Sofía Zámolo: “Nos quedamos sin nada cuando papá se deprimió al no poder perdonarse la muerte de mi hermano”

Su llegada al mundo no logró detener el divorcio que cambió a su familia para siempre. El vínculo con su padre, “un alemán refugiado de la Segunda Guerra Mundial” al que “le costaba decir te quiero”. La distancia con él, por “escuchar versiones de su nueva mujer”. Y “la charla del perdón” que 15 años después “nos hizo grandes amigos”. Los episodios de ansiedad tras el fallecimiento de uno de sus hermanos gemelos, “que debí asimilar a los ochos años, mientras jugaba con muñecas”. Y la “milagrosa” llegada de California, que coincidió con los últimos días de su madre, “el gran ejemplo de mi vida”, de quien hoy dice recibir “fuertes señales”

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A solas - Sofía Zámolo con Sebastián Soldano

Dice que “la victoria épica” que le ha significado la maternidad tocó puntos neurálgicos de su historia. Que su hija “finalmente llegó a este plano cuando debía”, y no solo para redimir -”con su alegría- varias de aquellas viejas angustias sino también para hacerla fuerte de cara “al dolor demoledor” que se avecinaba. A dos años de la muerte de su madre, Sofía Zámolo (39) da cuenta de cómo se conecta con ella en el ejercicio diario de la crianza. “Mientras juego con Cali (California Uriburu, dos años y cuatro meses) suelo pensar: ‘¿Estará sintiendo lo mismo que yo sentía a su edad?’. Porque todavía hoy soy capaz de cerrar los ojos y tener muy presente el olor de mamá”. Aroma que la lleva de narices a su infancia: “Cuando todo marca para siempre”. También “su amor maestro” que tantas veces “ha salvado a la familia”. Y es así que encontramos eje para este encuentro: las trama de los hechos de inflexión en su vida, las “resiliencias constantes” y las lecciones “bien aprendidas” que la han traído hasta aquí.

Sofía Zámolo, el 21 de
Sofía Zámolo, el 21 de marzo de 1983, a horas de haber nacido en el Sanatorio Mater Dei, de Palermo
Sofía Zámolo bebé junto a
Sofía Zámolo bebé junto a su hermana Andrea
Sofía Zámolo con su muñeca
Sofía Zámolo con su muñeca Hello Kitty, la misma con la que hoy juega su hija, California
Sofía Zámolo
Sofía Zámolo

Tenía cuatros meses menos que su hija cuando el divorcio dio el primer azote a la dinámica familiar. Hasta entonces, Cristina Guerrero “se había empeñado en evitar la frustración que resultaba terminar el gran proyecto de sus vidas que, al momento, llevaba 18 años”, señala Sofía. “Y de ahí en más, lidió, como pudo, con ese cierto sabor a fracaso”.

Recuerda dos sensaciones de aquellos primeros años: “La de la inseguridad que provoca la ausencia de papá en la casa y la del resguardo que empezó a ejercer mamá”. Transitó el proceso “sin escuchar hablar mal, el uno del otro. Sin ser partícipe de ninguna guerra y con el derecho a sacar mis propias conclusiones respecto de qué padres me habían tocado”, como indica. Y creció “feliz”, “fanatizada por Shirley Temple y las películas en blanco y negro”, “copando ambientes con mis shows” y sosteniendo que sería “actriz, bailarina y ama de casa” con el mismo histrionismo que hoy ve en Cali cuando le imita el mood en las pasarelas.

