Es el hombre que logró que la historia dejara de ser algo aburrido para convertirse en un conocimiento accesible, interesante y fundamental. “Lo mío fue tratar de hacerle saber a la gente que la historia es hermosa, que no tiene por qué ser tediosa”, explica Felipe Pigna.
Saber de dónde venimos para ver hacia dónde vamos es una de las premisas de este historiador “descontracturado”, cuyos inicios en la docencia despertaron esa capacidad de contar, de forma didáctica, sucesos relevantes de la Argentina que forjaron nuestra identidad.
Luego de experiencias mediáticas muy exitosas, Pigna invita a pensar en Mujeres insolentes de la historia, un espectáculo para toda la familia en que recorrerá la vida de algunas mujeres que tuvieron en común su insolencia, su negativa a doblegarse y su dignidad. La cita es este sábado 4 de marzo en el teatro Astros.
Y como si fuera poco, el 15 inicia en La Plata una gira nacional junto a Tomás Rebord, que los llevará a Neuquén, Córdoba, Mar del Plata y Tucumán.
—¿Cuándo supiste que podías contar la historia de forma más amigable?
—Hubo dos momentos. En mi secundaria tenía una profesora que era tremendamente clásica, digamos: nosotros estudiábamos de memoria para contestarle. Y ahí empecé a leer otros libros. En quinto año tuve una gran profesora que nos hizo amar la historia. Luego empecé el profesorado, que en ese momento (dictadura militar) era mucho mejor académicamente que en la facultad, donde por entonces había más intervención, muchos profesores echados. Después me terminó encantando la docencia, fueron 30 años de mi vida.
—¿En qué niveles enseñaste durante esos 30 años?
—Secundario y universitario. Yo era uno de los encargados de los materiales del ingreso, tanto para el Nacional Buenos Aires como para el Pellegrini, con dos compañeros muy queridos, Carlos Mora y Marta Dino, del Departamento de Historia. Se me ocurrió armar unos documentales, que hicimos con los chicos a lo largo de 10 años y terminamos haciendo 13 documentales autofinanciados por la cooperadora y por la venta. Se armó toda una verdadera revolución a nivel mediático.
—¿Y cómo se dio la llegada a los medios masivos?
—Vino un poco ahí. Me empezaron a llamar a partir de una nota periodística que había salido de este fenómeno de la escuela que hacía sus propios documentales, y comenzaron a invitarme para las fechas patrias. Me crucé con Pacho (O’Donnell) en un programa de Teté Coustarot en Radio Mitre y a él se le ocurrió que hagamos un programa juntos ahí, con (José Ignacio) García Hamilton también: Historia confidencial. Tuvo un rating impresionante los sábados a la tarde. Y ahí me escuchó Mario Pergolini y me invitó a su programa Cuál es?, y lo empezó a llamar la gente que quería que me quedara como columnista. Era una columna completamente atípica. A veces duraba una hora, 40 minutos, para una radio como Rock & Pop: una locura. Entonces Mario dijo: “Hay que hacer algo en la tele”. Y salió Algo habrán hecho, que fue un programa hermoso.
—¿En ese momento la docencia quedó atrás?
—Tuve que dejar la escuela porque había cumplido un ciclo también, Eran muchos años.
—Me imagino que la economía también cambió.
—Ni hablar. Fue un cambio de vida muy fuerte. Me pude comprar mi casa. Bueno, muchas cosas que ya venía ahorrando, pero fue como el gran empujón para un cambio de vida importante, sí.
—El docente igual sigue estando: me lo voy a encontrar en Mujeres insolentes de la historia.
—El docente muere conmigo, sí. Cuando vos te das cuenta de que hay un momento de epifanía donde el otro aprendió, creó un concepto propio, no repite lo que vos decís sino que a partir de lo que estuviste trabajando puede crear un concepto propio, para mí ese es el momento más hermoso.
—Si pudieras ser un prócer, ¿en quién te gustaría convertirte?
—No serlo yo, porque no me siento capacitado, pero sí estar con un rato con San Martín. Cambiar algunas cosas, que no se tuviera que haber ido del país y que hubiera podido gobernar como él quería, porque estaba candidateándose para presidente en el 24. Hubiera sido otro país, sin ninguna duda. Pero bueno, con cualquiera de ellos me encantaría tomar mate, un café.
—¿Un jefe de Gabinete de San Martín?
—Jefe de Gabinete de San Martín: Manuel Belgrano. Yo no, eh. Era el mejor que podía tener, porque era un tipo con una enorme experiencia. Había sido durante años funcionario virreinal, o sea que tenía un manejo de la burocracia, la planificación. Con Belgrano nos perdimos un enorme político: un tipo que tenía ideas extraordinariamente modernas. Fue el primero que habló de género, propiciando la educación en los tres niveles para mujeres y para hombres. Tiene un artículo hermoso donde habla que la mujer de ninguna manera tiene menos capacidad, sino que permanentemente se la embrutece o se la condena a cuestiones por fuera del ámbito académico educativo.
