Ser “el marido de Pampita” lo enorgullece tanto como que lo llamen “el hijo de Roberto y de Lucila”, “el nieto de Lala, de Tata y de Locy” o “el papá de Santino, de Delfina y de Ana”. Es por eso que los prejuicios y ciertas miradas peyorativas, como señala, no logran resultarle más que “meras ingenuidades”. A lo largo de este encuentro, y convencido de que “también somos nuestros vínculos y circunstancias”, Roberto García Moritán (47) desandará episodios de su historia citando a los mentores de los valores que lo han definido y aún lo inspiran. Un relato válido para conocer un poco más a “alguien siempre dispuesto a arriesgar mucho en cada giro de la vida”, que lo ha paseado del sector corporativo a la empresa gastronómica y hoy lo deja cara a cara con su vocación política, “un destino que finalmente me sería ineludible”. Reflexiones, claves y secretos del camino que lo ha traído hasta “el presente que siempre soñé”.
“Durante mucho tiempo vi a mi padre como una figura a la que quería parecerme”, cuenta. “Me fascinaba su convicción. Ese avanzar siempre de un destino a otro con tanta determinación y seguridad”. Roberto García Moritán (73), en el Servicio Exterior argentino desde 1970, llegó a ser vicecanciller de Jorge Taiana entre 2005 y 2008, durante la presidencia de Néstor Kirchner y el primer tramo de la de Cristina Fernández (con quien tuvo diferencias que definieron su renuncia). “Un diplomático de raza, como lo fue mi abuelo y mi tío Martín... Una tradición familiar que vine a romper”, suelta con gracia. “Papá fue convirtiéndose en una persona cálida y cercana con el pasar de los años”, reflexiona. Y esa aparente sensación de distancia “podría ligarse a la prioridad que significó su carrera en tiempos de su juventud. Precisa y paradójicamente por ese arrojo, el empeño que tanto admiraba de él”, analiza hoy. “Un aspecto sobre el que, tal vez, supo recapacitar en su madurez, con el llegar de esa sabiduría propia de la vida. Después de todo, nada es más importante que la familia”.
Reconfiguró esa relación entrada la adultez. “Ahora, de repente, nos llamamos por teléfono y es un: ´¡Qué hacés, viejo! Te quiero...’. Sale fácil, sí. Y es lindo cuando un ´te quiero´ sale tan fácil”, desliza Roberto. “Ya retirado, se dedica a escribir artículos y a darme consejos. Mi nuevo mundo (se refiere a su cargo de legislador de la Ciudad de Buenos Aires por Republicanos Unidos / Juntos por el cambio, asumido el 10 de diciembre de 2021) lo entusiasma y eso me permite conectar con él desde otro lugar”, cuenta. “Debí haberlo escuchado antes, cuando lo que me proponía como idea no me hacía mucho sentido. Porque siempre creyó en mí. Papá supo ver mi vocación política mucho antes que yo. Desde mi adolescencia me incitó a desafiarme, a armar centros de estudiantes, a desarrollar emprendimientos. Él me empujó a arriesgarme, a ponerme a prueba, a esforzarme para competir. Y, principalmente, me quitó el miedo a perder”, relata. “Ahora lo entiendo. Y también entiendo que estoy en el lugar y en el momento correcto, dedicándome a lo que más me moviliza”, asegura. “Y fijate como son las vueltas de la vida, ¿no? En una de nuestras últimas conversaciones me dijo que lo que más lo conmovía de todo esto era mi determinación, lo mismo que yo adoraba de él cuando era chico”.
