Es una chica de barrio y mantiene esa impronta. Flor Vigna creció en una familia de clase trabajadora de Floresta. Y a la hora de poder elegir dónde vivir, optó por irse apenas unas cuadras más allá, a La Paternal.
Su puerta de entrada a la fama fue Combate, en 2014 y a partir de allí, hizo casi todo: conductora, bailarina -es bicampeona de Bailando por un sueño-, actriz en teatro y tevé. Y mientras aún se la puede ver los domingos en El último Pasajero, hoy enfoca sus energías en la música.
Con single nuevo -”Sabor a ti”- y preparando gira veraniega, Vigna sigue enamoradísima de Luciano Castro y tiene una meta clara: dedicarse a cantar aunque eso signifique el duro camino de la autogestión y ocuparse hasta de la ropa en sus videoclips.
—¿Te importa mucho la estética, la laburás mucho? Es parte del trabajo.
—Más bien quiero aprender. Hoy en día, a través de amigos artistas a los que les admiro un montón su estilo, veo a la estética como una expresión. Y tengo ganas de jugar mucho, ahora que estoy autogestionando y produciendo mi música, con el alter ego.
—¿Cómo sos a la hora de trabajar, por ejemplo, de sacar un tema?
—Obsesiva. Trato de ser práctica con ciertas cosas para que la energía aguante para lo prioritario, que para mí es el laburo. Hoy con todo lo que estoy haciendo ocupo el 80% de mi tiempo en producirlo, ya que nadie me convocó. Me hubiese encantado que me digan: “Te quiero a vos para este proyecto”, pero como no sucedió, lo tuve que empezar a crear yo. Entonces es la primera vez que soy líder de equipos y tengo que poder ser exigente y, a la vez, relajada, porque entendí que la mente saturada no funciona tan bien.
—¿El sueño de la artista siempre estuvo?
—Sí. Mis papás son de la época en que la mayoría se convertía en padres muy temprano y de repente tenían que buscar la forma de tener una mejor economía, entonces lo encontraban a través del comercio. Tuvieron kiosquito. Y mi hermano fue el primero que dijo: “Yo me enamoré del teatro, un besito”. A partir de ahí él me empezó a llevar también a ciertas becas de estudio, castings; no quedábamos en ninguno pero nos acompañábamos.
—¿Dolía no quedar en los castings?
—Sí, durante mucho tiempo. Habré empezado a los 11 años y Combate, que fue la primera gran oportunidad, fue a los 18. Y justo mi mamá ayer me recordaba que el primer casting en el que quedé fue el de una gaseosa muy importante, y como yo cumplía 16 años y se me vencía el DNI, y esto se grababa en Uruguay, no pudimos ir. Mi mamá me comentaba: “Eso para vos fue fatal, lloraste por años”. Pero también, que después la vida me dio revancha.
—¿Tus papás bancaron el sueño que tenían con tu hermano? ¿Apoyaban?
—Recontra. Sobre todo la motivación venía desde el lado de mi mamá. Le preocupaba un poco, porque no veníamos de una estabilidad económica fuerte, que mi hermano se quisiera dedicar a ser actor y que yo también fuera por el lado artístico. Entonces, buscábamos la forma. Gracias a la beca que me dieron en las escuelas de Julio Bocca, de Reina Reech y en otro colegio de teatro, pude estudiar un montón.
—Algún profesor te sugirió que no cantaras.
—Sí, 28 mil. El otro día, no es por compararme con ella sino simplemente que me inspira, vi el documental de Jennifer López y ella cuenta que se identificaba con la que hacía bien deportes o con la que bailaba. Y es re difícil eso de con qué te identificás de chiquito: qué tanto te quedás a vivir ahí y qué tanta fuerza tenés para romper el cascarón de esa etiqueta e ir en búsqueda de otras.
—¿Cómo viviste ese momento de quedar en Combate?
—Fue hermoso. Me tengo que acordar un montón de esa Florencia que tuvo todos esos no para decir que sí, porque después empezaron los sí por un largo tiempo, y después de la pandemia me costó un montón. O sea, volví a recibir no. Entonces como que me tengo que acordar que antes era más difícil. La parte más difícil de poder estudiar sin tener recursos la logré. La parte de 28 mil no de castings y después que venga el sí, lo logré. Tengo que tener valor para todo lo que quiero nuevo y entender que van a venir los no de vuelta. Todos los que participamos de ese programa nos sentíamos en un Mundial. Creo que ahí estuve entre dos y tres años. En Combate me enamoré. Me eliminaron. Perdí. Fue la primera vez que empecé a liderar un grupo. Me conocí un montón. Y todo con el deporte, ¿viste? Porque yo tenía estudiando 28 mil cosas artísticas y la primera vez que me dan una oportunidad, era para colgarme de una liana.
