Mariana Genesio Peña: “Durante años naturalicé el abuso que sufrí de un médico creyendo que esas cosas serían parte de mi vida”

Nació entre dos familias cordobesas en guerra de clases. Creció “avergonzada por la pobreza” pero segura de la mujer que veía en el espejo. La adolescencia fuera de casa. La abuela que la ayudó a animarse. La lucha contra la bulimia. La muerte del amigo que la bautizó para siempre. La soledad de Buenos Aires. La noche que pensó en la muerte. “El levante de chongos” para poder comer. Y la historia de amor “que continúa intacta” mientras espera firmar el divorcio

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A Solas - Mariana Genesio Peña con Sebastián Soldano

Sigue amaneciendo con el designio de escribir su propia historia. “A veces es un libro y a veces una biopic”, dice. Pero suele ahogar la idea en el primer café. Excepto alguna vez en la que “el mejor de los intentos duró tres páginas”. Claro que venera el tránsito que la trajo hasta aquí y el ego nunca fue un prurito para ella. Mariana Genesio Peña siente que hacerlo hoy sería “morir un poco”. Algo así como asumir un “hasta acá”. Y su vida la ha sorprendido tanto que la incertidumbre de mañana se le hizo un juego que no quiere soltar. Tan segura está de eso como de que la espera “mucho más rock and roll para ser contado”. Aún así, lo que ha vivido alcanza. Al menos para esta charla en la que la invito a trazar el posible borrador de sus memorias, pasiones e influencias en cinco capítulos con nombres propios.

Mariana Genesio Peña (Foto: Patricio
Mariana Genesio Peña (Foto: Patricio Montalbetti)

Capítulo 1: Beatriz y Orlando. “Mis padres son demasiado especiales para mí”, advierte. Y no se refiere sólo al hecho de “haber tenido que crecer a la par” y a todo eso que debieron aprender uno de los otros en el trayecto, sino también a la fascinación que le produce “la novela de la tarde” que significó la previa de su llegada al mundo. Beatriz (56) y Orlando (61) se conocieron “callejeando” en una esquina cordobesa. Ella tenía 15 años, una orfandad prematura, muchos hermanos intentando no ser separados y un pasar muy precario. Él, tenía casi 20, el dolor por una hermana recientemente fallecida, dos padres divorciados y cierto status socioeconómico “de privilegio”. En definitiva, “tan bien se conocieron que quedaron embarazados”, cuenta Mariana. “A mis abuelos les ganó el clasismo y así comenzó la lucha por la aceptación de ese amor”. Al año siguiente, “cuando papá, ya con 21, no necesitó autorización de ningún tipo”, se casaron, diciéndose `sí, quiero´ a vivir como pudiesen.

Beatriz y Orlando, padres de
Beatriz y Orlando, padres de Mariana Genesio Peña
Mariana Genesio Peña con casi
Mariana Genesio Peña con casi un año de edad
Mariana Genesio Peña y su
Mariana Genesio Peña y su mamá, Beatriz

Nací en un contexto turbio. El país salía de la dictadura y todavía había robos de bebés”, señala. “Mamá me tuvo en un hospital público bastante humilde. Y alguna vez me contó que una mujer la rondaba intentando embaucarla con excusas para llevársela a una villa cercana”, recuerda entre otras “leyendas familiares”, como describe. “Crecí en muchos barrios espantosos, de casas pobres y feas. Pero con ojos de entonces, cada terreno baldío era para mí una selva a explorar. Y un tablón sobre cuatro ladrillos, el escenario en el que actuaba Madonna”. No había dimensiones. Ni perspectivas. Ni comparaciones. “Yo era feliz jugando a ser la mujer maravilla con las muñequeras antibalas que mamá me fabricaba con los recortes de las botamangas de los jeans”, relata.

Mariana Genesio Peña, con 3
Mariana Genesio Peña, con 3 años de edad
Mariana Genesio Peña a sus
Mariana Genesio Peña a sus 4 años
Mariana Genesio Peña, retrato de
Mariana Genesio Peña, retrato de su infancia en Córdoba

Los 7 llegaron con la conciencia plena “del ser diferente”. Y señala que su “sentido de la feminidad” no sólo se manifestaba “espiritualmente”, sino también en un precoz despertar sexual, “en el deseo físico por mis compañeritos”. En definitiva, “me paraba frente a un espejo y del otro lado había una nena”, recuerda. “En mis proyecciones de futuro siempre me veía como una rubia impactante. Por entonces mi mayor preocupación era: ´¿Cómo voy a hacer? Bueno, supongo que tendré que casarme con otra mujer y usar trajes como los hombres´ Pero me alentaba saber que podría encerrarme en el baño y jugar con sus vestidos a escondidas”. Mariana tenía una percepción clara de sí misma, pero asegura no haber sido “demasiado observada por mis padres”. Y argumenta: “Ellos estaban tratando de observarse a sí mismos, de pagar el alquiler y de alimentarnos, a mí y a mis hermanas (Olga, de 35; Victoria, de 25, y Emma, de 24)”.

