Mientras se prepara para salir a escena en la tercera temporada de ART, en la intimidad de cada noche en el camarín del Multieatro, Pablo Echarri conecta con aquel que daba sus primeros pasos sobre las tablas. En este clásico de la cartelera porteña que protagoniza junto a Fernán Mirás y Mike Amigorena se reencontró con el oficio más puro del actor, ese que había perdido un poco por su participación directiva en SAGAI, otro tanto por los vaivenes de la industria cultural. “El teatro siempre quedó un poco relegado en mi interés y en mi deseo”, dice, con ganas de recuperar algo de ese fuego, pero sin arrepentirse del camino que tomó.
Porque Echarri entiende que es parte de las mil y una escenas de su vida, ninguna tan dramática como la del secuestro de su padre Antonio, del que en octubre se cumplirán 20 años. Fue un hecho sobre el que puso los ojos el país y al que Pablo le puso el cuerpo para que su vida nunca vuelva a ser la misma. “Me sacó del cumple”, resume con su impronta barrial al fin de esa fantasía del galán, el séquito y la fama, que le alentó el compromiso militante de lo que tiene ganas de hablar como nunca antes.
En esta charla profunda, apasionada y reflexiva, van a aparecer el actor, el galán, el militante, el papá, el compañero y tantas otras facetas que constituyen el día a día de Pablo Echarri. La familia que formó y ensambló con Nancy Dupláa. El desencanto con el gobierno que votó y la esperanza para las elecciones, donde quiere a Cristina Kirchner como candidata. Y una retrospectiva que conduce a la emoción de la primera vez que vio su nombre y su cara en una película, y que aflora noche a noche.
—¿Seguís disfrutando el escenario?
—Sí, más aún tal vez. La llegada de ART fue muy importante para poder revalidar esos votos de fe y de deseo que me traía el hecho simple de actuar y el teatro se transformó en esa esencia que había sentido al comienzo de mi carrera. Este despojo de todo tipo de parafernalia y este encuentro con el público tan cara a cara volvió a generarme vínculos de alegría.
—¿Crees que tantos años de gestión de SAGAI, conocer los hilos del detrás de escena, pueden haber ensuciado un poco el vínculo con el actor más puro?
—Yo no utilizaría la palabra ensuciar; aquello llegó para darme otra dimensión, otra arista dentro de mis intereses y de mis búsquedas personales y de la vida en general, y claramente interfirió. El nuestro es un colectivo con un altísimo nivel de desocupados, aun cuando tenemos de la suerte de tener la tercera cartelera teatral luego de Nueva York y Londres. Conocer los pormenores hizo que me parara de una forma más distante, pero también combinó con mi rol de padre, que me obligaba a colocarme un poco más en perspectiva y darme cuenta de que mi oficio de actor era importante para poder sustentar económicamente a mi familia. Yo nací en este oficio y recuerdo que quedé seducido por el primer fotograma que vi en una sala de cine. Y felizmente esa seducción fue decantando.
—¿Fuiste cholulo de vos mismo? ¿Guardabas tus notas?
—Yo no, pero mi padre y mi madre lo hacían con asiduidad. Mi papá era diarero, y todas las referencias con la prensa las recibía de primera mano. A las cuatro de la mañana abría el kiosco y se encontraba con una revista con mi cara en la tapa, o algún suplemento de espectáculos. Y eso generó una fascinación en ellos muy grande a la que yo aboné un poco en principio. Empecé a darme cuenta de que esa relación conmigo mismo y con mi propia repercusión era bastante enfermiza y tenía algunos ribetes peligrosos.
—¿Hubo un momento de creérsela?
—Siempre hay un momento. Sobre todo cuando la experiencia fue tan explosiva, tan rutilante de un momento para otro sin solución de continuidad. Hice tres castings, al tercero quedé y empecé a protagonizar Solo para parejas y siempre fui muy afortunado. Nunca fui un actor que tuvo mucha necesidad.
—Esa continuidad es un lugar de muchísimo privilegio.
—Sí, mucho privilegio, y es una suerte que compartimos con Nancy. Más rutilante para ella, porque su primer programa fue Montaña rusa.
—¿Es verdad que a vos te bocharon del casting?
—Me echaron cruelmente.
—Unos visionarios (risas).
—Bueno, también habiendo tantos chicos y tantas chicas me imagino que no se podía ver todo lo que había. Y tal vez mi casting pudo haber sido bastante deficiente. Pero sí, han sido crueles…
—¿Fue duro en serio?
