Durante su breve pero intensa carrera mediática, Ricardo Fort tuvo a siete jefes de prensa distintos. Pero fue Natalia Román quien más tiempo permaneció a su lado, debido a la relación de amistad que llegaron a concretar. De esta forma, la periodista logró convertirse en una de las personas que mejor conoció a El Comandante.
Su ciclo junto al artista experimentó los vaivenes propios que conlleva la convivencia con una estrella. Natalia recuerda que cumplía extensas jornadas laborales, que podían alcanzar las 20 horas. Pero, ¿cómo era en la intimidad Ricardo? ¿Sufría las presiones vinculadas a los mandatos sociales? ¿Cuál era su vínculo con las adicciones? ¿Había excesos en su vida? Aquí, una conversación profunda y sin temores en la que se desclasifican los archivos ocultos de un personaje que hizo historia.
—¿Cómo llegás a la vida de Ricardo Fort?
—Me lo presentaron en el pasillo de ShowMatch en 2010. Ese mismo día me invitó a cenar a su casa y justo se había peleado con Virginia Gallardo: todavía no me tenía confianza y en cuanto cruzó la puerta se puso a llorar. Era así de transparente y confiado. Ahí ideó “Una novia para Fort”, el reality dentro del reality.
—¿Empezaste a trabajar con él inmediatamente?
—Mis primeras tareas fueron con ese micro reality de ShowMatch. Cuando Ricardo eligió a la chica, me dijo que necesitaba que la convirtiera en “una chica Fort”. Tenía que ser rubia, exuberante y saber hablar en cámara.
—¿Era Érika Mitdank?
—Exacto. Igualmente duró poco, porque al tiempo conoció a Claudia (Ciardone), aunque Érika siguió a su lado. Después me pidió que replicara lo que hice con Érika con Celeste Muriega, que era como su gran protegida, y era donde él ponía todas las fichas para que fuera una estrella.
—Que polémico esto de querer transformarlas. ¿Por qué Ricardo quería tener y presentar a estas novias?
—En la autobiografía escribió cuando no era famoso se refirió a otras novias, pero llegó un momento en el que se descubrió homosexual. Cuando estaba por abrir una discoteca que se llamaba The Probe, dejó una frase interesante: “Ahora me respetarán como empresario a pesar de ser gay”. Entendió que iba a tener la trascendencia que estaba buscando, porque le gustaba ese personaje del hombre exuberante en el auto caro con la rubia linda al lado. Creo que lo hizo porque pensaba que no iba a ser aceptado de otra manera. En ese momento fue bastante hostigado para que dijera que era gay y un montón de gente salió a sacarlo del closet. Hoy eso no podría pasar.
—¿Él amó a sus novias?
—A Virginia sí, pero no sé lo que pasaba puertas adentro; eso lo puede responder ella. Pero a Ricardo lo conocí llorando por su pelea con Virginia. A Érika la adoraba. Se encargaba de cuidarlas.
—¿Había acuerdos económicos?
—No. Se hablaba de contratos, pero eso no existía. Las mujeres sabían perfectamente dónde estaban paradas, porque él planteaba todo de entrada. No es que aparecían de golpe un martes 13. En algunos casos sirvió para impulsarse a la fama o porque les servía el juego mediático.
—Había un acuerdo.
—Sí, pero no económico. No es que las chicas recibieran un sueldo mensual por ser su novia. En algunos casos trabajaban en el teatro y tenían tarjetas de crédito, pero tenían que estar de punta en blanco todo el día: ellas tenían que estar con las uñas hechas, moverse por todos lados en auto, usaban relojes caros, celulares... Él las quería de determinada manera.
—¿Cuánto le pesaban a Ricardo los mandatos sociales?
—Había fotos de su familia con las parejas de él. O sea: la familia sabía perfectamente que Ricardo era gay. Creo que él le tenía miedo al ojo del público argentino.
—¿Sintió mucha libertad cuando se instaló en Miami?
—Sí. Hay algo que está demonizado en la idea de que a él lo exilia la familia, pero no es real. En una de sus primeras entrevistas, que le dio a Jaime Bayly, dijo que se lo planteó a su familia porque quería hacer carrera. Y su familia lo auspició. No es que lo exiliaron por ser gay. En su autobiografía también habla de esos comienzos, donde quiere ser cantante y destaca que le molestó bajarse del escenario para pensar qué responderle a la prensa ante ese asedio. Por eso había decidido dar un paso al costado. Hubo un momento en el que no quiso eso para él. ¿Qué cambió? Me quedé con la incógnita, porque no lo cuenta. Pero en algún momento rechazó la fama.
—¿Cómo fue el proceso cuando Ricardo decidió ser papá? ¿Cómo reaccionó su padre?
