la soledad de ese entorno, algo que hoy sigo necesitando porque me hace muy bien”. Y precisamente fue el donaire de resero que le valió un nombre.
La idealización del estilo campestre y esa nobleza gauchesca que descubría en los textos de Güiraldes le resultaba tan atractiva que, tal como cuenta, “no hablaba de otra cosa”. Fue así que sus amigos encontraron en Don Segundo Sombra (1926), la excusa más graciosa para apodarlo. Pronto, Pedro dejaría de ser Pedro más allá del ámbito íntimo. A principio de los 90, tiempos de sus primeros bolos televisivos y “por obra y magia” de Sáenz Valiente (representante de los más incisivos), llegó frente al escritorio de Alejandro Romay (1927-2015). “Aquí tiene a su próximo protagonista”, dijo el agente. A lo que el Zar de la televisión, levantando su mirada, respondió apuntando directo contra su nombre de pila: “Pedro es muy duro para el inicio de una carrera”. A él le pareció “rarísimo” tener que rebautizarse, pero no se opondría a las reglas en un momento clave. “Me preguntó: ´¿Qué tal Juan?´. A lo que le dije: ´No, Juan es mi hermano...´. ´¿Y qué se te ocurre?´, retrucó. ´Bueno, mis amigos me llaman Segundo´, respondí. Y quedó”, recuerda.
“Así me lanzó a mi primer mini papel en Por siempre, Mujercitas (Canal 9, 1995)”, cuenta. Pero el idea y vuelta de su identidad profesional no había terminado. Quince años más tarde, Quique Estevanéz (76), cansado –según él– de “un sobrenombre”, decretó que lo presentaría como Pedro Cernadas en los créditos de su próxima novela. Además, daría el remate con el mismísimo guión, porque Segundo fue Pedro Lorenzo Amador en el cast de Dulce amor (Telefe, 2012), “la ficción que con más cariño recuerdo”, resalta. “Pero no hubo caso. La gente no asimilaba el cambio”, revela. A finales de 2014, Cernadas irrumpió en la reunión que definiría su lanzamiento en el plano político con una propuesta concreta: “Volver a llamarme como cuando nací y dejar al actor a un lado”. La negativa fue aún mayor. En definitiva, no está nada mal seguir “homenajeando” las lecciones de su personaje literario favorito.
Así creció antes de emigrar a San Isidro (escala previa a su desembarco final en Tigre), donde vivió hasta sus 19 años. Este hermano mayor de Juan (empresario, 49) y de Martina (docente, 45), fue entretejiendo la captación de los deportes acuáticos con el encanto de ese arte que respiraba en casa. María, su mamá, “es cantante de folclore amateur y lo hace realmente muy bien”, elogia. Y su abuela, Luisa Hansen (95), celebró en 2019 la segunda edición de Mi vida y sus misterios (Dunken), el libro antecesor de otros como Cuando yo era campo (Dunken, 2006) o Los perros son negros (Dunken, 2007).
Pero la “desmedida exigencia” de su padre también fue parte pesada de ese entramado. “Papá era un personaje muy raro. Muy especial. Muy caótico”, dispara Segundo. “De esos tipos muy creativos que armaba cosas para después volarlas por los aires. La chacra, la empresa de aviones, con la que le fue pésimo, el Multigenerales en Tierra del Fuego... No paraba. Se cansaba rápido de todo y siempre quería algo nuevo”. Con los años, y tantos caminos, Jorge se divorció de María y formó otra familia. “Tengo cuatro hermanos más de su parte, a quienes casi ni conozco: Candelaria, Cumelén y Valentín, instalados en Chile, y Abril, que vive en Australia y a la que vi una sola vez en toda mi vida. Sí, una sola vez”, revela.
