Con décadas de trayectoria teatral, Alejandro Paker fue sorprendido por la masividad que le dio su jurado “malvado” en Canta Conmigo Ahora, durante 2022. Agradecido por la “experiencia social”, como define su paso por el programa de Marcelo Tinelli, se sumó al elenco de Tijeras Salvajes, en el Multiteatro.
Su sensibilidad de artista quizá tenga que ver con su historia personal. Adoptado siendo bebé, recién a los 30 años Alejandro quiso indagar sobre su identidad biológica. Pero admite que la fantasía de conocer a su madre quedó muy alejada de la realidad. Frontal y sin filtros, el actor se despoja de prejuicios propios y ajenos para andar más “liviano”.
—¡Qué 2022 tuviste, Ale! felicitaciones.
—Gracias. La verdad que sí, fue un gran año, aunque en general la gente se fija en lo que tuvo que ver con lo laboral, ¿no? Pero también en lo personal tuve un montón de situaciones heavys.
—¿Tenés ganas de hablar de esas cosas?
—Está bueno decirlo, porque se idealizan ciertas situaciones. A veces vendemos que somos parte de algo que es exitoso y que todo está perfecto. Y no, tiene que ver con mi viejo que está enfermo hace muchos años, y este fue un año en que estuvo muy grave y hemos pasado situaciones tremendas. De recibir el reconocimiento por un lado, o tener la firma de un contrato el mismo día que a él lo internaban en terapia intensiva. Cosas así me pasaron todo el año.
—Vos sos un talentoso y laburante desde siempre, pero el 2022 llegó el reconocimiento popular de la mano de Tinelli. ¿Qué te generó eso?
—Algo raro, porque fue por no levantarme (en el jurado de Canta Conmigo Ahora y así dejar su voto negativo), por no pararme. Por tener otra exigencia: ni mejor ni peor, es otra. Había que hacer tan poco para tener popularidad, digo yo. Pero no me resiento, eh. Para nada. Yo estoy lejos de la frustración o el resentimiento.
—¿Se disfrutó esa masividad, esa llegada?
—Sí, la festejé. La celebro porque lo que me sucede es en la calle, ¿no? Yo soy bicho de teatro y el feedback ahí lo recibís en la función y post función, a la salida; es inmediato. Acá yo tuve que medir. Me di cuenta poniendo el cuerpo en esta experiencia social donde el feedback tuvo otro timing. A la semana que se estrenó el programa ya empecé a recibir desde el reconocimiento de la señora que vende artículos de limpieza a la vuelta de mi casa, hasta vecinos de mi edificio que antes no me saludaban y me empezaron a saludar. Hasta puteadas en la calle: “¡Eh, Paker, levántate!”, “¡Hijo de p...!”. Bueno, ese tipo de cosas maravillosas, y dije “¡Guau!”. Y luego empezaron a suceder otras devoluciones, porque unos meses después se estrenó El Encargado, por Star+.
—También estuviste en la película de Luis Brandoni y Robert De Niro.
—Participé en Nada, eso fue un golazo. No me tocó con De Niro pero sí con Beto, con el que ya hemos tenido varias experiencias gracias a Gastón Duprat y Mariano Cohn. Hice Mi obra maestra con ellos y también estuve en 4x4. Ya me siento como parte de la familia, soy un hijo o un tío de los Duprat-Cohn. Me encanta cómo trabajan, me respetan un montón, me escuchan.
—¿Cómo era De Niro en el rodaje?
—Estuvo muy poquitos días y hay mucho anecdotario alrededor. Por ejemplo, que solo Gastón y Mariano eran los que se dirigían directamente a él, y después, para cualquier persona que quisiera acceder a él, salvo los actores con los que tenía escena, era a través de un asistente. O sea que si vos querías hacerle llegar un vaso de agua, se lo dabas a su asistente.
—¿Habrá sido un requerimiento personal de él?