“Con mamá la historia fue diferente”, advierte Roberto. A pesar de representar “exceso de presencia y de cariño” durante toda su infancia, fue recién al crecer cuando dice haber comenzado a “mirarla”. Lucila Fernández Llanos (70) es descripta por su hijo como “una mujer tan inteligente que me llena de orgullo”. Aficionada al Sudoku y “excelente jugadora de Bridge”, despliega “la misma capacidad estratégica para entender y resolver la vida”, define Moritán. “Ella sabe jugar la carta en el momento que debe jugarla”. Educó a cuatro hijos. Patricio (45), socio de un estudio de un importante derecho administrativo, fue el segundo. Sigue Lucila (43), psicopedagoga. Y Francisco (40), emprendedor y propietario de un restaurante, ha sido el último en llegar. “Ella siempre generó confianza. Desde muy chico logró que me sintiese lo suficientemente importante como para decir todo eso que quisiera sin ser juzgado”, relata. Y esta cultora de “la paz interior y la generosidad” hábil para fomentar la comunicación entre todos, hizo valer su perspectiva. “Sé que su mirada es la única libre de toda especulación”, señala. “Siempre tendrá verdad eso que diga, por más doloroso que pueda resultar”.
Es por eso que alguna vez consideró acertado que Lucila y Carolina Pampita Ardohain (44) tuvieran una entrevista a solas en una instancia clave para la pareja. “La relación con Caro iba muy rápido. Y de repente, en un tiempo similar, las dos me dijeron que querían conocerse”, revela. “Entonces propicié un almuerzo en el que estuve solo un rato y me rajé. A veces hay piezas que deben encajar en el momento y en el lugar correctos. Y ellas midieron eso durante ese encuentro. Finalmente, y desde entonces, se llevaron muy bien. Tienen una comunicación tan asidua que hasta incluso mamá estuvo presionándola para que le diera resultados de El Hotel de los Famosos (ciclo que conduce en El Trece)”, cuenta con gracia. “En definitiva, esa es mamá. Aún cuando no esté cerca, cuando no la vea, sé que está. Pese a cualquier inclemencia o circunstancia. Esa es la sensación”, señala. “La misma que tenía de chico cuando jugaba en el equipo de fútbol del pueblo suizo en el que vivíamos e íbamos a competir a otras ciudades. En mitad del partido, sin tener la certeza de que estuviese ahí, la buscaba en la tribuna hasta encontrarla”.
Así recuerda Crans, la comunidad del cantón de Vaud, en Nyon, a 20 kilómetros de Ginebra, donde encuentran raíces sus principales memorias de una infancia por demás itinerante. En resumidas cuentas, Roberto nació el 18 de enero de 1975 en el Upper East de Manhattan (“cerca de Harlem, donde fui bautizado”), mientras su padre ejercía misión en el Consulado argentino. Cumplió sus tres años en Whashington DC y regresó a Buenos Aires a la edad de cursar su primer y segundo grado en el Colegio San Miguel, “en el que hice a los mejores amigos que aún conservo”, cuenta. Pero fue entonces (1984) que la Oficina de la Organización de las Naciones Unidas en Ginebra necesitó de papá. Y así desembarcaron en aquel municipio de apenas 2300 habitantes (en el último censo de 2021). “Hay gente que, por ejemplo, se programa para ser metódica u optimista. Yo, desde muy niño, estuve programado para adaptarme a cualquier destino, ambiente o condición con total naturalidad”, asume.
Fue una niñez de bicicletas, de puentes interminables, de nieves obstinadas, de bosques con hazañas, de casas idénticas dispuestas como en maquetas y de complicidad en la “amistad de tres” con un sueco, un suizo y un marroquí. “Nos movíamos con genuina libertad”, rememora con nostalgia. “La libertad de jugar fuera, de transitar sin temores, de manejar mi tiempo y elegir a qué lo dedicaría solo hasta las siete de la tarde, el límite indicado por mamá. Una vida que hubiese querido para mis hijos, sin la necesidad de esta aplicación que tuve que bajar en mi celular para monitorearlos. Con el tiempo aprendí que, lamentablemente, el miedo y la preocupación son anclas que nos impiden ser mejores de lo que podemos ser”, dice. “Y aquella es una sensación que en algún momento de esta vida quisiera volver a experimentar”.