Mariana Genesio Peña a sus
Mariana Genesio Peña a sus 5 años en su casa de Córdoba
Mariana Genesio Peña a sus
Mariana Genesio Peña a sus 5 años

Hacía tiempo que Orlando había abandonado sus estudios de ingeniería y se ganaba la vida ayudando a su abuelo en la concesionaria de automóviles. “Fue antes de probar otros tantos trabajos hasta llegar a ser gerente de un supermercado en Tucumán”, cuenta. Tiempos de sacrificios y de pubertad. De necesidades y de un muestrario de realidades ajenas que parecían lejanas. Su casa, que hasta entonces había sido “el ámbito de todas mis fantasías”, disparaba pudor al regresar de las de sus amigas. “Llegué a avergonzarme de todo: de la situación socioeconómica que me había tocado y hasta de mis padres, por ser tan jóvenes, tan distintos a los demás. Tuve mucha bronca de ser pobre y se las trasladé a ellos”, dice en referencia a una temporada de peleas constantes que duraría su adolescencia entera.

Mariana Genesio Peñas de la
Mariana Genesio Peñas de la mano de su madre, Beatriz
Con su primo, su prima
Con su primo, su prima y su hermana

Señala que sería “injusto” hablar de falta de contención. Porque al fin del día, “mis padres, pese a las falencias típicas de su edad y de cierta cuestión primeriza, nunca dejaron de cumplir su rol”. Pero cita en esta charla a su madrina (además, hija de la madrina de su madre), que en este cuento bien podría haber sido su hada. Teresa era maestra, “y una figura más que importante en mi crianza”, rotula. “Ella me rescataba del barrio, del ´callejear´, de un presente con poca cultura. Me llevaba a misa, me inculcaba el hábito de la lectura, me hacía ver obras de teatro y visitábamos museos”, cuenta. “Descubrí que había lugares en los que mis padres no me mostraban”. Entre tanto, y no obstante, Mariana advierte una “enorme soledad”. Jamás supo identificar por qué, “pero se activaba en horas de la siesta”, revela. “Me atrapaba la melancolía, una sensación de desconexión total, de mis padres, de mi familia… De todo. Me iba. Me gustaba perderme en el cementerio, recorriendo las bóvedas y callecitas. Sentía fascinación por ese desamparo”. La melancolía nunca la soltó, ni la soltaría. “Sé que viene conmigo y así será siempre”, se resigna. “Aún sigo teniendo esos lapsos en los que creo no conectar con nadie. En los que me siento una gran observadora de todo lo que pasa y hasta de mí misma. Como si me abstrajera por completo. Y me resulta una experiencia muy vertiginosa. Un buen viaje del que, a veces, me da pánico no poder regresar”.

La familia Genesio Peña. Mariana
La familia Genesio Peña. Mariana junto a su papá Orlando, su mamá Beatriz y sus hermanas, Olga, Victoria y Emma

Estaba de visita en Tucumán, donde sus padres se habían radicado hacía algún tiempo. “Tenía 17 años. Llevaba el pelo largo hasta la cintura, las cejas depiladas y ropa sin género definido. Ya gritaba mi identidad, con todas las alarmas y banderas”, recuerda. “Una mañana, papá me despertó y me dijo: ´Vamos a desayunar, solos´. La casa estaba en silencio y mamá se escondía. La comunicación nunca fue su fuerte, conmigo ni con nadie. Pero él habrá sentido la necesidad de ejercer su rol. Subimos al auto y sin mediar palabra llegamos a un bar. Entonces se animó: ´¿Qué vamos a hacer con esto? Tenemos que hablar de tu homosexualidad. ¿Querés ir a un psicólogo?´, me propuso. A lo que respondí: ´Hace tiempo que hago terapia y aquí no hay nada que curar´. Pero insistió: ´Te va a ir mal en la vida. No vas a encontrar trabajo ni a nadie que te quiera´. Así se desencadenó una discusión. Todo fue horrible”, relata. “Con los años pude entender que papá estaba asustado. Que esa preocupación tenía que ver con los miedos y los prejuicios de aquel contexto social del que venía y del que todavía se vivía”, reflexiona. “Al llegar a casa vi a mamá angustiada. Entonces le reproché: ´¡No sé qué es lo te sorprende tanto! ¿No te acordás de esa tarde en la que volví de jugar y me tiré en la cama a llorar desconsoladamente? Tenía entre 7 y 9 años. Cuando me preguntaste qué era lo que me pasaba te confesé: ¡No quiero ser varón!´. A ver: ´¿Necesitaban más señales que esa?´, les pregunté. Y entonces nunca más volvió a hablarse del tema”.