—Uno nunca sabe. A mí me pasó en la película Colonia dignidad, con Emma Watson, donde no había que tener contacto visual con ella. Inclusive cuando me tocó actuar con ella, primero se pasaba la letra con su asistente, que era muy parecida a Emma.
—¿Cómo te encontraste con Tinelli?
—Marcelo fue adorable desde el comienzo. Tuvimos una reunión para hablar del programa. Y a mí me sorprendió que supiera tanto de mí. Me dio un espacio y empezamos a charlar de qué pensaba yo de la música, qué quería. Yo había visto el formato original, el de la BBC. Y me dijo: “Como sos uno de los más fundamentados, necesito que seas el más exigente”. “Okey, listo”. Entonces lo mío no es caprichoso: lo que yo les pido a los intérpretes es algo que yo me exijo primero a mí. Y es algo con lo que tuve la experiencia y puse el cuerpo; o sea, sé de lo que hablo.
—¿Sos así de exigente siempre con vos?
—Sí, sí. Soy virginiano.
—¿Cómo fueron los inicios de tu carrera?
—Vine de Rosario a los 20 o 21 años para castear en El jorobado de Paris, de Pepe Cibrián y Ángel Mahler. Éramos 2.600, quedamos 50. Y ahí me quedé (en Buenos Aires). Ahí empezó todo.
—¿Pudiste vivir de la profesión desde el principio?
—No, hice otras cosas. Trabajé en un estudio de fotografía, en Bonpler, que era una cadena de fast food francés que no existe más, Consolidar, la AFJP. Y también en Editorial Atlántida, en la parte administrativa, varios años. Estudié Medicina en Rosario. Soy un buscador y siempre me busqué el trabajo, sobre todo para pagarme los estudios, mis clases con (Carlos) Gandolfo, con (Raúl) Serrano, con un montón de maestros.
—¿Por qué estudiabas Medicina si sabías que lo tuyo era la actuación?
—Por un mandato, porque en casa había que llevar un título tradicional. Igual la Medicina me sigue interesando: miro documentales, investigo cosas nuevas que salen.
—¿Hasta dónde llegaste con Medicina?
—Empecé a cursar tercer año. Y después engañé a mi familia diciendo que iba a venir acá y que la iba a seguir, pero acá había que hacer ciclo básico y rendir reválidas de materias que ya tenía metidas. Todos me decía: “Nene, dedicate a tu vocación”.
—Tuviste una crisis fuerte a los 30. ¿Con qué tuvo que ver?
—Con la búsqueda de la identidad. Yo fui adoptado. Lo supe desde pequeño, mis viejos me lo contaron. Hasta esa edad siempre tuve narrativas internas de “no quiero saber, no me interesa, yo sé quién soy”. Y un día, la semana previa a mi cumpleaños, empezó a bajarme información y preguntas, y dije: “¿Por qué no?”. Y ahí fue que busqué. Me costó una semana. Me encontré con una hermana primero, Mónica. Y después conocí a mi madre biológica.
—¿Y qué te pasó con eso?
—Creo que hay una fantasía, gracias a las ficciones que muchas veces hemos visto, sobre estos encuentros de padres e hijos biológicos. Y yo me encontré con alguien que no conocía, que sabía que era mi madre pero no había construido ningún vínculo con ella. Yo tengo un hermoso vínculo con Walter, que es el portero de mi edificio, por ejemplo, que hace 15 años que convivo con él. Ahí tengo una construcción vincular. Y con ella, no. Y fue lo que sucedió. Más allá de todas las fantasías que yo podía tener en la cabeza, después no pudimos construir eso. Esto también tuvo que ver conmigo: los vínculos son 50 y 50. Pero eso de que “la sangre tira”, yo no lo experimenté.
—¿Al menos algo se cerró ahí para vos?
—Para mí tuvo que ver con cortar finalmente la fantasía de que mi identidad tenía que ver con el otro, con mi familia biológica. Y me di cuenta de que no, esto tuvo que ver con mi propia construcción día a día, soy yo, es mi vida. Yo soy lo que construyo de mí todo el tiempo, inclusive mutando y cambiando. También ahora lo estoy trabajando, constelando, haciendo biodecodificación, porque a partir de esa edad empezó una búsqueda para generar vínculos sanos.