Es entonces que en camino de viejas experiencias evoca un “extraño” episodio que no dejó trauma pero sí huella: “La conciencia o el entendimiento de no ser del todo deseado, querido o respetado”. Fue en las aulas del Ècole de Crans donde Roberto, con apenas nueve años y a fuerza de dolor y “desconcierto”, supo de qué iba eso a lo que llamaban discriminar. “Estaba en cuarto grado y me sentaba en el fondo, donde nos ubicábamos los extranjeros. Y cada tanto la maestra me hacía pasar al frente, me daba una cachetada y me pedía que volviese a mi asiento”, relata García Moritán. “A Sandra, así se llamaba, no le gustaban los latinos. No había otra explicación para esa conducta sistemática”. El “correctivo físico”, que por entonces podría ser habitual, cesó luego de una “resolución de índole más administrativa” por parte de sus padres. Pero la docente siguió en función con normalidad. “Fijate qué loco... Uno reacciona de acuerdo a tu marco de referencia. Yo no estaba acostumbrado a la violencia. No la conocía. Y entonces normalicé esa conducta. Qué peligroso... ¿No? Es por eso que le doy tanta importancia a la educación, la mejor de las armas contra la discriminación. Porque las instituciones pueden ayudarte, claro, pero el primer límite es uno mismo”, concluye.
Tenía casi 13 años cuando volvió al país. Cuando ingresó al San Juan Bautista. Cuando fue apodado el Suizo por su español con acento francés. Cuando “me asombrada el bullying, las peleas y el desorden de las aulas”. Cuando “todo aquí era un mundo nuevo que me entusiasmaba descubrir”. Y cuando su abuela Locy sembró en él la semilla del altruismo. Lucila Nazar Anchorena (madre de su mamá) fue una mujer “empoderada”, de esas de avanzada, con ideas y emprendimientos tan claros como propios. “Era genial verla llegar en su autito, muy decidida, independiente, tan libre...”, recuerda Roberto. “Con ella todo era aventura. Y acompañarla a los comedores comunitarios en los que colaboraba fue haciéndose un hábito para mí. Me encantaba ver cómo cocinaba, cómo servía, cómo ayudaba, cómo era recibida por la gente, como la esperaban y, por sobre todo, como la querían”. Aquellas vivencias serían, tal vez, la antesala de una serie de acciones que derivaron en Asociar, la ONG que ideó y preside en pos de la transformación social en barrios vulnerables a partir de la formación, el trabajo y el esfuerzo para la superación.
Tata (Roberto García Moritán, abuelo) y Lala (María Lola) no quedan fuera en la lista de inspiradores, aún cuando el valor rescatado no se desprende de un episodio finalmente feliz. “Ellos estaban espléndidos, en todo sentido. Hasta que un día mi abuela tropezó y se cayó mientras bajaba una escalera. Jamás se recuperó de ese accidente y falleció a los pocos días”, cuenta. “Y mi abuelo, que era muy vital, muy alegre, con muchos planes y viajes pendientes, al tiempo se dejó morir. Murió. Murió de amor. Y esa, muy a pesar del dolor, no dejó de ser para mí una gran demostración de un amor tan verdadero que me hizo reflexionar durante años”, relata. “Quizás porque todo coincidió con una época en la que estuve solo, sin relaciones importantes ni la posibilidad de enamorarme. Fueron 13 años de soltería tras el fin de mi primer matrimonio”.
