Jura no saber qué es estar enamorado. “¿Cómo se define ese sentimiento? ¿Es tan importante registrarlo? ¿Será dar un riñón...? Da igual”, se pregunta y se responde realmente limpio de retórica, ironías y excentricismos. Porque a pesar de las 56 obras de las que lo ha hecho eje, “tantas parejas”, dos matrimonios y uno en camino, Pepe Cibrián Campoy (74) desacraliza el amor, le quita su “cotillón”, bajándolo a terrenos “del pragmatismo y la cotidianeidad”. ¿Cómo define entonces eso que nos pasa emocional y orgánicamente frente a quien se ama? “No lo sé. Amor-deseo. Amor-compañía. Amor-necesidad. Amor-ganas de no estar. Amor-discusión. Amor-sentir que en algún momento podría dejar de serlo”, enumera en un intento de teorización. Aún así, Pepe amó, ama y se etiqueta un “incansable” en la metier. Tanto, que hablaremos de la boda que celebrará en cuestión de días. No sin antes, claro, desandar esa “aventura del querer” que lo trajo hasta aquí.
“Nunca he sido muy exitoso en el amor. Solía ahogarme en los celos, la posesión y una gran inseguridad”, reflexiona. “En 800 años de terapia nunca pude modificar, por ejemplo, la sensación de abandono o de pérdida que arrastro de una niñez muy solitaria”, cuenta. Habla del pupilaje en el colegio inglés. De dos padres inmersos en su vocación. Del eco en el caserón de Callao (entre Posadas y Alvear) que tal vez se disipaba algún fin de semana con la visita de muy pocos amigos “a los que lograba seducir para que sean esclavos y capitanes en mis fantasías de faraón”, cuenta. “Sí. He sido y quizás aún soy muy abandonado. Se ve que aquello anidó en el inconsciente y es por eso que, sobre todo en mi juventud, hiciera todo lo posible para que las parejas me abandonasen. De algún modo cumplía mis propias profecías. ´¿Ves? Me dejan´, decía. ¡No, vos lo lograste! Ha sido un arduo trabajo hasta el día de hoy”, revela.
“La conciencia de mi sexualidad despertó tarde, como a los 18″, recuerda. Y más allá de cualquier artilugio erótico con cierto compañero de estudios, asegura que hasta entonces su primer amor había sido Tarzán. “Estaba sumamente atraído por Lex Barker. Un actor guapísimo al que imaginaba en ceremonias y otras tantas situaciones”, dice con gracia. Y vuelve a la seriedad para señalar que sintió “algo realmente profundo” recién a los 27, por Carlos. “Una bellísima persona que agarró a un Pepe dudoso, desconfiado, insoportable...”, describe. “Él era tan amable que debía dejarme. Y me dejó”. Pero entre “el rey de los monos” y su primer “adiós”, hubo un matrimonio (“breve, brevísimo”) casi pasado por alto en este relato. En 1971 Cibrián se casó con Ana María Cores (71), la actriz de su compañía que lo sorprendió con el “torazo” que salvó la puesta de Universexus en el Teatro Municipal Sarmiento, reemplazando a la protagonista con tan impúdica actitud que lo maravilló. “Yo tenía 23 y ella, 20. Sumamente mágica. Graciosa. Ingeniosa. La amé”, cuenta. “Desde el primer día la puse al tanto de mi sexualidad y de las advertencias que recibiría cuando todos se enterasen”, cuenta Pepe. “Y así fue, la llamó medio país. Y a ella nunca le importó”. La correría, “que inició a lo grande en la Abadía de San Benito y siguió con fiesta en La Botica del Ángel (organizada por Eduardo Bergara Leumann), duró un año y terminó porque “ella soñaba aquí y yo quise pelearla en México, donde nos habían contratado”.
Su segundo matrimonio ratificó que “la firma y el papelito no tiene valor emocional alguno” para él. “Como tampoco garantía ni confirmación de quererse más o diferente”, dice. “Mi casamiento con Santiago (Zenobi, 46) fue el homenaje que decidimos darle a la lucha de tantos por la Ley de Matrimonio Igualitario, a la que creo haber aportado algo expresándome como ciudadano en el Senado, uno de los hechos de mi historia que más me orgullecen”, cuenta. “Y fue después de haber visto como tantos amigos que llevaban, tal vez, 25 años en una relación, eran impedidos de acompañar a sus parejas en situaciones próximas a la muerte por decisión de algún pariente. A partir de aquel entonces sería Santiago quien decidiera sobre mí en una situación límite”, señala. “Como mis parejas siempre son más jóvenes que yo, porque así lo deseo, sabrán qué y cómo quiero las cosas. Así fue que me casé”. Se divorciaron en 2019, tras 19 años en pareja y nueve como maridos.
