El cambio de vida de Tomás Dente: “Siento las presencias de Jesús y de Dios todo el tiempo”

El conductor de La Tarde del Nueve muestra su faceta más íntima. Su decisión de redireccionar su carrera lejos de los chimentos, la religión como método tranquilizador, la relación con su hermano Fernando y un fanatismo inexplicable por Roxette

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Tomás Dente: "Siento la presencia de Jesús y de Dios todo el tiempo en mi vida"

Carismático, sensible, profesional y muy querido en el ambiente: los rasgos principales de Tomás Dente se reconocen a simple vista. Es una de las figuras de la pantalla chica, pero decidió cambiar su perfil para sentirse en un rol más a gusto. “Hay un momento en la vida en el que uno se replantea cuál es su norte”, asegura el periodista en diálogo con Teleshow.

La pandemia marcó un antes y un después en su carrera. Tomás reconoce que hubo un renacimiento introspectivo que le permite afrontar sus días con otra madurez. Atrás dejó sus inquietudes del pasado relacionadas a los conflictos familiares y se permite soñar en grande en su nuevo desafío como conductor en La tarde del Nueve, junto a Pía Slapka. Su pasión por Roxette, la presencia de Dios en su rutina diaria y el rezo constante como recurso tranquilizador son otros factores que complementan al hombre que le cerró la puerta a los chimentos para afrontar un género mucho más inclusivo.

—¿Cómo fue que decidiste dejar el espectáculo para apostar por otros géneros del periodismo?

—Fue en 2019, antes de la pandemia. Venía procesándolo, haciendo como una suerte de digestión. Pensaba que no era lo mío. Me empezaba a generar dolores de cabeza, mucha incomodidad... Estaba muy hastiado de hablar de los demás. Es un género maravilloso que muestra mucho laburo, porque hay gente que se arremanga y deja la vida. Incluso es mucho más complejo que otros géneros porque hay cierta sutileza que tenés que manejar, porque estás metiéndote en la cama de una persona que no conocés, sin su consentimiento. No se trata de calentar una silla en un panel y hablar de los demás.

—Estás describiendo al periodista que lo hace profesionalmente, pero también está el que se sienta a hablar.

—Sí, y es funcional. Después se tienen que disculpar. Son diligentes. Son personajes televisivos. Pero un periodista es distinto. Aquellos que tenemos una formación periodística intentamos honrar día a día nuestro laburo y no salirnos de lo que es el bagaje teórico.

—¿Pero lo que a vos te pasó era algo personal que venías transitando por dentro o hubo algún detonante?

—Fue un proceso gradual que fue creciendo. A medida que iban pasando los años, me sentía infeliz. Inclusive tuve varias somatizaciones y ataques de pánico. Estuve mal, triste y preocupado…

—¿Estuviste deprimido?

—Sí. Me cuesta hablar de mí delante de cámara. Siento que cuando uno abre la puerta, después es muy difícil cerrarla. Por eso intento ser muy comedido cuando proporciono algún dato sobre mi vida privada. Pero sí, estuve mal. Me parece que también está bueno esto de mostrarse vulnerable en algún punto.

—Y normalizar ciertas cuestiones...

—Sí. También venimos de una sociedad un poco patriarcal, en la cual no está bien visto que un tipo muestre sus emociones a pesar de que nos estamos deconstruyendo. Con el tiempo entendí que está bueno contar que algo me hacía mal, que no me generaba nada positivo y que me angustiaba. Por momentos no podía dormir, tenía insomnio y malestar. Estaba siempre contrariado y de malhumor. Era una versión de un Tomás que desconocía y no quería conectar. Y la pandemia propició esa decisión que terminé tomando posteriormente para abrirme por completo del género del espectáculo, aún a sabiendas que tal vez me estaba tirando a una pileta sin agua. La gente me tenía catalogado dentro de ese género y era relativamente funcional: hacía las cosas bien, había encontrado un personaje simpático con los audios (de los famosos) y esa devolución que tenía al aire, lograba la palabra de todo el mundo. Haberme bajado de ese tren fue un gran desafío y gracias a Dios se empezaron a abrir otras puertas. Creo que en este presente tengo un buen cimiento a base de mucho trabajo.

Tomás Dente: “Estaba hastiado de hablar de la vida de los demás, me hacía infeliz, tuve ataques de pánico"

—¿Cuál fue el momento más feliz de tu vida?