“No fue fácil. Nada fácil”, describe Cernadas la relación que mantuvo con su padre. “Él era muy duro e imaginó que yo iría a la escuela de Leyes o de Economía y que, por supuesto, terminaría trabajando para una multinacional. Hasta que un día, muy de golpe, le dije que dejaba la facultad (Ciencias Económicas en la UCA, tras su secundario en el Colegio San Juan el precursor) porque quería sería actor”, cuenta Segundo. “Entonces se le cruzaron los cables. ´¿Ah, sí? ¡¿De qué vas a vivir?!´, recriminó. Tal vez la preocupación de cualquier padre, pero en él era sumamente exagerada. Claro, no era el sueño que él había tenido respecto de mi futuro, de mi vida. Porque él era sumamente determinante: las cosas debían ser como él las soñaba. Y eso es un gran error. Tenés que soltar. Por más dificultoso que resulte, tenés que soltar... Ni siquiera existió debate o enfrentamiento. Directamente me dijo: ´Bueno, yo te banqué porque estudiabas. Ahora andáte y arréglate solo´. Se ve que el teatro no estaba dentro del esquema general de posibles ´estudios´”, ironiza.
“Y empecé a sentirme cómodo con la idea de irme. Al principio no fue fácil. Pero junté mis cosas y me fui de casa. Y te diría que hasta con cierto alivio. Sí, porque eso fue lo que sentí”, analiza sobre la falta de responsabilidad propia en la toma de una decisión que, en realidad, él tanto añoraba. “Que a los 19 alguien te diga ´Chau, hace lo que quieras´, despierta esa insolencia tan típica de la edad de creer que viviría a mi modo... ¿Qué podría pasarme?”, relata. “Hasta lograr resolver mi diaria a esa edad, de dónde sacaría para comer, me metí en un sucucho, en Belgrano, una especie de pensión muy rústica y, muy por demás compartida. Era terrible. Estuve más de 20 días durmiendo en ese lugar feo, muy feo. Pero entendiéndolo como el precio de liberar mis propios deseos, no me importaba demasiado. En cambio a mamá sí. Ella sufrió mucho por esa incertidumbre. Verla así, creo, fue el único mal recuerdo que me quedó de aquel tiempo”, cuenta.
María, quizás sin la posibilidad de cambiar el destino de su hijo, se ajustó al rol que tuvo más a mano. “Ella amaba con locura a su marido. Y como todo buena madre, ha sido una gran mediadora. Intentaba que las peleas fuesen leves, me cuidaba, me abrazaba, a la vez que evitaba un conflicto matrimonial”. Las memorias de su padre no dejarán de colarse entre los párrafos siguientes. Al parecer, las huellas han sido lo suficientemente profundas como para mezquinar las reflexiones.
“Yo encaré la actuación como una búsqueda, en plan de crecimiento personal”, recuerda. “Llegué a una clase por el dato que me pasó una amiga, y al entrar dije: ´¡Wow! ¿Qué es todo esto?´. Me encontré con personas distintas. Que hablaban distinto. Que creían en algo distinto. Y la conexión que sentí fue inmediata”, cuenta. Las lecciones en lo de Pablo Ponce y Raúl Serrano, entre otros maestros, pronto deberían convertirse en sustento. “El bohemio al que no querían bancar en casa no podía dedicarse a mirar las estrellas ni a perder mucho tiempo hablando de Hamlet. Así que ser actor, al principio, fue un trabajo a la fuerza. Pero resultó rapidísimo”, relata.
Montana rusa, otra vuelta (Canal 13, 1996) fue su primera chance en un protagónico coral y, según señala, también “una mala experiencia en lo personal”. Cernadas habla de “la dificultad que me insumió arrancar en este oficio y no por el medio, sino por mí mismo”. Cree que “los elencos televisivos de chicos, como los que solía armar Canal 13 o Cris Morena (66) en Telefe, son muy bravos. Es heavy la competencia que se desata a esas edades con las varas de la presión muy altas. Y a mí, ese tránsito se me hizo muy duro. No lo pasé bien”, revela. Más allá, y muy acá, de las exigencias, Segundo da por hecho que en su cabeza ha jugado fuerte aquel mandato paterno de “ser el mejor”. “Esa autoexigencia de siempre no me dejaba disfrutar de lo que estaba pasando”, asegura.