Roberto y Milagros Brito (44, heredera del banquero Jorge Brito y empresaria en el rubro de la construcción) se divorciaron en 2008 “porque nos habíamos convertido en muy buenos amigos”, según define García Moritán el motivo de la ruptura. O, en realidad, “del cambio de relación”, porque hoy “es una amiga a la quiero mucho”, dice. “Estuvimos ocho años juntos, hasta que un día nos miramos y dijimos: ´Busquemos otra cosa´. Todos, y principalmente nuestros hijos, merecían vivir en un lugar en el que hubiera un amor como el de mis abuelos...”, señala. “Y hoy tengo la suerte de estar dándoles un sitio en el que así se vive, con esa noción del ´para toda la vida´ o, al menos, con la intención de que así sea”. Aunque hasta entonces “el concepto de familia ideal eran mis hijos, Santino (17) y Delfina (16), los tres en una dinámica perfecta”. Pero crecieron. Naturalmente los fines de semana dejaron de ser tan exclusivos y los tiempos y actividades cada vez más dispares. “Cómo te pone a prueba la vida, ¿no?”, desliza. “Fue así que empecé a preguntarme si eso era todo lo que yo necesitaba. Y entendí que quería tener la oportunidad de construir aquel amor ejemplar. Asumí que estaba listo y me predispuse a volver a enamorarme”.
Así fue. Por cierta habilidad de concreción de todo aquello que visualiza y “la costumbre de trabajar sobre ideales”, como describe. “Y Carolina siempre había sido un ideal para mí: la mujer más espectacular, carismática y bella este mundo”, detalla. “Una mañana estaba en viaje hacia Rosario con Marcos, mi socio. En esos momentos en que uno maneja en la ruta y van y vienen figuras y pensamientos, de repente se me cruzó la imagen de Pampita... Por entonces, Pampita. Y al comentárselo me dijo: ´¡Llamala!´. Le respondí: ´¿Y cómo se llama a Pampita?´. ´Leí por ahí que acaba de separarse´, me insistió. Entonces recordé que teníamos alguien en común: Oriana. La mensajeé: ´Creo que soy el mejor partido para tu amiga´. Ella me contestó: ´¿Sabés que sí?´. Y al rato recibo una solicitud de seguimiento en Instagram... ¡Pampita!”, relata. Aceptarla le tomó un tiempo. “No lo sé, por esas cosas de hombre o por pensar que sería una buena estrategia, qué se yo... Como si más o menos demora hubiese cambiado algo”, cuenta. “Caro lo hizo muy fácil y la charla fluyó naturalmente”.
“Un mes y algunos días” duraron sus tertulias virtuales. “Un período en el que muy pronto pasamos de escribirnos poco a vernos mucho a través del Facetime y durante horas”, revela. “Fue tiempo suficiente como para contarnos nuestros sueños, expectativas y hasta los límites en el amor. Porque pudimos decirnos todo eso que ya no queríamos en ese aspecto”. Pero en esta conversación elegirá ir “por la positiva”, como dice. “Los dos pretendíamos una familia, no estábamos para boludear. Ya era momento de reordenar los respectivos cuadros amorosos y de volver a dar otra chance a una relación”, cuenta. “Desde el primer instante entendimos que debíamos ser honestos, directos y apuntar al mismo objetivo. Ya no había lugar para engaños ni mentiras”.
Las tantas horas compartidas habían pasado por alto lo que Roberto, con gracia, señala como un obstáculo potencial. “Caro creía que yo era demasiado viejo para ella”, revela. “Estaba acostumbrada a salir con hombres más jóvenes, un aspecto que a mí no me importaba nada”. Entonces, una noche fue a su encuentro. “Tenía más vergüenza que yo, que me sentía demasiado envalentonado. Quizás porque tomé el encuentro como la continuación del proceso de crecimiento que el vínculo venía teniendo de forma telefónica”, describe su primera cita. “Ni bien Caro subió al auto la tomé de la mano. Así de directo. Y le pareció muy raro. Se inhibió”, cuenta. La llevó “a un lugar” que tenía preparado. Se niega a prestar más detalles. Pero sí expone que le cocinó: “Sabía que a ella le gustaban las pastas con salsa de tomate... Es una chica muy simple para la comida”. Puso algo de música, improvisaron pasos en un marco meramente lúdico y siguieron charlando con la misma profundidad que en cada una de sus llamadas. Esa misma noche, al dejarla en su casa se animó a decirle: “Te busco mañana”. No se soltaron jamás.