Mariana Genesio Peña y su
Mariana Genesio Peña y su adorada abuela Lucía

Capítulo 2: La abuela Lucía. “Alguna vez me contaron que mi nacimiento enamoró a la familia. Achicó la grieta, reunió a ambas partes”, cuenta Genesio. “Y así fue gestándose mi egocentrismo”, bromea. Hablará de su abuela paterna, “quien a partir de mi tercera semana de vida se hizo muy presente, llevándome con ella cada fin de semana”. Se trataba de una abogada cordobesa, aburguesada y divorciada apenas antes de que Mariana llegase al mundo. “Según una de mis tías, mi existencia apaleaba esa reciente soledad”, menciona. “Tenía adoración por mí. Yo era la más bella, graciosa e inteligente del mundo. Todo lo que pudiese ser y hacer le resultaba genial”, recuerda. “A diferencia de eso que hacía con mi madrina, mi abuela me contenía desde un lugar más frívolo. Me llevaba el cine, a comer en los restaurantes más caros, a comprarme ropa de marca y hasta a Disney World cuando cumplí 14″, cuenta. Escapando de la incomprensión, se radicó con ella en Córdoba. “En su casa tenía todo lo que no había en la de mis padres, especialmente el acceso al estrato social al que siempre aspiré y al que ella pretendía para mí. Me pagaba el colegio más elitista y me inculcaba el estudio `para no ser como tus parientes pobres´, me decía”.

Mariana Genesio Peña (izquierda, arriba),
Mariana Genesio Peña (izquierda, arriba), su abuela Lucía, su hermana Olguita (celeste) y sus primos, Wilson y Ruth

Lucía estuvo tan cerca que jamás necesitó hablar de ´eso´ que tanto preocupaba a los demás. “Sabía que a mí me avergonzaba y es por eso que usaba su sentido del humor, a veces negro y sarcástico, para sacar a la luz algunas cuestiones de mi transición con total desprejuicio”, dice. “Como cuando se acercaba algún chico lindo y codeándome me preguntaba: ´Ey, ahí viene... ¡¿Te afeitaste bien, no?!´ Fue mi gran compinche. Con ella no necesitaba recogerme el pelo ni vestirme ´neutralmente´ como lo hacía cada vez que me reunía con mis padres en Tucumán”, señala. Pasado el tiempo, la salud de Lucía comenzó a deteriorarse debido a una afección en una de sus rodillas, lo que le valió una serie de intervenciones. Fue coincidente el período en que Mariana se radicó en Buenos Aires. Y murió a raíz de un infarto en 2016, cuando su nieta ya estaba viviendo en New York. “Nunca dejé de sentir culpa por esa distancia. Tal vez no la acompañé lo suficiente. No llegué a devolverle tantas caricias como las que me había dado cuando más lo necesitaba”, suelta con emoción. “Ella me enseñó a reírme de la vida, y creo que ese fue su gran legado. Pero hay una frase que me repetía tanto que la convertí en una actitud. Me decía: ´El mundo es de lo que se animan. No importa si tenés talento. Si naciste en una familia rica o en una familia pobre. ¡Hay que animarse!´ Y cada vez que estuve y que estoy en una situación de vacilación ante una decisión, la pronuncio. En definitiva, no he hecho otra cosa más que animarme...”, concluye. “Fue tanto lo que me influenció que creo estar tomada por ella... ¡Necesito un exorcismo de mi abuela! Hasta el día de hoy, la sueño todas mis noches”.