“Quizás el reto mayor fue ganarle a mi viejo. Debía demostrarle que no volvería a golpearle la puerta para morfar, como me había pronosticado. Me llevó años, tal vez hasta la tercera novela, lograr sentirme bien en mi trabajo”, cuenta Cernadas. Habla de la sobreexposición. De “las tantas miradas puestas en uno, de la evaluación y de las críticas para las que no estaba preparado siendo aún adolescente”. Porque “para bancársela en este camino hay que ser y estar muy seguro de uno mismo”. Y, dándose pequeños golpes en la sien, dice: “La exigencia de aquel mandato estaba todo el tiempo acá. Acá”.
Pero a esta altura de la soirée asegura haber aprendido de esa experiencia. “A los hijos hay que recordarles cuánto valen, cuánto los amamos y cuán orgullosos nos hacen sentir. Todo el tiempo”, indica. “¿Hay que retarlos? Por supuesto, porque es parte de la educación. Pero es elemental que se formen confiando en sí mismos, porque marcará la pauta de su futuro. Si un chico vive exigido, exigido, exigido... Y no dejás de pedirle cada vez más, porque todo eso que hace está mal y no deja conforme a papá, generás una presión que será muy difícil de quitarse de encima. Y eso sólo se logrará a los golpes, con mucho, mucho tiempo de trabajo personal. Quizás, a los 50″, remata suspicaz.
Restaurar su autoestima ha resultado un “duro proceso” para Segundo. “En cierto aspecto podría agradecer esa exigencia”, señala antes de citar un ejemplo. “A los 13 años me había obsesionado con un kayak. ¡Yo debía tener un kayak! Entonces mi viejo me puso a trabajar durante dos años para conseguirlo. Mi hizo podar, cortar el pasto, limpiar, inventaba cualquier tarea que me valiese ganar lo que quería. ¿Eso es educación? Sí, y está buenísimo. Pero al final del día me faltaba la palmada en la espalda. Papá no me abrazaba ni me decía ´estoy orgulloso de vos por lo que lograste´. Jamás. Y eso es realmente esencial”, destaca.
“Hice terapia, claro. Pero no sé si fue esa la solución. Creo que tuvo que ver con la vida misma”. Cernadas pondera la acción de quien fuera su primera mujer, y de la que hablaremos en un rato: “Una persona libre, creativa, que no dejó de alentarme, haciéndome creer que yo podía ser bueno en lo que me propusiera”. Jorge fue “un tipo de pocas palabras”, por lo que hacía remota cualquier iniciativa de diálogo y, mucho menos, de algún tipo de pedido de perdón. “Él demostraba cercanía, tal vez, invitándome a cenar, al zoológico con mi hijo o simplemente a caminar por ahí. Era fiel a esa crianza antigua, dura, parca, pero muy a su modo mostraba cierto cariño”, detalla. “Finalmente se sorprendió por ese hijo que no había estudiado en Harvard pero que había logrado convertirse en actor y vivir de eso”.
En 2016 fue encontrado muerto dentro de su propio auto en marcha y con signos de intoxicación por los gases del caño de escape. Las pericias determinaron “suicidio”. Disculpa mediante, Segundo no hablará públicamente sobre lo ocurrido por “consideración a la intimidad familiar”. Y pondrá un cierre a este episodio diciendo: “Seguramente hoy, mi viejo estaría orgulloso de lo que estoy haciendo, de todo lo que hemos conseguido en el camino de la política. Sé que, desde algún lugar, está viéndolo”.
La política se sentaba a la mesa de los Cernadas. Una temática que le ganaba al fútbol en la lista de debates. Jorge fue asesor de Horacio Massaccesi (74) durante su gobernación en Río Negro (1987-1995). Y María –acérrima radical por convicción y tradición familiar– siempre pregonó su fanatismo por el ex presidente Raúl Alfonsín (1927-2009). “En algún punto sería inevitable no apasionarme por eso”, dice Segundo. Y más allá de que la decisión de sumergirse en esas aguas también tuvo que ver con otra suerte de búsqueda cuando los caóticos 40 se acercaban (con la temible pregunta de “¿qué más hacer?”), asegura haber sentido la necesidad de imprimir huella.