“La legalidad del matrimonio, además, implicaba cierta ventaja en la posibilidad de adoptar hijos”, dice Pepe encontrado otro justificativo para aquella decisión. Y aquí abriremos un apartado en la charla. Porque la paternidad ha sido asunto de peso para él. Un “proyecto retrasado por la edad” junto a Cores y una “desilusión” luego, en tiempos de la Ley de Adopción impulsada por Irma Roy “a través de la que personas solteras como Beba Bidart, pudieron ser padres”, destaca. “Recuerdo que el secretario de Irma me recibió en lo que aquel entonces se llamaba Secretaría de la Minoridad. ´¡Qué honor, señor Cibrián!´, me decían. Pero nada. Y ya estando casado con Santiago llegaron a casa las numerosas visitas de asistentes sociales. Habían pasado muchos años cuando me encontré con Victoria, que había sido una de ellas. Me preguntó: ´¿Ya son papás?´. ‘No’, le respondí. ‘Nunca lo fuimos’. ´¡Pero si el informe que hicimos era maravilloso!´, se sorprendió. ¡Nada! Hasta teníamos un cuarto de la casa ya preparado para los chicos. Fueron 15 años de espera que me hicieron desistir”, cuenta. “De todos modos he tenido y formado muchos hijos. Porque soy muy paternalista. Un patriarca en la vida y sobre el escenario. Sí... He tenido verdaderos hijos como Damián Iglesias, un actor a quien conocí a sus 23 y quien seguro me trascienda en la estética teatral. Cecilia (Milone) o Georgina (Barbarossa), mis hijas ejemplares que sé que estarán a mi lado, asistiéndome y amándome hasta mi último suspiro”.
Luis Machuca fue su último “hijo del corazón”, como define. Pepe lo conoció en 2018, en el marco de un seminario al que joven actor había llegado con admiración y dinero prestado. Así fue que lo invitó a una audición para La jaula de las locas y días después a Buenos Aires, para vivir con él. “Uno tiene olfato de años, al instante me di cuenta de que no era gay ni me interesaba que lo fuera, no, no...”, narra. “La separación de Santiago me había costado demasiado y la casa, que hasta entonces había estado tan viva, comenzaba a parecerme extremadamente grande. No podía pasar las noches sin la compañía de algún amigo. Y no era miedo, no. Era angustia”, describe. “Entonces fui claro: ´Mirá, Luis, yo sé que no sos gay y puede parecer que voy a camelearte. Pero me pasa esto, esto y esto. Eres muy buen artista, si aceptás puedo darte un espacio de estudio, de aprendizaje, de crecimiento y ayudarte a trabajar. ¡Probemos una semana! Lo único que voy a pedirte a cambio es que me acompañes. No quiero estar solo´. Y así fue. Convivimos durante cuatro años hasta que hace algunos meses, ya con 29 y una novia divina, sintió necesidad de volar e instalarse en el centro, muy cerca de su actividad”.
Entonces se desprende otra inquietud: la soledad. “¡Que ingrata es!”, desliza reflexivo. “Yo soy como esos chicos a los que les gusta jugar solos pero sabiendo que hay alguien cerca a quien acudir si les duele algo. Sé estar solo, sí, con momentos de necesaria independencia. Pero lo que no sé es vivir solo”, concluye. Y a diferencia de aquellos tiempos infantes en los que el sentimiento de abandono anudaba su garganta, papá y mamá están muy presentes. Tal es así que no hay espacio en este cuarto en el que no aparezcan enmarcados en miles de tonos y fisonomías. ¿Cuánto han influido en su manera de amar?, nos preguntamos.
