Una sonrisa de satisfacción refleja su gran presente. Verónica Llinás es una de las Dos Locas de Remate, la exitosa comedia que protagoniza junto a Soledad Silveyra, y que en su cuarta temporada volvió al teatro Astral. “No paré de laburar”, sostiene en diálogo con Teleshow, antes de manifestar un agradecimiento constante por la actualidad que atraviesa, ya que considera “un placer el trabajo artesanal” que desarrolla sobre las tablas de la Calle Corrientes.
En la memoria de Verónica todavía permanece una inolvidable función en Formosa, donde viajó junto a Darío Barassi para interpretar Carcajadas Salvajes, y el público no captó el mensaje. “Era un texto complejo y no agarraron una, nunca nadie se rio”, explica, con la cuota de humor que la caracteriza. A pesar de no haber tenido una buena experiencia, la reconocida actriz recuerda que, al observar la pasividad de los espectadores ante su monólogo, “las únicas personas que se descostillaban con una carcajada similar a la de Patán eran el Gordo (por Barassi) y Corina Fiorillo (la directora)”.
—¿Qué pasó aquella vez en Formosa? Recuerdo que cuando vi esa obra había gente que se orinaba de la risa…
—Sí, en otros lados se hacían pis de la risa, pero ahí no la cazaron. Fue muy loco, porque después vinieron a saludar y parecía que les había encantado la obra. En ese momento pensé: “¿Pero cómo? No se rio nadie y ahora vienen y dicen que les encantó”. Nos esperaron y nos pidieron fotos... Fue un público que tal vez se expresaba así. A veces la gente que no entiende muy bien el código no sabe si hay que reírse, porque por ahí creen que es irrespetuoso.
—¿Cómo fue tu reacción al ver que nadie se reía durante tu monólogo de media hora?
—Me malhumoraba. Uno se puede malhumorar bien y se puede malhumorar mal. Y cuando te malhumorás mal, te anulás. En cambio, si te malhumorás bien, capaz le podés tirar al público frases como “reíte” o “al fin se rió de una...”. Después, uno se conecta con lo que tiene que decir y con el caminito que tiene que recorrer, porque hay mucho trabajo interior que uno maneja cuando hace una obra. Hay que seguir conectada con una misma, porque cuando no te alimenta el público, te retroalimentás vos.
—Te escuché en más de una ocasión hablar bien de Lali Espósito. Ella tiene una postura que no es políticamente correcta y dice lo que piensa sin tener en cuenta cómo le cae a cada uno. En ese sentido, tienen algo en común.
—Sí, creo que tenemos un punto de conexión muy fuerte. Ella me parece muy inteligente y piola. Además tiene una cancherez pocas veces vista, pero no se hace la canchera; es canchera. Maneja muy bien las relaciones, la popularidad, siempre está de buen humor y está entregada al público. También tiene buen talante, y en eso no nos parecemos tanto, porque yo soy un poquito más malhumorada, rebuscada e intrincada. Más allá de eso, es muy laburante. Y también coincido en lo que quiere transmitir desde la profundidad con lo que lo dice. Tengo mucho mensaje en común con Lali, por eso me siento muy cómoda. Ella es muy cariñosa y eso también se agradece mucho.
—¿Te enoja tener que salir a responder en las redes sociales algunas críticas que le has hecho al Gobierno?
—Me enoja mucho el nivel de poca profundidad que tiene la gente para sacar conclusiones de los prejuicios inmensos y la simplificación que hay. En algún momento hice humor criticando a un gobierno y pareciera que por eso formo parte de las huestes de otro. Hay gente que me ha dicho que me vio agitando la bandera en tal manifestación y no he ido a manifestaciones. No me identifico con ningún sector político, pero me puedo identificar con causas puntuales como fue el caso del aborto o la lucha para que se dejen de joder encarcelando a la gente porque tiene cuatro plantitas de marihuana, o para que pueda ser legal la eutanasia…
—Es un tema de los derechos.
—Tiene que ver con los derechos individuales: ahí voy a estar y acompañar al gobierno que sea, mientras promueva esos derechos. Lamentablemente no se trata de partidarismos, porque cuando uno los tiene, si bien es atacado por un montón de gente, también está protegido por su gente. Mi lugar, tal vez, es el más incómodo, porque no hay sector de pertenencia. A mí me han puteado tanto de un lado como del otro. Es como que soy el blanco de todos los sectores; me daban porque esa es mi realidad. Hay una simplificación del pensamiento que me genera más que bronca, porque trasciende algo que me pueda dar bronca. Me preocupa profundamente una sociedad que saque esas conclusiones y que se mueva con instintos tan primarios. Tan Boca o River, como si sos de acá o sos de allá.