Mariana Genesio Peña y su
Mariana Genesio Peña y su abuela Lucía, de vacaciones en Punta del Este
Mariana Genesio Peña, su abuela
Mariana Genesio Peña, su abuela Lucía y Antonio Gasalla, de quien siempre fueron admiradoras

Fue mientras vivía con su abuela que dice haber padecido los embates de ciertos desórdenes alimenticios. Según ella, Lucía “era una bon vivant, una gozadora, y la comida no escapaba a sus placeres”. Y ese fue otro punto de conexión entre las dos. “Tenía ciertos comportamientos a los me acopié. Una compulsión a la hora de comer. Y lo hacíamos en exceso. Eran atracones”, cuenta. “Yo ya había comenzado a subir de peso. Ese período fue el de mi pubertad, la etapa en la que uno se convierte en hombre o en mujer. Y como yo no me identificaba con ninguno de los géneros, tapaba mis formas con la gordura”. Así explica la hipótesis a la que dice haber llegado mucho antes de conocer su primer diván. “Mientras los 90 habían llegado a pleno, con la moda de los cuerpos perfectos y las supermodelos, yo era ´el gordo trolo´. Fueron años tortuosos: además de ser condenada por mi cuerpo, lo era por mi orientación sexual”, señala. “Como no podía dominar mis deseos de llenarme de comida, empecé a provocarme el vómito. Otra situación que, en un principio, atravesé en soledad”, cuenta. “Había escuchado hablar de la bulimia y de la anorexia, pero no veía mi caso como una enfermedad. Sentí que podía controlar la situación y hasta tenía mis propias técnicas”. Y confiesa: “Es algo que nunca terminé de ´curar´. Todavía, en algún momento, muy esporádicamente, tengo recaídas. Y estoy atenta a eso”.

Mariana Genesio Peña, en plena
Mariana Genesio Peña, en plena adolesencia, con su amigo Fernando, responsable de su nombre

Capítulo 3: Fernando. “Fue mi mejor amigo, hoy es mi ángel”, define Mariana. Se conocieron en primer año de secundaria. “Tenía cuatro años más que yo, era muy buen alumno y sus modales llamaban mi atención”, dice. Cuando ambos detectaron que sus madres habían sido compañeras en la escuela nocturna, no sólo se percataron de que alguna vez habían jugado juntos sino que, además, se hicieron necesaria compañía. “Éramos los afeminados del colegio, y las burlas ya habían excedido los límites de nuestro curso. Hicimos comunión en el humor y empezamos a desarrollar nuestras armas de defensa”, señala. Y por ´armas´ se refiere a los personajes, y sus interacciones, ideados por ellos mismos durante las tantas horas de rateo. Así nacieron ´La Bárbara´ y ´La Tremenda´, “dos travestis muy guarras”, describe. Pero aún más irreverentes eran ´Mariana y María José´: “Dos modelos súper huecas que tenían una manager llamada Luli, que estaba inspirada en Rosana, la cantante española. Ella era una lesbiana agresiva que nos tenía a las trompadas, por lo que debíamos operarnos la nariz a cada rato”, recuerda.

Mariana Genesio Peña en su
Mariana Genesio Peña en su adolescencia junto a su amigo Fernando, fallecido en 2002

Otras máscaras. Otras pieles que los empoderaban frente a las agresiones. “Tanto valor nos dieron esos roles que se nos fue la mano. Se había convertido en mucho más que ´La revancha de los nerds´, eso era ´La revancha de los putos´. ¡Y fue despiadado!”, dice entre risas. “De repente nos habíamos convertido en todo eso que nos había hecho sufrir”. Entre ellos ya no hablaban de sí mismos, ni siquiera en soledad. Todo era un guión improvisado entre los dos. Entonces, durante algún claro en la conversación (de esos que se hacían cada tanto cuando se cansaban de reír) fue que Fernando la bautizaría para siempre. “Estábamos en la playa del estacionamiento de un centro comercial con vista a toda la ciudad de Córdoba”, recuerda Genesio. “Yo me había colgado mirando el cielo y en el momento en que hice un movimiento así.. Como corriéndome el pelo hacia un costado, lo vi a Fer observándome. Y entonces me dijo: ´Vos sabés que en tu mirada hay una mujer, ¿no? Vos no sos gay como yo. No, no... ¡Vos tenés que hacer que la gente te llame Mariana!´”. Y ese nombre fue el que se coreó la noche en la que la coronaron reina de Hangar 18, el mítico boliche cordobés, y se repetiría mucho años después ligado a los mejores elogios en los sets de El marginal (2016), de Pequeña Victoria (2019), de Animal (film de Armando Bo, 2018) y hoy en las plateas de Climax (Multiescena CPM).