“Uy, yo he vivido una vida de pareja a través de ellos. Sí que eran grandes amigos, compañeros de lucha en los escenarios y en la vida. Fueron mi modelo en esta aventura del querer. Con decirte que papá, cuando ya estaba mal de la cabeza, de lo único que se acordaba era de las obras de teatro y entonces mamá se sentaba con él a repasar los guiones. Era casi un ritual para ellos. Los escuché reír hasta el momento en que debieron despedirse”, relata emocionado. “Claro que influyeron, por supuesto. Pero lo hizo más mi padre, porque era un cabrón, un gran Quijote. Un hombre exquisito, un aristócrata del teatro”, así define a José Cibrián. “Mamá... mamá había sido una obrera de la escena, a la que alguna vez le pregunté: ´¿Realmente tenés vocación por lo que hacés?’. Y me respondió: ´No lo sé, nací en esto. Nunca elegí´”, cuenta sobre Ana María Campoy. “Entonces él tenía esa visión del amor bien hispánico, del de la proeza. Cuando al cumplir mis 18 necesité decirle que era homosexual, pensando que ese Quijote reaccionaría tan en contra como de alguno de sus molinos, me sorprendió: ´¿Cuál es la preocupación, hijo? Se es hombre en la vida, no en la cama´”.
“Por contrapartida, a mamá, que era más simple, estructurada y con esas cosas de burguesa tonta, le costó. No lo entendió así nomás”, pronuncia antes de un comentario muy al pasar, guiado por la nostalgia. “Tengo todas sus memorias por ahí. Todos sus audios. Así se lo había exigido en sus últimos tiempos. Entonces un secretario iba a verla todos los días y grababa sus relatos. Debo tener... No sé, una decena de CDs”, cuenta. “Ella quería que yo escribiese su biografía y siento que me voy a ir de este mundo sin hacerlo. Debe ser realmente fascinante, sumamente interesante. Traté. Claro que traté, pero no he podido oír su voz. ¡No puedo! Han pasado 16 años que se fue y todavía me resulta imposible”, revela. “Quiero tener ese deseo de dialogar con ella, porque eso sería escucharla hoy. Y me aflige. También me pasaba al verla en archivos de esos que solían pasarme a modo de homenaje en cada entrevista televisiva que me hacían. Y mirá, finalmente logré superarlo. Espero que así sea...”.
No retiene fechas y poco le interesa. No está seguro: “¿Habrá sido en enero? Sí, calculo que fue en enero...”, dice sobre el inicio de su relación con Nahuel Lodi (32). Lo conoció a través de una red de citas similar a la que dio origen a su matrimonio anterior. ¿Qué es lo que pasa con la forma análoga de vinculación? “Yo me tomo ese tipo de ámbitos muy en serio”, explica Pepe. “Para mí significó la posibilidad de conectar, conocer y comprometerme con esa interacción. Aunque tantas veces me han dejado porque a mí me cuesta dejar. ¿Qué se yo? De repente encontraba a alguien que me interesaba, pasaba cuatro, cinco horas charlando con él. Me entusiasmaba. Me fascinaba. La imaginación se disparaba y de repente, ¡pum!, desaparecía. Y eso en la red me parece una gran falta de vocación”, analiza. Nahuel no fue de aquellos. “Por el contrario, su contacto ha sido muy grato. Me contó que hacía un año me había escrito por Instagram. Y de inmediato pasamos a la videollamada. Me encantó su sonrisa. Sí, las sonrisas de la gente me importan mucho. La estética en general, un buen zapato... ¿verdad? Tal vez sea una idiotez, un esnobismo de colegio inglés”, analiza. “Da igual. Me gustó su sonrisa, pero mucho más su vida”.
Nahuel fue oportuno. “Llegó en un momento de la vida en el que logré volver a sentirme pleno. No soy joven, no. Pero sí muy vital. No tengo reuma ni me duele nada y mis elencos se cansan mucho antes que yo”, cuenta. “Y eso que a mí me cuesta bastante disfrutar de la vida. Los creadores tenemos demasiados fantasmas, muchos duendes y bichos internos que nos manejan y nos inspiran. Y yo vengo de períodos de grandes depresiones disparadas, yo creo, por la decadencia de mamá. Eso me hizo pelota...”, advierte. “Aún hoy siguen tratándome por eso, aunque cada vez menos. Tengo depresión activa, que es la de hacer. Hago, hago y hago para no pensar demasiado y controlar mi tendencia a la melancolía”, relata. En suspicaz línea de tiempo, cuando Nahuel nació (1990), Pepe ultimaba los preparativos del estreno de Drácula en el Luna Park. “Los dos cambiaron partes de mi vida”, concluye. “Causal o casualmente lo encontré a él en tiempos del regreso de ese espectáculo tan icónico para mí. Es bastante significativo, ¿verdad?”, desliza. “Hoy transito con los dos este tramo tan bello de mi historia”.
