“Estoy totalmente seguro de que me voy a desmayar”, vislumbra Agustín Battioni a días de ser papá, sobre lo que podría suceder en el nacimiento de Filipa. Enamoradísimo y ansioso por la llegada de su primogénita, el actor reparte su tiempo profesional entre sus videos en redes sociales y la conducción de Estamos en una, por República Zeta.
La suya es una historia de resiliencia, con un pasado doloroso que lo hizo fuerte. En sus 29 años debió atravesar la perdida de su padre y de su hermano, conoció la oscuridad, pero también entendió que el humor podía salvarlo.
—¿Te sentís preparado para la paternidad?
—Me siento preparado, sí, porque voy a intentar hacer lo mejor. Tengo una guía, pero sobre todo tengo muchas ganas, que es lo importante. También voy a aprender ahí, sobre la marcha.
—¿Hace cuánto están en pareja?
—Hace un año. Muy poco tiempo. Fue todo muy rápido. Filipa fue buscada, por decisión de ambos. Vino rápido. Nati es la mujer de mi vida.
—¿Cómo nació Agus Battioni, el actor?
—Nació de muy chiquito, sin darme cuenta. Mi mamá no me podía llevar a castings porque estaba sola; mi papá ya no estaba. Y seguí mi vida como cualquier persona: rutina de colegio, casa, deporte en el club. Egresé, empecé a trabajar en el Poder Judicial de la Ciudad. Y a hacer videos con una compañera, luego de la tragedia de mi hermano.
—¿Qué tipo de videos eran?
—Tratábamos de que sea humor. Nada que ver con el Poder Judicial. De hecho, yo no quería mostrar que trabajaba ahí.
—¿Cuál era tu trabajo?
—Estaba en la parte que se llama UFED, Unidad Forense y Extracción de Datos. Por ejemplo en una denuncia donde alguien está recibiendo amenazas, yo agarraba el celular, lo conectaba a este aparato UFED, y desgrababa toda la información necesaria para seguir con una investigación.
—¿Nunca habías estudiado teatro?
—No, pero ya había tenido un par de frustraciones. Nunca me destaqué por la altura, todo lo contrario. Iba a básquet, parece un chiste pero es real. Y una vez, una marca muy conocida de yogurt para niños convocó para una publicidad a todos los que jugaban en ese club al que yo iba. Quedaron todos menos yo. Fue una frustración muy grande. A partir de ahí mi mamá no me llevó nunca más a un casting.
—¿Qué edad tenías?
—Unos siete años, me dolió mucho. Creo que la actuación resurgió recién cuando empecé a necesitar un poco de risa, de mimo al alma. Ahí fue cuando empecé a hacer los videos con Carla, que era mi jefa en el Poder Judicial.
—Tu mamá te crio sola. ¿Cuándo murió tu papá?
—Yo estaba en la panza de mi mamá, no lo conocí. Mi hermano tenía dos años. Papá tuvo un accidente de auto en General Paz. Había un bondi mal estacionado y lo quiso pasar por el costado, venía otro auto y falleció en el momento. Si bien yo no lo viví, según mi psicóloga hice el duelo después, cuando falleció mi hermano. Mi mamá tiene unos ovarios enormes. Es una leona: salió adelante en una situación que no cualquier persona sale adelante, con dos criaturas, una por nacer que era yo.
—Económicamente, ¿cómo era la situación?
—Siempre fuimos una familia de clase media. Mi mamá era maestra jardinera. La gaseosa conocida estaba los fines de semana: era una, y a compartir. Éramos personas de clase media tirando a baja, si querés, pero con ayuda de mi abuelo, que nos hizo estar bien siempre.
—¿Cuándo entendiste que tu papá se había muerto y no lo conociste?
—Me dolía mucho cuando en la primaria iba a la casa de mis amigos, que tenían a la familia completa. No me olvido más. Una vez en la casa de un compañero, Javier, empecé a mirar a los perros, la mamá, el papá, la hermana, y decía: “¡Guau, qué locura tener todo esto!”. Yo no era infeliz, eh. Eso de que me imaginaba la vida con mi papá eran como lapsos, no era permanente, ¿me explico?
—¿Qué te contaban de él?
—Mi papá era un cago de la risa, era buena onda con todo el mundo, muy histriónico. De hecho, me dicen que a veces me parezco muchísimo a él, y eso me enorgullece. Pero a la vez digo: “¿Por qué no está acá?”. De todas maneras, creo que si estuvieran mi papá y mi hermano, yo nunca hubiese sido el que soy hoy en día. Porque mi vida era normal, común, como la de cualquier otra persona.