Mariana Genesio Peña y su
Mariana Genesio Peña y su grupo de amigos en tiempos de Hangar 18, la disco gay en la que comenzó a vestirse de acuerdo a su identidad
Mariana Genesio Peña concursando en
Mariana Genesio Peña concursando en la elección de la Reina de Hangar 18, la disco gay cordobesa
Mariana Genedio Peña, de por
Mariana Genedio Peña, de por entonces 19 años, junto a sus amigos, Fernando y Marian

Fernando murió en 2002. “Fue todo muy rápido”, dice Mariana. “Era muy sano, pero de repente empezó a tener fuertes dolores de cabeza. Y tiempo después, problemas motrices. Fueron varios estudios sin novedades hasta que descubrieron manchas en su cerebro, pero nunca me quedó claro si fueron tumores o alguna otra afección”, cuenta. Y no le quedó claro porque, según señala, “nunca tuve la valentía suficiente como para ahondar en el tema. Y luego la vida fue llevándome por otros lugares y ya no volví a hablar con su familia”, relata. “Lo extraño horrores, aunque lo sienta en todos lados. Si voy en el auto, sé que está conmigo. Si estoy en mi camarín, pasamos letra juntos. Cuando quiero reírme de alguien, me río con él”, cuenta. “Muchas veces siento culpa de haber podido alcanzar eso que soñábamos los dos: venir a Buenos Aires y triunfar en la actuación. No puedo evitar ponerme triste cuando pienso en que se fue sabiendo que no lo lograría”, pronuncia vencida por la emoción. “De todos modos yo tengo una teoría que sostengo sin autoridad alguna, pero con convicción. Creo que en muchos casos, la gente que no consigue sentirse cómoda, se muere. Atrae esa salida del gran juego”, dice Mariana. Y sospecho que Fer no estaba cómodo con su vida”. En ese entonces, “realmente afectada”, Genesio decidió dejar sus estudios en Psicología. Con el tiempo volvería a las aulas pero en las del Traductorado de Inglés (en la Facultad de Lenguas de la UN de Córdoba). Las mismas que dejaría definitivamente por emular a Madonna sobre el escenario del bar de un amigo, donde además era bartender. Faltaría más de una década para encauzar “en serio” sus pasiones por la actuación en los estudios de quienes llama sus “maestros”: Sebastián Pajoni, Javier Daulte, Alejandro Catalán y Norma Angeleri.

Mariana Genesio Peña y su
Mariana Genesio Peña y su grupo de amigos en tiempos de Hangar 18, la disco gay en la que comenzó a vestirse de acuerdo a su identidad
Mariana Genesio Peña, la primera
Mariana Genesio Peña, la primera noche en la decidió vestirse de acuerdo a su género en Hangar 18

Y en tren de las incomodidades, y dicho sea de paso, despunta una confesión. “Me aburre hablar de mi transición. Me aburre hablar del ´ser trans´. Y hasta comienza a molestarme que sea ´el´ tema de conversación en cada entrevista”, dispara Mariana. “Porque yo me olvido de que soy trans. Como me olvido del nombre que me dieron mis padres”, señala. El que, a propósito, “no es impronunciable, pero cada vez que lo preguntan es como si me pidieran que me baje la bombacha... ¡Calma, ya se sabe lo que tengo y soy feliz!”. En definitiva, Genesio asegura: “No me siento trans. Ni me interesa ser trans, ni mujer, ni hombre. No me interesa caber en un casillero. ¡¿Qué es eso?! Es como decir: ´Mido un metro ochenta´ o `Calzo 39´. Sí, es un dato que por convención se necesita, pero es sólo un recorte de mi ser. No soy sólo eso. Ser trans, para mí, tiene tanta importancia como qué tan largo llevo el pelo”, completa. “Pero entiendo que como persona conocida, o expuesta mediáticamente, represento a un sector de la sociedad muy bastardeado, fuera del sistema. Aunque, afortunadamente, vayan surgiendo leyes y gente que se sume a trabajar por sus derechos. Por lo que no puedo sentir más que responsabilidad. Y me hago cargo de eso. Porque nunca negaré mi voz. Yo milito desde la necesidad de aceptación. Mi mensaje para los chicos y las chicas trans es siempre el mismo: Esto no se trata sólo de ponerse o sacarse tetas sino de construirse como personas. Cultiven su autoestima, quiéranse y disfrútense, descubran su pasión y todo eso que quieran ser y hacer. No existe nadie más atractivo en este mundo que quien se ama a sí mismo”.

