Costa: “Me escribió un señor que, después de haber sido amante mío, se hizo cura”

La humorista se luce en el teatro con Costa Presidenta y en la televisión con su probado oficio para el panelismo. Su pasión por las telenovelas, la cultura del trabajo como guía y los sueños cumplidos y por cumplir

Guardar
Costa: “Hay que ser feliz con lo que tenés no con lo que te falta"

Vivió en la calle, trabajó de todo y no descarta dedicarse a la política. El camino hacia este presente de éxito tuvo ingredientes de telenovela, como esas que la hacían soñar de chica cuando por las tardes se “devoraba” los culebrones de Canal 9 junto a su madre, o aquellas historias que leía en los libros que le prestaba su abuela. “Hay que ser feliz con lo que tenés, no con lo que te falta”, asegura la artista que logró romper los mandatos, escribir su propia historia y convertirse en Costa.

Un estreno y una mudanza la tienen “a full”, ya que simultáneamente con el debut de Costa Presidenta se encargó de transformar en hogar su primera casa propia. En esa transición, aprovecha para desprenderse de muchas cosas: “Tengo siete placares de ropa, entre la de los shows, vestidos divinos y el crotaje de todos los días. Voy a hacer la selección para regalar, porque la ropa está carísima y podés ayudar a un montón de gente”, cuenta.

—Vos siempre tuviste mucha consciencia social.

—Vengo de una casa donde se hablaba mucho de política, y de gente de laburo. Mi mamá es costurera al día de hoy. Hubo momentos de miseria tal vez que nosotros no veíamos…

—¿Familia que hablaba de política o que militaba?

—Papá militó mucho tiempo. Se tuvo que esconder en una época: era ultraperonista y de ultraderecha, entonces en los años 70 estuvo escondido en el pueblo. El abuelo Pedro, su papá, era comisario, también muy peronista, y le sacaron el grado de comisario cuando cayó Perón. Entonces sí, era una casa politizada.

—¿Qué trabajos tuviste antes de dedicarte a lo artístico?

—Yo hice todo. Vendía relojes, encendedores. En una distribuidora en Villa del Parque, después en una casa de hamburguesas. Libros. También venta por teléfono muchos años. Pero no era lo que a mí me gustaba.

—¿En cuál decís: “¡Qué mala que era haciendo esto!”?

—En un call center vendía parcelas para el cementerio. Me iba bien porque yo, chamuyando, siempre. Entonces le empezaba a sembrar la necesidad al potencial comprador. “Porque usted imagínese, ¿qué edad tiene? ¿Tiene hijos? Sí... Qué duro, ¿no? Ojalá falte muchísimo tiempo, señora, pero fíjese que esto es un tema que hay que hablar en algún momento”. Y resulta que todas las ventas eran auditadas, entonces, estaba el cliente del otro lado escuchando. Y me oyen con una señora: “Yo le digo el precio y usted, se muere”, como haciéndome la graciosa. Entonces ahí me echan (risas), porque dijeron que era una vendedora muy violenta (risas). Me castigan y me mandan a hacer socios de Racing Club.

—Muy laburadora pero también muy lectora. ¿Eso de dónde vino?

—De mi abuela sobre todo. Decidí cerrar el espectáculo anterior hablando de ella, y hay una historia horrible, pero creo que es la historia de muchas mujeres argentinas. Ella pudo hacer hasta tercer grado, vivía con piso de tierra. A los nueve años la mandan a trabajar a la casa de la rica del pueblo. Era como su dama de compañía. Entonces empieza a leer los textos que había ahí y la dueña de la casa le dice que tenía que estudiar porque ella era muy inteligente, y tenía que ser maestra. Entonces su papá, que era mi bisabuelo, Wilfrido, dijo que no, que para qué iba a estudiar si ella era mujer. Yo me crie con el resentimiento de esa mujer a la que le cortaron las alas, y ella es la que me obligaba a leer a mí. Nosotros almorzábamos, literalmente, con Mirtha Legrand, porque ella ponía el televisor arriba de la mesa, y en su biblioteca leía libros de autoayuda. Había también libros de Narosky, Borges, Alfonsina Storni. Todas las mujeres que hoy son calles de Puerto Madero, supe de chica quiénes eran por ella. Mi abuela era la mujer más interesante que hubo en mi familia, sin dudas. Perdón a las demás, pero ella me legó eso, toda esa consciencia social…

Costa: “Papá era ultra peronista y de ultra derecha, en los años 70 se tuvo que esconder"

—¿Te ofrecieron alguna vez un cargo político?

