Quién es el hombre detrás de Alfa: de revender a 10 mil dólares una entrada para el mundial, a su negativa a lanzarse en la política

Tuvo una infancia “mágica”. Trabajó con Mario Pergolini promocionando tiempos compartidos. Y mientras soñaba con el automovilismo, estudiaba teatro por terapia. Hoy, disfruta de la fama y de sus seguidores, como el Kun Agüero. Aunque desde siempre, fue “el que hacía el show”

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¿Quién es Alfa?

Con el pañuelo en su cabeza que lo caracteriza, la barba candado, un fuerte temperamento y el cuerpo corpulento, memoria de sus días en el gimnasio, Alfa se convirtió en uno de los personajes más populares de la última edición de Gran Hermano. Una especie de Hulk Hogan argentino que a los 61 años se transformó en un verdadero rockstar de la televisión.

Walter Santiago -tal su verdadero nombre- todavía no logra comprender el fenómeno mediático en el que se convirtió. Vive su rutina fuera de la casa más famosa del país como “una locura”, porque nunca imaginó la repercusión que iba a tener su participación en el reality show que cautivó al público de la pantalla chica. En diálogo con Teleshow, sostiene que su objetivo inicial era llevar un mensaje para su generación, y que en ocasiones se limita a buscar nuevos desafíos debido a los estereotipos que impone la sociedad. “Mucha gente cree que llegar a los 50 es un límite, cumplir los 60 es otro límite. Pero mientras tenga pilas y ganas voy a hacer lo que se me cante”, avisa.

¿Quién es el controvertido personaje que se esconde detrás de esa máscara? ¿Cuál es su verdadera historia? Un recorrido por la vida del hombre que se emociona cuando repasa su pasado y recuerda sus sueños más profundos, en una conversación sin filtros.

—Comencemos por el principio: ¿quién es Alfa?

—Y... Eso lo tendrán que decir los que me conocen. Pero creo que soy el mismo que tomaba clases de teatro con Georgina Barbarossa para hacer una especie de terapia. No lo hacía para hacer actor, sino que sacaba muchas cosas de adentro. De chiquito, desde que tengo uso de razón, lo único que quería era tener un auto; y mi papá me lo hacía con la arena cuando íbamos a la playa. Yo llegaba, me metía en ese auto y me quedaba todo el día ahí mirando al mar. Creo que en el fondo soy el mismo.

—¿Cómo fue esa infancia?

—Mágica. Mis viejos y mi hermano eran divinos. Nos divertíamos. Teníamos vacaciones y nos íbamos a Mar del Plata, porque mi viejo la amaba. Decía que era la ciudad donde se iba a despedir de la vida. Nos pasábamos todo el verano allá. Era mágico. Tuve unos viejos increíbles que siempre nos cuidaron y nos dieron todo. Soy un tocado por la varita con la vida que tuve.

—¿Cuáles eran tus sueños en ese momento?

—Tener un auto y correr una carrera de autos.

—¿Querías ser piloto profesional en el automovilismo?

—Quería correr. Cuando era chiquito me sentaba en el living de mi casa, prendía el combinado y escuchaba las carreras de los domingos a la mañana. Mi sueño era subirme a un auto de carreras. Fue algo que me transmitió mi papá, que era muy fierrero. En cambio, a mi hermano le gustaba el fútbol.

Alfa: “Mi primer trabajo fue con Mario Pergolini vendiendo tiempos compartidos"

—¿A qué se dedicaban tus padres?

—Mi papá era viajante de comercio en la Patagonia. Ahí lo conoce todo el mundo. Después logró crecer, pero siempre estuvo ligado a los artículos del hogar. Era loco por las amistades: le encantaba tener siempre la casa llena de gente. A veces pienso en él y me emociono. Creo que heredé esa parte de él. Y mi mamá era la ama de casa que cuidaba a los chicos, hacía la comida, preparaba los útiles y te ayudaba con los deberes.

—¿De adolescente les diste muchos dolores de cabeza?

—Sí, era terrible. En el colegio, por ejemplo, era el número uno en calificaciones, pero en conducta era el peor. En quinto año el rector llamó a mi mamá y cuando faltaban 20 días para que terminaran las clases le dijo que quería que no vaya más. Le aseguró que me iba a poner el presente todos los días para que no quedara libre, pero que no fuera. Hicieron ese trato y recién aparecí en la fiesta de egresados. Mi mamá me cubría todo. Incluso cuando fui preso a los 17 años.

—¿Por qué te detuvieron?

—Por estar en una disco con mi prima y dos amigos míos. Llegó la policía y nos llevó a todos en un colectivo a la Comisaría 23 de Santa Fe y Gurruchaga. Mi papá me quería matar.

—Pero por lo que contás, no habías hecho nada...

—No, ni siquiera estábamos tomando alcohol. Estábamos tomando jugo de frutilla. Y mi mamá me cubría en todo, porque era su preferido.

—¿Cuál fue tu primer trabajo?

—Fue con Mario Pergolini vendiendo tiempos compartidos. Nos matábamos de risa porque no hacíamos nada. Eran esas famosas ventas que te tomaban y que vos le vendías a los conocidos. Cobrábamos comisiones.