Mariana Genesio Peña (Foto: Patricio
Mariana Genesio Peña (Foto: Patricio Montalbetti)

Capítulo 4: Buenos Aires. Llegó a “la Gran Ciudad” en 2008. Su primer destino fue la casa de una tía evangelista, “pero a pesar de su gran generosidad, no me sentía cómoda”. Resolvió mudarse con quien había sido la segunda esposa de su abuelo, sí, el ex de Lucía. La estadía duró lo que su padre tardó en decir: “¡Basta de molestar parientes! Volvés a Córdoba ya mismo o te vas a hacer la tuya”. Y claramente, “como mi orgullo siempre fue más fuerte, me fui a hacer la mía”, relata. Aunque eso tendría un precio demasiado alto. La próxima parada fue un hotel familiar “muy precario” en Palermo, “donde la mayoría de los huéspedes eran chicas trans que trabajaban en la zona roja”. Recibió la peor de las “piecitas” en la que el único contacto con el exterior era un ´ventilete´ y lo más “cálido”, una “colchita” sobre la cama. “Pasaba frío y comía una vez al día”, dice. “Siempre el mismo menú: una lata de atún y una bandeja de zanahoria rallada, que sabía administrar”.

Así, asegura haber entendido lo que significa “no tener nada; literalmente nada”. Llorar era una rutina muy de madrugada. “Una noche recuerdo que me dije: ´Ya está, arruinaste tu vida. ¿Cómo vas a salir de esta?´. Y tuve un pensamiento muy oscuro: consideré la posibilidad de terminar con mi vida como una alternativa de escape. La última salida posible a esa situación”, revela. Y enfatiza “última salida” porque aún estaba dispuesta a intentarlo todo. “En ese momento estaba de moda la ´Ley de atracción´. Entonces recorría los showrooms de los edificios en construcción y me llevaba los folletos. Eran pisos preciosos con vistas espectaculares. Llegaba a mi cuarto y empapelaba las paredes con ellos. Esas imágenes eran las últimas que veía antes de dormir y las primeras al despertarme”, cuenta. “Y podía pasar el día entero sentada en la Plaza Seeber (frente a la embajada de los Estados Unidos, en Palermo) meditando al sol. Pensaba: ´Voy a absorber la energía de los ricos que pasan por Avenida del Libertador´”. Y lo hacía de cara a los semáforos cercanos al Monumento de los Españoles, donde se disparaba otra recurrente fantasía: “Llegué a pensar en vestirme de conejita de Playboy, un disfraz que me sienta muy bien, para vender perfumes entre los autos con la esperanza de que alguna vez pasara un productor en su Mercedes Benz y me descubriera”.

Mariana Genesio Peña
Mariana Genesio Peña

El circuito continuaba en Palermo Soho, “un lugar que explotaba”. Y encontraba fin en la cabina de algún cyber, “donde me metía en chats para levantar chongos”, suelta con gracia pero muy en serio. “No. No buscaba una historia de amor, sino que alguien me invitase a comer”. Con la prostitución coqueteó en tiempos de grandes necesidades, pero dice no haber sido jamás un “oficio” para ella. “Sí, lo hice más de una vez pero de un modo más ´elegante´ y sin proponérmelo. Los hombres que se acercan a una mujer trans, por lo general, las esconden. Ya sea porque son casados, por pudor, o por lo que fuese. Y entonces, esa clandestinidad en la que nos ubican, nos da cierto derecho a reclamar una compensación”, explica. “Yo acepté muchas veces ese tipo de regalos, pero nunca lo usé como medio de vida o de subsistencia”.

Sorteó, “con buen tino y atención”, los dobleces de la soledad de la noche y la amenaza de sus excesos. Paradójicamente encontró el peligro en un sitio insospechado. Fue en 2008. “Llegué a un centro de salud para hacerme un estudio que tenía pendiente. De repente, el médico comenzó a examinarme. Y claro, una se presta a las manos de un profesional. Y en cierto momento, esa palpación se convirtió en un toqueteo que llegó a mis genitales”, revela. “Lo loco, y lo que tal vez me cuestioné luego, es que no reaccioné. Por supuesto que no disfruté, pero en ese instante no supe qué hacer, cómo salir de ahí ni qué decir. Al día de hoy, recordar ese episodio me hace entender eso que manifiestan sentir otras tantas mujeres abusadas. Porque, por lo general, son juzgadas y apuntadas con comentarios como: ´¿Por qué no lo dijo en el momento?´ o `¿Por qué no denunciaste?´”, dice. “Y juro que en aquel momento no registré el hecho como un abuso. Fue angustiante, pero todo quedó en ´me tocó un médico pajero´. No volví a ese consultorio, abandoné el estudio y no recuerdo ni su cara ni su nombre como para denunciarlo”, relata. “Lamentablemente en aquel momento, de tal o cual forma, este tipo de aberraciones se naturalizaban con facilidad. Y en mi caso suele involucrarse una especie de aceptación. Como si eso fuese parte de la realidad que nos corresponde por ser trans. Como si supiese: ´Hay tipos que me van a ofender, que se van a propasar, que van a preferir ofrecerme plata a llevarme a comer con su familia los domingos´. Aún somos un colectivo asociado a la sexualidad. Y entonces una va asumiendo o acomodando las culpas, las penas y las ´reglas´ de este juego”.