—”Detrás de todo gran hombre hay una gran mujer”.
—Frase horrenda. Primero, que muchos hombres no tuvieron mujer y fueron grandes. Y después, muchas mujeres que no tuvieron hombres fueron grandísimas. Simone de Beauvoir hizo uno de los primeros libros feministas de mitad del siglo XX, que fue El segundo sexo. Ahí está definido todo. “El segundo”; o sea, fijate que Eva viene después de Adán. Y el segundo sexo es el que se tiene que adaptar al primero. Detrás de todo gran hombre puede haber una gran mujer, pero si la hay tampoco nos enteramos mucho. No les dan bola, no están registradas en la historia. A mí me costó mucho hacer en 2011 (el libro) Mujeres tenían que ser. Fue difícil encontrar datos por fuera de la descalificación historiográfica de las mujeres. Tenían más suerte las guerreras porque estaban dentro del lenguaje machista belicista. Entonces una Juana Azurduy quizás tenía un poco más de prensa histórica que una Juana Manso que era simplemente, entre comillas, una educadora. O una genia como Cecilia Grierson, que fue la primera médica. Hay algo muy interesante ahí; lo mismo le pasó a Julieta (Lanteri). Era tan machista la sociedad mundial y argentina del siglo XIX que no explicitaba que las mujeres no podían entrar a Medicina; lo daban por hecho. Y ella, basándose en eso, estudió Medicina. Fue la primera.
—Igual que votar, ¿no?
—Lanteri, como la ley electoral en ningún momento decía que la mujer no puede votar, recurrió a un juez, y pudo votar en 1911. Una de las primeras mujeres que votó en América. Después vino la Ley Sáenz Peña del 12, donde aparece el oxímoron famoso “voto universal masculino”.
—¿Cómo nace el feminismo en Argentina?
—Hay un momento prefeminista diría yo, con mujeres muy interesantes como Juana Manso. Estamos hablando de la década del 60 del siglo XIX. Una gran colaboradora de Sarmiento, educadora, pionera. Lectora de los grandes pedagogos modernos de Europa que propuso, y de hecho practicó, la ley de educación mixta, la creación de bibliotecas escolares, dando conferencias sobre cuestiones femeninas como el divorcio, el cuerpo, el acoso sexual en el trabajo. Y Cecilia fue otra gran pionera porque además de ejercer su profesión médica fue la que convocó al primer Congreso Femenino Mundial en 1910 aquí en Buenos Aires. Fue algo muy importante, con una agenda que se parece, lamentablemente, mucho a la actual.
—Es un camino largo, más allá de que estemos viviendo un momento importante en materia de derechos para las mujeres.
—Tal cual. Todo fue una lucha. Primero por la anulación del Código Civil escrito por Vélez Sarsfield que decía que la mujer era “incapaz jurídicamente”. El hombre podía cometer el “acto de sangre”, que significaba que si sorprendía a su mujer in fraganti en un adulterio la podía matar. Pero si la mujer sospechaba de adulterio de parte del varón, tenía que comprobar que él convivía con la amante en la casa marital, un delirio total. Eso fue cambiado recién en 1926, gracias a los diputados socialistas, Mario Bravo, con el impulso de las mujeres que eran militantes pero no accedían a las bancas. Estoy hablando de Alicia Moreau de Justo, Julieta, Gabriela Laperrière de Coni, que lograron ese cambio tan importante durante la presidencia de Alvear en 1926. Que después se complementó, curiosamente, en el 68 durante la dictadura de Onganía.
—¿Y Eva?
—Eva fue fundamental, porque de alguna manera retomó ese camino. Siempre me gusta decir que las preferencias políticas no nos tienen que volver tan mezquinos de no reconocer todo lo previo a Evita y todo lo que hizo Evita. Si no, estamos contando la historia parcialmente, ¿no? Evita pudo aprobar la ley porque hubo un camino previo, pero había que aprobarla. Y el debate del 47 fue durísimo. Todavía se seguían escuchando en el Parlamento voces que decían que la mujer tenía un cerebro más pequeño que el hombre y ahí recién se aprueba la ley, que es mucho más que la mujer votara: la mujer votó y fue votada. Llegan al Parlamento 55 legisladoras. Hay intendentas, concejalas en todo el país. O sea, hay un empoderamiento político muy importante a partir de la ley del 47, que se aplica a nivel nacional en el 51.
—¿El feminismo no debería ser transversal a los partidos políticos?
