Anamá Ferreira: “A los 7 años escuchaba a los médicos debatir a qué altura amputarían mi pierna”

Nació “sola” en un cafetal. Le enseñó a leer a su padre. Sufrió el racismo y el bullying “por ser flaca”. Tenía 12 cuando su hermano, de 18, murió por una inyección equivocada y, desde entonces, la vida “tuvo un antes y un después”. En Buenos Aires se casó con Marqués que sobrevivió al fusilamiento de la Dictadura, “pero no al horror del ELA”, y entretanto la rescató de un golpeador. Esta es la historia detrás de un ícono de la alegría

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A Solas: Anamá Ferreyra con Sebastián Soldano

Qué habría más allá de las montañas había dejado ya de ser esa cuestión agitadora de mitos entre un puñado de niños mineiros recostados, cada tarde, a la vera norte del Paranaiba. Claro que sabía que ahí existía el mar carioca del que tanto hablaban. “El mismo que al golpear las piedras lloraba por no poder llegar a Minas (Gerais)”, recuerda el decir de los más viejos. Eso no era curiosidad. Urgía una certeza. A Ana María Ferreira (71) le hacía ilusión escapar. Ya lo había hecho, alguna vez, sobre un carro de gitanos. Pero la denuncia de mamá no sólo le valió el rescate policial en mitad del camino sino también, “y lo que fue aún peor”, el estigma de “la rebelde del pueblo”. A los 7, huir fue “casi presagio” del dolor que se vendría. A los 12, “una gran necesidad”. De eso irá esta charla, del detrás de escena de este “ícono de la alegría”, de una “negra guerrera tan brava que ni siquiera el diablo se me atrevió”.

Alzira Alves Ferreira, mamá de
Alzira Alves Ferreira, mamá de Anamá Ferreira, paseando a su nieta Taina en Buenos Aires del 94.
Alzira Alves Ferreira, mamá de
Alzira Alves Ferreira, mamá de Anamá Ferreira, y su nieta Taina, en 1995.

Nació “sola”. Alzira Alves Ferreira rompió bolsa bajo el sol del mediodía de un 20 de octubre, en la inmensidad de un cafetal al que solía llegar de madrugada con afán de conseguir el propio techo. “Cuando papá, que había salido corriendo, logró volver acompañado por una partera, mamá ya había cortado el cordón umbilical con sus propias manos. Me había lavado, envuelto y yo ya estaba prendida a la teta”, describe Anamá. “Sí, llegué peleando fuerte, rápida y terrible, como me contaron. Y así seguí toda la vida”. Entonces señala “una cosa del destino” que quiere subrayar en su relato. Aquel paraje, de ese parto improvisado en la zona más rural de Santana dos Montes (Minas Gerais, Brasil) se llamaba Secreto. Y no fue hasta entrada su carrera de modelo que supo que Taina, el nombre que había elegido para su hija (Taina Laurino Ferreira, 27), no sólo significaba “primera luz de la mañana” en tupí-guaraní: “De viaje por Rumania me enteré que en su idioma quiere decir Secreto. ¿No es loco?”, piensa en voz alta.

Anamá en su adolescencia
Anamá en su adolescencia

Creció con “los suficiente”. Entendiendo por herencia “educación y curiosidad”, al menos eso era lo más seguro que su madre podía prometer. Y no tardó en caer en la cuenta del valor de ese legado. “Un día llegué del colegio orgullosa por mi boletín y le pedí a papá que lo firmase. Daba vueltas, se negaba. Y me angustié. Yo pensaba: ´¡Qué raro, si tengo muy buenas notas!´ Así fue que mamá me contó la verdad. Toda mi vida había tenido vergüenza de decirme que no sabía leer ni escribir”, recuerda. Joaquim José Delfino era olero. Un tipo sencillo, pero a ojos de Anamá, “un gran arquitecto”, como define. “Porque fabricar ladrillos exige cierta sabiduría. Para secarlos hay que colocarlos en pilas que forman como un edificio muy preciso, y eso requiere algunos cálculos. Una estructura a la que luego se la prende fuego. La quema, le llaman. Y esas noches eran una fiesta”, recuerda. Es por eso que frente a la matemática había sabido siempre ser un gran simulador. “Yo era muy buena con las fórmulas y los números, pero a veces le pedía ayuda. Claro, yo veía que él llegaba al resultado, pero no podía explicarme el desarrollo”, narra Ferreira. En definitiva, tomó una decisión: “Le enseñé a leer a mi viejo, muy despacito, hasta que pudo completar su nombre”.