—Sí, me ofrecieron empezar ayudando en secretarías y qué sé yo, y la verdad que si la política es el vehículo para que la gente viva bien. claro que lo celebro. El tema es que está tan difícil acá... Por ahora, no. A lo mejor otro día.

—¿Podemos decir quién te convocó?

—No es necesario, porque me han convocado de todos lados, por suerte, porque el discurso lo van adaptando a lo que les gusta, entonces dicen: “Este es aspiracional, mirá, esta de la nada llegó, entonces nos sirve”, y los otros dicen “El pueblo trabajador”. Después, los que se acuerdan de los gays para la época de la marcha, se suben a los camiones... hay una parte de la obra en que yo digo: “Izquierda, derecha, arriba, abajo, no sé dónde mirar ya”.

—¿Vos te das cuenta de cómo escribiste tu propia historia?

—Sí, por suerte. Traté de quedarme con lo bueno, porque para malo ya tuve lo otro. Hay una historia que es linda para mí. Yo le había robado un labial a mi mamá de esos con un capuchón verde y dorado que eran los indelebles, años 80, en Córdoba, Madonna, la explosión. Me pintaba y me iba caminando al jardín, que estaba a dos cuadras. Y al llegar me lo sacaba. Hasta que un día la maestra me dijo que no me lo saque. Esa fue la primera persona en mi vida que dijo: “Libertad, libertad, mamita”.

—Y aparecen las telenovelas en algún momento de la vida. ¿Vos querías ser la buena o la mala?

—Cuando me empoderé, la mala; pero cuando era chica, la buena (risas). Yo armaba mis propias novelas, mis propias ficciones, y estaba todo el día hablando conmigo misma pero no era yo, sino los otros personajes que me iban contestando. Nosotros cada dos años nos mudábamos, entonces era cambiar de colegio, cambiar de amigos...

—¿Por qué se mudaban tanto?

—Porque alquilaban. Me mudé 17 veces en toda mi vida. La ultima fue a un barrio que se llama 20 de Junio, que es donde mi mamá sigue viviendo. Cuando llegamos recién empezaba, había solo una manzana. Y lo primero que hicimos fue conectar el televisor porque comenzaba La extraña dama, Luisa Kuliok, Canal 9, la gloria. En Una voz en el teléfono había dos actrices preciosas, Elizabeth Killian, que era la mujer más hermosa que vi en mi vida, y otra que se llamaba Adriana Gardiazábal. ¡Ay, por Dios! De chica yo veía una que se llamaba Chiquilina mía, que era una inspiración de My fair lady.

—¿Eso tenía que ver con el sueño que se empezaba a formar?

—Yo creo que tenía que ver. Nacha (Guevara) siempre dice: elegir esta profesión donde podés ser todas las que tengas ganas de ser. Y antes mi universo era muy chiquito, la heroína o la malvada, pero también podés ser un malvado, un pirata, no pasa por el género.

Costa: "Si la política es el vehículo para que la gente viva bien lo celebro"

—¿Cuándo pudiste construir a Costa, la que querías ser?

—Después de muchos años, cuando hice el bajón grande de peso. Luego de la operación pude mirar la vida desde una manera sonriente y decir: “Bueno, ya está, tanta ausencia, tanto desengaño, tantos ‘no’. Y el ‘sí' es que yo tengo una linda profesión, tengo gente cercana que me quiere; soy valorada por mucha gente interesante”. Eso fue también un laburo muy grande en terapia, del psicoanálisis. Hay que ser feliz con lo que tenés, no con lo que te falta. Porque siempre te va a faltar algo, y lo que tengo es un montón, más que cualquier persona. Y no hablemos de sexualidades, yo trabajo de lo que me gusta, ya está. También tenía que ver con esto del reconocimiento, y la radio a mí me ayudó mucho a dejar de ser un cuerpo y pasar a ser una voz y un pensamiento. A mí me encanta ser conocida.

—¿Había un sueño de eso de chiquita?

—Sí, había un sueño de la aceptación, no me daba cuenta yo. Más por el lado de la querencia que del ser famosa. Una vez Jairo daba un recital en Córdoba gratis. A él se le había muerto un pariente muy cercano y dijo: “Voy a cantar el ‘Ave María’ pero lo canto a capela, solo para esa persona”. Y yo me acuerdo que estaba contra un árbol llorando de la emoción y estaba mi mamá al lado, porque su ídolo era Jairo. Eso se lo pude contar a Jairo después, y me dijo: “Yo nunca me saco una foto con nadie, pero nos vamos a sacar una foto para tu mamá”. Esas cosas son lo más lindo de que la gente te vaya reconociendo: los que vos admiraste toda la vida.