—¿Y por qué le respondés a esa gente? ¿Es terapéutico?
—A veces respondo porque se me genera una violencia interna. Me duele. Lo hago como un descargo. Muchas veces sé que no está bien, entiendo que sería mucho mejor no responder, pero también siento que me quedo con algo. En cambio, hay veces que respondo y paso a otra cosa. Todo depende del momento, porque hay días que estoy de mal humor y con cualquier cosita salto, pero hay otros días que estoy “viva la Pepa” y me pueden decir una barbaridad que me resbala. Soy muy cambiante, y respeto mi estado de ánimo.
—¿Qué cosas te ponen de mal humor?
—La injusticia. Sobre todo cuando siento que es algo que me está ocurriendo a mí o a alguien que quiero. El mundo está lleno de injusticias, pero cuando por alguna razón tuve que fijar mi atención en una situación muy injusta, me genera mucha violencia. No es que lo pueda dejar pasar porque es así el mundo. Todo lo contrario, me involucro emocionalmente y me pone de malhumor. Después hay otras cosas, como cuando necesito silencio mental y me siento invadida. Soy una persona muy aislada que le gusta ese espacio personal de cierta quietud.
—¿Y el placer por dónde pasa?
—Por estar con mi amorcito querido, que es mi sobrino. Yo no tuve hijos y es lo más parecido. Tiene seis años y es un niño angelado. Sé que todos hablan bien de sus sobrinos, sus nietos o sus hijos, pero me doy cuenta de que este pibe es distinto. Tiene una luz muy especial.
—¿Te pesó en algún momento el mandato de la maternidad que exige la sociedad?
—Es un tema, porque uno ya no sabe qué es mandato y qué es deseo. No es tan fácil. Hay una parte que corresponde al mandato y otra al deseo genuino. En algún momento se me dio una situación un poco cruzada, porque cuando no quería (ser madre) pudo ser, y cuando quise, tampoco pudo ser. De todos modos, lo que siempre deseé y toda mi fantasía de la vida tuvo que ver con la actuación, con el teatro, con hacer cine… Ahí estuvo puesto mi deseo fundamental. Sentí que haciendo eso era mejor no tener hijos, porque no iba a ceder mucho. Soy hija de una madre que también amaba pintar y fue algo que sufrí en un punto. Lo sufrimos con mi hermano Sebastián y creo que hubo algo de sabiduría en la vida…
—¿Por qué lo sufrieron? ¿Hubo alguna recriminación porque pensaba en ustedes y no en su desarrollo artístico?
—No, al revés. Mi mamá se siguió desarrollando y los que no tuvimos mucha madre fuimos nosotros… Ella no podía vivir sin pintar. Y como le iba muy bien en Venezuela, durante unos años se fue a vivir allá.
De imposiciones y libertades
Los silencios en su relato representan la emoción que le impone el recuerdo de su hermano, que falleció a los 23 años cuando ella tenía 26. En su memoria permanece el día en el que le dieron la trágica noticia y la reacción que tuvo al encerrarse en un baño abrazada a una toalla para aislarse del golpe que le dio la vida. Nunca más pudo hacer esas travesuras que tanto molestaban a Sebastián y de las que se arrepiente con el paso del tiempo.
Por otro lado, la actriz también comprende que aquellos mandatos que imponía la sociedad se fueron deconstruyendo con derechos adquiridos que las minorías fueron conquistando. En ese sentido, analiza el presente y las consecuencias que conlleva la opinión ajena de los cuerpos de otras personas, aunque entiende que aún persisten las exigencias estéticas que se le impone a las mujeres.