—Él le pidió ayuda económica a su familia. Discutió con su papá por la forma. Fue una conversación que terminó en un “Bueno, decime dónde tengo que depositar”, y cortó. Pero los chicos fueron esperados por todos.
—¿Cómo era su vínculo con el dinero?
—Tenía una filosofía que decía que al dinero había que hacerlo circular, había que gastarlo. Los que están en metafísica también tienen esa postura, aunque deben recibirlo; pero Ricardo solamente lo hacía irse (risas). Él montaba producciones enormes: rompió el mercado en lo teatral porque pagaba otros sueldos y montaba escenografías carísimas. Quería mostrarle al público lo que veía cuando se iba al exterior.
—¿Por qué lo hacía? ¿Quería ser famoso y querido? ¿Había alguna relación con su ego?
—Sí. Si bien en algún momento sufrió a la prensa, cuando cantaba sentía esa adrenalina. Le gustaba recibir el cariño del público y que le pidieran fotos. Alguna vez me ha comentado el vacío que sentía cuando se bajaba del escenario.
—Durante sus primeras entrevistas en Argentina se mostró como un personaje colorido, tuvo una construcción cultural que se consumió mucho televisivamente, pero se estableció el mito de que le hacía regalos a los entrevistadores y productores. ¿Era así?
—No. Ricardo era igual frente a las cámara y su casa. La única diferencia era que se sacaba los anillos, porque le pesaban. Él era un personaje en sí mismo, no había que tocarle nada. Entonces, un productor, que era Guido Gurfinka, le propuso hacer un reality, porque Ricardo ya quería ser famoso. Tenía a su jefe de prensa, comentó que era el heredero de Felfort y salió la primera nota. Después se lo presentaron a Sebastián Méndez, que era productor de Infama, y empezaron a hacer notas y grabar sus salidas. Encajó todo para construir el fenómeno.
—¿Nunca compró espacios para aparecer en los medios?
—En algún momento sí, pero fue en sus primeras cinco notas. Ahí se dieron cuenta de que tenía vuelo propio. Nunca más pagó, ni hizo regalos. Es decir, los regalos que hacía eran por su generosidad, sin esperar ningún espacio. Él llegó porque cuando aparecía, estallaba el rating.
—¿Eran originales los Rolex que regalaba?
—Sí, sí.
—¿Qué fue lo más importante que te regaló a vos?
—Dos perfumes que me trajo de un viaje y el iPhone que usaba para trabajar con él, porque en ese momento tenía tres teléfonos.
—¿Pagaba bien, era generoso?
—Sí, pagaba bien. Pero había que dejar la vida ahí. Sabías a qué hora entrabas, pero nunca sabías a qué hora salías. Era suya. Ricardo no dormía y tenía los tres teléfonos porque a él no le podía dar jamás ocupado.
—¿Cómo viviste por dentro la pelea con Flavio Mendoza?
—Ricardo estaba absolutamente cancelado en todos los canales. Podía ir de vez en cuando al programa de Lucho (Avilés) en Magazine. Ahí lanzó todo, porque fue el primer streamer, el primer youtuber, el primer influencer... Lanzó Fort TV, que al principio lo criticaban, pero él lo hacía porque pensaba que era el futuro.
—¿Gustavo Martínez fue el gran amor en la vida de Ricardo?
—Sí, era familia. Era la persona más importante de su vida. Después de que dejaron de ser pareja, siguieron como familia. Los chicos llegaron con Gustavo y él también los crio. Se transformó en un sueño conjunto. De hecho, escribieron juntos una carta a la subrogante explicándole para que aceptara. Desde que se conocieron, nunca más se separaron. Han tenido períodos de peleas como cualquiera, pero Gustavo siempre fue parte de su vida. Después apareció otro chico que Ricardo tildó como la relación más pasional, pero creo que Gustavo fue su gran amor.
—¿Cómo era Ricardo como papá?
—Con Marta discutían de igual a igual. La chiquita de siete años le discutía al padre como si tuviese 20 y Ricardo se quedaba duro. Era una pulguita que le decía las cosas como si nada. Muy divertida. Felipe, en cambio, era más de los consejos y Ricardo lo escuchaba como si fuera un adulto también. Él los protegía, pero los trataba como adultos. Los protegía tanto, que en los lugares donde estábamos nosotros, los chicos no estaban, y donde estaban los chicos, éramos muy poquitos los que podíamos pasar. Ricardo tenía tantas cosas que el tiempo físico era menos del que le hubiese gustado. Igualmente, los chicos estaban absolutamente contenidos. Tenían dos niñeras que los acompañaban siempre. Una de ellas sigue al día de hoy…
—Te referís a Marisa.