Mariana Genesio Peña y Nicolás
Mariana Genesio Peña y Nicolás GIacobe

Capítulo 5: Nicolás. Escuchó un “te amo” por primera vez en 2010. Fue en un micro del estilo coche-cama que salió de la estación de Retiro rumbo a Córdoba en plan de la presentación familiar del hombre que cambiaría su historia. “En un momento de la noche, me le subí encima y nos lo dijimos”, recuerda. Habla del escritor y guionista Nicolás Giacobone (47). Entre otras cosas, e involuntariamente, el dispersor de la distancia entre Mariana y sus padres. “Recién cuando empecé a convivir con Nico fue que percibí la aceptación de mis viejos. Y después de haberme preguntado `¿me querrán?´, tantas veces durante tantos años, me hizo bien entender que no era rechazo sino preocupación lo que ellos sentían y manifestaban”, analiza Genesio. “Les había ganado el miedo de todo ese dolor, de esa soledad, del peligro y de la idea de la muerte prematura que suele rondar a las personas trans. Finalmente se dieron cuenta de que yo podía ser capaz de vivir una vida normal. Al ver que Nico era un hombre sano en todo sentido, y que principalmente éramos felices, me abrazaron definitivamente con su amor y con su admiración”.

Mariana Genesio y Nicolás Giacobe
Mariana Genesio y Nicolás Giacobe el 14 de abril de 2014, día de su boda
Mariana Genesio Peña y Nicolás
Mariana Genesio Peña y Nicolás Giacobe en sus días en New York, donde vivieron mientras él trabajaba en el guión de una serie

Mariana y Nicolás se conocieron por casualidad “o destino”, como prefiere decir. Fue una tarde más de ilusiones pero sin expectativas en alguna mesa de La Giralda, el bar debajo del edificio al que ella se había mudado junto a su amiga Paz. “Él entró a pedir un dato, creo que una dirección. Nos miramos y fue tan fuerte lo que sentimos que volvió a entrar minutos después”, cuenta Genesio. “Entonces se sentó en la otra punta y no dejamos de mirarnos hasta que se animó a invitarme otro café. No nos soltamos más”. Hasta esa instancia había pasado su vida cuestionándose una y mil veces: “¡¿Por qué no logro enamorarme?!”. Ya no había necesidad de respuesta. Semanas después ya convivían y el 14 de abril de 2014 se casaron. “De repente, fui una cómoda y feliz ama de casa de Las Cañitas con tiempo para entrenar y hacerse las uñas”, relata con gracia. Y cinco años después, “una señora casada” instalada en un departamento del East Village neoyorkino que le sonaba a set de película, tal vez la propia. Ahí se formó en el Stella Adler´s Studio, en el T-Schreiber Studio y en el Michael´s Howard Studio mientras Giacobone escribía una serie y estaba a nada de ganar el Oscar por la coautoría de Birdman, el film de Alejandro González Iñárritu, protagonizado por Michael Keaton. Y fue en esa ceremonia de La Academia que el mundo la vio. Así fue codeándose con Leonardo Di Caprio, All Pacino, Gwyneth Paltrow, Angelina Jolie, Brad Pitt, Kate Wislet, Beyoncé y Mick Jagger, quien intentó seducirla. La chica de aquella “piecita fría”, cenaba y hasta viajaba con ellos.