—Absolutamente. Si vos querés ver una agenda moderna, en el buen sentido de la palabra, ahí está la agenda feminista que va instalando colateralmente otros temas, como las infancias. Las que empezaron a hablar de trabajo infantil, del niño como sujeto de derecho, fueron las mujeres.
—Ahora voy a volver a las infancias, pero me interesa destacar lo que decís del feminismo porque en lo personal me interesa esa lucha y no debería ser propiedad de ningún partido político.
—Es una malversación la apropiación de cualquier causa general, ¿no? Derechos humanos, feminismo: nadie debe apropiarse. Ningún partido debe apropiarse de algo que es un patrimonio de la sociedad argentina de la que podemos estar orgullosos. Son esas pocas cosas que decís “bueno, deberíamos estar orgullosos”. Del Juicio a las Juntas, de lo que pasó con las mujeres. De lo que sigue pasando con las mujeres. Ya en una reunión social los varones se cuidan; quizás por obligación, no importa, pero ya decir barbaridades tiene su costo y eso está buenísimo.
—Hablaste de las infancias.
—Sí. Primero quisiera decir que la palabra infancia quiere decir sin voz, etimológicamente. Históricamente, son los que no han tenido voz. Ahora la tienen y un montón, pero no la han tenido históricamente. Han sido un poco instrumento de sus padres, de la educación, del poder. Así que la infancia que va adquiriendo mucha fuerza, me parece es un momento interesante de las infancias. Pero es una historia dramática: de trabajo, de sometimiento.
—¿Cómo estamos en Argentina en materia de infancias?
—Muy mal. Estamos con un sistema de minoridad que atrasa. Sigue siendo un sector postergado. De hecho en los índices de pobreza los niños son los más pobres. Que es tremendo. Cosa que venimos arrastrando hace tiempo pero que en algún momento habrá que ocuparse.
—Y hablás de adolescencia, y yo pienso también en las nuevas generaciones y siento que tienen todo tanto más claro.
—Sí, absolutamente. Tanta claridad en el sentido de no entrar en ciertas trampas. No caretearla, como dicen ellos. ¿No tienen ganas de ir a lo de la tía? No van a lo de la tía. ¡A mí me llevaban! (Risas). Me embolaba. Ellos dicen: ”No, no quiero ir, no tengo ganas”. Y eso para cierto mundo adulto es un horror y merece un chirlo, merece una reprimenda. Lo que no quiere decir de ninguna manera que uno no tenga que tener con los hijos una actitud educativa severa en el buen sentido de marcarles el camino, ¿no?
—No dejan de ser adolescentes y pedir el límite a gritos.
—Claro. Lo más antidemocrático que hay es la ausencia del límite. Eso es muy antidemocrático porque en definitiva es una comodidad de los padres y es un daño tremendo para los chicos. Entonces, no se trata del chirlo.
—Me gusta esta idea.
—Claro. “Andá con la PlayStation, no me jodas”. Y entonces ahí, hay una irresponsabilidad, que se ve bastante. Hay una frase de Lennon que yo por suerte la leí bastante temprano con mis primeras paternidades, que él dice: “Padre, yo siempre te necesité a ti, pero tú nunca me necesitaste a mí”. Es tremenda la frase. Uno con los chicos cumple, no los disfruta. No están para ser disfrutados.
—Si viajamos al futuro, ¿creés que este momento va a ser importante cuando veamos la línea del feminismo?
—Totalmente. Porque además, Argentina está marcando rumbo en América Latina. Es un país muy mirado en Europa, por ejemplo, donde el machismo sigue fuertísimo.
—Y Cristina Fernández, ¿cómo va a ser vista por la historia?
—Yo creo que va a ser vista como una mujer importante evidentemente, porque fue dos veces presidenta y sigue siendo una persona de mucho peso político. Así que independientemente de lo que se piense de ella, ocupa un lugar en la historia, sin duda.
—¿Le puede “competir” a Eva?
—No, el lugar de Eva es único. Por el momento histórico que le tocó vivir, cuando no había mujeres importantes en el mundo de la política. Había reinas, qué sé yo... princesas. Pero no existía el nivel de potencia que tuvo Evita para cambiar las cosas, en un contexto tan complicado como aquella Argentina.
—¿El libro se lo dedicaste a tu hija?
—Sí. Una insolente, en el buen sentido de la palabra. La palabra insolente es muy linda porque aparece mucho en los documentos españoles, donde habla de la insolencia de las indígenas. Y después, la insolencia de querer estudiar Medicina, de querer publicar ideas en la prensa.
—De cara al Día de la Mujer, ¿cuál es nuestra próxima batalla?
—La igualación salarial, por ejemplo. La cuestión de los femicidios, la violencia verbal, publicitaria, el sexismo que sigue estando presente. La cosificación de la mujer, que todavía está. Hay muchas cosas para trabajar.
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