Anamá Ferreira adolescente
Anamá Ferreira adolescente

Anamá no tiene fotos de su niñez y le sobra “miedo de olvidar”. Es por eso que dice esmerarse en “repasar” una y otra vez esas “emociones, sensaciones y situaciones que habitan en mi cabeza”. Las tardes de barra, de cochecitos hechos con cajones de manzana en los que (“casual o causalmente”) se leía Río Negro. De carreras “de trepadas” para conseguir los mangos más verdes. Del fisgoneo a la vida gitana, “con bailes, color y chicos que no iban a la escuela”. La Semana Santa con vestidos cosidos por mamá, “uno de estreno para cada día”. Y entre tanto, el fantasma de “la polio” y un episodio que pudo haber cambiado su vida. “Tenía 7 años cuando empezó a dolerme una de mis piernas. Me había lastimado y se había hinchado demasiado. Se ponía cada vez más negra y mi fiebre no bajaba”, relata. Ya internada, con pavor y congoja, debió escuchar los “impiadosos” debates médicos junto a su cama. “Unos a otros se decían: ´Vamos a darle unas horas más, si no mejora, la amputamos´; `¿Te parece cortar por debajo o por arriba de la rodilla?´ Yo lloraba y les pedía por favor que no lo hicieran”, recuerda. Esa tarde, religiosos como pocos, sus padres la encomendaron a São Longuinho, quien fuera el soldado romano que traspasó el costado del cuerpo de Cristo con la Santa lanza, y al cual, según la tradición, los feligreses deben rezar durante toda la noche repitiendo un movimiento corporal. “Creer o reventar”, dispara. Al día siguiente, a poco de que los doctores tomasen la decisión, “la pierna sanó y con el tiempo sólo me quedó una cicatriz que nadie advirtió en tantos años de carrera”.

Anamá Ferrerira iniciaba su carrera
Anamá Ferrerira iniciaba su carrera de modelo en 1969.
Anamá Ferreira en los años
Anamá Ferreira en los años 70.

En Campo Belo, el municipio vecino al que emigraron tiempo después, esperaban más pesares. El “martirio” que resultó el inicio de su educación en el Colégio São José fue un mínimo aperitivo. Alzar el título de Campeona de ping-pong, tener cierto poder para “organizar” grupos o, tal vez, preguntar “¿qué es el alma?”, resultaba casi subversivo para esas monjas, como señala, “con obvia preferencia por las alumnas sumisas y, principalmente, blancas”. Finalmente sacaría alguna ventaja. “Nacer negra te obliga a formar coraza, una armadura para protegerte y no sufrir como una loca. Porque por más que los demás, en un lugar que supuestamente integraba, simularan el ´todo bien´, una se da cuenta. Nunca dejás de sentirte diferente”, dice. Aún más en el Brasil de los 60, que categorizaba a su gente según los tonos de piel “que se ponía como dato en el documento” (negro, mulato, moreno, morocho, blanco y los que se le antojase a la administración de turno). El “desprecio” de las religiosas tuvo un coto inesperado. “Me rebelé tanto que me pasé al colegio protestante, me hice mejor amiga de Marta, la hija del pastor, y fui parte del equipo de Vóley que siempre le ganó al suyo ¡Me odiaron!”, recuerda.

Anamá Ferreira y su hermano
Anamá Ferreira y su hermano Maurilio, fallecido a los 18 años en Belo Horizonte (Brasil), 1963.

A los 12 atajó un revés tan duro que, asegura, hasta “pude escuchar como mi alma se partía”. Anamá estaba al cuidado de una familia amiga cuando, “tan espirita y perceptiva como soy, soñé que me mi hermano se había ido”, recuerda. Fue la madruga de la mañana en que su madre llegó con la noticia de su muerte. Mauricio tenía 18 años, pasión por la mecánica y un Volkswagen a medio hacer en su taller. “Se resfrió, sintió un fuerte dolor de garganta y como la fiebre no bajaba se lo llevaron al hospital de Belo Horizonte, donde quedó internado”, relata. “Mamá estaba poniéndole el pijama cuando entró la enfermera a aplicarle una inyección, a él y al otro paciente con el que compartía el cuarto. De repente la mujer salió corriendo, desesperada, gritando ´¡Me equivoqué!´ Había cruzado las dosis y mi hermano murió ahí sentado. Lo mataron”, cuenta quebrada. El joven fue sepultado en la ciudad capital a tiempo en que se abrió una causa judicial por mala praxis. “Fue desgarrador”, describe Ferreira. “Un corte fatal. Un antes y un después en mi vida”.