—Fuimos conquistando derechos que costaron un montón, aprendimos que no se puede opinar del cuerpo de otra persona, sin embargo falta un largo camino por recorrer y las exigencias estéticas siguen siendo muy diferentes para las mujeres que para los hombres
—Estoy de acuerdo en que hay que empezar a erradicar esta cosa de estar atentos todo el tiempo a los cuerpos y a las perfecciones. Hay que sacarse todas esas exigencias estéticas que a veces llegan al ridículo. Hace poco publiqué un tuit, porque había visto en la tele a varias chicas que se ponían esas pestañas largas que me hacían gracia. Hice un chiste que decía: “¿Por qué se ponen esas pestañas que parecen dos cuervos posados en los ojos?”. No hablé de los cuerpos de los demás, porque se trató de una pestaña pegada en el ojo. Ahí también están los nuevos paradigmas, y cuando un paradigma se está empezando a instalar se dan las exageraciones en todos los campos. Aparece la policía del pensamiento o las brigadas de la sororidad. Entiendo que cuando algo tiene que empezar a instalarse, tiene que venir con mucha fuerza para poder modificar el status quo, pero lo que me da un poquito de miedo es que se establezca esa policía al humor. Hay que entender que el humor nace de un aspecto de juego con respecto a la realidad. Si uno está asustado por lo que va a decir o lo puedan cancelar, ese juego no se produce. Uno no juega viendo a ver si lo que hago está bien o mal. Tiene que haber libertad. Después, si el chiste te parece viejo, no te rías o no lo mires, pero la cancelación de estar diciéndole al otro todo el tiempo lo que tiene que hacer no me parece bien. Sobre todo en cosas que no son graves, porque si uno transmite un mensaje profundamente homofóbico, clasista o nazi, sí, me parece que hay que irle con los tapones de punta, pero en otras expresiones relacionadas al humor, hay que achicar un poco la batuta.
—Todavía en las ficciones podemos ver a un galán grande con una jovencita pero las mujeres grandes serían las tías de esa jovencita y no la heroína protagonista, y ni hablar de la diferencia de sueldos entre hombres y mujeres.
—Sin embargo eso no se cuestiona. ¿Por qué se la agarran con los humoristas cuando está lleno de políticos, periodistas y gente que tira esos mensajes?
—La política de la cancelación puede ser muy peligrosa.
—Muy peligrosa porque genera censura y autocensura, que por ahí es peor porque ya ni siquiera te podés permitir decirlo.
—¿Te ha pasado de frenarte antes de publicar algo pensando en la repercusión que tendrá?
—Sí, me ha pasado y me pasa continuamente. De pronto hago un video y no lo publico porque pienso que me van a matar. En una época publicaba muchos videos que tenían que ver con la realidad y aspectos políticos. Hace poco escribí un tuit en el que hice referencia a los fondos del cine y de la cultura para tratar de apoyar esa causa, y me sacaron un tuit falso donde supuestamente había dicho una cosa que no era. Cuando nos hackearon la cuenta de Dos Locas de Remate dije: “Upa, ¿qué pasa acá? ¿Solamente porque hice un tuit pidiendo que esos fondos queden en la cultura? ¿De verdad?”. Eso me preocupa mucho, porque no sé en qué país estoy viviendo y desconozco los alcances de las fake news. Es una locura cómo reacciona la gente con un titular. A veces se monta en una y se va a la estratosfera en un carrito de la mentira. No sé a dónde vamos a llegar como sociedad, es como una superficialización del pensamiento…
—Las redes sociales también otorgaron la posibilidad de la inmediatez y del acceso a los artistas de mostrar su material sin tener la necesidad de firmar con una discografía o un canal de televisión.
—Sí, la herramienta me parece fantástica, pero hay que tener en cuenta cómo se usa. ¿Qué tenés que tener en la cabeza para decirle a una persona: “Ojalá te hayan desaparecido los milicos”? Es una herramienta que está dejando ver algo que a mí me prende una alarma muy grande como sociedad, y no veo que haya algún tipo de política comunicacional que refleje o prevenga eso.
—De todos modos, todavía faltan años para entender el impacto que están teniendo en nosotros, del mismo modo que pasó con la pandemia.
—Sí, absolutamente. Todo ese momento de tanta muerte y de tanta desigualdad. Venimos de mal en peor en la Argentina. No sé qué tiene que pasar para que cambiemos. Por eso peleé también por la cultura. Creo que la cultura y el arte sensibilizan a las personas: las depuran espiritualmente, educa en cierta sensibilidad. Y lo que veo de los medios masivos es que se ha simplificado todo. A mí me parece bien que haya programas de reality, pero de pronto las propuestas se redujeron a algo así y ya no ves historias, no ves ficciones.
—Pero a la vez, las nuevas plataformas están haciendo más ficción que nunca.
—También, pero no todo el mundo tiene acceso a las plataformas y la masividad que puede dar el canal de aire no la dan las plataformas.
—¿Qué te ilusiona de este 2023?
—Me ilusiona que tengo perspectivas de trabajo, que tengo gente querida, que vivo en una casa que me gusta y que tengo trabajo. Por ahora quiero creer que tengo salud. Eso, básicamente.
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