Pepe presenta a su futuro marido. “Nahuel es hombre de Berazategui, atractivo y de un metro 89. Tiene carácter fuerte y gran determinación, no me gustan los sumisos que se destinan solo a seguirme. Es muy investigador en su vida y ocupado de su futuro. Toca el piano y algún otro instrumento más. Es cálido a su manera, tal vez no sea demostrativo con los abrazos pero sabe compensarlos con otras atenciones de la vida cotidiana”, enumera. “Hasta que iniciamos la convivencia tenía un puesto en el área de cafetería de una estación de servicio que dejó para trabajar en la coordinación de varios de mis proyectos. No, no es un intelectual, pero es muy ávido y sensible. Además es buen amigo, buen hijo y buen padre. Él estuvo casado algún tiempo y tuvo mellizos, una nena y un nene de siete años a quienes conozco solo por fotos y por sus relatos”, dice. “Aún no se han integrado y me parece muy bien, él sabrá cuándo será el momento. El compromiso que mantiene con ellos es lo que más me conmovió en aquel primer contacto que tuvimos, será por el deseo que he tenido siempre...”.
La primera cita fue en La olla de Félix, el restaurante de Analía Berdini, amiga de Pepe. “Ella, una mujer deliciosa y sumamente sensible, será la encargada de celebrar la ceremonia de los anillos el próximo 24 de junio, cuando Nahuel y yo diremos nuestros respectivos votos”, adelanta Cibrián. “Será un evento íntimo para 30 personas entre amigos, su familia, y mi hermano Roberto. La ceremonia pagana que planeamos, no tendrá un marco legal, al menos por el momento”, señala. “Pero ante una escribana pública firmaremos el Deber de Asistencia Mutua”. Se trata de la obligación legal que consiste en prestarse apoyo material y moral entere los cónyuges. Una suerte de garantía de que ambos velarán por el bienestar del otro (siendo reconocidos por sus entornos) respetando su honor, dignidad y equilibrio emocional.
“La gran fiesta será tres días después (27 de junio) y la organización está íntegramente en manos de Nahuel y de una planner. Parece que habrá mucha gente... ¡Juro que yo no tengo idea de nada! Dejo que haga y me encanta que a él le encante hacerlo”. Octubre es el mes signado para la luna de miel, “originalmente imaginada en Europa, pero descartada luego por el temor que me da la cercanía del conflicto entre Rusia y Urania”, explica. “Tal vez sea una tontería lo que estoy diciendo, pero la gente ahí está muy triste. Muy triste”, cuenta Pepe. “Entonces decidimos viajar a México y alojarnos en uno de mis hoteles favoritos de Puerto Morelos, una aldea pesquera que amo en la Península de Yucatán, entre Cancún y Playa del Carmen”.
Por esa “tara” de Pepe con las fechas diremos que “fue más o menos en marzo” y durante la primera visita de sus suegros. “Estábamos comiendo y le pregunté a Daniel (padre de Nahuel): ´¿Y qué te parece si alguna vez me caso con tu hijo?´. Me respondió: ´Si a ustedes los hace felices, ¿por qué no?´. Ahí quedó el tema. La segunda vez que vinieron, a las dos o tres semanas, me dijo: ´Bueno Pepe, entonces... ¿cuándo se casan?´. Lo miré a Nahuel y le pregunté: ´Nahuel, ¿cuándo?´. Él se puso muy colorado. ´No sé, en junio´, sugirió. ´Okey. ¿Qué día?´, pensamos. `¡El 24!´. Y ahí se definió la fecha de los esponsales”, relata Cibrián. “Así que resultó casi un pedido de mano... Sí, ha sido un pedido de mano. Qué lindo, ¿no? ¡Un pedido de mano!”, repite con cierto entusiasmo pueril. Define la relación con su familia política como “más que óptima”, aunque no ha tenido tiempo de conocer a todos “porque son como 300 y muy unidos”, dice. “Adoro a mis suegros, que deben rondar los 60 años... Son mucho más chicos que yo”, describe. “Ella es ama de casa y él es jerárquico en una empresa. Un hombre muy informado con quien hablamos mucho de política y del país que vivimos. A veces coincidimos en nuestras ideas y otras discrepamos, y eso es lo interesante”, cuenta. “Adoro a su hermana, a sus dos hermanos y a una tía muy mágica. Solemos pasar horas de charlas en cada encuentro que tenemos semanalmente, alternando entre esta casa y la suya en Berazategui, donde soy siempre cariñosamente recibido”, señala. “Es gente bellísima, muy cotidiana”.