Anamá Ferreira, su mamá Alzira
Anamá Ferreira, su mamá Alzira Alves Ferreira (fallecida en Buenos Aires, en 2010, la los 93), y su hija Taina.

Maurilio, como lo llamaban, se llevó el fervor familiar. Las ganas de esas tardes circo en las que “mamá solía ir con sombrilla, porque él decía que era chic”. Y, entre otras tantas cosas, se llevó las celebraciones. “Jamás volví a tener cumpleaños, ni siquiera de 15. Nadie los tuvo en casa. Todo eso ya se había acabado para siempre”, cuenta Anamá. “Será por eso que a mi hija no le faltó festejo ni a mí excusa para la diversión”. Desde entonces en lo de los Ferreira, a las 5 de cada tarde, no se tomaba el té: se lloraba. “Mamá siguió viviendo como si nada hubiera pasado. Se levantaba, se arreglaba como siempre. Podía estar hablando de algún tema y decir: ´Maurilio tiene que saber tal o cual cosa´. Negaba la realidad. Y es por eso que todos los días preparaba el pão di queijo (pan de queso) y se sentaba en la ventana a mirar el camino esperando verlo llegar. Todos los días a las 5, la hora en que él volvía de trabajar. Y cuando Maurilio no llegaba, se daba cuenta de esa ausencia y se ponía a llorar. Para mí era una tortura”, relata. “Por eso, cuando hoy alguien me dice: ´Nos vemos a las 5´, trato de que sea a las 4:30 o las 6. Porque todavía, a esa hora, puedo sentir aquel horror”.

Anamá cuenta que su mamá,
Anamá cuenta que su mamá, Alzira Alves Ferreira, tras 18 viajes a Minas para intentar persuadirla de mudarse a la Argentina, “murió a los 93, aquí, en mi casa”

Anamá no lloró a su hermano “hasta los veintipico”, según señala. “No pude. Tenía que ser fuerte, la chica 10. Sacar buenas notas. No dar trabajo. Pasé de ser la rebelde a la ejemplar. No debía llevar a casa un problema más”, cuenta. “Ya los había visto sufrir demasiado. Sufrimos demasiado. Papá fue apagándose, no hablaba mucho (falleció en 1976, a los 54 años). Y yo le prometía a mamá que la cuidaría hasta su último aliento. Así fue, tras 18 viajes a Minas para intentar persuadirla de mudarse a la Argentina, Alzira “murió a los 93, aquí, en mi casa” (2008)”, cuenta. Claro, sin jamás lograr hablar de Maurilio en tiempo pasado. “Cuando yo lo recordaba, ella desconsolada, enseguida me retaba: ´¡Ay, otra vez con cosas tristes! Mi hermano nunca dejó de estar ahí, dando vueltas”, relata. “Es dramático pensar que él no tuvo oportunidad de vivir. No la tuvo. Es por eso que hoy, ante cada logro que consigo, o si me va más o menos bien con lo que hago, lo comparto con mi hermano. Sigo hablándole, como lo hacía mi vieja”.

Anamá Ferreira en sus primeros
Anamá Ferreira en sus primeros pasos como modelo en Río de Janeiro a principio de los 70

Define su adolescencia como “nefasta”. No sabría asegurar qué resultaba más doloroso: si los golpes de puño que solía repartir en el patio de la escuela cuando alguien le exigía saber por qué su madre y su hermano eran blancos y ella morena, o las noches de baile en las que “planchaba como loca” porque los chicos la obviaban. “A los brasileños les gustan las mujeres de caderas fuertes y piernas gordas”, describe. Así lucía Rita, villana y contrafigura de esta trama. “Petacona y odiosa, la chica popular” que denostaba a “las feas”, entre ellas, a Ferreira. “Feas y las más libres. Seguramente les molestaban que nos hiciéramos la ropa con colores o nos animásemos a usar las botas blancas. Pero ser ´rara´ por ahí se perdonaba. Ser alta y flaca era la maldición”, relata. Las burlas taladraban. “Lloraba todas las noches acostada en mi cama. Me miraba las piernas y pensaba: ´¡¿Por qué?! ¡¿Por qué?!´ Bueno, había un porqué, pero aún no lo sabía”.