—¿Había mecanismos tuyos o cuestiones con las que querías romper?
—Y... sí, porque yo durante muchos años creí que me habían abandonado; eso también es lo que se instala. No lo digo por mis viejos, sino que cuando te dicen que te adoptan hay un montón de información en el inconsciente que empieza a decirte: “Ah, entonces te abandonaron, te dejaron”. Y lo que escuchás en tus primeros años después define buena parte de tu adultez.
—¿A qué edad te adoptaron?
—Bebé de días. Esto te lo cuento porque yo, por ejemplo, ahora festejo dos veces: tengo dos fechas de nacimiento. Cuando mis viejos me adoptan directamente, yo no tuve una partida de nacimiento previa. Legalmente el juzgado pone la partida de nacimiento y ahí a mis viejos les dicen que yo nací un 16 de septiembre entonces me anotan y directamente adopción plena, sucede así, 16 de septiembre. Cuando busco toda esta información a los 30 ahí encontramos por una libreta sanitaria que mi madre dio a luz a un varón un 2 de septiembre. ¡¿What?! ¡¿Cómo?! Yo me iba a llamar Jorge Aníbal. También es tema de análisis: ¿qué pasó ese 2? Mis viejos me fueron a buscar un 19 de septiembre, entonces, ¿qué pasó en esos días, con quiénes estuve? Dicen que los niños, los bebés empiezan a llorar reclamando atención y hay muchos bebés que se mueren cuando no reciben esa atención, ese cariño. Entonces yo debo haber recibido un montón de amor durante esos 17 días antes de llegar a mi familia adoptiva. Son dudas.
—¿Pudiste sanar esa idea de abandono?
—Sí. No digo al 100 porque a veces muestro la hilacha en alguna situación, no sé, mínima, donde un amigo, una amiga…
—Hace un plan con otra persona.
—Claro, y digo: “¿Cómo?”. Y ahí digo alerta. Ahora lo puedo detectar un 80% de las veces. Es un gran trabajo. Es un minuto a minuto. Minuto a minuto...
—¿Y a los 40 llegó la posibilidad de disfrutar?
—Sí, claro que sí. A los 40 vino el universo, volví a ser un niño. Porque empecé a preguntar, a repreguntar todo lo que yo tenía como certezas, primero con las propias y después con las de los demás, las que me venden que “esto es así”. Entendí que no, que todo pertenece a un sistema de creencias en el que hemos sido educados y seguimos participando, y vivimos en una neurosis, en una ciudad neurótica. Y cada vez más me repregunto el lugar que tengo como comunicador, porque siento que como actor despierto emociones en el otro, haciéndote reír o haciéndote llorar, pero ahora estoy replanteándome los contenidos ya que a veces hacemos contenidos que determinan una verdad, pero no considera otras.
—¿Por ejemplo?
—En torno al amor, ponele. Estoy contando una historia pero muchas veces, y esto siempre lo digo en base a mi experiencia, de haber visto tanto cine, teatro, todo eso ha sido una bajada de línea y me ha educado en cómo ser, cómo vestirme, cómo pensar, cómo enamorarme. Hay mucha doctrina. Es tramposo.
—¿Cómo te llevás con este mundo de redes sociales en el que todos parecen tener derecho a opinar de todo?
—Tanto reciba el elogio como la desaprobación o la puteada, para mí tiene el mismo valor porque es reacción de lo que yo estoy generando. Digamos, es mi misión, ese es mi trabajo.
—Te bancás no gustarle a todo el mundo.
—Pero claro. Aparte me gusta que mis personajes generen eso. Que algunos me quieran y que otros no. Hay algo que me encanta que dice Sofía Gala: “Yo no quiero a todo el mundo así que no quiero que me quieran tampoco”. Pero cuando recibo eso que tiene que ver con mi laburo, yo lo festejo.
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