Paz Martínez: “Un día estábamos con mi hermano en el fondo de casa, mi papá nos dio un beso, saltó una pared y desapareció”

El músico tucumano repasa su dura historia familiar y desanda el camino que lo convirtió en uno de los compositores más importantes del país. La admiración por las nuevas generaciones y su desencanto con la clase política

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El Paz Martínez recuerda su infancia difícil entre Tucumán y Buenos Aires

El compositor de canciones sensible y generoso fue nombrado Personalidad de la Cultura por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires. Lo avalan 50 años de carrera, que conectan ese origen tucumano y humilde, el desarraigo bonaerense y laborioso con el presente trotamundos y exitoso, pero con un pie siempre en su tierra. “Es un mimo. Y es el reconocimiento de que estoy en el camino correcto”, dice el hombre que nació como Norberto Gurvich, que le gusta le digan Beto, pero que está orgulloso del camino que hizo como Paz Martínez, aquel marcado por el bajo perfil y las convicciones fuertes. Cercano a las emociones y las frustraciones de su público y a salvo de cualquier grieta. “Recibí un premio Domingo Faustino Sarmiento entregado por el radicalismo y después recibí el Juan Bautista Alberdi, pero gestionado por el Frente de Todos. O sea, soy un jugador de toda la cancha”, dice el artista, y la cita a los apellidos fuertes de la historia argentina es un puente posible para una charla rica en anécdotas y regada por sus canciones.

De allí tomará la importancia de dejar atrás las diferencias y ahondar en un acuerdo que permita sacar al país adelante. También hablará del cariño que recibe a diario de la gente y que no se mide en premios destacados, ni en discos vendidos ni en reproducciones en las plataformas. Es el que se ganó acompañando la vida de diferentes generaciones de todo el continente y que reconoce en cada saludo, en cada gesto y en las historias que le llenan el alma. La del taxista que no le quiere cobrar, la de la mujer que se comunicaba con su novio en la cárcel a través de sus canciones en la radio; el hombre que se le acercó desconsolado, llorando en carne viva a su esposa que acababa de morir, y que le pidió un autógrafo para que la acompañe en el cajón. “Esas cosas me conmueven, y yo soy un fulano de lágrima fácil”, señala Martínez, al borde de quebrarse. Y no es para menos.

—¿Qué sentís más: cantar o escribir?

—Las dos cosas. Es maravilloso enfrentarte al público, recibir su energía, los diálogos divertidos que se producen. Al comienzo el público mío era 95, 99% chicas, porque probablemente entre los hombres el tema del romanticismo en esa época estaba visto como un signo de debilidad, aunque creo que el rasgo más viril del hombre es la ternura. Y siempre me apoyé en eso. Ahora, después de muchos años, está parejo.

—¿Tendrá que ver con todos estos movimientos que estamos atravesando como sociedad?

—Y... la sociedad va cambiando, nosotros cambiamos permanentemente. No voy a entrar en el tema de la política, yo no creo en las ideologías porque sospecho que son demasiado estáticas. En cambio, creo más en las ideas, porque tienen la capacidad de cambiar y adaptarse.

—Apuntaba a la conquista de derechos, a la búsqueda que estamos haciendo las mujeres de que ciertas cuestiones sean un poco más justas. Que también son muy importantes para los hombres y que facilitan esto: que un hombre pueda escuchar a un artista romántico no solo por acompañar a su pareja. Que nos pone en igualdad de condiciones a todos.

—Yo celebro todas las conquistas porque es necesario un mundo más justo. Y los hombres durante miles de años hemos tenido un avasallamiento sobre la mujer. Yo lo siento así.

Paz Martínez: "En la música urbana y el trap hay artistas jóvenes tremendamente talentosos"

—Me gustaría ir atrás en el tiempo, a esa familia que se viene de Tucumán a Buenos Aires cuando vos tenías seis años. ¿Fue difícil?

—No tengo mucha información de eso, me ocultaron muchas cosas, pero con los años uno va deduciendo que pasó. Mi viejo, David Gurvitch, era de Villa Crespo, judío, gráfico y muy de izquierdas, de los que se paraba en la salida de las fábricas a arengar a los obreros. Aparecía la ley y el orden y lo metían en cana dos o tres días, se llenaba de piojos y lo soltaban, hasta que un día apareció en Tucumán. Allí la conoce a Fortunata Martínez Paz, mi mamá, que prefería que la llamen Fortuna, y de donde viene mi nombre artístico. Ella era una modista de alta costura, había estudiado dibujo, pintura, cocina; de ahí saqué la cosa musical.

—Y se enamoran.