Anamá Ferreira, ya modelo en
Anamá Ferreira, ya modelo en los comienzos de los años 70

“La presión era insoportable”, recuerda. “Si salía de casa dolía el bullying. Si me quedaba, dolía el llanto. Entonces cerraba la puerta y me refugiaba en mi cuarto. Frente a mi cama tenía la foto de Kouka (Denis) arrancada de una Vogue que cayó en mis manos cuando tenía 13 años”, cuenta. Se refiere a la legendaria modelo argentina, nacida en Flores y triunfante en Paris al ser llamada la musa de Dior. Para ella, “mi religión”, rotula. “Su imagen, con esa camelia blanca en el pelo, me ayudó a saber que había otro mundo afuera. El de la moda. Y realmente quería descubrirlo. Necesitaba escaparme de ahí, de todo eso. Irme hacia donde nadie me conociera. Reinventarme, nacer otra vez”. Y estaba decidida a “todo eso” que comenzaría a suceder más allá de las montañas.

El ticket a Río de Janeiro sería el premio de mamá por las calificaciones del último boletín de secundaria. Aún cuando sólo se trataba de acompañarla durante un trámite pendiente. Todavía recuerda “el hedor” que aspiró al bajar la ventanilla del taxi sobre el Aterro do Flamengo (parque Brigadier Eduardo Gomes). “¡¿Pero qué olor es este?!”, soltó con gesto de asco. “¡El mar!”, respondió el motorista con cierto estupor desde el retrovisor. Si Anamá se sorprendió al ver cómo un auto atravesaba la montaña, imagínense qué habrá sentido de cara el Océano que descubría con casi 18. “¡¿Y no se nos viene encima?!”, preguntó. “¿Cómo es posible contener tanta agua sin que se vuelque?” Cuenta haber pasado un día entero sentada en la playa de Copacabana pensando en la forma de explicar a su gente eso que estaba viendo. A ese pueblo maravillado por un solo cine que invitaba a sus proyecciones con sirenas de bomberos y “que había pasado Tarzán durante años”. De algún modo lo haría: “Los mineiros somos muy exagerados”.

Anamá Ferreira es coronada Reina
Anamá Ferreira es coronada Reina del Café, en Río de Janeiro
Anamá Ferreira en sus primeros
Anamá Ferreira en sus primeros desfiles
Anamá Ferreira, ya moldeo profesional
Anamá Ferreira, ya moldeo profesional a prinipio de los 70
Anamá Ferreira en sus primeras
Anamá Ferreira en sus primeras pasarelas

Anamá plantó bandera en Río y frente a su madre. “Yo quería hacer concursos porque me proyectarían”, dice. Fue Miss elegancia, el sexto lugar en Miss Río de Janeiro. Reina del Café, tiempo después. Y la protagonista de la página de moda dominical del Jornal O Globo. Pero aquí nos ocupa un episodio bisagra. Cierta vez, podría decirse que “recién llegada”, se vio parada sobre la base de prueba en el atelier de Hugo Rocha, por entonces un reconocido diseñador carioca de alta costura. “Desnuda, observada y prejuiciosa”, describe haberse sentido en esa especie de casting para lo que sería, luego, su debut en las grandes pasarelas. Estaba de espaldas cuando escuchó: “¡Mirá esas piernas! No, no. No le pongamos aquel vestido...” Y no pudo resistirse. “Me puse a llorar”, recuerda. “Volvieron viejos dramas y pensé: ´'¡No, otra vez estas piernas! Jamás voy a poder ser modelo´. Me angustié mucho. Pero al girar, él me dijo: `Son espectaculares, no vamos a taparlas con vestidos largos. Voy a ponerte shorts y minifaldas increíbles´. Wow... No olvido más. Después de maldecirlas durante tantas noches, en mi cama y en los bailes, sentí que nacía otra vez”, cuenta. Entonces, algún día de esos que no se olvidan, volvió a Campo Belo envalentonada. “Reuní a mis amigas del grupo de las ´raras´, que para esa altura ya eran tremendas diosas y fuimos en busca de Rita”.

Anamá en la década del
Anamá en la década del 70, comenzando a conquistar el mercado de la moda
Anamá en todo su esplendor
Anamá en todo su esplendor