—Hace 30 años la televisión era muy cruel. Lo es hoy, pero en aquella época había una crueldad bastante aceptada. Por ejemplo, la relación directores y actores era de sargento de caballería, de látigo.
—Ahora, el destino quería que te juntaras con Nancy en algún momento. No fue en Montaña rusa, pero terminó sucediendo y con muchísimos años de amor.
—Sí. Éramos menos en esa época, nos conocíamos todos de verdad y nos saludábamos con cierta familiaridad cuando en realidad no había contacto. Y creo que algo de eso hubo en nosotros en la previa a conocernos personalmente y se fue construyendo desde ese momento.
—¿Y antes de esa explosión, cómo eras? ¿Les diste muchos dolores de cabeza a tus viejos de adolescente?
—No, siempre fui un tipo muy curioso pero mis viejos nunca se enteraron de nada.
—Nunca te tuvieron que ir a buscar a una comisaria, a un hospital.
—Sí, alguna vez sí, pero por alguna cosa menor. Vivíamos parados en una esquina y hacíamos lío, hacíamos ruido y los vecinos no nos querían mucho, entonces nos comíamos garrones de ese estilo, pero no mucho más que eso. Siempre fui un tipo muy curioso y arriesgado en algunas cosas, pero también con bastante relación con la realidad y con la proyección al peligro. Y siempre tuve un ángel de la guarda maravilloso que me ha rescatado de algunas situaciones.
—¿Quién es ese ángel de la guarda que sentís que estás con vos?
—Nadie lo conoce. Yo no le conozco la cara pero lo siento todo el tiempo al lado mío (risas). No me quiero poner metafísico pero tengo la sensación siempre de haber tenido y tener alguien o algo que siempre me ayudó a ver algunas cosas antes de tiempo o que por lo menos no me llevó más allá del precipicio.
Noticia de un secuestro
Esas travesuras adolescentes quedaron como un cuento de hadas al lado de lo que vivió el 24 de octubre de 2002. Esa mañana, Antonio Echarri fue secuestrado en su puesto de diarios de Villa Domínico, el mismo en el que ojeaba diarios y revistas en busca de algún recorte de su hijo. Fue una semana en la que Pablo estuvo en todas esas tapas y en los canales de televisión casi en cadena nacional. Y esta vez no era por el galán barrial de Los buscas de siempre, ni por el prófugo de Plata quemada, ni por el arquitecto de Alma mía, ni ninguno de los papeles que lo habían convertido en uno de los actores más requeridos de su generación.
Pablo debía negociar la liberación de su padre, en una Argentina que salía de la crisis como podía, con las páginas policiales copadas por la ola de secuestros exprés y el narcotráfico acechando los barrios. Un guion que se escribía minuto a minuto y en tiempo real. “Nadie está preparado para eso. Fue un hecho tortuoso, cruel, desesperante, pero absolutamente transformador”, revela el actor, a casi dos décadas del hecho que le cambió la vida.
Lo recuerda como si hubiera sido ayer. Estaba en la casa de Nancy, dando los primeros pasos de la convivencia que se proyecta hasta hoy. Sonó el teléfono y cuando escuchó la voz de su madre en el contestador afloraron sus malos presagios. “Hace horas que papá no aparece”, le dijo Telma, y empezó un calvario que duró una semana y una pesadilla de la que todos fuimos testigos.
—¿Cómo era tu vida antes de recibir el primer llamado?
—Yo vivía en un cumple constante. A mis 23 años me podía mantener solo, tenía mi departamento y podía seguir proyectando. Apetecible, las mujeres me seguían. Podía vivir de lo que amaba hacer. Tenía hasta asistente... y de repente me tocó lidiar con la responsabilidad de tener que negociar la vida de mi papá. Entender que lo habían llevado para procurar quedarse con una cantidad exorbitante de dinero que yo no tenía.
—Además de negociar con los secuestradores, el tema era cadena nacional, con la presión de quién eras vos.
—Sí, ese es el hecho traumático. Más allá del hecho concreto de no tener a tu padre porque te lo arrancaron de tu seno familiar es sentirte responsable por el resultado de una negociación. Para que no termine en algo imposible hay que negociar como la compra de un auto. Era totalmente desconocido para mí, y más allá de que iba a poner la cara y el pecho necesitaba tener algún tipo de asesoramiento porque no podía dejar librado al azar la vida de mi papá. Me hablaban de esa forma: que un secuestro se negocia de la misma forma que se negocia un coche en Juan B. Justo. Pensá que se decía de todo; me llegaron a decir que el cuerpo de mi viejo había aparecido flotando en el río. Por suerte mi viejo volvió.