Sofía Zámolo, de niña
Sofía Zámolo, de niña
Sofía Zámolo en concert, como
Sofía Zámolo en concert, como alumna del St. Mary of the Hills School, de San Fernando, donde transitó su etapa prescolar
Sofía Zámolo y su padre,
Sofía Zámolo y su padre, el alemán Diether Zámolo
Sofía y Diether Zámolo
Sofía y Diether Zámolo
Diether Zámolo a los 6
Diether Zámolo a los 6 años, edad en la que dejó Austria escapando de la Segunda Guerra Mundial para radicarse en la Argentina

Papá era “un tanto frío”, describe en contraposición con el “apego” que tuvo con su madre. “No sabía decir ´te quiero´, ´te amo´ o dar un abrazo. Pero con los años pudimos ablandarlo”, cuenta Sofía. Y encuentra justificación en sus orígenes. Diether Zámolo había nacido en plena Segunda Guerra Mundial (1943) en el municipio de Zemun, Belgrado (Serbia), pero su padre era austríaco por lo que adquirió nacionalidad alemana como el Imperio dictaba. Durante dos años vivió en un campo de refugiados para madres y niños austríacos y a los cinco se embarcó hacia la Argentina “con el alma fragmentada”, comenta.

“Al crecer fui entendiendo que papá actuaba en consecuencia con lo que conocía y haciendo lo que podía. Aprendí a ser empática con su historia tan sufrida y a no juzgar parada desde este lado de la vida. Se trató de un chiquito a quien le arrancaron a la fuerza el sentido de la tierra, el idioma, la memoria de un hermano mayor fallecido y el contacto con Maja, la prima hermana que se crió con él, y a quien encontré en 2017″, comparte Zámolo. Fue durante un viaje a Croacia “en busca de mis raíces” que se conocieron. “Pensamos que ya no vivían cuando papá perdió contacto en 1992, en el contexto de la Guerra de los Balcanes. Fue otro milagro que me regaló la vida”, sentencia.

Sofía Zámolo junto a Maja,
Sofía Zámolo junto a Maja, prima hermana de su padre, a quien dieron por perdida y ella se empeñó en buscar durante su viaje a Croacia, a fin de reconectar con sus raíces
Sofía Zámolo y su papá,
Sofía Zámolo y su papá, Diether Zámolo, abogado
Sofía Zámolo y su padre,
Sofía Zámolo y su padre, el abogado alemán Diether Zámolo, quien supo ser modelo y extra de importantes filmes
Sofía Zámolo, con su padre
Sofía Zámolo, con su padre y su hermana

Diether “era brillante”, cuenta Sofía. “Dominaba cinco idiomas y podía hablar de política, economía, geografía, historia... ¡Sabía de todo!”, dice. “Había pagado sus estudios de abogacía trabajando como modelo, extra en varias películas y protagonista de muchos comerciales. Fue la imagen de Crush, Coca-Cola, McTaylor y Casa González, entre otras firmas. De hecho, alguna vez, sentada en el living de Susana, le dije: ´Su, vos trabajaste con papá, hace muchos años... Pero no vas a acordarte´. Y gritó: ´¡El alemán! ¡¿Vos sos la hija del alemán?!´. Porque así le decían”, relata. Fue él quien encendió la llama de este presente. “Un día me llevó a desfilar al programa de Ante Garmaz (1928-2011). Tenía siete años y estaba tan nerviosa que no sé ni lo que hice”, cuenta con gracia respecto de su debut. “Pero eso sí, ese día estuvimos todos frente al televisor esperando el momento en que saldría”.

Sofía y su papá, el
Sofía y su papá, el alemán Diether Zámolo
Sofía Zámolo en 1989, junto
Sofía Zámolo en 1989, junto a su padre

La segunda chance llegaría a sus 11, en un parador de Pinamar, mientras Roberto Giordano (74) adelantaba su evento anual y Nicole Neumann (42) cantaba su hit lanzamiento durante un móvil para Nico (Telefe, 1994). Sofía se paró junto a Analía Maiorana (47). “Yo la admiraba tanto que me salió decirle: ´¡Qué linda que sos!´. Y ella me preguntó: ´Mirá, ahí están buscando chicas ¿No te gustaría anotarte para desfilar?´. ¡Y desfilé para Giordano!”.