—Muchos. Tuve una infancia muy linda en familia, con mamá, papá y mis nonos. Tuve mis dilemas existenciales en la adolescencia como cualquier persona, pero tengo una linda vida. Soy muy agradecido. Todas las noches le agradezco a Dios todo lo que me da y lo que no me da, porque aprendo mucho más de lo que no tengo. Y todas las mañanas también agradezco tener salud. Somos afortunados. Nadie me regaló nada, pero me desgañitaba durante toda la vida trabajando y como soy muy fiel a mis convicciones, siempre que me propuse algo, con la ayuda de Dios, lo logré.

—¿Y momentos tristes?

—La muerte de mis papás. Ellos murieron muy jóvenes y fue un punto de inflexión. Sobre todo la muerte de mamá. Murió en mis brazos mirándome a los ojos. De repente tenía una persona viva y a los cinco segundos, nada: sus ojos estaban completamente inertes. Es difícil de explicar en palabras qué se siente. Fue mi primer contacto cara a cara con la parca. Años después falleció mi papá. No sé si fueron momentos tristes, pero fueron momentos de mucho cambio. Fue como una suerte de epifanía, porque empezás a ver las cosas con más claridad. Hay una quita de velo interesante y se resignifican muchas cosas.

—¿Pudiste resolver el conflicto que tenías con ese papá que de chico fue violento y tuvo problemas con el alcohol?

—Hay muchas cosas que trascendieron que no fueron tan así, pero sí: fue una relación difícil, de mucha fricción y mucho aprendizaje. Cuando la vida te pone en el camino personas que están en las antípodas de quién sos y son diametralmente opuestos, lo que podés tomar de ese vínculo puede llegar a ser súper nutritivo, maravilloso y de mucha evolución. Hoy miro retrospectivamente y me doy cuenta de que ambos hicieron lo mejor que pudieron con lo que tuvieron. Me siento muy agradecido, porque en algún punto soy lo que soy gracias a la construcción de la crianza y los valores que ellos me transmitieron.

—Tu hermano, Fernando Dente, contó públicamente que vivió en una casa con mucha violencia...

—Sí. Lo que pasa es que Fer nació más de 10 años después. Si bien compartimos los mismos papás y los mismos hermanos, la familia era totalmente distinta. Cuando yo nací, mi familia tenía una dinámica y una identidad que era muy distinta a la que se crió Fer.

—¿Por qué fue tan distinta?

—Fue circunstancial. El hecho de que compartamos padres, hermanos y la misma casa fue parte de una circunstancia. Las familias eran totalmente distintas. Las personas evolucionamos, los vínculos cambian, y las familias también se van modificando conforme el tiempo va pasando. Por ende, tal vez la concepción y la perspectiva que Fernando pueda tener de la familia no sea necesariamente la que yo haya tenido. Y con esto no estoy deslegitimando lo que él haya contado. Él es libre y decidió por motu proprio abrir su corazón y contar lo que vivió.

—¿Cómo comenzó tu acercamiento a la Iglesia?

—Siempre fui muy creyente. Me lo inculcaron de chiquito. Vengo de una familia italiana en la que hubo una liturgia eclesiástica. Mi mamá fue madre catequista. Mis nonos eran súper católicos. Y yo adquirí todo eso. En la adolescencia me alejé un poco por la rebeldía inherente de esa edad.

—¿Solo alejarte o enojarte también? Porque hay algunos conceptos de la Iglesia Católica que atrasan...

—No solo atrasan, sino que son improcedentes. No es una cuestión de anacronismo, son improcedentes y no están buenos. Pero hay que entender que son instituciones conformadas por hombres y tienen sus dogmas con sus doctrinas.

—¿Por eso hubo un alejamiento y no un enojo?

—Exacto, nunca un enojo. Creo que después de la muerte de mis padres empecé a concebir a la vida y a la muerte desde otro lugar. Siento la presencia de Jesús y de Dios todo el tiempo en mi vida. Y siempre fue así. Lo que pasa es que ahora, con el auge de las redes, uno empieza a contar y mostrar un poco más esa faceta de la vida privada.

—¿Siempre fuiste a misa? ¿Rezabas todas las noches?

—Sí. No soy tanto de ir a misa, aunque después de la pandemia empecé a ir un poquito más. Trato de ir cuando me dan los tiempos. Pero sí, rezo el rosario de forma constante. Siempre agradezco y trato de no pedir mucho, porque creo que Dios sabe lo que necesito antes que yo. A veces pasan 15 o 20 días que no voy a misa, pero trato de ir. Es un recinto que a mí me hace bien y cada vez que voy, salgo renovado.