—¿A vos te gustaba el deporte?
—Bueno, me estás ayudando a examinar mi vida... Yo empecé en la escuela de Julio Bocca a la par de quinto año del secundario. Como era becada ese año zafé de hacer las tareas de becados porque era menor de edad, pero en segundo ya tenía que cambiar los papeles higiénicos, hacer de todo porque el que estaba becado tenía que trabajar para solventar eso. Pero antes de esa etapa iba al Club All Boys; de ahí son mis amigas de toda la vida. Hoy, que tengo 28 años, agradezco también la formación del club, ese espíritu de “¡Dale, vamos a la muestra!”, y no de una competencia con el otro o conmigo misma.
—¿Es verdad que buscabas cosas en la calle para decorar de otra manera tu casa?
—Re. Igual eso tiene que ver conmigo, que soy una roñosa (risas). Yo iba al colegio a 10 cuadras de casa y quizá veía un puf que lo habían tirado porque, no sé, tenía roto un pedacito. Y vivía cerca de (la calle) Avellaneda, donde venden ropa. Siempre tiran muchas telas ahí. Yo me las llevaba todas y parcheaba los puf que me agarraba. Me gustaba ese reciclaje, me divertía. Ahora mi casa, que la compré porque era una gran oportunidad, una casa viejita, la reciclé toda.
—Mencionaste a tu grupo de amigas de toda la vida. ¿Qué pasó en ese grupo de chat cuando contaste: “Estoy saliendo con Luciano Castro”?
—Tardé en contárselos. Se volvieron locas. Nos cagamos de risa un poco porque no fue algo que alguna vez hubiese imaginado. O sea, yo cuando vi Sos mi hombre nunca pensé que iba a ser mi hombre justamente. Nos encontramos en un momento muy peculiar de la vida: los dos empezando totalmente de nuevo, cada uno con sus etapas. Y bueno, cuando lo conocieron entendieron todo. Es del barrio, tiene una familia muy parecida a la mía. El pasaje donde se crio él queda a 20 cuadras más o menos de donde me crié yo. Hay una cultura muy parecida entre su mundo y el mío.
—¿Cómo es estar en pareja con alguien que tiene hijos?
—Él es un papá increíble. Yo siento que el hombre que descubrió el amor hacia un hijo, o por lo menos él, porque no puedo generalizar, descubrió el amor incondicional. Entonces veo que Lu tiene esto de que con quienes quiere de verdad, lo da todo. Y eso me enamora un montón.
—Luciano y Sabrina Rojas, su exmujer, se llevan bárbaro, todo un ejemplo.
—Sí. Y eso como mujer es una recontra garantía. Porque, ¿viste que dicen que conocés de verdad a la persona cuando te separás? Cuando vi que estaba tan bien con su ex, digo: “¡Guau!”. Y cuando la conocí a ella, que es una mujer hermosa, increíble, muy buena desde el principio, dije: “¡Qué bueno! Esto también me da garantías. Si el hombre con quien estoy estuvo 12 años con una mujer tan hermosa quiere decir que es un buen hombre”.
—Van a pasar un verano alejados por temas laborales ¿Cómo te preparás para eso?
—Mirá, de por sí yo vivo en Paternal y él vive en Pilar. Es decir, cuando a mí me pintaba el amor decía: “Bueno, el remise sale carísimo pero lo vale porque yo lo quiero ver. Así sea nada más para dormir”. Porque estábamos muy a mil los dos. Y creo que va a ser un poco así.
—¿Hay un cuchareo cuando duermen juntos? ¿Sos romántica?
—Sí, somos muy encastraditos. Me gusta esa cosa de que llegás a casa y el mundo se pone en pausa, y estás ahí un ratito con el otro y estás bien. Me da mucha calma Lucho. Y también mucha motivación. Él me entrena muchas veces, vamos al gimnasio y le damos ahí, duro. Yo estoy con un tema de que en los shows estoy cantando y bailando, y a veces no me da el aire, por eso tengo que entrenar aire.
—¿Son los dos igual de fanáticos del deporte y del entrenar?
—No, él es mucho más. Él tiene una disciplina muy grande porque fue boxeador y entrenó a muchos boxeadores. Sabe mucho.
—¿Nunca le decís: “Dale, gordo. desayunemos una pizza en la cama”?
—No, porque él tiene que gastar esa energía. Si no, se pone hinchapelotas. Así que vaya tranquilo...
—¿En qué momento sentís que estás de tu carrera musical?