—¿Cómo fue el encuentro?
—Fue muy fuerte. Recordarán que fue una banda mixta. Quien lo trajo a mi papá a mi casa como rescatador había sido quien había liberado la zona para que mi viejo estuviera secuestrado durante toda esa semana. Fue una situación tan difícil de barajar, porque uno ya no podía confiar en nadie. Eso de que quien debe cuidarte es el que te daña, ya sea dentro de una familia como también a nivel social, genera heridas profundas. Pero verlo de nuevo fue volver a nacer. Mi corazón se detuvo durante siete días y oscilé entre estados de ánimo muy contrapuestos, pero verlo de nuevo fue volver a nacer.
—¿Y el después?
—Me costó mucho recuperarme del estrés postraumático. Llegó un momento donde preparaba todo para salir a la calle: me bañaba, me peinaba, y cuando estaba listo, me agarraba una opresión en el pecho y no podía salir. No sentía miedo, pero sentía como una dificultad de poder exponerme al mundo exterior porque creo que le había visto la peor cara.
—Habías pasado por una situación terrible y tu rol era dificilísimo.
—Sí, todo ese rol de negociador y entender que lo habían llevado para procurar quedarse con dinero que yo no tenía, por otra parte, ¿no? Porque el pedido había sido exorbitante y yo no contaba con ese dinero. Mi alrededor salió al socorro, aparecieron ofrecimientos que eran de todo tipo, desde estar cerca del corazón hasta ofrecimientos de dinero. Salieron amigos personales que se definieron como grandes sostenes y mucha gente a la que no conocía pero que yo les generaba algún tipo de empatía. El dueño de este medio tuvo una actitud muy importante en ese momento. Todo eso generaba una sensación de estar bancado que era muy fuerte. Las demostraciones de cariño colgadas de la reja de la puerta de la casa de mis viejos. La inmensidad de cartas. La cantidad de imágenes religiosas.
—Me acuerdo las cadenas de oración, los pedidos de energía: la Argentina hablaba de eso.
—Sí. El miedo tenía que ver con que esa televisación 24 horas por día trajera alguna consecuencia negativa en la vida de mi papá. Porque se decía que ofrecían mucha plata, y la televisión era un pivote entre los secuestradores y yo: tanto nosotros como ellos mirábamos la televisión. Se enteraban de un ofrecimiento, sonaba el teléfono inmediatamente y decían: “Bueno, andá a pedirle plata a tal que te está ofreciendo tal cantidad”. Entonces había que revertir esa información con la incertidumbre de no saber si eso era reversible. Cuando se lo llevaron a mi viejo, mi primera fantasía era que estaba bien, pero inmediatamente pensaba que la cosa iba a escalar y que en algún arrebato iba a perder la vida. Vivía en esa oscilación constante. Me tocó lidiar con la responsabilidad de tener que negociar la vida de mi papá.
—El Pablo que vemos hoy comprometido, militante, con conciencia social, tiene que ver con ese que pasó esa semana, ¿no?
—Sí, Tatiana. Fue ver la realidad de una forma muy cruda. Se terminó el cumple, y pude ver cómo los distintos estamentos de la realidad manejan y manipulan la vida de otros según sus necesidades. Me quitó el antifaz de manera inmediata y empecé a construir a partir de ese momento una necesidad de tener los pies sobre la tierra.
El renacido
Después de ese abrazo interminable con Antonio, mientras empezaba a recuperar a su manera el tiempo perdido, Pablo apagó las luces del cumpleaños para encender las del compromiso social y la militancia. Y no es que la política fuera algo extraño para él, pero le ocurría lo que a tantos jóvenes hijos de la dictadura militar. Esa sensación de desencanto por la clase dirigente, esa percepción de la política como una mala palabra, como algo sucio por lo que no valía la pena discutir.
En la casa de los Echarri se hablaba de política y se simpatizaba con el radicalismo. En los recuerdos de la niñez de Pablo están los insultos de su abuela a Perón y a Isabel; las discusiones de su padre con los padres de sus amigos peronistas. Y las fotos de Perón y Evita en esas casas que le despertaban envidia y dolor de no poder sentirse representado ni sentir amor por ellos. Una situación que cambió definitivamente hace poco más de 20 años.