La noticia de la celebración de esta unión desató un vendaval de prejuicios, preocupaciones y hasta temor en el contexto más íntimo de Cibrián. Una cuestión que le ha parecido “por lo menos, lógica”, como dice. “Cecilia (Milone), Georgina (Barbarossa), Claudia (Lapacó), muchos me llamaron. `¡¿Pepe, vos sabés bien quién es?!´, preguntaban. ¡Y bueno, eso ni significa que estén en contra!”, analiza. “Pero ya deberían saber que no soy tonto. No, no soy tonto. ¡Vamos! Además, si yo hubiese elegido estar con alguien a cambio de darle un bienestar económico, ¿cuál es el problema? Con mi dinero hago todo aquello que quiero”, enfatiza. “Puedo comprarme un cuadro y una persona... ‘¡Ay, qué horror!’, dice la gente. ¡Por favor, déjense de joder! Hay tantas personas compradas que lo pasan tan bien...”, subraya. “Qué buen tema para una obra, ¿no? Si alguien a quien pudieras comprar lograría amarte. A lo mejor, en algún momento, termine devolviéndote lo que diste cuando más lo necesites. Y me ha pasado”, cuenta. Y así desempolva otra vieja historia de amor en su delicioso hábito de ilustrar con memorias.
Manuel es escultor y responsable de muchas de las obras que Pepe expone en la casa que visitamos. “En tiempos en que éramos pareja decidí regalarle un departamento. Porque sentí ganas de hacerlo”, cuenta. “Y al tiempo nos separamos, pero seguimos viviendo juntos porque nos sentíamos familia. Aquí mismo, gitanamente, él con su pareja y yo con Santiago... ¡Ay, ya quisiera saber qué piensa la gente al leer esto!”, dice con gracia. “Entonces, cierto día y no hace mucho, caí en desgracia económica. Siempre me pasa, porque no me importa la plata y suelo gastar demasiado, más de lo que por ahí tengo. En fin, ya estaba en una situación difícil cuando Manuel se me presentó con un sobre en la mano. ´Tomá, esta es la escritura del departamento. Vos lo necesitás más que yo´, me dijo”, recuerda quebrado. “No sé si yo sería capaz de tanta generosidad. Realmente no lo sé. Sin dudas eso es amar. ¡Eso es saber amar!”.
La pandemia fue un golpe de barbilla para la economía “ya debilitada” de Cibrián. “Como intuirás, esta casa tiene grandes gastos. Y me vi obligado a hipotecar un piso muy lindo en Buenos Aires que luego vendí para levantar gran parte de la hipoteca de este lugar. Por cierto me quedó otra que si todo va bien podré saldaré el martes...”, piensa en voz alta. “Sí, lo pasé muy mal. Me angustié terriblemente, porque no veía salida”, revela. “Tanto que empecé a vender muchas de las cosas que quería. Mamá, acostumbrada a la lucha de legua a legua de cada día, siempre me decía: ´¡Cuando te compres algo, que tenga empeño!´”, recuerda. “Así vendí siete cuadros de colección y algunas alhajas, entre otras cosas. Pero no los anillos, eh”, señala. Tiene alrededor de 400, que atesora muy cerca de los tres cajones atestados de anteojos e incontables frascos de perfume. “Es lamentable que no me hayan comprado más para poder seguir pagando deudas”, menciona. “Tal vez por eso mi hoy es más contemplativo. ¿Vos ves lo que es mi parque?”, pregunta mientras señala el ventanal. “Hasta que no repunté y resolví el estreno de Drácula no he podido pisarlo. ¡No he podido porque sentía que ya no era mío!”.
Pepe insiste en el intento de descifrar eso a lo que se le llama “enamorarse”. “¿Si estoy enamorado de Nahuel? ¡No lo sé! ¿Es tan importante que responda un `si´?”, pregunta con ironía. “A ver, sé que lo quiero infinitamente. Sé que lo extraño. Si estar enamorado es que te pique el estómago, pues me pica. Si es escuchar campanas, las escucho. Si hay boato, sí, lo hay. Si dejaría mi vocación por él, o por quien sea, no. De ninguna manera jamás”, diserta. “Enamorarse me suena wagneriano. Se me hace a orquestas y fantasías teatrales. Sinceramente no puedo imaginármelo”, dice. Y entonces recita una frase de Federico García Lorca, protagonista de su obra Marica, que da vueltas en su cabeza: “Amar, he amado y amo a quien hoy quiera ser mi compañía”.