—¿El humor siempre estuvo en vos, en la familia?
—Sí, en mí. No es de egocéntrico, pero mi mamá y mi abuela se fueron “contagiando” para volver a sonreír, ¿no? Yo no sé... no sé de dónde saqué las ganas de sonreír y no mirar siempre para atrás (se emociona).
—¿Cómo fue el momento en que te enteraste del accidente de tu hermano?
—Uff... Ese sí fue el momento más fuerte de mi vida. Estaba en el Poder Judicial, en la oficina, y me llama mi mamá diciéndome que mi hermano había tenido un accidente de auto. Acostumbrado, porque mi hermano era muy adrenalínico, manejaba con las rodillas, vivía como el Rayo McQueen, no imaginé la gravedad. Y mi mamá me dice: “Tenés que venir porque está grave”. Cuando me tomo un taxi desde San Telmo hasta el Hospital de Haedo, yo iba sintiendo todo. Era un día de mucho frío y me quedé en cueros pidiéndole perdón al taxista, diciéndole que estaba transpirando en frío; sabía que se venía algo muy malo. Cuando llegué, efectivamente estaba lleno de gente el hospital. Lo quisimos trasladar a un hospital privado pero le agarró un paro en la ambulancia. Lo reanimaron y estuvo como 13 días internado en coma farmacológico. Nunca supimos bien qué había pasado.
—¿Pudiste despedirte?
—No quise despedirme cuando vinieron tipo película a decirme: “Federico no aguantó más...”. Sentía que no me iba a hacer para nada bien. Yo no podía imaginarme en mi vida por qué pasaba esto. En mi familia no hay nadie malo, no merecemos eso. Bienvenido a la vida. Y ahí yo creo que crecí muchísimo, porque antes era un pendejo. Hoy, veo de otra manera la vida.
—Cuando muere el hijo de alguien, uno siempre piensa en los padres y se habla menos de los hermanos.
—No se habla de los hermanos. Mi hermano era también mi viejo, la persona que tenía al lado mío si me pasaba algo. Era todo. Y a mí en ese duelo toda la gente que me venía a dar un abrazo me decía: “Tenés que estar fuerte por tu mamá y por tus abuelos”, y nadie me decía: “Tenés que estar fuerte por vos”.
—¿Cómo fue para tu mamá ese momento?
—Uff... Me pasó algo muy loco que lo saben muy pocas personas, algo que yo investigué porque me llamaba mucho la atención. No podía ni verla a mi mamá, que era la que realmente había sufrido el fallecimiento de mi viejo joven y ahora de su hijo joven. Casi a la misma edad, mi papá a los 26 y mi hermano, a los 23. Supe que son cosas que suelen suceder en el duelo de hermanos, que te enojás con tus papás. ¿Hay un por qué? No lo sé. Era como que yo tampoco quería estar en un pozo, tenía miedo. Barajé muchas posibilidades en mi vida. Pensaba: “¿Qué hago? ¿Me suicido, sigo adelante, me quedo en este pozo depresivo?”. Después hicimos terapia con mi mamá. Es mi compañera, siempre tuve una excelente relación con mi vieja.
—¿Apareció la idea del suicidio?
—Sí, pero breve. Mi hermano era una persona conocida en Ramos Mejía y yo odiaba la mirada del resto como diciendo “pobre...”. La victimización. Entonces un día caminando por el barrio dije: “Bueno, tenés diferentes opciones”, pero la primera que despejé fue la del suicidio. Creo que tenemos que afrontar la vida. Me fui por ese lado, dije: “Quiero volver a ser feliz”.
—El que fuera una muerte similar a la de tu papá ¿creés que marca algo?
—Yo me cago todo. Y mi mamá tuvo que hacer una sanación del árbol genealógico porque nos dimos cuenta que habían muchos fallecimientos jóvenes en mi familia. Y ella, con poca fuerza, hizo todo. Fue a un grupo de autoayuda de padres. Esto que me pasaba a mí, que yo me sentía totalmente culpable, y un hdp en ese momento por no querer estar con mi mamá, no querer verla sufrir, menos mal que lo investigué y lo entendí. Sino, te juro que me iba a sentir la persona más horrible del planeta tierra.