Las colaboraciones altruistas que comenzaron con acciones solidarias intermitentes fueron convirtiéndose en serios compromisos por (y con) la inspiración de Alex Campbell, a quien conoció en una de esas citas. “No me interesaba ni el poder ni la plata, porque me ha ido muy bien”, explica el candidato a intendente de Tigre (JxC). “Yo entré en la política por una cuestión aspiracional, por la necesidad de sentir que servía para algo mayor. Y como buen optimista, ya me había cansado de escuchar, en juntas con amigos, la típica frase ´este país no da para más´. El éxito de Argentina es cuestión de tiempo y yo quiero ser parte de eso. Así me animé a la acción, para que el deseo de esa trasformación no que atada al deseo”.
Jura que nada de eso tuvo influencia de su madrina de bautismo, Patricia Bullrich (66), prima de su madre y “mujer de huevos enormes para hacer eso que se debe”, como definió alguna vez. Pero su relación es meramente familiar, de hecho, la presidente de Propuesta Republicana se enteró de la designación de Cernadas al frente del ANSES de la Agencia General Pacheco, en 2015, a través de los medios. Aunque reconoce una gran lección: “Patricia me enseñó a conducir en el campo. Era durísima, muy estricta. Y me retaba fuerte si hacía algo mal... Casi como ahora”, bromea.
Aún no está seguro de firmar su jubilación de la actuación y mucho menos después del último (e inesperado) coqueteo de principios de 2021. Netflix le ofreció un gran rol en la trama de una serie, pero la campaña política que se avecinaba y, sobre todo, el nacimiento de su hija mayor, desestimaron cualquier posibilidad sin dejar rincón para el arrepentimiento. No obstante admite que a veces extraña. “Sí. Extraño a mis compañeros y, mucho más, a la irresponsabilidad”, revela. “En este lugar, que ocupo ahora, por lo general me ahoga el desafío. Un desafío hermoso, pero enorme. Y aquí no existen retomas. Nadie grita: ´¡Corten! Vamos de vuelta´. Una equivocación tiene consecuencias graves”, dice.
“Para ser intendente, gobernador, presidente o cualquier otra apuesta política, hay que tener en claro que el gran reto es no equivocarse”, subraya. Desde esta realidad y a ocho años de haberse desprendido de Ignacio Acevedo, su último rol en la ficción para Esa mujer (TV Pública), junto a Andrea del Boca (57), Segundo reflexiona respecto de si la actuación ha sido, realmente, una vocación genuina. Y no tiene duda alguna. “Fue búsqueda, fue escape, fue aventura y finalmente una pasión que duró 20 años ininterrumpidos”, dice.
Han sido siete los ciclos televisivos que protagonizó en Argentina antes de la crisis del 2001 que, por supuesto, impactó de lleno en la industria del entretenimiento. “La mayoría de mis compañeros se tomaron un año sabático para reacomodarse, para pensar en una película, para escribir un guion... ¡Para mí, eso era pecado mortal!”, sentencia. Otra vez el mandato paterno indicaba que debía trabajar sin descanso. “Dedicarme a la espera de un próximo proyecto era un lujo que no podía permitirme. No te olvides que ya me había excedido demasiado decidiendo ser actor”, ironiza.