Rita trabajaba en el Banco do Brasil, “lo más alto a lo que muchos aspiraban en aquel pueblo”. Anamá había detestado esa idea. “¡Ni loca! ¿Para que después de 30 años ahí adentro se reúnan los directivos y te den reloj, una masita y chau? ¡Olvidate!”, suelta con gracia. En fin, llegaron en grupo: “Malas, malísimas”, describe. Ya ahí estaba Rita, detrás de un mostrador. “No, no... La necesito bien de frente”, indicó Ferreira. Y entonces la hicieron salir. “Era un espanto”, sentencia. “Cuando se acercó le miré de arriba-abajo. La abracé fuerte y dije: ´¡Gracias, Dios!´”. Sin más, “las patitos feos” se retiraron del lobby “echando fuego”, relata. “Y las invité a todas al bar del centro a tomar cervezas y a brindar por todas nosotras, por lo que habíamos llorado, por lo que habíamos sufrido y por esa revancha que reviviría una y otra vez sin culpa alguna”, asegura. “Por eso mismo, después de tantos años, cuando todavía hoy la gente se me burla con el típico ´¡eh, qué mal hablas el español!´ (por lo que recibió disculpas públicas de Andy Kusnetzof) o me llaman ´mono´ (lo que le valió una demanda a Adriana Aguirre, dinero que Ferreira donó luego a los piletones de Margarita Barrientos), vuelve esa sensación espantosa. Vuelven los días de bullying. Vuelve aquel tiempo, aquel pueblo, aquella angustia”, explica. “Pero ya soy otra Anamá”, se contenta. “Ya soy mucho más fuerte”.

Dueña de un rostro único,
Dueña de un rostro único, se convirtió en una marca registrada

Muy atrás habían quedado las clases de Derecho y los tantos empleos que ayudaban a comprar sus libros. Fue vendedora, “envolvedora de regalos” en una tienda y hasta secretaria mecanógrafa, gracias al curso que había tomado en Campo Belo, quizás lo “único que rescate de ese lugar”, desliza. Así como alguna vez había cambiado Río (“nuestro Hollywood”) por São Paulo (“tan abrumador”), dejó París por Buenos Aires, “después de lo que serían sólo diez días de vacaciones en el Sur”, recuerda. “Una gran jugada, porque en ese momento las negras estaban de moda en Europa y no había que desaprovechar esa ola”, apunta desenrollando una lista encabezada por Grace Jones. En fin. Aquí todo fue una sucesión de buenas migas, visionarios y favores. El fotógrafo José Luis Perotta la recomendó a Charly Grilli quien la arrojó a la pasarela atajada por la prensa, que la señaló como la exótica, llamando la atención de Luis Puenzo, Percivale y, tiempo después del gordo Juan Carlos Mesa. Una rueda, claro está, echada a andar “por la empatía popular” que tanto ansiaba. Pero esta charla no la va de Wikipedia, sino de esos hechos que la educaron “superadora”. Y en el amor también encontró alguno.

Anamá Ferreira y Arturo Alejandro
Anamá Ferreira y Arturo Alejandro César Marqués de Pallavicini el día de su boda, 27 de junio de 1977. La artista Dalila Puzzovio fue su madrina en la ceremonia civil

Anamá se casó sólo una vez. La suficiente para figurar en “El Libro de los Nobles de Europa”, explica. Todo comenzó en el 76, sobre la calle Reconquista. Ella (“recién llegada”) protagonizaba una producción de moda. Él (“súper lindo”, como lo recuerda) pasaba por ahí y entonces se acercó. Fue después de algunas cuentas salidas que Ferreira se enteró que Alejandro en realidad se llamaba Arturo Alejandro César Marqués de Pallavicini. Sí, descendía de aquella ilustre rama de patricios italianos. Semanas después, la modelo foránea y el viudo papá de Vanesa (por entonces, de 5) iniciaron convivencia en San Isidro sin imaginar la desventura que se acercaba. “Era una época de plomo, difícil de transitar. Ale se subió a un tren en Retiro, se quedó dormido y despertó en El Tigre, donde fue chupado por los militares”, relata. “Empezamos a buscarlo. Yo no podía hacer mucho, hacía sólo 6 meses que había llegado. Su madre lo buscó por todos lados. Era una mujer muy influyente, parte de la monarquía”, cuenta respecto de su suegra, Victoria Visic Condesa de Pallavicini.