Dice que amar a los 74 no es muy distinto a como lo hizo a los 30. “Pero hoy tengo más claro que no puedo prometerle a Nahuel muchos aniversarios de casados”, señala. El tiempo se valora. Como el ritual de comer solos “charlando de todo y de nada hasta las cinco de la mañana” o el de ese pasional ida y vuelta epistolar. “Nos escribimos mucho. Son cartas divinas. Él escribe bellísimo, mucho mejor de lo que habla. Y todas esas líneas que me redacta son dignas de ser guardadas, encerradas”, señala. Entre las últimas, rescata las resultantes de una discusión que mantuvieron cuando “él no quiso ayudarme a sacarme los pantalones”, dice Pepe. “Entonces, después me escribió una notita: ´Vos podés hacerlo solo. Yo voy a quitártelos después de los 90´. Y me pareció muy bello...”, comenta. “Ahora fíjate, él presupone que yo voy a vivir más de 90 años y es más, que voy a necesitar que me los saquen. ¡Está loco! A lo mejor es él quien lo necesite...”, bromea.
A Pepe no le preocupa la vejez y mucho menos la muerte, “pero sí la decadencia mental, eso no podría aguantarlo”. El fantasma de la enfermedad de su padre y la atención especial que le da a su tía Carmen Campoy (93), a quien hospeda en su casa, logra angustiarlo.
¿Y qué suerte corre el sexo a esta altura de la soirée? “A mí el cáncer y sus tratamientos con tantos rayos me afectaron bastante. Pero no es tan grave, eh”, advierte Pepe. En 2016 fue intervenido para la remoción de un cáncer de próstata que regresó al año siguiente para ser abatido hasta el día de hoy. “A esta edad sigo experimentando el sexo con la misma generosidad con la que lo hice toda la vida. Soy una persona muy activa en ese aspecto. Me gusta jugar, pero en términos de exploración, no en cuestiones de disfraces”, aclara. “Todo esto que me resulta más que aburrido, porque las puestas teatrales son para el escenario... A mí me fascina dedicarme artesanalmente al placer de mi compañero, soy muy geisho en la cama”, define.
Al escuchar la palabra “fidelidad”, dispara la ironía: “¿Tiene que ver con la calidad del sonido?”, comenta. Entonces teoriza sobre el engaño. “Pensar que hay gente que decide separarse porque su pareja tuvo sexo con otra persona... Lo respeto, pero no lo entiendo. A mí me resulta mucho más peligroso que mi marido se cite dos o tres veces a tomar un café con el mismo chico”, asegura. “Eso tiene mucha más intimidad que una encamada que se soluciona con una ducha y ya está”. Se abstiene de posibles aperturas oficiales de pareja. Sabe que “no puedo prohibirle a nadie que tenga sexo con alguien más”, dice. “Hacelo bien, cuídate y no me lo cuentes”, remata. Pero hay algo innegociable, una regla estipulada con firmeza: “Se duerme en casa y conmigo. Eso es sagrado. Y quebrar esa regla es suficiente motivo de separación para mí”.
Pepe aprendió. “Después de tantos años estoy sabiendo ser más sano en el amor. A ser más generoso. A pensar más en el otro”, explica. “Porque, por ejemplo, a mí me gustan los huevos fritos. Y alguna vez estuve en pareja con alguien que sufría del hígado. Yo no hacía más que huevos fritos y él cada vez estaba más descompuesto. Cuando inevitablemente él me dejó, alguien me dijo: `¿Nunca pensaste en lo que él quería o podía comer?´. Con el tiempo fui quitándome ese traje de egoísmo, logré darle más valor al consenso”, reflexiona. “Y con Nahuel, además, aprendí a soltar. Hay noches en las que él se queda con sus hijos o en casa de sus padres y tal, y hoy puedo manejar bien esa situación”, analiza. “Finalmente, y de a poco, voy dejando de lado ese histórico y profundo sentido del abandono. Yo ya estoy acompañado”.
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