—Sí. Con el tiempo papá puso una imprenta de diarios en San Miguel de Tucumán y se hizo radical, lo que no era fácil en una provincia muy peronista. Y evidentemente no tenía una buena opinión con el gobierno de turno. Un día estábamos con mi hermano en el fondo de casa, pasó corriendo, nos dio un beso en la cabeza, saltó una pared y desapareció.

—No sabías por cuánto tiempo ni por qué.

—Nada. Para encontrar a mi viejo me iba a un ropero a oler su ropa…Al poco tiempo llegó a casa una encomienda con revistas, un tarro de cacao y una carta que mi mamá leyó en silencio mientras lloraba. Nunca le pregunté a la vieja por qué, pero estaba muy claro. Un día puso la poca ropa que teníamos en dos valijitas, cerró la casa, cerró la imprenta que estaba adelante. Nos tomamos el Estrella del Norte y en Retiro estaba mi papá esperándonos.

—¿Sabías que estabas yendo a encontrarte con tu papá o no tenías idea?

—No, nada. Yo sabía que me estaba yendo a un lugar donde dejaba a todos mis amigos. Cuando encontré a mi viejo, fue maravilloso. Nos fuimos en el Jeep de mi tío a su casa en el barrio Justicialista, cerca del Aeropuerto de Ezeiza.

—Una infancia económicamente difícil. A veces faltaba.

—Siempre faltaba, porque David tenía algunos hobbies interesantes: le gustaban las carreras de caballos y esas cosas.

—Era timbero.

—¡Qué querés! Era un personaje. Era brillante en lo suyo, había ganado premios. Un tipo brillante al que lo único que le reprocho es no haberme enseñado yiddish. Pero reconozco que debe haber sido difícil para mi mamá, porque era un tipo orgulloso, que se consideraba el proveedor de la familia y no quería que mi vieja laburara. Ahí volvemos el tema del machismo. Si le hubiera comprado una máquina de coser a mi vieja no hubiéramos pasado por momentos en que estaba muy complicada la cosa.

—¿Te dabas cuenta de esas faltas económicas?

—Mi mamá fue lo suficientemente hábil como para que ni mi hermano ni yo lo sintiéramos.

—¿Ellos te llegaron a ver triunfar?

—Sí. Y hay una larga historia antes de Paz Martínez.

La historia

Cuando Norberto cumplió 14 años sus padres le regalaron una guitarra y en ese momento sabían que sepultaban el sueño de ver a su hijo doctor. La imagen rasgueando una guitarra imaginaria, armada con un cajón de manzanas, había sido demasiado, aun para ese hogar sin lujos. Pero Fortuna no estaba convencida con que fuera artista, y cuando en la televisión aparecía el Paz Martínez, ella cambiaba de canal, acaso negándolo, construyendo en su universo paralelo al doctor Beto.

El tiempo se encargó de acercar esas distancias con el argumento irrebatible del amor de padre y madre por ver al hijo realizado. Y no fue hace mucho que Paz encontró un cuaderno en el que su padre guardaba todos los recortes que encontraba sobre él, desde que empezó cantando folclore en Ezeiza con sus amigos Cacho y Roberto. La humedad se ensañó con las hojas, pero mantuvo a salvo una tarjeta: “Que este álbum sirva para recoger la trayectoria en el camino que elegiste y como símbolo de la fe que siempre tuvimos en vos. Tus viejos”.

Hoy la tarjeta descansa sobre su piano, como un espejo donde reflejar su camino y no olvidarse de dónde viene. Y en su memoria está para siempre la última vez que su mamá le pidió que cantara. Fue un 24 de diciembre, en plenos preparativos para las Fiestas. Paz dejó todo lo que estaba haciendo y se sentó al piano. Eligió las que más le gustaban a ella, con la intención de que lo acompañara, pero no tuvo suerte. Simplemente lo escuchó. O mucho más que eso. “Fue un modo diríamos de disculparme, de perdonarme de ella porque no tuvo un hijo médico. Y el 11 de marzo del año siguiente, se me fue”, cuenta con un dejo de melancolía.

Paz Martínez habla de su desencanto con los políticos

—Ayer repasaba algunas de tus canciones y pensaba que, por ejemplo, “Y qué”, “Una lágrima sobre el teléfono” nacieron como cortinas de telenovela, pero terminaron volviéndose más importantes que el programa.

—Pasan esas cosas rarísimas. Cuando salió “Una voz en el teléfono” la canción completa iba con los títulos. Hoy es imposible: pasan un pedacito de la canción y chau. Y además no estaban los canales de cable, entonces veías la novela o qué ibas a ver. Después vino “Y qué” para la telenovela Padre coraje, que me dio mi primer Martín Fierro. Y cuando la cantaba en el teatro, las mamás venían y me subían al escenario a los chiquitos de cuatro, cinco años.

—¿Y te la cantaban?