—Sí. Para Ricardo la figura materna de esos chicos era ella. Estaba Gustavo también, pero siempre tenían como cuatro o cinco custodios. Los protegía como si fueran de cristal. No los dejaba ir a dormir a la casa de los amigos. Marta cuando era chiquita se ahogó y él la salvó. “No te das una idea lo que se siente que se te esté yendo tu propia hija en las manos”, decía. Por algún motivo Ricardo nunca quiso contar ese lado humano. Una vez, por ejemplo, se le acercó un chico que estaba en silla de ruedas y le preguntó qué le había pasado. Cuando le contó que había recibido un disparo, sin que el pibe le pidiera nada Ricardo le dijo que lo iba a ayudar para que volviera a caminar. Se encargó de investigar y lo puso en contacto con los médicos y lo llevaron a China para hacer el tratamiento. Eso no lo publicaba en ningún lado.
—¿Le cortaron alguna vez la tarjeta a Ricardo Fort?
—Millones de veces, pero se lo merecía. No había forma de pararlo. El problema de Ricardo no era que gastaba su plata y la de su fábrica, sino que iba con 25 personas y todos comparaban a la par de Ricardo. En algún momento la familia quería cuidar el patrimonio.
—¿Lo usaron mucho?
—Hubo mucha gente que no, que lo quiso genuinamente, pero hubo mucha gente que lo usó mucho. Tuvo al lado gente muy buena y muy mala.
—¿Y él podía diferenciar?
—En algunos casos sí, pero esas personas le servían.
—¿Cómo era como jefe? ¿Te trataba bien?
—Sí. Le hicieron mucha fama de maltratador, pero yo nunca me sentí maltratada. Discutíamos de igual a igual. Si a mí me levantaba la voz, yo se la levantaba. Si me decía algo que no me gustaba, le respondía igual. Creo que ese fue el secreto para durar tantos años a su lado.
—¿Qué lo hacía feliz?
—Era muy cortoplacista. Lo que le daba felicidad en un momento, dejaba de hacerlo feliz a la media hora. Creo que lo hacía feliz que hablaran de él. Lo hacía feliz el público. Las veces que más extasiado lo vi fue cuando se bajaba de un teatro lleno.
—¿Y qué lo ponía triste?
—Todo; era muy sensible. Cuando queríamos avivarlo de lo que estaba pasando alrededor de él y le decíamos que tal persona le estaba haciendo daño, en ese momento se ponía del lado de esa persona. Pero después se quedaba pensando y capaz mandaba un mensaje y te decía: “¿Cómo puede ser que no me quieran por lo que soy?”. Se ponía a llorar fácil, todo le llegaba.
—¿Cumplió su sueño?
—Su sueño era Argentina. En un momento empecé en conversaciones con el London Times, porque le querían hacer una nota, mientras que en Japón querían hacer un reality para mostrar la vida de cuatro grandes empresarios latinoamericanos. Pero como estábamos empezando a preproducir Fort Night Show, él prefería ir a Infama. “¿Vos entendés la seriedad y la escala a la cual llegarías si hacemos esto?”, le pregunté. Y su respuesta fue simple: “No me importa, mi lugar es Argentina”.
—¿Se analizaba Ricardo?
—En algún momento sí. Una vez fue a un psicólogo que le dijo lo que él no quería escuchar y su respuesta fue: “Mirá, ¿sabés qué? Me analizo mejor yo solo”. Y desde ese día decía que se autoanalizaba. Él buscaba el cariño y reconocimiento del público, no le importaba otra cosa… Por eso, cuando lo cancelaron se deprimió mucho.
—¿Hasta qué punto fue esa depresión?
—Coincidió con la operación en la espalda y estuvo internado mucho tiempo. Se encerró en la casa y estuvo casi un mes casi sin salir.
—¿Tenía la fantasía de que iba a morir joven?
—Sí. Cuando era bastante más joven vio a una bruja que le dijo que iba a ser muy famoso de la noche a la mañana, y cinco años más tarde iba a morir. Y fue así. Su pico de fama fue en 2010 pero comenzó a tener trascendencia entre 2008 y 2009, y murió en 2013.
—Él se exigió por demás, ¿no?
—Él no solo se exigió por demás, él era muy mal paciente. Tuvo como ocho cirugías de rodilla en un año y los tiempos de reposo no le daban para empezar con los ensayos para la última obra, que fue Fort con caviar en Mar del Plata. Se operó y se subió al escenario sin hacer el reposo necesario. Incluso en una de las cirugías pidió que no lo durmieran para hacer una Twitcam mostrando la operación.
—¿Cómo era Ricardo con los excesos?