A los 16, mientras Dotto mantenía encajonado su book, Zámolo firmó su primer contrato con la agencia Ford Models, a la que la acercó un amigo de sus padres. Antes no se lo permitió, “porque yo era demasiado estricta con el colegio y lo más importante era terminarlo como correspondía”, señala. Dos años después desensillaba en París (Francia) varias valijas y una frase de papá que había alentado ese vuelo: “El cielo es el límite. Confiá en vos y todo lo que te propongas, será”. Sí, la era de las grandes charlas estaba a punto de comenzar. Pero antes, volvamos por algo más a mediados de los 80.

Sofía Zámolo a sus 18
Sofía Zámolo a sus 18 años y radicada en Paris, cuando la agencia Ford Models la contrató para el inicio de su carrera en Europa
Sofía Zámolo y su padre
Sofía Zámolo y su padre

“En 1985, poco tiempo después de haberse separado de mamá, papá comenzó una relación con una chica muy, muy, muy jovencita. Y como suele pasar, se puso zonzo, por decirlo de algún modo”, ironiza. “Y, tal vez, había dejado de escucharnos guiado por ciertas versiones de esta mujer. No podés celar a un niño. Hay tratos que deben atenderse mejor”, dice recordando esos tiempos junto a sus hermanos: los gemelos Federico y Diego (hoy 47, empleado comercial) y Andrea (43, maestra de inglés, pero actualmente “madre a tiempo completo”). Cita el hecho como el motivo de la “fricción” entre ellos, que dista en creces de los años de “ausencia” que –por ciertos artilugios publicitarios– contaba la portada de una revista en 2004. “Él se había mudado a siete cuadras de casa para estar cerca. No es que no estuvo, sino que, a diferencia de hoy, los padres hacían menos”.

Sofía Zámolo, su papá Diether,
Sofía Zámolo, su papá Diether, y sus hermanos: Andrea y los mellizos Diego y Federico
Sofía Zámolo junto a su
Sofía Zámolo junto a su padre y sus tres hermanos
Los hermanos Zámolo: Diego, Sofía,
Los hermanos Zámolo: Diego, Sofía, Andrea y Federico

El gran revés, “el más duro”, golpeó en el 91. “Mamá llegó un día, me sentó para charlar y abrazándome me dijo: ´Fede se fue al cielo y no va a volver más´. Yo tenía ocho años, jugaba con muñecas y de repente debía despedir a un hermano. No entendía nada: ni que ya no lo vería, ni que un chico así podía morir... ¡Los viejitos se morían!”, relata Sofía. Federico tenía 16, era el gemelo de Diego, “pero la que más se le parecía era yo”, comenta. “Mamá siempre decía: ´¡Me hacés acordar tanto a él!´. Tengo su expresión, la sonrisa, el formato de su cara angulosa... Era, además de muy buenmozo, un chico bien plantado. Muy bien armado, seguro de sí mismo. Claro, cuando mis padres se separan, Fede pasó a ser el hombre de la casa. En realidad, los dos, pero a él le sobraba actitud y rebeldía para defender, discutir o pelear aquello que fuese, llegado el caso”, señala. Lo recuerda “alegre como pocos” y “de corazón enorme, como mi madre”. El responsable de su pasión por el rock de los 80 “y del fanatismo que siento aún hoy por Guns N´ Roses. Él me hacía escuchar cada uno de los temas mientras me explicaba las letras y de qué modo debía entonarlas”, cuenta.

Sofía Zámolo, de por entonces
Sofía Zámolo, de por entonces siete años, junto a su hermano Federico, de 15, un año antes de que falleciera por negligencia ajena en un accidente de tránsito
Federico Zámolo murió en 1991
Federico Zámolo murió en 1991

Federico fue víctima de un accidente de tránsito. “Estaba en su moto, frenado en un semáforo, cuando el conductor de un auto dobló sin verlo y lo atropelló”, relata Sofía. Pasó en Francisco Beiró y Darregueira (Boulogne), frente a la Iglesia Santa Rita. “De hecho, y gracias a Dios, el padre Damián, del Colegio Parroquial Juan XXIII al que habían ido mis hermanos, pudo salir de inmediato para acompañarlo y darle la unción en sus últimos instantes”.