—Pero claro. Y yo no lo podía creer. Después me explicaban que no se iban a dormir hasta no escuchar la canción en la novela. La música es maravillosa, es un lenguaje que va al centro emocional de las personas.

—Has escrito para artistas hermosos y enormes. ¿Hay alguien a quien no le hayas querido escribir?

—Sí, yo no puedo escribir a un artista que no admire: no me inspiro, no me sale nada. Y afortunadamente escribí canciones muy a medida del artista y se convirtieron en éxitos. Y me siento muy feliz.

—¿Y cómo es escucharte en otros artistas?

—Yo se las escribo para ellos. Después dejo que pasen los años y recién ahí las canto. Porque, en definitiva, las canciones son mías.

—¿Hay alguien a quien no le escribiste y te gustaría?

—La verdad que no sé. Estoy muy feliz con todos los artistas que han grabado mis canciones y con la carrera que tengo.

—¿Qué opinás de las nuevas generaciones de músicos? Esta que tiene una fuerza enorme y que es tan distinta de las anteriores.

—En todo el país hay gente que canta mejor que los profesionales y no saben cómo encontrar el camino. Es muy duro, hay que buscarle la vuelta, pero si tenés un sueño lo tenés que perseguir a fondo. Por ejemplo, en la música urbana, el trap, y hay artistas jóvenes que realmente me parecen tremendamente talentosos.

—¿Quiénes te gustan?

—Me encanta Tiago PZK, que tiene una historia atrás. Resulta que como soy un curioso y espero no perder nunca la capacidad de asombro, me mantiene vivo, un día leo que hay un artista de Monte Grande, joven, 20 años. “Yo viví 30 años en Monte Grande, lo tengo que conocer”, pensé. Y era Tiago. Veo que tiene una letra que está muy bien, lo googleo y escucho la canción: una voz hermosa. Y después veo que se junta con otro chico de La Boca, Trueno, también muy talentoso. Me encanta. Para mí son los payadores de hoy en día.

—¿Y qué te pasa con la actualidad del país? Estamos pasando un momento difícil los argentinos, en el que hay gente a la que le cuesta mucho realmente todo.

—Nosotros tuvimos patriotas. En este momento no los tenemos y estoy desencantado con los políticos, de izquierda, de derecha. No tuve ninguna expectativa con el gobierno actual porque todos vimos que la fórmula Fernández-Fernández estaba encabezada por Cristina, que había elegido a su enemigo público número uno. Fue terrible y es terrible todavía… Hay una enfermedad que se llama anosognosia, que es perder la capacidad de reconocer una enfermedad. Y por eso no tenés modo de curarte. Nuestro país está enfermo. A mí me da rabia de verdad viajar por el país y ver cómo vive la gente. Yo la puedo pasar muy bien estando en cualquier lugar, pero en un momento quiero volver al nido.

—Vos sos argentino, querés estar acá siempre.

—Yo quiero volver acá. Me ofrecieron mil veces radicarme afuera, escribir para otros artistas. Dije: “No, este es mi lugar”. Mi gran amiga María Elena Walsh escribió una canción que es mi vida, “Serenata para la tierra de uno”, que dice: “Porque me duele si me quedo, pero me muero si me voy”. Y es real. Entonces me da mucha bronca ver que no aprovechamos las posibilidades que tenemos como país.

—A veces hablamos de los índices de pobreza como números y cada una de esas personas es una historia, es una familia, es gente que hoy tal vez no tiene para más de una comida en el día, con suerte.

—Absolutamente. Y alguien es responsable de esto. Nosotros tenemos un elemento que es el voto, pero es complicado. Desde que tengo uso de razón escucho decir que los argentinos tocamos fondo. Vivimos tocando fondo, pero en un país que se te cae una papa del carro y sale una planta, los europeos no entienden que habiendo millones de cabezas de ganado haya chicos con desnutrición. Alguna vez tenemos que reconocer que estamos mal.

—¿Hay alguna salida?

—La salida que yo veo es que haya un gran acuerdo nacional. Que todos alguna vez se vistan de patriotas y renuncien a sus miradas, a sus necesidades primarias.

—Que difícil que parece, ¿no? Cuando todo, absolutamente todo, es una pelea: no podemos ponernos de acuerdo en si este saco es naranja, rojo o rosa.

—El Gobierno tiene peleas, después mirás la oposición y decís: “¿Qué pasa acá?”. Estamos realmente desorientados los argentinos. Mucho más una persona como yo que, como dice Alejandro Lerner, tengo mi ideología, buena o mala, pero mía. No sigo a ninguna, no me gustan los dogmas. Creo en la libertad y en la responsabilidad que me pusieron… Perdón, ¿soy muy vehemente para hablar?

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La entrevista completa a el Paz Martínez

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