Fue en ese contexto, de un país en llamas, que se dijo: “A ver... ¿adónde vamos?”. Desfundó su teléfono y apuntó hacia Latinoamérica. “Sí. Me mandé. Llegaba a cada ciudad pensando: ´¡Vamos, a remarla otra vez!´. Porque todo era un recomenzar. Afuera, donde los argentinos resultan por lo menos insoportables, no vale eso de: ´Mirá que en mi país yo hice varias novelas, eh...´. A nadie le importa y mucho menos si hablás usando el ´vos´”. En síntesis, supo abrir la racha en cuestión de siete meses. Cernadas protagonizó Todo sobre Camila (2002, Perú-Venezuela) y de ahí en más, la internacionalidad se sucedió con Bésame tonto (2003, Perú), Pasión morena (2009, México), Bella Calamidades (2009-2010, Colombia), El fantasma de Elena (2010, Estados Unidos), y Ana Cristina (2011, Perú).
Pero cita la mayor de sus aventuras en 2004, y a 17.500 kilómetros. La propuesta había llegado desde Filipinas. Un pispeo al vuelo por los libros clavó más incertidumbre: “Tal vez esa no sería una gran experiencia actoral, pero... ¿cómo negarme?”. Al llegar, dos guardaespaldas lo escoltaron desde el Aeropuerto Ninoy Aquino, y durante las 24 horas, hasta su regreso a Buenos Aires, cinco meses después. Segundo había desembarcado en Manila con muy pocas certezas: Encarnaría a Fernando, Príncipe Aragón de Montenegro, y enamoraría a Rosella, interpretada por la estrella nativa Iza Calzado (40), después de un largo naufragio desde algún lugar de España. Sólo se necesitaba una orilla. Y hacia ahí fue.
El equipo de Te amo, maging sino ka man (Te amo, quien quiera que seas) –así se llamaba la telenovela– se instaló en un pueblo de pescadores de la isla Corregidor, en la ciudad de Cavite. “Todo fue una locura. No podía salir sin avisar y cuando lo hacía, nos seguían hileras de motos. La primera vez pregunté: ´¿Quién viene, el Papa o algún presidente?´. No podía creerlo. El despliegue que montaban con los actores extranjero era nivel Hollywood”, relata. “La atención fue desmedida, pero aunque al quinto día se aburrieron de hablar en inglés, que a propósito es malísimo, y me dejaron pagando con el tagalo (idioma local). ¡Y a sobrevivir a pura señas!”, remata con gracia.
Durante dos meses, en Cavite, Segundo convivió con su novia, la actriz peruana Gianella Neyra (45), con quien compartiría, luego, un matrimonio de siete años y la paternidad de Salvador (14). “Pero un día, ella debió volver a Buenos Aires (para protagonizar Culpable de este amor, Telefe, 2004). Y antes de irse me advirtió: ´Cuidado, no estamos solos. Hay una energía muy especial en esta casa. No dejes de poner dos vasos de agua debajo de la cama´. La verdad es que, como ella siempre ha sido muy esotérica, desestimé su consejo y de ahí en más, viví situaciones aterradoras que empeoraban noche a noche”, anticipa.
“Una mañana, Gianella me llamó y me dijo: ´A que ves dos personas peleándose´. Sí. Era exactamente lo que se aparecía sobre mi cama: las figuras difusas de un hombre y de una mujer que discutían entre ellos”, revela. “Pero eso no era todo. Empecé a notar movimientos de objetos y presencias claras como la de las típicas escenas de película. De repente, estaba bañándome y sentía que detrás de la cortina de la ducha había alguien. Yo no creía en esas cosas, pero me pasaban y necesitaba resolverlo”, cuenta. “La situación fue complicándose al punto en el que ya era imposible dormir. ¡No dormía! Pasaba la madrugada rezando porque realmente tenía mucho miedo. A todo esto, la empleada que trabajaba en casa había dejado de venir. Cuando reclamé al equipo, todos se reían. Y finalmente se sinceraron: la chica no volvería porque había visto mumus (fantasmas). La cosa ya estaba picante”, relata.