—Tenía exceso al trabajo, pero ni al alcohol, ni a las drogas. O sea: sé que las hizo de joven, pero desde que lo conocí y llegaron los chicos no se volvió a drogar.
—En algún momento aparecieron los analgésicos...
—Sí, eso sí. Igualmente, hay cosas que hay que desmentir. Es verdad que tomaba 100 miligramos diarios de morfina, pero eran pastillas. Cuando escucho que dicen que tiraba el gotero de morfina al champagne y nadie le decía nada... Yo sé que al champagne le tiraba edulcorante. Tal vez fue un malentendido, porque Ricardo también era un gran estratega. Sabía perfectamente qué decía y a quién se lo decía y por qué. Capaz que fue alguna exageración de él mismo…
—¿Te sorprendió su muerte?
—Más o menos. No me sorprendió, pero no me la esperaba. Lamentablemente en ese momento ya no trabajaba con él, pero seguíamos siendo amigos. Tres años al lado de Ricardo fueron como 25 al lado de cualquiera. Ya estábamos desgastados. Me tocó tener que dar la confirmación. Ese día me llamaron a las seis de la mañana, justo era un feriado, y me consultaron si era verdad la muerte de Ricardo. Yo pensaba que lo estaban matando en Twitter, como siempre. Al comienzo lo negué, pero me insistieron en que de adentro de La Trinidad salió esa información. Como habíamos discutido fuerte, pensé que me estaban haciendo todo eso para que vaya y me arregle con él. De todos modos, algo me hizo ruido. Cuando fui a La Trinidad me resultó extraño que estaba sellada por todos lados. La gente de seguridad tenía cara de pánico. Me acerqué a la recepcionista y le dije que iba a tal habitación, que era en la que él estaba siempre. Ahí se le transformó la cara. “No podés pasar”, me informó. Yo iba constantemente y estaba autorizada, entonces empecé a levantar la voz y desde el ascensor me escuchó el custodio, que me pidió que fuera con él. Le pedí que me lo desmienta, pero me dijo: “Sí, es verdad”. Cuando subo a la sala de espera de terapia intensiva me llamaron de un diario para que les confirmara el fallecimiento de Ricardo Fort. No pude. Insistieron y me dijeron que si no se lo confirmaba yo, iban a llamar a Marta, la madre. Fui clara: “Si vos le das un disgusto a una señora de 80 años sobre una mentira, te voy a hacer responsable de lo que sea que a esa señora le pase. Así que dame 15 minutos que acabo de llegar a La Trinidad y si esto es cierto te lo confirmo”. Cuando me acerqué a Gustavo y Eduardo (Fort) me di cuenta de que era cierto. Después llamamos a Marta y ahí es cuando el periodista tuvo su primicia. Recién ahí pude confirmar que Ricardo había muerto.
—Fue impactante todo lo que pasó ese día...
—Fueron unas cuantas horas, como Ricardo hubiese querido. No me acuerdo ni cuántos autos éramos en la caravana. Iban los chicos en el Rolls Royce y las cámaras de tevé les golpeaban las ventanas; eso fue terrible. Durante el recorrido hasta Pilar, a medida que íbamos pasando los puentes, la gente lo despedía con carteles y le tiraban flores.
—¿Estaría contento Ricardo con la imagen que quedó de él?
—Sí. Se habló de él durante 10 años y se va a seguir hablando. Porque más allá del documental que se hizo, que era uno de sus sueños, también hay gente tanteando para hacer una película y una serie.
—¿Cómo lo recordás vos?
—Lo extraño un montón. Me encantaría que estuviese acá, porque trabajar con él fue algo que no se parece a nada. En un mes vivías lo que vivías con cualquier otra persona en cinco años. No te podías aburrir nunca, porque te tenías que manejar todo el día de un lado para el otro con rubros absolutamente inverosímiles.
—¿Cuántas operaciones estéticas se hizo?
—Muchísimas menos de las que se dicen. Se exagera mucho. Mienten con un montón de cosas.
—¿Se operó para ser más alto?
—No (risas). Hay un montón de cirugías que se dicen que no son ciertas. De hecho, cuando murió tenía panza. De haber tenido esa plancha de abdominales de la que todos hablaban hubiese tenido los abdominales marcados. Cuando falleció tenía la cara caída. Entonces, eso de las prótesis no era cierto. Capaz se dio alguna inyección que después quiso dejar de inyectarse botox, porque decía que él necesitaba la expresión para actuar. Sí tenía la nariz y la boca operadas.
—Fue un personaje del que seguro vamos a seguir hablando.
—Sí. El Comandante, un apodo que bien ganado lo tuvo.
Mirá la entrevista completa