—¿Te acordás cuándo ganaste la primera plata grande y en qué la gastaste?

—Sí, tenía 14 o 15 años. Con compañeros del colegio habíamos hecho la cola toda la noche en el Banco Nación para sacar una entrada para la final del Mundial 78. En esa época se empezó a comentar que iba a ser complicado, que iba a haber atentados. Entonces, un amigo de mi papá que era millonario, me llamó cuatro días antes del partido para comprarme la entrada. Como le dije que ni loco se la vendía, primero me ofreció 2000, después 5000, hasta que empezó a subir y subir, y me dio una cifra que me permitía comprar una moto, aunque lo gasté en ropa y un equipo de audio. Fue increíble. Fueron como diez mil dólares. De todos modos me arrepentí toda la vida, porque esa final fue inolvidable.

—Y después empezó un recorrido profesional.

—Sí, hice de todo. Hasta trabajé con Ernesto Bessone ligado al automovilismo. Siempre con los autos.

—También viviste muchos años en Estados Unidos. ¿Extrañabas?

—Fueron 11 años hasta que un día hice un click, porque había fallecido una tía y me sentí muy mal. Cuando hablé con mi mamá, me dijo que si le pasaba algo, iba a ser ella la que iba a viajar para estar para siempre conmigo. Eso me hizo replantearme varias cosas. Si seguía allá le iba a seguir negando la posibilidad de estar conmigo. Me dieron tantas ganas de darle un beso, que al mes siguiente me volví.

—Fuiste padre de joven. ¿Cómo es la relación con tu hija?

—Mi hija es un sol, es lo más lindo que me pasó en mi vida. Crecí al lado de ella. María de los Ángeles hoy tiene 38 años y me enseñó muchas cosas. Es una persona divina. Cuando me fui a Estados Unidos fue duro porque quería que viniera conmigo, pero estaba en el colegio secundario y tenía a todo su grupo de amigas. Igualmente, me iba a visitar cada cuatro meses.

Alfa en exclusiva con Teleshow cuenta por qué se siente ganador de Gran Hermano

—¿Qué análisis hacés de la repercusión que tuvo tu participación en Gran Hermano? Se generó una grieta entre los alfistas y tus detractores...

—El día que salí de la casa, cuando hubo explosiones y fuegos artificiales, me dio mucho miedo. Cuando se acercó mi hermano a saludarme estaba mal. Lloraba con bronca, porque los últimos días estaba cansado y fue como que abandoné. Tendría que haber sido más fuerte. Pensás dos millones de cosas en un segundo. Y mi hermano me abraza y me dice: “Quedate tranquilo porque ganaste vos”. Le digo: “¿Vos estás loco? Hay seis adentro, ¡¿qué gané yo?!”. Me dice: “Ganaste vos”. Y mi sobrino me abraza y me dice: “Tío, sos el número uno”. Estuve aislado de toda la información del exterior y de a poquito me fueron informando de todo lo que pasaba afuera, hasta que pude salir a la calle.

—¿Pero entendés la magnitud de que, por ejemplo, se te acerque el Kun Agüero a saludarte?

—Ese día quedé shockeado. Pero lo que más me shockeó fue cuando me enteré que en las tribunas del Mundial de Qatar había tipos máscaras de mi rostro y carteles que decían “Aguante Alfa”. Vi que en los festejos en Corrientes y 9 de Julio, Mar del Plata y Miami había gente con mi máscara. No lo podría creer. Y después salió el muñequito con bandanas que tenía mi nombre. Y lo del Kun fue increíble. Me miró y me dijo: “Alfa, por fin te conozco”. Y ahí hicimos un video que tuvo más de tres millones de visitas. Antes, en mi cuenta de Instagram tenía 200 seguidores: subía una foto y tenía que pedirles a mis amigos que la vieran. Hoy, cuando hago un vivo, en 15 segundos ya tengo a 2000 personas viéndolo. Es de una magnitud tan grande que es difícil de comprender.

—¿Te genera felicidad?

—A mí me da muchísima felicidad el cariño de la gente. Me hace sentir pleno. Lo disfruto. Me llega al alma cada beso y cada abrazo. Creo que me habré sacado diez mil fotos. Siento que estoy tocando el cielo con las manos.

—Sos muy histriónico.

—Siempre fui un payaso. Hay frases que podés ver en mi Facebook de hace diez o 15 años, en las que remarco que “en la vida hay gente que vino para comprar un ticket y otros vinimos para hacer el show”. Sin ser actor, ni famoso, siempre era el que hacía el show. En las fiestas de cumpleaños, yo era el que hacía karaoke o me ponía una peluca con anteojos. También imitaba voces desde chico en las reuniones del colegio.

—¿Y con las críticas cómo te llevas?