Los directivos de la productora tomaron cartas y le ofrecieron a Cernadas dos alternativas para hacer posible su estadía hasta el final del contrato. “Me dijeron: ´Te cambiamos de casa o te la llenamos de gente´. Me daba tanta fiaca una mudanza que elegí la segunda. Todos los cuartos fueron ocupados por compañeros de elenco y esa actividad paranormal pareció tranquilizarse”, recuerda. “Cuestión, trajeron a una señora especialista en limpiezas de ese tipo. Después de hacer todo su ritual me explicó: ´Aquí hay dos elementos, uno masculino y uno femenino, que los vieron a vos y a tu novia en tal lugar y los siguieron hasta aquí´”, cuenta. “¿Vos lo crees?”, me pregunta. “A mí aún hoy me cuesta, pero juro que lo viví”.
Su aparición en el relato será pertinente a esta charla sobre lecciones. Es entonces que Segundo hablará sobre lo que le enseñó el amor con Gianella. Doce años después, subraya gratitud. “Más allá de los conflictos que hemos surcado en su momento, tengo mucho que agradecerle. Ella siempre ha sido muy madura, muy serena, muy sabia respecto del ser humano, como si hubiese vivido varias vidas antes que esta. Su compañía fue crucial. Me ayudó y me contuvo increíblemente para superar mis problemas con papá”, cuenta.
A ella se refería cuando, en párrafos anteriores, señaló la reconstrucción de esa fe en sí mismo. Pero un día de 2011 se plantearon “honestidad total” y coincidieron en que estar necesitando “cosas distintas” los había desenamorado. “Pudieron haber sido varios los motivos, pero debiendo resumir, creo que la decisión tuvo que ver con que para mí sí era muy importante la mesa familiar”, explica. “Y Gianella sentía que podíamos seguir juntos aún si cada uno vivía y trabajaba en países distintos, viajando para reunirnos de vez en cuando. No me parecía. Eso de ´me voy a hacer una serie, nos vemos a la vuelta´ puede resultar una vez. Pero dos, tres, cuatro... Eso genera desgaste e inevitablemente nos lleva a sentirnos solos. Hoy, pasado el tiempo, puedo asumir que, fundamentalmente, esa fue la raíz de nuestra separación que para mí, ha sido el momento más difícil que me tocó vivir”, asegura.
Dice que el “ingrediente” que profundizó aún más el dolor que disparó “esa sensación de fracaso”, tan típica de la ruptura de un “sueño”, fue su hijo. “¿Dónde viviría? ¿En Lima? ¿En Buenos Aires? Esa incertidumbre se convirtió en mi bomba atómica, justamente en una edad (los 40) en la que yo estaba cuestionándome la vida: ´Llegué hasta aquí... ¿Esto es lo que esperaba? ¿Ahora qué quiero? ¿Hacia dónde voy?´. Y en ese contexto, divorcio, mudanza, distancia, era un combo muy duro de atajar. Fueron varias idas y vueltas a Perú, con la angustia de regresar al sitio que había significado tanto. Pero hemos sobrevivido”, describe.
Hoy, la lejanía no es difícil de llevar y tampoco la adolescencia, “porque Salvador es un tipo buenazo, que ama a sus padres y no trae grandes problemas”, asegura. Y el vínculo entre los dos es “muy franco”, con base en el respeto de las elecciones. “Hablamos cada dos o tres días, porque a esa edad prefieren mensajear. Y a diferencia de los tiempos en los que aún era chiquito y le decía ´te saqué un pasaje para tal día´, ahora mi hijo decide cuándo visitarme y eso está muy bien”, relata. No, no se le parece. “A mí me ves un domingo en el jardín podando plantitas durante horas. A él en un shopping, entre juegos electrónicos de los que no entiendo nada”, cuenta. Salvador es rapero. “No sólo canta lo que escribe sino que además hace campeonatos (batallas de freestyle). El chiste cuando viene es: ´Poné música, Salva... (Y cunado pone algo) No, dale, música te dije´. ¡Viste que esos pibes hablan, no cantan!”, dispara con gracia. “Yo lo comparto entre amigos: ´Che, a mi hijo está pasándole esto...´. Y me dicen: ´Tranquilo, a los nuestros también´. ¡Bueno, entonces parece que es algo normal”, bromea.