Anamá Ferreira y Arturo Alejandro
Anamá Ferreira y Arturo Alejandro César Marqués de Pallavicini, a principio de los años 80. Fue el único hombre con quien se casó.
Arturo Alejandro César Marqués de
Arturo Alejandro César Marqués de Pallavicini y su hija Vanesa, quien creció junto a Anamá durante los 15 años de matrimonio

Alejandro apareció 3 meses después. “Pero apareció terrible”, describe Anamá. “Jamás supo dónde estuvo. Sólo sabe que lo soltaron por ahí y alguien lo ayudó a llegar. Era una piltrafa... Todos los días lo sometían a simulacros de fusilamiento. Lo ponían de rodillas, con sus ojos tapados, le apuntaban y se mataban de risa”, cuenta. “A partir de ese momento, y para siempre, los nervios le jugaron en contra. Cada vez le costaba más salir, sentía miedos y se despertaba sobresaltado a mitad de la noche”. Finalmente, “y después de todo”, se casaron. Fue el 27 de junio del 77, amadrinados (dicho sea de paso) por Dalila Puzzovio, la artista conceptual y diseñadora que supo coronarse como emblema del pop-art nacional. Ferreira y Pallavicini pasaron juntos 10 años, a lo largo de los cuales, ella dice haber “criado con lo mejor de mí” a esa niña (Vanesa) “que hoy ya no me habla”. Tal vez, “aún dolida por la separación”, analiza con sincero desconcierto y en voz alta.

Anamá Ferreira y Arturo Alejandro
Anamá Ferreira y Arturo Alejandro César Marqués de Pallavicini, casados en 1977 y por 15 años

Y un día soñó con él. “Hará cuestión de 6 o 7 años”, calcula. “Lo llamé, porque andaría cerca de su casa, en la que había vivido siempre. `¿Por qué no charlamos un ratito?´, le dije. Y aceptó. Cuando lo vi bajar, casi me muero. ¡Era un cadáver!”, describe. “¿Pero qué te pasa?, le pregunté. ´Tengo E.L.A´, respondió”. Se trata de la Esclerosis Lateral Amiotrófica, enfermedad del sistema nervioso que provoca debilitamiento muscular y deterioro de las funciones físicas. “¿Tenés obra social?, me salió preguntarle. Le saqué una, lo interné y en muy poco tiempo terminó en terapia. Es un sufrimiento el del E.L.A, tremendo...”, suelta con pesar. “Intentaron llevarlo un lugar de rehabilitación, pero él era demasiado estudioso y siempre me decía: ´Esto no tiene solución, me voy secando, no aguanto más´”, lo cita. “Yo fui clara con quien era mi pareja en ese entonces: ´Mirá, yo voy a estar al lado de Alejandro, te guste o no. Me acompañes en eso o no. Es mi ex marido y voy a cuidarlo hasta su último aliento. Y así fue´”, relata. Pallavicini murió con ella en mayo de 2011. Y aún así dejó una carta “con disculpas por no habérmelo dicho antes”. Con agradecimiento, “por la presencia y el esfuerzo”. Con pedido especial: “El de contener a su hija y sus nietos”. Y con saludos especiales: “Para Taina”. Un texto que ella hizo plastificar, “para tenerlo así de intacto durante toda la vida”. Sabe que es un ángel y que siempre lo ha sido. Es entonces que rescata la “amorosa” intervención de Alejandro en otra curva sinuosa de su historia. Casualmente ligada al amor.

Anamá Ferreira ya viviendo en
Anamá Ferreira ya viviendo en la Argentina en los gloriosos 80
Anamá Ferreira, ya en la
Anamá Ferreira, ya en la Argentina a principios de los 80

“Los 80 fueron la locura”, rotula. Se debía las fiestas y, según dice, “supe divertirme pero también a qué hora irme a dormir”. Recorrió los sótanos de Sumo, Virus y hasta cuenta haber estado en “la pelea entre Los Abuelos y Charly García en plena playa marplatense... ¡Se mataron!”, recuerda. “Vi mucha droga. Pero siempre que salía de La City preguntaba: ´¿Quién viene conmigo? El que lo haga tiene que estar limpio´. Nadie venía”, cuenta con gracia. Fue así que la llamaron Careta durante algún tiempo. “No es que yo fuera una santa. Yo tenía miedo”, explica. “Veía a tantas mujeres tan dependientes y entregadas a la droga que pensaba: ´Pasé demasiado en esta vida, sufrí mucho como para entrar ahí. No, no no... Yo quiero mi carrera. Quiero mi trabajo. Voy para adelante´”. Anamá escapó del peligro de las sustancias pero no de los golpes de un canalla.