Habían pasado “tres o cuatro días” de aquel primer encuentro cuando Roberto supo que se casaría con Carolina. Bastó una imagen. “La vi arrancando con sus propias manos el empapelado del cuarto de mis hijos”, relata. Y amerita una recapitulación. Esa semana en que se conocieron coincidió con las vacaciones de sus hijos en compañía de sus otros padres. Fue entonces que García Moritán decidió una renovación sorpresa de sus cuartos, “que aún lucían como de niños por esa negación que uno tiene al avance de las etapas”, analiza. Ni bien compartió esta decisión, Pampita, “que me empuja siempre a un poco más”, puso manos a la obra “tomándola demasiado en serio”, cuenta. “Le dio otra dimensión a mi proyecto entendiendo a la perfección lo que yo necesitaba. Fue la artífice del gran cambio de esos ámbitos, tan íntimos, con una sabiduría y una intuición descomunales. Recuerdo que la miraba pintar, proyectar y ordenar, y pensaba: ´Quiero vivir con esta mujer y aprender todo de ella’”, revela. “De algún modo me acompañó a tener otro vínculo con mis hijos. A aceptar que ya son grandes, que tienen otras necesidades y que es posible disfrutarnos desde otro lugar. Hoy tengo con ellos grandes diálogos que me enorgullecen”.
“¡Qué increíble es poder decir: ´Mi hijo ya es un hombre´!”, dice Roberto al hablar de su primogénito. “Es la persona más íntegra que conozco”, describe. “¿Puedo contar un ejemplo? Estábamos de vacaciones y en la mesa de pool de un bar había un señor que iba ganándole a todos los que pasaban por ahí. Era obvio que sería mejor que yo. Y cuando me tocó jugar intenté esconderle un par de bolas. Entonces Santino, que había visto lo que hice, se acercó y me dijo: ´Se juega bien. Si vas a perder, perdé habiendo arriesgado. No pasará nada’”, relata. “Bueno... Ese es Santino. El tipo que me enseña que a veces toca la parte incómoda de la vida y que hay que hacerse cargo y transitarla con dignidad”. Delfina es “la pasión”, señala. “Está muy conectada a todo lo que pasa y es muy sensible a cualquier manifestación artística”, asegura. El coqueteo que la adolescente tiene con el modelaje no resulta un camino más seductor que el de la música, según papá. “Ella es sumamente inspiradora para mí”.
A Delfina le costó creer quién era la novia de papá. “Fui muy reservado con todo lo que iba pasando en mi vínculo con Caro”, cuenta Roberto. “Básicamente porque, desde el inicio, ella me hizo entender que si se filtraba algún tipo de información antes de tiempo nuestra relación estaría afectada. El cuidado que tuve llegó a tal punto que muchos de mis amigos se enteraron de nuestra historia en la despedida de solteros. Pero, de algún modo, necesitaba canalizar lo que estaba viviendo. Se lo conté a Santino y él supo guardar el secreto”, relata. “Hasta que una noche, en casa, mirando ShowMatch, Delf dijo: ´Pampita es la mujer más linda de la Argentina´. Él se rió y me miró como diciendo: ´¿Puedo decirle?´ ´Sí, podés´, le dije. ´Está saliendo con papá´, soltó. Y ella no lo creyó. Estaba segura de que le jugábamos una broma. Dudó hasta tener a Caro en frente la noche de la comida de presentación en Tanta. ¡Fue muy divertido!”, recuerda.