No había pasado tanto desde la separación (al menos como para que un cuarentón bien parecido extrañase los vaivenes el amor) cuando Segundo pidió auxilio sobre el diván. “Le dije a mi psicóloga: ´Quiero conseguir una novia ya para formar un familia de inmediato´. Me miró desconcertada, sugiriendo: ´¿Pero qué te pasa? ¡Disfrutá la soltería!´. Y enseguida preguntó si estaba seguro de ese planteo tan inusual en casos como el mío”, recuerda. “Yo quería encontrar a esa mujer a la que amar, que me amase y con quien poder formar una familia. Finalmente, lo logré y fue lo más feliz que he hecho en la vida”.
Habla de la abogada sanjuanina Sofía Bravo (37), hoy concejal de Tigre, y su compañera desde hace 11 años (cinco como matrimonio). Ya cuando la vio en aquel bar en el que se conocieron (y codeó a sus amigos diciendo “¿Ustedes están viendo a esa mujer?”) intuyó conexión. Ella le contó que había pasado gran parte de su vida en Rusia, “y entonces supe que, de ahí en más, las charlas iban a ser divertidas”, cuenta.
Sofía es nieta de Leopoldo Bravo, quien fuera senador nacional y embajador en la Unión Soviética, además de tres veces gobernador de la provincia de San Juan, e hija de Leopoldo Alfredo Bravo, también diputado nacional. “Sofía es bella. Pero su mejor atributo, lo más lindo que puedo citar, es su energía”, define. “Es positiva por naturaleza. Es tan alegre que la vida misma es un gran plan para ella. Y despertar con alguien así hace que el día ya esté buenísimo sin siquiera haber salido de casa”, elogia. “Mi mujer es muy creyente, por lo que tiene ese don de saber ser apoyo en los mejores y en los peores momentos. Frente a lo malo da vuelta la página. ´No, no, no... Nadie va a caerse por eso que pasa´, dice y, seguramente, todo va a estar bien”.
Tenía prisa. “Sofía me decía: `¡Pará, pará... Que hay tiempo!´. Pero estaba más ansioso que ella por tener otro hijo”, cuenta. “Yo quería esa imagen que durante toda mi infancia había sido mi favorita: la familia entera en una cama viendo una película”. Recomenzó el ciclo de la paternidad a los 47. Isabel nació en diciembre de 2019 y Jacinta, en abril de 2021. “Estoy convencido de que uno es mejor padre a los 50 que a los 30″, afirma. “Y mis hijas recibieron uno que al fin admite estar relajado, con auto-permiso de disfrute y extrema conciencia de que nada, pero nada en el mundo, será más importante que ese bebé que tenés en frente. Ellas me devolvieron el don del redescubrir, la capacidad de asombro. Y ese es el secreto de todo”.
La charla culmina en torno de los “escapes”. De esos instantes de “reconexión necesaria” que también nos definen y, sobre todo, “nos protegen”. A fin de cuentas, de todo eso que Segundo entiende por espiritualidad, mucho más allá de la fe. “Cuando uno se mete a participar en política no debes necesitarla”, asegura Cernadas. “Si tu vida es solamente la política y tu objetivo es ser sólo un político exitoso, me parece que la errás. No es por ahí. Uno tiene que tener su otro trabajo, sus salidas, sus deportes, o tan sólo el ocio con afectos... A veces se puede más y otras se complica. Pero yo reservo ese tiempo para mí y para esa familia que tantos sueños me costó construir. Lo establezco en mi esquema y me obligo a utilizarlo”, relata. A los intentos de meditación, suma las rutinas de gimnasia y, claro, “mi escape más grande: el río”. Practica kayak, windsurf, kitesurf ,”y todo eso que me proponga el agua”, apunta. “Ya no tengo Viedma, ya no tengo el río Negro, pero tengo el Delta. Y me pierdo entre sus islas, detenidas en el tiempo, y entonces todo se me hace un viaje hacia otro planeta”.
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