—En la etapa de construir. Y estoy llamando a todo el mundo para hacer shows. Quiero hacer shows en Neuquén, en la Costa, todo. Pero somos nosotros: el grupo, la mesa chica, somos tres realmente, mi mejor amigo, que es Tavito, y Maga. Y estamos descubriendo cómo podemos hacer para encajar en esta industria y jugándonosla también. Todos estamos diciendo que no a otros laburos.
—Hoy las redes permiten una democratización de los contenidos, pero a la vez la presión de los algoritmos es agotadora. ¿Cómo lo llevás?
—Sí, hay como una saturación y parecería que el mundo está rebalsado de información, ¿no? Es cierto que es muy cruel el vértigo del algoritmo. Porque primero está manipulado por empresas enormes como Meta -dueña de Facebook, e Instagram- y yo no tengo el número de esa persona para decirle: “Hola ¿qué tengo hacer?”. Y con el tema de la industria, yo digo: “Ay, ¿no podemos sacar esta canción aunque sea sin videoclip?”. Porque tengo que invertir un montón para el videoclip. Y entonces propongo: “¿Podemos hacer esta canción solamente para Spotify, no para YouTube?”. “No, hay que sacarla al mismo tiempo porque si no te perjudica…”. Entonces es un juego del equilibrio entre lo que es disruptivo y lo que no.
—Antes hablamos de Combate y alguna vez Nico Occhiato, que estaba arrancando con Luzu TV, me contó cómo vos apoyaste ese proyecto.
—Sí. Hace poquito nos cruzamos, dijimos: “¡Boludo! ¿Qué onda, qué pasó?”. O sea, todo lo que nosotros cuando éramos chiquitos veníamos diciendo, hoy lo vemos reflejado en el otro. Mucha gente puede pensar que Nico la pegó porque lo tocó la varita mágica, pero su papá hace radio hace mil años; nosotros hicimos radio también en San Justo, un montón de cosas. Y Luzu es algo enorme hoy en día por todo el power que él le metió.
—¿Qué le decís hoy a la nena chiquita que eras en una familia en la que había muchísimo amor pero lo económico costaba un poco más, que tenía un sueño muy claro y que recibió muchos no en el camino?
—Ella me tendría que decir más cosas a mí que yo a ella. El juego es una herramienta poderosísima que uno empieza a subestimar con las trampas de la adultez, del sistema, del capitalismo De repente el tener que ser parte de un sistema te hace tomar un laburo que no te gusta, una carrera a temprana edad. Un montón de cosas que te inhiben ese poder personal que cuando vos sos chiquito y jugás con tu hermano en el living de tu casa no tenés que cumplir con nadie, solamente con lo que vos querés. Gracias a que yo pude jugar todo lo que pude jugar, y gracias a que no tenía la Barbie Río de Janeiro para jugar, me tuve que inventar mi propio todo. Me acuerdo que en mi cumpleaños de 10 años, ponele, todos festejaban en un salón que se llamaba El Arco Iris. Estaba re de moda, salía carísimo, y ni siquiera era como un cumpleaños de 15, que igual tampoco tuve… Y mi mamá me dijo: “Mira, yo te prometo que si vos lo querés hacer en El Arco Iris lo hacemos en El Arco Iris. Pero tengo esta otra opción que si querés vamos al Once, compramos gomitas de pelo, pinturitas, globos, cosas, todo, y hacemos una pijamada party increíble donde hacen un spa, se maquillan entre ustedes, se ponen uñitas, esto, que lo otro. Y encima después te quedás todo vos. ¿Qué querés, Arco Iris o…?”. “No, quiero ir a Once, quiero comprarme todo y me quedo todo yo, ¿me estás jodiendo?”. Y ahora descubro que mi mamá me estaba enseñando a producir sin querer. A encontrarle la vuelta. Y a que cuando le encontrás la vuelta, tiene mucho más sabor todo. Esa nena me tendría que enseñar a mí ahora.
—Hay algo de volver a esa nena que te emociona.
—Sí, recontra. Sí. Es muy graciosa la mente porque ahora no lo recuerdo con ese dolor, ¿viste? Me acuerdo que mi madre me dice: “Vos estabas llorando todo el tiempo”. Yo le digo: “¡¿En serio?!”.
—¿Aprendiste a disfrutar de la profesión?
—Ahora hay una canción que hicimos que justamente dice: “No, no, no, no quiero un no. No quiero vivir corriendo, prefiero el hoy”. Porque es cierto: yo corro mucho atrás de las cosas y a veces digo ¿para qué? Si necesito tiempo para eso, y si pasan 10 años y consigo lo que quiero, mi mamá ya va a estar más viejita. Y por ahí no tenés a los que querés... Deseo poder construir todo eso que quiero y valorar que mi mamá está bien, y que mi viejo también, y un montón de cosas que tardaron en llegar. Si no me freno a disfrutar las cosas hoy, soy una boluda. Eso aprendí.