16 años después, Roberto vuelve a iniciar el ciclo de la paternidad. Ana llegó el 22 de julio de 2021 con una “misión: la de unir la sangre de ambas familias”, asegura. “Uno pasa años creyendo que jamás sentirá eso que pasó en el nacimiento de un primer hijo. Y luego de tanto tiempo la bebé trae una nueva sensación: la de ser nuevamente primerizo. Tal vez tenga que ver con la madurez, con la experiencia, con finalmente saber quién es uno realmente. Eso fue lo que me sucedió con su llegada. Hoy tengo la capacidad de detenerme en situaciones y detalles muy pequeños que me maravillan”, cuenta. “Y lo que más llama mi atención es que no recuerdo si alguna vez sentí esto que tengo con Ana: mirarnos a los ojos y conectar de un modo tan fuerte que podemos hablarnos sin emitir sonido. Y es algo realmente increíble”. Entonces despliega una serie de rituales y rutinas entre los dos. “Hasta hace poco, mis mañanas eran con ella. De 6 a 9 leía los diarios, desayunaba e iniciaba mis actividades con mi hija en brazos. Luego la regresaba a la cama con su mamá. Y hoy, cuando Caro termina su jornada de trabajo, le gusta llegar a casa y salir de Pampita, despojarse del personaje. Entonces se toma el tiempo para bañarse, reorganizarse, relajar un momento... Y entonces ese lapso vuelve a convertirse en nuestro momento privado: Ana y yo armamos cuevas con almohadones en las que nos escondemos. Siempre es el mismo plan: ella se escapa, yo la persigo y nos reímos a carcajadas”.
Ana fue “la niña más buscada”, según Roberto. Durante aquel mes (y algunos días) de videollamadas con Ardohain de las que hablaba, “volver a ser padres había sido un ítem común a las dos listas de todo aquello que queríamos vivir”, revela. “Es más, tan claro estaba para ambos que habernos casado tan rápido tuvo que ver con eso. Con acelerar esa marcha hacia las metas. Empezamos a buscar a Ana al poco tiempo de conocernos... ¡Fijate la magnitud de nuestra convicción!”, cuenta. “Fue un objetivo claro que nos llevó un año y medio de intentos”. Hablamos del ensamble. De lo fácil que ha resultado con cinco chicos de edades muy dispares “que se han sentido hermanos desde el inicio”, señala. “Los hijos de Caro me sorprenden. Ejecutan el orden a la perfección. Son muy disciplinados. Se acuestan y se levantan temprano... Ellos tienen su personalidad muy definida. Bautista (Vicuña, 14) es sensible, el más romántico, y Beltrán (Vicuña, 10) es el esquemático, por ejemplo. Y Benicio (Vicuña, ocho), tan gracioso. Son fantásticos”, afirma.
García Moritán se refiere a ellos como “mis hijos del corazón”. Y el trato cordial que mantiene con Benjamín Vicuña (43) –del que no dirá más que “juega fútbol muy bien”– radica, principalmente, en asegurar el “marco amoroso” para el crecimiento de cada uno chicos. “Es importante que vivan rodeados de amor. Si él me necesita y a los chicos le hace bien vernos juntos, así será”. Es contundente en lo que afirmará y creíble de acuerdo a su historial de decretos personales: “Tengo programada mucha felicidad para este gran equipo que conformados. ¡Nos imagino con muchos nietos!”, suelta. “No podría ser más dichoso que en este hogar”. Es inevitable entonces evocar la memoria de Blanca por la “señal” de la que su madre habló alguna vez. Pampita manifestó que Roberto llegó a su vida tras un pedido expreso a su pequeña, fallecida en 2012 (hoy tendría 16 años). “Caro está convencida de que Blanquita tuvo que ver con nuestra historia. Entonces yo también lo estoy”, declara. “Pero sea como sea, no tengo la más mínima duda: ella cuida de esta familia más que nadie”.