Esa es la única información que dice haber tenido sobre el hecho que cambió sus vidas. “Yo era demasiado chiquita para que me involucrasen. Ni siquiera sé si hubo algún tipo de resolución judicial”, cuenta. Pero será inolvidable la imagen de aquel sepelio. “La noticia había conmocionado a una comunidad que, por entonces, era más pequeña y en la que nos conocíamos muy bien. En todos lados se comentaba: ´¡¿Viste lo que pasó con el mellizo Zámolo?!’. Y el día del velorio... Bueno (se quiebra), fue eterna la hilera de amigos y compañeros que quisieron despedirse de él”, recuerda emocionada. “En definitiva no era nada raro que adorasen a mi hermano”.

Sofía Zámolo junto a su
Sofía Zámolo junto a su mamá, Cristina Guerrero, y sus hermanos, Diego, Federico y Andrea
Sofía Zámolo junto a su
Sofía Zámolo junto a su madre, Cristina, y sus hermanos Andrea y Diego

Charlamos respecto de las repercusiones de semejante dolor para una nena de ocho años. “Durísimo”, anticipa. “Al año siguiente murió mi abuelo materno (Julio Argentino Guerrero), que tanto acompañaba a mamá, y meses después mi abuela materna (Myra Josefina Misitá Zámolo), quien vivía con papá y me enseñó, entre otras cosas, a cocinar la mejor comida de Europa del Este. Personas claves y muy presentes en tiempos tan difíciles. Pérdidas que terminaron de hacernos bolsa”, resume. “A raíz de esos episodios desarrollé aprensión a la muerte, un miedo terrible a estar sola y en ciertas situaciones sufría sensaciones de ahogo. Era espantoso, porque por entonces, se trataba de cuadros inciertos”, cuenta. “Con el tiempo (y a través de profesionales) me enteré de que se trataba de ansiedad, a lo que luego llamaron ´ataque de pánico´. Una suerte que me acompañó hasta la adultez”.

Sofía Zámolo, en la escuela
Sofía Zámolo, en la escuela primaria

Los Zámolo emprenderían así un camino de borrascas del que no solo su economía se desmoronaría. “A raíz de la muerte de Fede, papá entró en una larga depresión que le costó años poder revertir”, reseña Sofía. “Él le había regalado la moto a mi hermano cuando cumplió 16. Y jamás logró perdonarse a sí mismo por eso. Al inconmensurable dolor de perder a un hijo se sumaba la culpa. Y lo destruyó. Cayó. Se fundió. Él era un gran abogado, acostumbrado a buenos ingresos y una serie de comodidades. De repente no existió nada más. Estábamos en crisis y lo pasamos fatal”, relata.

“Recuerdo estar viendo a mis padres tan tristes, tan preocupados por temas de plata, y pensar: ´No quiero atravesar por esto. No quiero pasar noches en vela por no saber cómo saldar deudas o llegar a fin de mes. No quiero que el día de mañana mis hijos vivan lo mismo´. No teníamos. Faltaba plata para ir al supermercado y para pagar un colegio (por entonces el Carmen Arriola de Marin, en San Isidro). Ahí fue cuando dije: ´Voy a empezar a trabajar´. Y al principio, por no ser tan alta, había muchos ´no, no y no´. Pero yo era demasiado obstinada para aceptarlos. Tantas veces repetí ´voy a lograrlo´, que la puerta se abrió”, asegura la panelista de Nosotros a la mañana (ElTrece). Protagonizó desfiles y campañas en 8 países. Participó de 17 ciclos televisivos, de los que condujo siete. Y hasta fue la elegida de Ricardo Arjona para el clip de “Apnea”. Pero, a principios de los 2000, el éxito, tal vez inesperado en la métier, la alejó de sus estudios de Diseño de Indumentaria en el Instituto Flego (el mismo del que egresó Benito Fernández). Ya más atrás había quedado la intensión de ser abogada (“como papá y por el orgullo que me hacía sentir”) y hasta el CBC completo para cursar Arquitectura en la UBA.