—Ese acceso que solo te da el reconocimiento...

—Claro. Y después tenés estas cosas que me hacen reír mucho. Catherine Fulop, otra de mis mujeres soñadas de Abigail, tiene una anécdota. Ella estaba en un premio súper internacional en un hotel en Nueva York con Gabriela Sabatini, su cuñada. Nadie la miraba a Cathy, raro. Eran todos deportistas, se ve que estaban en su mambo. Bajan al subsuelo donde estaba la cocina del hotel, llena de latinos, entonces todos empiezan a llorar y le decían: “¡Abigail, Abigail!”, y la Catherine la mira a Gabriela y le dice: “Mi público”. Bueno, es así: a mí la gente que me quiere y me conoce es la gente que va a laburar.

Costa: “Muchos años sentí que nada valía porque no tenía un hombre al lado con quien compartirlo"

—¿Andás enamorada?

—No.

—¿Con ganas de...?

—No. Pero hice todo mal. Porque con el último, un kinesiólogo, para la primera cita se me ocurre invitarlo a un show mío (risas). Entonces el chico… Es mucho, es mucho. Yo arriba del escenario de verdad soy capaz de todo; entonces, claro...

—¿Pero lo nombraste? ¿Le hiciste alguna maldad en el escenario?

—No, no. Solamente después me tomé una copa y ya le quise dar la mano, una cosa medio bochornosa. Es más bueno, encima. Es de Salta y vino acá a estudiar, la abuelita se cayó, entonces viajó a hacerle la rehabilitación, qué sé yo. Tengo que bajar el perfil. La otra vez conocí a un chico, también una desubicada yo, porque dice: “Vamos al cine”. Podría haber elegido un cine más tranqui, pero no: al Abasto. ¿Y qué fui a ver? Avatar.

—La gente no paraba de pedirte fotos.

—Es mucho para el otro, yo también lo entiendo. Pero tampoco puedo renegar de eso. ¿Qué hago? Mientras más te querés camuflar… Marilyn decía: “Una carrera es algo espectacular pero no te abraza cuando volvés a tu casa”. Yo muchos años sufrí eso. Muchos años. Y mucho dolor. Sentía que nada valía porque no tenía un hombre al lado para con quien compartirlo. Después dije: “A lo mejor no me toca, puede ser también que no...”.

—Y a veces la felicidad puede no pasar por ahí.

—No. Igual por estos días dos muchachos me escriben por Facebook. Uno resulta que era de quien yo estaba enamorada cuando tenía 18 años y vivía en una pensión en la calle Capdevilla. Era el diariero de la cuadra. Él laburaba al amanecer, que era cuando yo volvía de trabajar, porque yo trabaja de noche. Bueno, me escribe y me dice: “Yo también sentía muchas cosas por vos”. ¡Ay! Yo digo, ¿20 años más tarde me lo viene a decir éste mierda? ¡¿Por qué no abriste la boca?! Otro señor me escribe. Vi una foto en Roma, otra foto en Roma, una foto con el Papa. Otra foto con monseñor. Se hizo cura. Y era amante mío en esa misma época. Se ve que esa pensión de Capdevilla no quedó ni uno en pie... Se hizo cura, mirá. Me volvió a escribir el cura, y dije no, no, no, es un hombre santo.

—Es un montón.

—No, es un montón, porque aparte, mirá la historia: estuvo conmigo, después se hizo cura (risas).

—Necesito que tu próximo unipersonal empiece con esta historia.

—Con la del cura. Tendremos más. Vos sabés que en esa pensión pasó algo fuertísimo. Mi mamá se separa de mi papá, se viene a Buenos Aires, yo me voy a trabajar de telemarketer, vuelvo y mi mamá estaba en la punta de la cama. Era un cuarto que solo entraba una cama de una plaza y media, nada más, y un placarcito con un televisor de 14 pulgadas. Mi mamá estaba en la punta de la cama así, como ida, y yo le digo: “¿Qué te pasa?”. “Es terrible hijo, vos no usas ropa interior”. Le digo: “¡¿Qué?!”. “Es terrible, es terrible, vos no usas ropa interior”. Le digo: “Mami, sí uso ropa interior”. Saca el cajón y me dice: “¿Adónde, si acá hay solo ropa de mujer? No hay un calzoncillo”. No hay un calzoncillo... De ahí, a la presidencia. ¿Entendés que vivir es espectacular?