Anamá Ferreira para Vogue, a
Anamá Ferreira para Vogue, a mediados de los años 80
Anamá Ferreira, en una producción
Anamá Ferreira, en una producción para la revista Vogue

Puchi Chavez “era el chico del momento, el Dj de todos los desfiles y las fiestas porteñas y esteñas”, describe Anamá. “Cuando llegué al país, en el 76, él estaba casado con una modelo lindísima. Una diosa que estaba en todas las tapas de revistas. Y ya se decía que ellos peleaban mucho. Eso fue lo peor: yo siempre supe que era un violento”, anticipa al abrir ese episodio. Ya separada de Alejandro y durante una temporada laboral de verano, se reencontraron e iniciaron una relación. “Viste como eso, una se enamora...”, suelta Ferreira. No tardó en constatar tantas versiones. “Se drogaba y tomaba mucho. La situación se hizo complicada de llevar. Cada mañana, a las 7, mientras yo salía a trabajar, él llegaba en estado deplorable. Era un enfermo de celos. Un enfermo, enfermo, enfermo...”, enfatiza.

Hasta que una noche, Chávez pasó a buscar a Anamá por un cóctel al que él no había sido invitado. Y durante ese trayecto en auto, “y por una estupidez, hizo así con su mano (ademán de golpe) y me dio en la cara”, cuenta. Era temporada alta de los grandes desfiles en el Alvear y un hematoma resultaba muy difícil de disimular. “Un día Ginette Reynal (62) me pidió: `Anamá, por favor decile a Puchi que pare la mano´. Y pensé: ´Uy, entonces las chicas se dieron cuenta´. Porque una cree que nadie sabe. Intentás esconder todo eso que te pasa”, relata. “Lo denuncié en una comisaría que estaba cerca de la calle Salguero... Pero en esos tiempos la policía no hacía nada. Sólo te repetía: ´Volvé a tu casa, querida, ya van a arreglarse. No pasa nada´”. Pero el del 88 fue el verano del clic. Chávez ya la había amenazado, “dijo que me tiraría ácido en la cara”. Y la noticia del femicidio de Alicia Muñiz, de manos Carlos Monzón, trazó un límite definitivo. “`¡Este hombre va a matarme´, me dije. Y lo dejé”, relata. Aunque él no se daría por vencido. “Me persiguió. Me esperó en la puerta de casa. Todo lo hacen los tipos así, enfermos, que se arrodillan para pedir otra oportunidad. Lloran, te piden perdón y prometen que no volverán a hacerlo. Y entonces Alejandro, mi ex marido, lo llamó para increparlo. Le pidió que la cortase o que haría una denuncia frente a un juez. Hubo una perimetral y eso le metió miedo. Ale fue quien me acompañó, me guió hacia esa luz al final del túnel. Siempre es importante que alguien lo haga”, cuenta Anamá. Desde entonces, asegura tener una especie de “sensor, de alarma” frente a los hombres. “Por ejemplo, cuando veo que el tipo con el que salí pasó de dos vasos de whisky, salgo corriendo”. A propósito, hoy está sola, o “libre, leve y suelta”, como dicen en su tierra. “Aunque siempre ilusionada”, pidiendo al Universo “un señor que me trate bien, que me quiera y al que le guste viajar”.

Anamá Ferreira a horas del
Anamá Ferreira a horas del nacimiento de su hija Taina Laurino, 1993
Anamá Ferreira y su hija
Anamá Ferreira y su hija Taina, recién nacida en 1993

Y el último vestigio de esos “dolores que enseñan” lo encuentra, en esta charla, de camino hacia la maternidad. Taina, hija de su relación con Ricardo Laurino, “fue una bebe muy deseada, muy esperada”, dice Anamá. “Yo venía de una experiencia muy triste. Tiempo atrás había perdido un embarazo de 4 meses y eso me destruyó. Fue realmente desgarrador. Muy terrible, muy terrible...”, repite. “Me acuerdo que Ginette (Reynal) estaba embarazada de Mía (Flores Pirán, 30) en ese momento. Y se negaba a que yo la viese mientras crecía su panza, para no hacerme mal”. Temerosa de que aquel episodio le impidiera volver a ser mamá, recurrió a un tratamiento. “Fueron miles de intentos fallidos. Mi cola era como un colador de tantos pinchazos. El chico de la farmacia llegó a decirme: ´Mirá Anamá, yo no voy a darte más inyecciones. Ya no puedo ver tanto sufrimiento´. Entonces el médico me recomendó descansar un mes.