Sofía Zámolo a horas de
Sofía Zámolo a horas de nacer, con su mamá
Sofía Zámolo junto a su
Sofía Zámolo junto a su madre, Cristina Guerrero, su pareja Charlie Arzeno, y sus hermanos, Diego y Andrea

Empleó su primer caché en el pago de las cuotas del colegio. “Fue un modo de aliviar a mamá”, explica. “Le dije: ´Má, yo me encargo. No quiero que te esfuerces tanto´. Ya había trabajado muy duro para todos nosotros”, cuenta. “Desde el divorcio mantuvo intacta su sonrisa y su frente bien en alto. Jamás la vi tirada en la cama ni llorando. Siempre decía: ´Tengo tres excelentes razones para seguir sonriendo. Mucho después, ya de grande, me enteré que había estado muy mal por lo que había pasado. En silencio. A escondidas. Sin compartir, sin mostrarnos el dolor profundísimo que la acompañó hasta el final de sus días”.

Cuando “se vio sola” por primera vez, después de tanto tiempo, Cristina se arremangó y salió a buscar sustento por un camino insospechado. “Mamá empezó repartiendo panfletos con ofertas de pasajes aéreos hasta aprender del tema. Y tiempo después se lanzó a la venta en modo freelance”, cuenta. Siempre escoltada por Charlie (Carlos Arzeno, 77), un emprendedor dedicado a la venta de computadoras, con quien había vivido un fugaz romance en 1988 y volvió a encontrar en 1992 para no volver a separarse jamás. “Pasaron juntos más de 29 años y lo adoro. Siempre lo llamé ´mi otro papá´”, relata Sofía.

Sofía y su padre, Diether
Sofía y su padre, Diether Zámolo, durante sus inolvidables charlas en North Miami, donde él vivía

Mientras tanto y “rendido por la situación”, Diether decidió mudarse a Estados Unidos. En 1981, los Zámolo ya habían vivido en Miami (Florida) en lo que fue un intento fallido de radicación. Y hacía ahí partió 17 años después, con su nueva pareja y la propuesta de sumarse al equipo de venta publicitaria de un periódico argentino. “Cuando finalmente se separa (2002), viajo a instalarme con él en Aventura, North Miami. Y fue ahí que logramos hacernos amigos”, cuenta Sofía.

“Tuvimos las charlas más increíbles sobre nuestras vidas y aprendimos mucho el uno del otro. Lo apretujé todo y nos dijimos ´te amo´ hasta el hartazgo”. Pero poco antes de esa instancia, una cita se hizo urgente. “Nos sentamos en un clásico Denny´s, frente a su departamento y, una tras otra, le tiré todas las cosas que debía decirle. Entonces empecé: ´Mirá, papá, cuando yo tenía tantos años, te extrañé. En tal momento, te necesité...’. Y no paré. Hasta que él reconoció que había estado mal. Me respondió: ´Tenés razón. No supe darme cuenta de todo eso que estaba pasando (en su entorno), de eso que sentías. Te pido perdón´. Y no solo lo hizo conmigo”, anticipa.

Sofía Zámolo y su padre,
Sofía Zámolo y su padre, Diether Zámolo

“Cuando él estaba internado, ya mal, muy débil, nos turnábamos para ir a darle de comer. Y un día, coincidimos mamá y yo. Entonces la miró y me dijo: ´Creo que lo mejor que he hecho en mi vida fue haber elegido a la mejor madre para mis hijos. Sí, la bruja es buena...´, porque así la llamaba cariñosamente”, relata. “Fue uno de los momentos más lindos que vivimos juntos”.