—Costa presidenta.

—¡Sí! Estamos en el Premier, un teatro donde en el año 2004 yo era asistente de Ethel Rojo, de Laura Fidalgo y del Negro Álvarez. Ese pasillo, ese camarín donde estoy hoy es donde yo cambiaba a la gente. Es como cerrar eso. Yo puedo haber sido talentosa o no, pero hubo gente buena que apostaba. Hay que agradecer a la gente que me dio la posibilidad de laburar, a los compañeros con los cuales he crecido y a la gente, que es la que dijo “sí”. Y me agradezco a mí, claro que sí. Eso lo tengo más que elaborado: yo me quiero.

Mirá la entrevista completa:

La entrevista completa a Costa por Tatiana Schapiro
Guardar

Últimas Noticias

Isabel Macedo: “Aprendí a amarme tanto que hoy puedo ser tratada como siempre soñé por el hombre que elegí”

Habla del proceso íntimo por el que, finalmente hoy, puede decir: “Estoy contando el cuento que siempre quise contar”. El amor de Juan Manuel Urtubey que, por primera vez, “me hace sentir valorada en casa”. La filosofía con la que educa a sus hijas. La deuda económica que, a los 16, la empujó al modelaje y el “amargo” debut por el que casi renuncia a la TV. Las lecciones de su madre: “Desde chica me decía que todo el mundo se enamoraría de mí”. Y el vínculo con su padre aún después de la muerte: “Él se me aparece todo el tiempo”. Memorias de una “eterna adolescente” para quien “la vida siempre está comenzando”
Isabel Macedo: “Aprendí a amarme tanto que hoy puedo ser tratada como siempre soñé por el hombre que elegí”

Marta González: “No temo a la muerte porque sé que volveré a abrazar a mi hijo”

Nunca jugó con muñecas y a los 9 se angustiaba si no firmaba contratos. Amó solo dos veces: se sintió “poca cosa” con Palito Ortega, “muy sola” con Chiche Sosa y “culpable” al descubrirle doble vida. Perder a Leandro anuló sus “deseos de mujer”, una frase de su hija la rescató de “lo peor” y los aplausos la volvieron a la vida. Revelaciones de una guerrera que enfrenta el cáncer por cuarta vez
Marta González: “No temo a la muerte porque sé que volveré a abrazar a mi hijo”

Ari Paluch: “Perdí mucho tiempo, dinero y reputación, pero gané una lección que debía aprender”

Llegó a ser el hombre más escuchado del país hasta que un hecho lo alejó de los medios: “Toqué fondo y tuve miedo de quedar sin nada”. Hoy, siete años después, y de regreso a la Rock&Pop con Arizona –”donde mi vida comenzó”–, revela el tránsito íntimo del que dice: “Nadie vuelve igual”
Ari Paluch: “Perdí mucho tiempo, dinero y reputación, pero gané una lección que debía aprender”

Martín Bossi: “Cuando papá murió, fui a un boliche, me subí al parlante y arranqué mi fiesta”

Creció temiéndole a su padre pero nadie se animó a desobedecerle como él: “A los 5 ya me decía que yo era un fracaso”. 30 años después de su partida, revela la intimidad de un vínculo polémico que lo convirtió en “un enfermito de la mentira” y lo obligó a extirparse las “caras ajenas” para siempre, definiendo así “quién quiero ser”, cómo quiere amar (“dando a elegir entre monogamia o verdad”), en qué creer (“inventé mi propia religión”), cómo prepararse para paternar (“sin convivencia”), y hasta cómo planea morir: “Solo y muy lejos de aquí”. Confidencias de un hombre “finalmente libre”
Martín Bossi: “Cuando papá murió, fui a un boliche, me subí al parlante y arranqué mi fiesta”

Noelia Pompa: “Pasé años intentando tapar mi dolor más grande con la calle y el alcohol”

Tenía todo, “pero no era feliz”. Hace 7 años, “al borde de una depresión en silencio”, su psicóloga le aconsejó que se fuera lejos. Buscó el anonimato en Madrid y hasta se permitió el amor “tras una vida ocultando historias”. Pero jamás pudo escapar de los ataques de pánico por las marcas de su infancia como “el bullying y el enojo con papá, por el abandono que sentí cuando murió”, dice. La intimidad del trabajo espiritual de una mujer que regresó por un rato, para reconciliarse con su tierra y su carrera, “sana y más liviana que nunca”
Noelia Pompa: “Pasé años intentando tapar mi dolor más grande con la calle y el alcohol”