—¿Con qué conectás?

—Conecto con el amor de Dios, con todo lo que me da y todo lo que me ha quitado. Conecto mucho con la gratitud y con el perdón. Creo que a las personas les cuesta perdonar. A mí me cuesta cuando alguien me lastima. Los seres humanos venimos al mundo a aprender a perdonar, que es lo más difícil. Dicen que perdonar es divino y Dios nos perdona todo. Entonces, si Dios nos perdona todo, ¿desde qué lugar nosotros no vamos a perdonarle?

—¿Te lastimaron mucho?

—Sí, aunque hay personas que han tenido vidas mucho más hostiles, con mucha violencia. He sufrido y he quedado lacerado muchas veces por vínculos y me cuesta perdonar. No soy un tipo rencoroso, no me quedo con remordimiento bajo ningún punto de vista, pero me cuesta dar segundas posibilidades en todos mis vínculos y relaciones. La deslealtad es algo que es difícil de perdonar. Intento ser muy caritativo y dadivoso. Me encanta que la otra persona se sienta cómoda. Inclusive que brille más que yo. En ese sentido no soy un tipo competitivo desde el aspecto personal como laboral.

Tomás Dente: "Tuve una relación de mucha fricción con mi papá"

—¿Cuánto tiempo le dedicás al rezo?

—Cuando puedo rezo el rosario. Lo que pasa es que cada día es un misterio distinto. Cuando estoy muy cansado, a la noche es un Ave María y un Padre Nuestro, pero cuando no estoy agotado, es media horita. Me hace bien, me reconforta. Son experiencias muy personales e intransferibles. Para mí es un placebo. Cada uno deifica un ente distinto. Hay gente que es escéptica, otra que es agnóstica, impía... Cada uno encuentra su sentido de la vida. Los seres humanos estamos en forma constante buscándole un sentido en lo cotidiano y a veces no se lo encontramos. Cada uno toma un camino y todo es legítimo. A mí me hace bien esto pero jamás intentaría imponerle a alguien lo que pienso sobre mi religión o mis creencias.

—¿Podés identificar que hay cuestiones que son obsoletas?

—Sí, claramente. Pasa en todas las religiones, porque la religión muchas veces suele ser coercitiva. Te inhibe o te restringe; pero nos tranquiliza. Básicamente porque el gran misterio de nuestra fe, es qué pasa después de la muerte. Si bien bíblicamente hay una respuesta muy clara, para aquellos que profesamos la religión católica Jesús es el camino. El que cree en Jesús tiene un pasaporte garantizado a la vida eterna. No existe la muerte. Así, la teoría está buenísima, pero en el día a día uno se plantea un montón de dilemas.

—Me encantaría sentir esa Fe, debe ser muy tranquilizador.

—Yo le perdí el miedo a la muerte. Por momentos fantaseo con el día en el que me toque. Espero que sea dentro de un contexto de mucha felicidad, de mucho acompañamiento, y cuando me tenga que ir, ojalá sea sin dejar asignaturas pendientes y habiendo hecho las cosas bien. Cuando no esté espero que la gente no diga qué gran profesional, qué eximio conductor o qué carismático; con que digan que buen pibe para mí es suficiente.

—¿En esa fantasía, te imaginas rodeado por tus seres queridos?

—Ojalá. Tanto la muerte como el nacimiento es un proceso que uno afronta solito. Venimos solos al mundo y nos vamos solos. Es una transición que va a suceder estando solitos con nuestra propia alma. Espero estar lo suficientemente limpio como para no arrepentirme tanto, porque creo mucho en el purgatorio. Creo que hay un estadio previo a la ascensión en el que nos encontramos cara a cara con nuestra historia. Con lo que hemos hecho o cuánto daño le hemos hecho a los demás. Ojalá que esa carga no sea tan fuerte, porque también he lastimado. Soy un ser humano y me he mandado un montón de macanas.

—¿Te confesás?

—No. De hecho el sacerdote de la iglesia siempre me pide que me vaya a confesar. Me cuesta, pero hablo mucho con Dios. Le pido perdón, porque soy muy consciente de las macanas que me mando. Trabajo todos los días para mandarme la menor cantidad de macanas posibles. Ya tengo 40 años y no tengo satisfacción más grande que la de acostarme todas las noches y valorar lo que tengo. A nivel material no tengo mucho, pero lo poquito que tengo me lo gané en buena ley sin joder a nadie. No hay fortuna que pueda llegar a equiparar lo que siento todas las noches a sabiendas de que estoy haciendo las cosas conforme a los valores que me inculcaron.