Diether, ya en Buenos Aires desde hacía dos años, falleció el 26 de enero de 2009, a raíz de un cáncer que atacó su hígado. “Y el hígado es el enojo”, explica Sofía. “Porque después de mucho tiempo me puse a leer sobre el impacto de las emociones en los órganos del cuerpo. Algo que deberían enseñarnos en la escuela, desde muy chicos. Somos seres emocionales, y ni un dolor de ciático es tan casual”. En fin, “papá me dejó varias lecciones que quiero volcar en la educación de mi hija”, cuenta. “Aprendí que no debemos juzgar sin intentar la empatía. Que el tiempo es un valor inmenso. Y que, aún así, nunca será tarde para un buen perdón”.

Sofía Zámolo, con Teleshow
Sofía Zámolo, con Teleshow

En agosto de 2022 Sofía perdió un embarazo de dos meses. Hoy es capaz de contarlo con cierta sabiduría. “Uff... Obvio que lo pasé mal. Obvio que lloré. Obvio que me dolió. Y hoy siendo mamá una no deja de pensar en lo que no fue y en lo que pudo haber sido. Es como decir (exhala): ´¡Bueno, a remarla otra vez! Esto es lo que nos toca y hay que saber aceptarlo’”, dice. “Pero estoy muy segura de que seré mamá de nuevo. Me encantaría tener más hijos, es algo de lo que charlamos mucho con Joe. Al menos yo, siempre soñé con cinco″, asegura.

Todo lo vivido de camino a la llegada de Cali no solo no logra desalentarla sino que además, y como dice, “me ha dado armas”. Abrazar a su hija costó dos años de búsqueda. Y con eso nos referimos a “cientos de consultas médicas, estudios, estimulaciones, pinchazos de todo tipo, tratamientos invasivos, la histerosalpingografía y todo lo que dolió tanto como los prejuicios, la vergüenza y la culpa”, relata. “Yo llegaba escondiéndome a los centros de fertilidad creyendo que estaba haciendo algo mal, sintiéndome fallada”, cuenta. “Porque lamentablemente lo que escuchás de la sociedad es ´algo debe tener´. Hay mucho acá (se señala la cabeza) y de repente solo se trata de entender que también es de arriba. Que cuando tiene que ser, es. Y que hay algo más poderoso que nosotros para manejar ciertas cosas”.

Sofía Zámolo y José Félix
Sofía Zámolo y José Félix Uriburu, el día de su boda

Cuando nada resultaba, Sofía y José Félix Uribiru (42) decidieron alejarse del país pero jamás de su deseo. Se instalaron en la ciudad de Chicago, donde visitaron a un especialista. Y ese mes se convirtió en “el trip más amoroso”, como describe. “Es un lindo recuerdo el que nos queda. A diferencia de lo que puede suceder con varias parejas cuando les gana la frustración y el enojo, a nosotros nos hizo bien. Nos acompañamos mucho“.

En breve síntesis y con el hilo rojo “bien atado”, como sugiere esa leyenda oriental, Sofía y Joe (como lo llama) se descubrieron en el 94, entre amigos de barra. Se perdieron de vista hasta 2014, cuando él se animó a contactarla vía Instagram. No hay registro claro de la primera cita a solas pero sí del inicio del romance en Brasil, cuando en pleno Mundial, Uriburu se ofreció a llevarla a ella y a su amigas desde San Pablo hasta Río de Janeiro, para alentar a la Selección en la final. Al mes ya vivían juntos. Al año y medio llegó la propuesta formal de un matrimonio de casi siete años (9 de diciembre de 2016). Y hoy, “reconfirmo, como alguna vez dijo papá en aquella cama de sanatorio y refiriéndose a mamá, ¡qué buen supe elegir al padre de mis hijos!”, sentencia.