“¡Dormimos muy poco...! ¡Muy poco!”, dispara Roberto entre tanto conversamos sobre ese tiempo especial que merecen las parejas, aún más en un contexto de demandas múltiples como es el caso. “Para mimarnos, somos muy simples. Simples para todo. Entiendo que haya cierta fantasía en torno al estilo de vida que pueda llevar Caro. Pero ella es una chica sencilla, del Interior, tranquila y familiera”, dice. “De repente el mejor plan es mirar una serie”, cuenta. Por cierto, miran The Staircase (2022), el drama judicial de Antonio Campos basado en hechos reales que se centra en resolver la inocencia o la culpabilidad del escritor Michael Peterson, sospechado de haber asesinado a su mujer, caída por una escalera. “O tal vez nos resulta genial salir caminando a tomar un helado o a hacer las compras en el supermercado”, suma. “Y es impresionante el nivel de popularidad que Caro tiene en todos los estratos sociales y entre todas las edades. En la calle, ella le dedica atención todos con una capacidad admirable de, en cuestión de dos o tres minutos, transmitir amor y hacer sentir importante a quien le habla o le pide una foto. Pero son dos o tres minutos, eh. Y después sigue con lo nuestro, administrando muy bien el tiempo de cada uno”, explica. “Queremos, para nosotros y nuestros hijos, una vida lo más normal posible y para siempre”.
“Claro que la popularidad de Caro fue un valor que consideraron quienes pensaron en mí. Pero pesó mi perfil”, asegura Roberto en términos de su arribo al plano político. “Entendieron que soy un emprendedor comercial con la realidad bien sabida y un tipo con compromiso social avalado por años de acción. Alguien con conocimiento técnico, político y cuerpo muy bien puesto a la situación. Factores suficientes para que Ricardo Lopez Murphy (70) creyera en mí”, relata. Y en términos de proyecciones en este nuevo camino, declara: “En Argentina puede pasar cualquier cosa. ¡Cualquier cosa! Y mi satisfacción personal tendrá que ver con ser parte del equipo que solucione sus problema dando batalla cultural contra la pobreza, la inflación, los narcos y la corrupción. Yo vengo a trabajar, a prestar mi hombro, mi cabeza y mi corazón”. Respecto de si todo político fantasea con la presidencia en algún instante de su trayecto, Roberto responde con mesura: “Todavía, no. Todavía, no”.
¿Cómo se ha digerido este gran paso puertas adentro? “Caro y mis hijos fueron testigos de mi trabajo en el asistencialismo social. Me vieron yendo a los barrios vulnerables, trabajando muy de cerca para y con la gente. Un trabajo mucho más sacrificado que cualquier otro. Y al llegar la oportunidad de ser legislador porteño, insistieron: ´Vos debés estar ahí´. La persona que más me apoya es Caro. Sabe a lo que vengo y está orgullosa de las decisiones que tomo”, cuenta. Y la tarea de Ardohain (“perfeccionista y disciplinada”, como su marido la describe) no se limita solo a la compañía. “Ella me ayudó mucho, sobre todo en mi relación con los medios”, revela. “Al principio me costaba demasiado enfrentar una cámara, la pregunta, la insistencia sobre mi vida íntima. Ver mi propia imagen en una revista o en una pantalla me resultaba... uff, muy fuerte. Caro me ayudó a no sufrir tanto. A esquivar momentos incómodos. A manejar mis fortalezas y debilidades...”, enumera. “Ella me marca los errores: ´Esto no me gustó´; ´Fijate el modo en que te paraste ahí´; `No contestes de esa forma´. Me inculcó el respeto a la pregunta de un periodista. Al medio que se interesa en mí. Y a no sacarme de encima las respuestas, sino a darle el tiempo y el tono que merece cada una de ellas, recordando que todas deben transmitir esencias y valores”, explica. “Mi mujer es así, sumamente interesante”.
Finalmente hablamos de artes, cualidades, ingenios y destrezas inéditas en su haber. Y Roberto construye una reflexión que lo contenta. “En el San Juan Bautista, el colegio en el que hice mi secundaria, cada año se hacían olimpíadas internas. Jamás estuve entre los tres primeros de ninguna disciplina. Pero sí entre el cuarto y el quinto lugar de entre cientos de participantes. Algo que me permitió mantener un buen promedio”, dice. “Nunca fui ni el que saltó más alto, ni el que corrió más rápido ni el que arrojó la jabalina a mayor distancia, pero siempre estuve en el podio. Yo creo que ese es mi gran talento”.
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