Anamá Ferreira, Ricardo Laurino y
Anamá Ferreira, Ricardo Laurino y Taina, hija de ambos, en 1995
Anamá Ferreira y su hija
Anamá Ferreira y su hija Taina
Anamá Ferreira, su ex, Ricardo
Anamá Ferreira, su ex, Ricardo Laurino, y Taina, hija de ambos, en 1996
Anamá Ferreira y su hija
Anamá Ferreira y su hija Taina (28), hoy experta en realeza por consejo de mamá
Anamá Ferreira y su hija
Anamá Ferreira y su hija Taina

Un desfile la llevó hasta Salta. Y ahí desembarcó Ferreira, justamente “en una celebración del Señor y Virgen del Milagro”, advocación tradicional del Norte argentino. Las organizadoras del evento se acercaron avergonzadas: “Perdón, Anamá. Nos equivocamos en la elección de la fecha. Tal vez no venga mucha gente a causa de esta festividad”, se excusaron. Ella, lejos de molestarse y muy cerca de su fe, eligió creer en las señales. “Entonces hice una promesa. Si yo lograba embarazarme, volvería con mi bebé”, relata. Pasó el tiempo, y también esa obsesión. Hasta que un 15 de septiembre su test dio positivo. “Sí, un 15 de septiembre, Día del Señor y Virgen del Milagro”, remata. Abrazo a Taina con el alma y –como quien cierra un ciclo necesario– “me propuse darle, para siempre, las mejores fiestas de cumpleaños”.

A propósito de su legado, reivindica el de mamá. Aquel del “estudio y la curiosidad”. Y “mi Raina de Jordania” es un buen ejemplo. Así apoda a su hija por “perfectica, correcta y siempre arregladita”. A mediados de los 90, sus colegas le decían: “¡Aflojá, Anamá con esa chica!” Porque, “según ellas, yo era demasiado estricta”, cuenta. Hace “algún tiempo” la invitó a comer para analizar con ella algunas indecisiones sobre su futuro. “Y se me ocurrió un idea: ¿Por qué no estudiás protocolo Internacional? Le sugerí. Le gustó”, relata. “Entonces invertí en clases de francés, que es lo que se habla en las grandes mesas. En una certificación en Protocolo en la ONU y en otra en Marketing, por ejemplo. Ella ya sabe portugués, así que la llevamos a Londres para perfeccionar su inglés. Ahí le compré desde los clásicos de Shakespeare al libro del mayordomo de la Corona. ¡Tenía que saber todo sobre ellos! Y hoy es experta en Realeza”, remata con la satisfacción de la tarea cumplida. “Quisieron llevársela a la Casa Real Holandesa, pero el amor (con Georgie Neuss) fue más fuerte”, desliza. “Aunque sí participó de los Invictus Games (evento multideportivo que nuclea a veteranos o heridos de las fuerzas armadas) como parte del equipo nexo entre el Príncipe Harry (creador e impulsor desde 2014) y sus invitados. Pero, siempre tan discreta, no trajo ni una foto”, bromea. “¡Yo le hubiese sacado hasta de los zapatos!”.

Taina Laurino Ferreira con el
Taina Laurino Ferreira con el Príncipe Harry en la última edición de los Invictus Games, como parte del equipo de Protocolo

Anamá (“con la mente de Jane Fonda como faro”) dice haber aprendido que “el secreto de esta vida es reinventarse”. Y a final del día, eso ha sido “para comido” para ella. En cualquiera de los sentidos. Modelo y directora de sus propias escuelas. Actriz, de las que encarnan a Evita. Y hoy protagonista (y hasta cantante) del espectáculo (Anamá Bossa Nova, un show de música, humor y sensualidad, en el Cástor y Pólux) que ella misma ha gestionado “desde el guión”. No, “no voy a quedarme rezando por una propuesta. Esperando que alguien se acuerde de mí. Quiero hacer cosas por mí misma para que nadie me olvide jamás”, asegura y le creemos. “Después de todo, y a pesar del resultado, siempre voy a ganar experiencia”.

Anamá Ferreyra
Anamá Ferreyra

Está convencida: “Se aprende a ser feliz”. Decisión, actitud, como sea. “Me propongo la sonrisa, el buen humor al despertar. Un ejercicio que a lo largo de mi historia me alejó de toda esa oscuridad del desprecio, las pérdidas y el llanto. Siempre me negué a que la mía fuese una vida de lágrimas, seteando mi mente para encontrar alegría con todo eso que tuviese a mano. Para no dejar de estar consciente de que uno es feliz y muchas veces no nos damos cuenta. Es así que las cosas se nos pasan”, dice. Entonces entona por lo bajo la canción de Gonzaguinha que hizo muy propia: “Vivir, y no tener vergüenza de ser feliz / Cantar y cantar y cantar, la belleza de ser un eterno aprendiz / ¡Ay Dios, yo lo sé, yo lo sé que la vida debería ser bien mejor / Y será / Pero eso no impide que yo repita / Es bonita, es bonita y es bonita”.

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