Sofía Zámolo y José Félix
Sofía Zámolo y José Félix Uriburu: más de ocho años de amor
Sofía Zámolo, Joe Uriburu y
Sofía Zámolo, Joe Uriburu y la pequeña Cali
Sofía Zámolo y su hija,
Sofía Zámolo y su hija, con segundos de vida

El hachazo a sus ánimos llegaría en breve, pero entonces estarían “bien armados” para soportarlo: “Ningún embrión de los siete que logramos con tanta esperanza, había sobrevivido”, relata. El desencanto duró 30 días, lo que tardó en irrumpir la sorpresa: “¡Estaba embarazada!”. Tan naturalmente como, algún tiempo atrás, le había pasado a su hermana después de un proceso similar. Las charlas con Andrea, según dice, bien pudieron suplir las horas de diván. Sí, reafirma que “el factor cabeza” tiene gran peso en estos casos y que, quizás, le ha ganado cierta obstinación y, por qué no, arrogancia de creer que sería madre cuando quisiera.

Sofía lee su suerte a través de la fe. “Acá la tengo, la amo y llave siempre conmigo”, desliza mientras deja asomar, de su escote, la Medalla Milagrosa, también popularizada como Medalla de Nuestra Señora de las Gracias (diseñada por Catalina Labouré luego de las apariciones de la Santísima Virgen María de la Capilla de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa de Paris, Francia). “Durante algún tiempo tuvimos la imagen de la Virgen ahí adentro, en la entrada de casa. Fue el regalo que mis primos el día de nuestro casamiento”, comenta. “Yo, cada vez que me despertaba, hacía una meditación de afirmaciones a través de la cual repetía: ´Yo soy abundancia. Yo soy maternidad. Yo soy fertilidad´. Y después le hablaba: ´Virgencita, quiero ser mamá. Quiero tener un hijo´”, cuenta Zámolo. “Hasta que un día, al pasar por delante, pensé: ´La Virgen tiene que estar rodeada de naturaleza, en un lugar del jardín en el que se sienta más contenida, más mimada. Entonces la rodeé de flores violetas. Y un día le dije: ´Mirá, Virgencita, cuando consideres que deba ser, que sea. Yo voy a aceptarlo´. Solté entendiendo que tal vez eso dependía de algo mucho más allá de nuestro alcance y que llevar un hijo dentro es realmente milagroso. Y ese día 8, apropósito, el de la Virgen, quedé embarazada”, relata.

Sofía Zámolo en brazos de
Sofía Zámolo en brazos de su mamá, Cristina Guerrero
Sofía Zámolo junto a su
Sofía Zámolo junto a su mamá, Cristina Guerrero, su hermana Andrea y su sobrina

Redobla la apuesta en términos de causalidades al hablar del “envío especial” que Cali ha significado en su vida. Y lo dice sin poder evitar el quiebre: “Definitivamente, ella me salvó”. Apenas 48 horas antes de haber hecho el test que confirmó la espera, Sofía recibió otra noticia. “Me enteré de que mamá tenía un cáncer fuertísimo que había afectado su páncreas y su hígado”, cuenta. “Desde entonces aprendí que no tenía tiempo para tirarme a llorar. Y me remitió a la actitud que ella tomó frente al lacerante dolor por la pérdida de Fede: no dejarse desmoronar jamás, porque tenía hijos por los que debía ser aún más fuerte”. Además, y en algún punto, “me hacía ilusión creer que la llegada de una nieta pudiera darle fuerzas que la sacaran adelante”, señala.