—La gente es dueña de criticar. Soy consciente de que hago chistes que quizás a cinco les gustan y a dos, no. Una vez compré un equipo de karaoke y andaba con el bafle, el trípode y el micrófono por todos lados. Con un dron hice lo mismo: iba a todos lados hasta que un día lo perdí. En su momento había cinco o seis que se mataban de risa y dos que me decían que me dejara de joder con el dron. Ahora hay diez mil personas que les gusta y diez mil que no les gusta. Entonces, yo no puedo manejar ni obligar a nadie a que diga que lo hice reír o no. Es la elección de cada uno.

—En este momento de tanta exposición, ¿te llamaron de la política?

—Hubo contactos, pero no conmigo, sino con gente allegada a mí. Pero no me interesa. Siempre tuve una postura con una idea y en eso no cambio: creo que para hacer política hay que ser idóneo. No puede ser que porque yo sea un payaso que salió de Gran Hermano sirva para la política porque hay gente que me quiere.

—¿Sabés a quién vas a votar?

—No. Siempre dije lo mismo: para ser político hay que ser idóneo en política. Tenés que saber. Tenés que haber sido un excelente dirigente en la faceta privada para demostrar que podés ser dirigente en ámbito público. Porque al fin y al cabo están administrando. Creo que a la política hay que llegar por logros y por currículum, no por contactos.

Entrevista a Alfa: "Las generaciones de hoy están muy vacías"

—¿Pensaste qué vas hacer en adelante? ¿Cuáles son tus próximos sueños?

—Lo único que quiero es ser feliz como fui hasta ahora. Tener a mis amigos de Pepino, porque a esta edad es mágico tener un lugar donde pertenecer. Ahí siempre hay alguien que te va a dar un beso, que te va a escuchar y que va a compartir con vos lindos momentos.

—Con 60 años, ¿qué mirada tenés de las nuevas generaciones?

—Yo tuve a un gran viejo al lado que me enseñó a leer a los cinco años. Leí toda mi vida. Y el leer, como yo les decía a los chicos de la casa de Gran Hermano, te lleva a imaginar cosas. No es lo mismo ver una película que leer un libro. Te lleva a tener vocabulario. Creo que las generaciones de hoy están muy emparentadas con lo inmediato, lo rápido y lo espontáneo. Están muy pendientes del celular: su vida pasa por una pantallita de cinco pulgadas. Yo aprendí a escuchar reggaetón ahora, en estos cuatro meses. Y no tengo nada contra el reggaetón. Me gusta la música. Es más, creo que refloté el tema de Moris “De nada sirve”, que si lo escuchás hoy, después de 50 años, tiene la misma actualidad. Me gustaría saber si un tema de reggaetón de hoy va a tener actualidad dentro de 50 años. Creo que están muy vacíos.

—En algún momento leí que admirabas a Ricardo Fort. ¿Es así?

—No, no es que lo admiraba. Un día hablaron sobre Ricardo Fort y más de una vez lo defendí. No fui amigo de Ricardo, lo conocí en Miami porque teníamos amigos en común. Es más, el que le vendió la Lamborghini amarilla era conocido mío. Tuve algunos diálogos con él, porque estaba loco por los autos como yo. Lo criticaban por el programa que hacía, por cómo cantaba o porque iba con un séquito de seguidores. Entonces, un día me enojé y les dije que si tuvieran la décima parte de la que tenía Ricardo Fort, harían mil veces más ruido. Le tenían envidia. La gente le tenía envidia a Ricardo Fort porque hacía lo que quería.

—¿Cuál fue el momento más feliz de tu vida?

—Creo que hay dos: uno cuando vi a mi hija nacer, porque fue un shock muy fuerte. Y el otro fue en Mar del Plata, donde había un jueguito electrónico que se llama Out run, que era una Ferrari convertible y vos ibas recorriendo etapas pasando por diferentes ciudades de Estados Unidos. El final era en el Estado de Florida. Llegabas a Miami con el auto y pasabas por el puente de la 195, donde están las palmeras y está el famoso cartel con luces de neón que dice “Welcome to Miami Beach”. Cuando jugaba a los 14 años, pensaba en estar en Miami con una Ferrari convertible. Me acuerdo de eso y me emociono. Y a los 42 años pasé con una Ferrari convertible por ahí. En ese momento pensé que todo es posible.

—¿Qué le dirías hoy al nene que jugaba a ese jueguito y que su papá le construía autos en la playa?

—Aunque no me creas, ya se lo dije antes. Mucho antes de entrar a Gran Hermano. Le dije que siga siendo siempre el mismo. Que no cambie. Que se quiera a full, sea sincero y se ría de todo y con todos; porque la vida te va a hacer llorar. No te cuides el pelo, no te peines tanto; cuando no lo tengas, vas a añorar tenerlo de cualquier manera. Amá a full, aunque duela y sufras. Lo que hagas, des y entregues por amor, nunca va a ser en vano. Quizás no sepan valorarlo, pero vos sí lo valorás. Besá a los viejos todos los días, porque el día que no estén vas a querer hacerlo y no vas a poder. Hacé lo que te guste, ya que solo así vas a poder disfrutar de hacer y no de trabajar. Y lo más importante: nunca dejes de soñar. Haceme caso. Hoy con todo el tiempo que pasó, sé que no me equivoco. Y como decía tu papá: sé feliz, Chino.

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