Tomás Dente: "Dios hizo el mundo en 6 días y el séptimo escucho Roxette"

Fuera de la ley (primera)

Descendiente de italianos, con tres hermanos y tres sobrinos, Tomás disfruta de su familia. Aunque advierte que tiene momentos fabulosos de encuentros con su círculo íntimo y algunos desencuentros, como el que lleva hace un tiempo con Fernando. Se analiza y entiende que si como periodista tuviera una conversación consigo mismo se taladraría a preguntas para terminar de comprender el vínculo que cosechó con su hermano. Según su mirada, nunca supo vislumbrar cuál fue el conflicto que los mantiene separados.

—¿Qué fue lo que pasó entre ustedes?

—Somos muy distintos. Esencialmente diferentes.

—¿Cuándo se produjo el distanciamiento?

—Antes de la muerte de mis padres. Son construcciones a lo largo del tiempo. Intento ser muy respetuoso de los tiempos que él me impone y de los tiempos que me impongo yo. A esta edad no quiero forzar ningún vínculo con nadie que no me haga bien. Eso no significa que yo no lo quiera. Siento mucho amor por mis hermanos y la verdad es que a mí se me llena el pecho de orgullo cuando veo todo lo que está logrando, porque es un tipo que se ganó las cosas a base de talento.

—A pesar de las diferencias, siempre hablás muy bien de él...

—Creo que su talento es parte de una circunstancia; y le valoro mucho el esfuerzo. El pibe deja la vida en lo que hace. Siente pasión. Y con eso se nace. Es algo que le incentivamos desde que era chiquito: conectarse con las pasiones y no andar impasible por la vida. Que las cosas no le den lo mismo.

—¿Te sentiste traicionado cuando contó que no era hijo de tu papá, sino del cura de la familia?

—Del cura de la familia, que también se llamaba Fernando. No sentí traición, pero me hubiese encantado que nos avisara. Sobre todo a mí, que soy un tipo que labura en los medios. Simplemente: “Chicos miren, voy a abrir mi corazón, necesito contar esto. Sepan que van a quedar todos espolvoreados”. Fue como un baldazo de agua fría; pero también entiendo que tiene que ver con la poca comunicación que tenemos. Tal vez no le dio como para levantar el teléfono y llamarnos. Lo entiendo. Nunca condenaría a un hermano. Todos nos mandamos un montón de mocos.

—¿Era una historia que ya sabías?

—Sí, y nunca la hubiese contado. Pasa por una cuestión generacional. Soy de la generación en la que nos cuesta más abrirnos. Los que tenemos más de 40 no somos tan aficionados de las redes y no estamos tan acostumbrados a este ejercicio o a esta mecánica de estar abriendo nuestro corazón en forma constante. Fer pertenece a otra generación. Lo respeto y lo entiendo, pero no lo comparto. Yo nunca lo hubiese hecho, y por eso no soy ni más ni menos hipócrita. Simplemente elijo con quién hablar mis cosas más íntimas. Mi elección es completamente distinta a la elección que tuvo él. No lo condeno. Ni me enojo, ni me siento traicionado, ni defraudado; pero me hubiese gustado que nos avisara.

Tomás Dente en su cama
Tomás Dente en su cama con la imagen de Jesus y de Roxette

—¿Qué le preguntaría el Tomás entrevistador al Tomás entrevistado?

—De dónde sacó tamaño fanatismo por Roxette (risas).

—¿Y de dónde lo sacó? Parece un misterio universal...

—Es universal. Creo que debe ser algo generacional. De hecho mi Instagram es tomroxdente. Igualmente, hay mucho fanático de Roxette. Está lleno. Es una banda que dejó un raudal de fanáticos en el mundo. Es una banda icónica de los 80 y los 90. Es como Gran Hermano: no podías escapar de Roxette. Lo gracioso es que los he entrevistado y saben de mi fanatismo. No sé si me habré quedado anclado. Mi psicóloga me decía que me había quedado un poquito anclado en la adolescencia en ese aspecto, porque sentía ese ahínco que tienen los adolescentes por un ídolo. Los amo.

—¿Había posters en tu habitación de la adolescencia?

—Todavía hay posters en mi casa (risas). Lo tengo arriba de mi cama. Cuando duermo tengo la cara de Marie Fredriksson) y de Per (Gessle) arriba. Y al lado, el crucifijo. Siempre digo que Dios creó el mundo en seis días, y en el séptimo se puso a escuchar Roxette.

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