Zámolo transitó su embarazo en pandemia mientras procuraba contener a Cristina. “Mamá solo salía para sus sesiones de quimioterapia, en las que lo pasaba pésimo. Había perdido 40 kilos y estaba muy débil”, describe. “Y yo, a su vez, debía prepararme para ser mamá. Me acuerdo que pensaba: ‘¡Mi bebita no puede recibir a una mamá tan triste!’. Y me esforzaba. Sabía que necesitaría armarme. Pedía ser solo el 10% de lo leona que había sido mi madre, incapaz de victimizarse ni por medio segundo”.

Sofía Zámolo, con Cali, posando
Sofía Zámolo, con Cali, posando para Teleshow
La mamá de Sofía Zámolo,
La mamá de Sofía Zámolo, con su nieta en brazos

Cristina “cruzó de plano” el 4 de febrero de 2021. Y desde entonces, “por consejo de su prima”, Sofía atendió sus señales aunque un tanto rebelde: “¡Yo no quería señales. Yo quería a mi mamá!”. Pero pasada “esa larga etapa de la aceptación”, se predispuso a sentirla. “Al principio la soñé. Estaba con toda mi familia en su casa y ella tenía puesto el vestido de verano que usaba de joven. Nadie podía verla ni escucharla, excepto yo. Entonces me senté en su cuarto y le pregunté cómo estaba: ´Bien, bien... A veces me cuesta, pero va a ir mejor´, me dijo. Y otra vez, una chica que practica el Tarot y siente presencias, me reveló: ´Tu mamá pide que dejes de llorar. Que conectes con ella a través de las flores del jardín de tu casa, que habían sido suyas´. Se trataban de los gajitos de sus hortensias que me traje mucho antes de que se fuera. Porque me ha dejado la pasión por las plantas, las flores, la naturaleza, en las largas horas que pasábamos regando juntas cuando yo era chica”, explica. Pero no es todo. “Hace poco estaba desayunando con Cali y, de repente, el teléfono me indicó que había entrando una llamada: ‘Mom’, apareció, como le decía. Era del número de mamá, que hace tiempo está dado de baja”, revela. “No entendí nada e hice una captura de pantalla para enviarle a mis hermanos”.

Sofía Zámolo y su mamá,
Sofía Zámolo y su mamá, Cristina Guerrero
Zámolo con su hija
Zámolo con su hija
Sofía Zámolo, A Solas con
Sofía Zámolo, A Solas con Teleshow

El primer Día de la Madre fue “letal” porque “finalmente me tocaba ser mamá, sin mamá”. Y “no hay día que no la extrañe”. Sofía dice haber “sufrido mucho” la ausencia de su “gran referente”. Más aún, “en el momento en el que tanto había soñado tenerla al lado para que me aconsejara sobre qué hacer con esto y con lo otro”, señala. “Y la llegada de Cali fue lo que me levantó... No tenés otra”, reflexiona. “Tenés que lavantarte, alimentar a tu hija, cuidarla, jugarle... ¡Estar alegre! Y cuando aparecía el dolor, yo le hablaba a mi bebé: ´Estoy feliz porque llegaste a mi vida, pero muy triste porque extraño a mi mamá´. Cali es tan cariñosa... Hoy la abrazo y la apretujo fuerte, y se da una conexión como la que ella tenía con mamá cuando venía a casa. Por ahí, nos tirábamos las tres a mirar películas y la gorda dormía una siesta sobre el pecho de su abuela”, recuerda.

No existe oportunidad en la que California pase por delante del retrato de Cristina sin saludarla con su “¡Titi, Titi, Titi!”, como la llamaba. Sofía espera contarle quién ha sido la señora en esa foto: “Una mujer extraordinaria y una mamá incansable. Que supo proteger a los suyos mostrándoles que los sueños se logran a fuerza de trabajo. Que antepuso la empatía a cualquier otro valor. Y que enseñó que a la familia jamás se la suelta, por más terrible que sea el dolor que la golpee. Que a la familia se la acompaña, siempre desde el amor. Porque cada cosa que nos suceda, con amor se vivirá de otra manera”.

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