Mariana Genesio Peña, Nicolás Giacobe
Mariana Genesio Peña, Nicolás Giacobe y el Oscar que el guionista ganó por su trabajo en Birdman (2014)
Mariana Genesio, Nicolás Giacobe y
Mariana Genesio, Nicolás Giacobe y Larry, el perro de ambos

Se separaron en 2019, “en realidad sólo cambió el modo de vincularnos”, dice Mariana. “De hecho durante 2020 pasamos la pandemia juntos”, suma. “Nico siempre será mi amor, aunque nos enamoremos de otras personas”. Viven a pasos, “y nos vemos todos los días”. Teniendo en cuenta su melancolía crónica, hablamos de cómo le resulta ese mood. Genesio es clara: “Por supuesto que extraño los tiempos gloriosos del enamoramiento, del descubrimiento... Pero ese ´extrañar´ es como lo que se siente en un viaje de egresados. Es lindo, pero sabés que no querés volver a tomar clases en quinto año”. Y si aún no firmaron el divorcio “es porque estoy esperando que gane algunos millones más”, bromea. “En realidad somos demasiado vagos para hacer trámites”, se excusa. ¿Por qué decidieron poner fin al ´modo matrimonio´? “Es una razón tan íntima que ni siquiera la hablé con él”, revela. “¡Qué se yo...! En la pareja uno da y absorbe mucho del otro. Y creo que es un momento en el que necesito reconectar conmigo misma, con esa soledad de la que hablábamos al principio de esta charla. Es una sensación que no logro poner en palabras y me da bronca, porque sí, yo quisiera seguir en pareja. De todos modos, Nico, Larry (el Jack Russell que comparten) y yo somos una familia maravillosa y para siempre”. ¿Qué aprendió de ese tránsito? “A valorar lo que realmente importa de la carrera. A disfrutar el camino. A ser humilde, pero sin dejar de valorarse”, describe. “Si tengo que pensar mi vida como un guión, sin dudas Nicolás sería el personaje más importante”.

Mariana Genesio Peña por Sebastián
Mariana Genesio Peña por Sebastián Soldano (Foto: Patricio Montalbetti)

Dedicatoria y colofón. “A mis amigos. Los de antes, los de ahora, a los de toda la vida y a los que aparecerán aunque tan sólo duren meses”, escribiría en la página inicial de su historia. Y se emociona al decirlo. “Porque sé que ellos celebran cada paso que doy en mi vida personal y profesional, de una forma genuina”, concluye. Y entre suposiciones de todo aquello que la espera, Mariana dispara una proyección. “Vejez es una palabra que detesto. Pero quiero terminar mis días como una vieja espléndida que nunca supo qué es la decrepitud, viviendo en una casa inmensa con un morocho espectacular... ¡Porque el día que deje de ser `garchable´, ahí sí que me suicido!”, bromea. “Una señora rodeada de perros, amigos, amigos y más amigos con quienes emborracharme y reírnos hasta caer dormidos. Alguien con mucho que contar por haberle hecho caso a una frase de su abuela. Porque me animé. Yo sí que me animé”.

Agradecemos a: Maxi Cardaci y Fernando Russi

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Llegó a ser el hombre más escuchado del país hasta que un hecho lo alejó de los medios: “Toqué fondo y tuve miedo de quedar sin nada”. Hoy, siete años después, y de regreso a la Rock&Pop con Arizona –”donde mi vida comenzó”–, revela el tránsito íntimo del que dice: “Nadie vuelve igual”
Ari Paluch: “Perdí mucho tiempo,

Martín Bossi: “Cuando papá murió, fui a un boliche, me subí al parlante y arranqué mi fiesta”

Creció temiéndole a su padre pero nadie se animó a desobedecerle como él: “A los 5 ya me decía que yo era un fracaso”. 30 años después de su partida, revela la intimidad de un vínculo polémico que lo convirtió en “un enfermito de la mentira” y lo obligó a extirparse las “caras ajenas” para siempre, definiendo así “quién quiero ser”, cómo quiere amar (“dando a elegir entre monogamia o verdad”), en qué creer (“inventé mi propia religión”), cómo prepararse para paternar (“sin convivencia”), y hasta cómo planea morir: “Solo y muy lejos de aquí”. Confidencias de un hombre “finalmente libre”
Martín Bossi: “Cuando papá murió,

Noelia Pompa: “Pasé años intentando tapar mi dolor más grande con la calle y el alcohol”

Tenía todo, “pero no era feliz”. Hace 7 años, “al borde de una depresión en silencio”, su psicóloga le aconsejó que se fuera lejos. Buscó el anonimato en Madrid y hasta se permitió el amor “tras una vida ocultando historias”. Pero jamás pudo escapar de los ataques de pánico por las marcas de su infancia como “el bullying y el enojo con papá, por el abandono que sentí cuando murió”, dice. La intimidad del trabajo espiritual de una mujer que regresó por un rato, para reconciliarse con su tierra y su carrera, “sana y más liviana que nunca”
Noelia Pompa: “Pasé años intentando