—Con todo esto, ¿nunca te dio miedo manejar?
—Muchas veces. Y le tuve mucho miedo al número 23 también. Porque mi hermano falleció a los 23. Cuando cumplí 23, manejaba y tenía mucho miedo de que se repitiera la historia. Y cuando cumplí 26 también, por mi viejo. Esos numeritos te quedan en la cabeza, boyando. Yo manejo tranquilo, nunca me gustó la velocidad. Me he mandado las mías de pendejo, de lo que por supuesto que me arrepiento, aprendí mucho respecto de manejar saliendo de bailar, cosas así. Pero no creo que haya alguien que no lo haya hecho. Lo bueno está en darse cuenta que está mal. No hay que manejar con alcohol. Hoy en día me tomé una birra y no te manejo. Me cuido a mí y a los demás.
—Aquel dolor tan profundo, ¿te dejó también un aprendizaje?
—Pensar qué quiero hacer con mi vida que valga la pena, pensar que quiero volver a ser feliz. Era como mi eslogan. Lo veía muy lejano eso. De hecho, me sentía culpable cuando sonreía. No entendía de qué me estaba riendo. Cuando empecé a necesitar reírme, ahí empezaron a surgir los videos de Instagram. Y de repente se empezaron a viralizar, y dije: “¡Ey!, acá está sucediendo lo que quise toda mi vida, sin buscarlo de manera directa”. Después sí, una vez que vinieron las agencias o me llamaban de un programa de televisión, me di cuenta de que todos los videos los hacía para actuar, que era lo que verdaderamente me hacía bien al alma.
—¿Cómo decidiste renunciar en el Poder Judicial luego de seis años?
—Tenía un muy buen sueldo, unas muy buenas vacaciones y una muy buena obra social. Y renuncié por menos de un cuarto del sueldo. Terrible... Pero fue gracias al apoyo de mi vieja, sin duda. Me dijo que si (el trabajo en la oficina) no me hacía bien, que me vaya.
—¿En qué momento entendiste que las redes sociales son un trabajo?
—Cuando empecé a ganar plata: lo entendí muy rápido y lo supe separar. Y eso muchas veces lo hablo con Nati, que es mi novia. Mucha gente se enoja porque no la seguís en las redes. Yo no veo mi red social como algo social: el no seguirte no es que no te quiera, porque lo veo más como trabajo.
—¿Cuánto te afecta si un video no tiene las visualizaciones que esperás?
—Me afecta bastante. Es mi trabajo: depende de mí el ingreso. Si a un video veo que le va mal, lo borro. Me reanimo a decirte eso. Pero lo hago para ir aprendiendo. Cuando le va mal a un video es porque quiero jugármela con algo nuevo. El algoritmo cambia todo el tiempo. La otra vez, a un video mío le estaba yendo muy normal, lo dejé y a la hora se fue al carajo. Entonces es como más raro. Se viralizan quizás mucho tiempo después.
—Las redes pueden generar ansiedad y una intolerancia a la frustración.
—Para mí es peligrosísimo. Re. Yo lo supe moderar después de mucho tiempo. Hoy, si entro a una reunión no toco el celular. Antes no podía hacer eso.
—¿TikTok es más fácil que Instagram?
—No. Me saco el sombrero por todos los creadores de contenidos de TikTok, porque para mí es más exigente. Si bien puede ser más fácil que se te viralice un video, no quiere decir que todos los videos se vayan a viralizar. Y TikTok para mí fue la red social que más incentivó la ansiedad.
—¿Cómo te sentís respecto de los medios tradicionales?
—Me encantan. Hay cosas que no me gustan y no las miro pero amo la televisión. Para mí no va a morir nunca. Yo en particular miro Gran Hermano. Los realities para mí son lo nuevo; es lo que más garpa.
—¿Y en República Z cómo estás?
—Muy bien, con Estamos en una. Es un proyecto muy lindo y es algo medio televisivo, porque de alguna manera lo estás viendo. Eso es lo que elige más la gente hoy en día me parece, en la oficina o los pibes de nuestra edad. La radio audiovisual. A mí me parece increíble, un formato hermoso.
—¿Tenemos noticias de teatro?
—En el teatro me parece que este año vuelvo, pero está “ahí”. Estoy con muchos proyectos y no quiero abarcar todo y no dar la misma energía, prefiero darle el 100% de energía a algo y después, si puedo, darle el 100% a otra cosa.
Mirá la entrevista completa: