Hijo del productor Carlos Rottemberg y la actriz Linda Peretz, Tomás Rottemberg siempre supo que lo suyo sería el teatro. De todas las posibilidades, eligió el detrás de escena, lo administrativo y empresarial, tan fundamental también para el hecho artístico.
Con el legado de su padre, el joven empresario va trazando su propio camino y cuenta que, “a pesar de las diferencias generacionales”, la empresa familiar encontró la fórmula entre lo clásico y lo moderno. Éxitos, fracasos y la escena actual en Argentina.
—¿Te llevás mejor con el productor o con el programador?
—Con los dos. Hay que encontrar el punto justo para poder hacer las dos cosas y estar a veces de un lado y del otro de la mesa, y entender que el teatro es un todo. El laburo del programador tiene sus problemáticas, como así también el de productor. De todas maneras son muy lindas las dos.
—¿En qué situación estaba tu papá con el teatro cuando naciste?
—Era productor y programador de salas, las dos cosas. Tenía sala propia. En ese momento, mis primeros recuerdos son en el teatro Ateneo; ya no es más de la empresa. Luego el teatro Corrientes de Mar del Plata. Son los dos lugares donde nací de alguna forma. Son parte de mi infancia.
—¿Para vos, de chico, el juego en el teatro cuál era?
—Cuando era chico correteaba y molestaba un poquito a todos. Después sí, a los 15 fue mi primera oportunidad de trabajar como boletero en el teatro Corrientes de Mar del Plata, durante un verano. Recuerdo querer ya acercarme de alguna manera, ver dónde empezaba a meter la nariz. Pero siempre del lado más empresarial y no el artístico. Agradezco que mis viejos me hayan dado el lugar para poder tomar la decisión, y es un privilegio hacer lo que a uno le gusta.
—¿El vínculo con la empresa arrancó cuando terminaste el colegio?
—Sí. A los 18 años tenía la oportunidad de ir a una universidad tiempo completo y trabajar en el teatro, y fui por ese lado. Hoy tengo 37; ya son unos buenos años que estoy en el rubro. Es verdad que durante los últimos años, y sobre todo con el rol de producción, que empezó bastante después que el rol de administración y programación, hubo un despliegue diferente en cuanto a mi carrera.
—¿Cómo es trabajar junto con tu papá?
—Muy placentero. Tenemos una brecha generacional natural y lógica, pero el compartir ciertos valores y el ABC de lo que queremos y hacia dónde vamos me parece que logra una comunión. En la relación con mi padre, que sigue activo, trabajando, hubo que encontrar las funciones de cada uno, qué rol ocupa cada uno dentro de la empresa, y hubo un pasaje de información natural. Aunque es lógico que tengamos nuestras diferencias, compartimos muchas más cosas de las que disentimos.
—¿Cómo quedaron distribuidos los roles?
—Mi padre de alguna manera tiene un rol un poco más institucional; hoy también es una figura del teatro a nivel general. Entonces hay un rol de consultor/consejero no solo para mí, porque siento que no soy el único que lo hace. Y no lo consulto como padre sino como socio, como colega de esta profesión y como una persona con mucha experiencia. Sí es verdad que en el día a día, el hacia dónde vamos o cómo vemos la empresa de aquí a 20 años, eso lo sigo un poquito más yo.
—¿Cuál fue tu primera obra como productor?
—Hice una prueba, que no muchos conocen, de La Flaca Escopeta, un espectáculo que mi madre protagonizó durante muchísimos años y en 2006 hicimos un ciclo de vacaciones de invierno, Flaca Escopeta clásica. Fue mi primera vez como proveedor de contenidos de las salas y en una producción con una puesta diferente, en que pude sentir un poquito qué es esto de la producción.
—¿Cuántas salas tienen actualmente?
—Hoy son seis edificios teatrales con las multisalas adentro, donde en realidad son 16 salas; 14 manejamos nosotros.
—¿Hay que tenerlas siempre ocupadas con espectáculos?
—Idealmente. Después, hay diferentes modos de ver estratégicamente cada una de las salas. Por ejemplo, el teatro Liceo de la Ciudad de Buenos Aires, donde preferimos ver qué producto hay, y si no hace falta, no se abre. No es que no tenga necesidades propias la sala, que obviamente las tiene, sino que preferimos elegir el proyecto justo para lo que sentimos que es un lugar diferente en la empresa, por lo que representa sobre todo culturalmente el Liceo como teatro antiguo privado de América Latina en funcionamiento.
—¿Cuál fue la obra o el proyecto que más dolores de cabeza te dio?
—No hubo alguno puntual. Trabajamos con personas, cada uno tiene su propia problemática, y entendemos también que las relaciones personales y el escuchar es parte de nuestro trabajo. Son dolores de cabeza a los que sabemos cómo enfrentar, en todo caso.
—¿Cuál es el mayor disparate o divismo que te ha pedido una figura?
—A veces, el tema de pedidos de catering por ahí un poco extravagantes. Cosas que seguramente no hace en la casa. Pero en líneas generales, más allá de tomarlo como chiste esto, la gran mayoría de las personas con las que trabajamos son trabajadores reales del espectáculo y están tirando para el mismo lado, se calzan la mochila del laburo. Son muy pocos los casos en que no, lo cual habla de una buena comunidad teatral.
—¿Hay gente con la que prefieras no trabajar?
—Sí, seguramente. Por nada puntual, eh; sensaciones de cada uno o experiencias. Somos una comunidad bastante de chica la del teatro, nos conocemos todos. Entonces si no es por experiencia propia es porque escucho a un colega en cuyo criterio confío que me cuenta algo. De la misma manera que hay muy buenas recomendaciones en muchos casos.
—¿El empresario de sala con quién negocia, con el productor?
—Sí, por lo general con un productor, o nos dan un libro con los derechos ya comprados, con un proyecto ya armado y cerrado a ver si queremos programar o no. El trabajo del programador, más allá de una coordinación general de una sala, es ser un poco curadores de qué queremos presentar en las salas; hacia dónde queremos ir como imagen, como marca, comercialmente.
—¿Cuándo te das cuenta que una obra funciona o no?
—Se puede sentir, se puede oler algo. El día que abre la boletería termina siendo mágico, para bien o para mal. Hay algunos casos donde a priori puede haber cierto interés, pero cuando lo que se ve arriba del escenario no es bueno se entiende que ese interés va a ir mermando con las semanas. Y al contrario, cuando hay un interés medio pero lo que se ve arriba del escenario es muy explosivo, o de mucha calidad, se percibe que se puede entrar en una curva ascendente de afluencia de público. El problema es cuando no hay a priori cierto interés y el espectáculo es muy malo.
—Como empresa, ¿cuántos éxitos al año necesitás?
—Hay que ver hasta dónde está medida la palabra éxito. La propia empresa tiene necesidades, las salas sobre todo y las producciones propias también, necesidades que deben cubrirse, y por esa propia necesidad hay que tener una línea de flotación donde hay ciertos espectáculos que tienen que poder alimentar a varios fracasos, que seguramente y por probabilidad también va a haber en el año. Es imposible meter todos éxitos y es raro que sean todos fracasos. Hoy hay muchas más opciones también, y el público, esto es una apreciación personal, cambió mucho en el sentido que somos más exigentes y tenemos mucha oferta para elegir.
—También pasa que economicamente no podés ir a ver cinco obras.
—Seguro. Aparte porque vivimos en Argentina, donde los ciclos a veces acompañan y a veces no. Pero el público sigue eligiendo el teatro, eso es importante. A mí me parece que hay una saturación de opciones para decirlo de alguna manera, culturales/ocio/entretenimiento, donde todo se mezcla un poquito. No está buena esa mezcla, cada cosa debería estar más encasillada en su lugar. Pero es verdad que la torta es la misma y el dinero que uno tiene es el mismo, y trata de ver cómo dividirlo. Veo una saturación en obras de teatro, en series, en películas; hay mucho y somos más exigentes.
—¿Los influencers que la rompen en redes, cortan entradas en el teatro también?
—Sí, muchos sí. Nosotros no hacemos casi ese tipo de teatro, quizás nos basamos en un teatro un poquito más tradicional o de la vieja escuela, pero es verdad que hay muchísimos casos de espectáculos de influencers o youtubers que funcionan muy bien y tienen su público.
—¿Cómo viene el 2023?
—Muy bien, muy entusiasmado. Estamos trabajando en Matilda para junio en el teatro Gran Rex como una apuesta fuerte. Es un espectáculo que viene a marcar la cancha en cuanto a lo que va a ser el año.
—¿Hay algún proyecto más del que pueda saber?
—Tenemos un estreno que no anunciamos todavía: la vuelta de Soledad Villamil al teatro después de muchos años. Estrenamos en mayo una obra que se llama Para mí, para vos, de autor americano, con Boy Olmi, Laura Oliva, Paula Ransenberg, Ailín Zaninovich y Tupac (Larriera).
—¿ART sigue?
—Por lo menos un tiempo más va a seguir. Tom, Dick & Harry, la comedia que dirige Nicolás Cabré, que protagonizan Mariano Martínez, Bicho Gómez, Yayo Guridi, María Valenzuela, Gabriela Sari, Jorge Noya y Mercedes Oviedo, es uno de los que sigue durante el año, que arrancó muy bien, el público por suerte lo está eligiendo mucho. Y estamos con Perdidamente también en Mar del Plata.
—¿Qué te enseñó tu papá?
—Valores. Mi padre y mi madre, de los dos lados, me legaron un tema de valores y ética profesional, sin dudas.
—¿Es difícil ser empresario cultural en la Argentina?
—Como en todos los rubros. No somos diferentes para nada, cada industria tiene sus problemas. Pero lo importante es que el público argentino es teatrero. Nuestra industria se alimenta de público netamente nacional, más allá de un pequeño porcentaje de países limítrofes y de habla hispana que se acercan al teatro. Y eso es un pilar del teatro argentino, que creemos imperdible. Ojalá que así lo sea.
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