—¿Te trajo muchos dolores de cabeza empezar a contar lo que pensabas?
—No. Cuando uno toma una definición tan profunda y tan visceral que se manifiesta como una revelación no hay lugar para analizar las consecuencias como dolores de cabeza. Sí me enseñó a medir, a pulir el discurso, a ser menos simplista a la hora de expresar una idea. A no agredir y a expresar mi idea con argumentos. Sigo trabajando en mi oficio, que se diversificó como gestor social y político, como productor. Soy un padre de familia que también reconoce que es más importante mostrarles a los hijos que uno tiene la herramienta de la libertad y que el mundo que uno quiere hay que jugárselo, hay que poner el pecho.
—¿Esperabas más de este Gobierno?
—Creo que este Gobierno tuvo un capital político inicial que no ha sabido aprovechar en todo su esplendor para poder generar algunas transformaciones que esperaba el sector de la población que lo votó. Creo que la forma de manejar el poder y de avanzar, que en muchos aspectos no comparto, con pandemia de por medio y el desgaste político de cualquier gobierno, trajo como consecuencia que no me representara en su totalidad. De todas formas, puedo criticar al gobierno que voté, pero soy muy pragmático y sé dónde está el adversario. Me pueden cambiar de nombre, de cara, pero sé cuáles son los valores, los principios y los intereses que representan los distintos postulantes políticos en las distintas fuerzas.
—Sea quien sea el candidato vas a acompañar ese proyecto.
—Sí, no tengas dudas. El oficialismo está en un proceso para descular quién va a ser su próximo líder o cuál va a ser la fórmula que va a expresar la unidad en octubre del 2023 y creo que todo el arco que está cercano a ese pensamiento está esperando esa resolución. Solo resta saber si ese porcentaje de votantes que oscila entre la derecha y la izquierda logra ver dónde se inicia esta crisis en la que estamos sumergidos. Y creo profundamente que la debacle producida por el gobierno anterior está muy fresca.
—¿Qué hizo mal el Gobierno para que la derecha llegue con posibilidades tan firmes a la próxima elección? ¿Hay autocrítica?
—Creo que ese capital político del comienzo que no fue utilizado generó disidencias internas, y esas disidencias internas fueron recrudeciendo también, porque los índices volaron y porque la inflación voló, porque el salario no se pudo recuperar. Generamos una paritaria de tanto porcentaje y la inflación crecía por encima de ese porcentaje. Y tampoco subestimemos la presión mediática.
—¿Qué te genera una figura como Javier Milei?
—Desazón. Entre los jóvenes pobres me genera dolor, porque no saben lo que están diciendo. Pero que jóvenes con un pasar un poco más holgado sigan un líder que pregona que la solución sea la venta de órganos, la venta de bebés, la destrucción del Banco Central, o la destrucción del estamento del Estado me genera desazón y un revulsivo muy muy grande. A la larga tengo la ilusión de que toda esa proyección sea un número bastante inflado. Por otra parte, la aparición de alguien así a quien más impacta es a la oposición. Y en una cuestión meramente eleccionaria es una buena noticia para un frente progresista. Porque a la larga quienes tengan dos dedos de frente van a saber con quién juntarse. Por ejemplo, los radicales que tienen experiencia de gestión, que han sido parte del progresismo. Para mí la aparición de la ultraderecha en lo conceptual es preocupante y revulsiva. En lo meramente eleccionario es una ventaja para el Frente de Todos.
—¿Qué querés que pase en el 2023?
—Que gane el Frente de Todos y que decidan el camino de la recuperación económica ya con capital político.
—¿La querés a Cristina candidata?
—Sí.
—Ella, por ahora, dice que no.
—No sé, hay una búsqueda de proscripción. Habrá que ver si esa causa de vialidad, que es realmente es una afrenta al historial jurídico y de justicia que tiene la Argentina, verdaderamente prospera. Y quiero que gane el Frente de Todos no porque soy peronista cabeza de termo; quiero que se aprenda de la pérdida del capital político y se pueda avanzar para generar cambios estructurales que tienen que ver sobre todo con la desmonopolización de los distintos estamentos de la economía que manejan los precios a placer. Argentina tiene todo como para transformarse en una verdadera potencia en Latinoamérica.
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