Dice haber sido un Pan Peter arrojado a la adultez eterna por la ventana de una “difícil realidad”. No la iba con el cuento de los cuentos. A los seis ya leía los diarios, ocupado de quién, y de qué, sería al crecer. Proyectarse feliz, exitoso, viajero, era una venda para su autoestima fragmentada por el desabrigo. Algo así como –descubriría luego en los divanes– el modo de llenar el “medio tanque vacío” con el que vino. Fabián Doman Talice (57) fue abandonado por su padre semanas después de llegar al mundo. Pero, sensato y altruista, tan antagónico al personaje imaginado por James Matthew Barrie, decidió regresar de la tierra de Siempre - Quizás para darle compañía y dignidad a sus últimos días. Esa es la historia que elige contar.
Nació el 15 de junio de 1964 en el Instituto del Diagnóstico y Tratamiento. Pero fue registrado recién el 15 de julio. El motivo no fue desidia sino un conflicto. “Hubo una discusión entre las partes por la religión que asumiría. Si sería católico (como su madre, Leda Talice, una incipiente docente de 20 años) o judío (como su padre Rodolfo, socialista y doctor en ciencias económicas, experto en salvataje de empresas)”, explica. “Finalmente ganó, si se quiere y entre comillas, el catolicismo. Pero como el fruto cae cerca del árbol y la sangre finalmente te encausa, siempre fui, entre mi gente, el que dijo ´tengo un amigo católico´, en referencia la famosa expresión antisemita. En la jerga de mi círculo de pertenencia me llaman ´el cincuenta por ciento goy´”.
Aún hoy no sabe si se permite las dudas sobre esa versión oficial, o en realidad, está condenado a ellas. “Aunque parezca insólito, 57 años después el verdadero motivo del abandono siguen siendo un tabú familiar”, cuenta. “Mi hermana Andrea, la mayor por parte paterna (le siguen Paula, radicada en Italia, y Mayra) trabajó muchos años para encontrar la verdad. Y mis hermanos maternos, Iván y Maya, también hicieron mucho por mi historia. Más de lo que yo sé y de lo que se supone que yo sé. Pero dicen que cuando se calla algo así, es porque se protege... ¿No?”, se resigna.
Era demasiado pronto para cuestionar la ausencia. La vida pasaba entre El Zorro y El Santo, a cuestas del trajín itinerante de una madre maestra rural. Los intentos de Lanusse por conservar “la argentinidad” intacta a través del idioma en las zonas de frontera, los llevó a Tartagal (en Salta), donde vivieron hasta mudarse a Clorinda (en Formosa). “Me eduqué en el Norte hasta tercer grado, y fue la experiencia más formidable que un porteñito pueda tener”, describe. Los kilómetros no alejaban los prejuicios inquisidores y patriarcales de los años 70. Y por ese entonces ya eran dos los estigmas: el del abandono y el de ser hijo de padres separados. “Pero en ese entonces todo apuntaba a mamá. ´¡¿Cómo una mujer sola con un chiquito?!´, era la pregunta más pesada. Y en esos tiempos había que estar sola con un chiquito por la vida, eh...”, dice. Pero a él, le valió mucho más lo que sus ojos miraban.
“Siempre vi a mi madre como lo que es: una luchadora. Ocupada de que sus hijos tuviesen su plato de comida en la mesa. Secundada por mi abuela (Mercedes Subirana), otra figura importante de mi formación durante las 15 horas que mamá faltaba de casa”, recuerda. “Mi vieja me enseñó que no existen los milagros. Nada, pero nada, se consigue sin trabajo”. Leda fue de armas. Pero demasiado madre. “Ella militaba en el peronismo de izquierda y en el sindicalismo docente. En cierto momento fue convocada a una participación más importante, más intensa dentro del ámbito político. Pero dijo: ´No, yo tengo un hijo´”, relata. En su casa –”territorio de encarnecidos debates˝– siempre se habló de política. “Mi abuelo Alejandro (Talice) también era peronista, de los aguerridos. Cuando cuento esto, los peronistas me preguntan: ´¡¿Qué pasó con vos?!´. Yo les respondo: ´Y... soy hincha de Chacarita´, como dirían los periodistas deportivos”, bromea en serio sobre su férrea convicción de que un periodista que hace política jamás debe filtrar su ideología.
Tenía casi diez años cuando, parado frente al cine Los Ángeles, de Callao y Corrientes, le preguntó a su madre: “¿Cuándo vamos a hacer ese viaje a Disney?”. Una antigua promesa que involucraba a esa figura a la que no podía llamar papá, porque, según dice, “se me hacía raro pronunciar”. El ingenio de Leda para surfear respuestas, en algún punto, lo enternecía. Hasta entonces, diseñaba frente a sus pares una realidad discreta y de fácil digestión. Para él y para ellos, en los patios de recreo y los salones de la Mariano Necochea, del Edmund Rice de los Christian Brothers, del Macnab Bernal de los Marianistas, y del Hipólito Vieytes, donde se recibió. “‘Está trabajando... Está trabajando afuera. No pudo por el trabajo’. Así justificaba la ausencia de mi padre. Hasta que al crecer, cuando ya nadie preguntaba demasiado, dejé de inventar y hasta de cuestionarme. Solté. No me importó más. Y empecé a disfrutar de los actos escolares”, recuerda. “Porque ahí está la cosa. Más que en los grandes ideales o los megasentimientos, la ausencia se siente en lo pequeño, en lo cotidiano”, subraya. “Por eso, insisto: no dejen de ver a sus hijos, de llevarlos al colegio. No pierdan esos momentos por más controversial que sea un divorcio y aunque se caiga el mundo. Porque cuando se van, de lo que te acordás es de eso...”, dice señalando una foto cercana en la que se lo ve con su hija el día en que entró a salita de 4. “¡Es lo que queda!”.
La responsabilidad económica de Rodolfo Doman era, como describe Fabián, “un sí-no”. Para lo esencial sobraban candidatos. El tío Juan Carlos, entre otros, logró suplir la falta de “esa figura masculina de autoridad”. La que –según le enseñaron los psicólogos de su basto historial– resulta vital en la construcción de la autoestima de un varón. “Vas necesitando la validación externa para formar la propia. Y entonces te hacés periodista y trabajás en televisión”, ironiza con gracia. “Ya había decidido mirar hacia adelante. Hacer foco en qué quería de mi futuro. No esperaría más”, asegura. Ni siquiera para ser hincha. A los 14, con el carnet de socio cadete en el corazón, alentaba a Independiente abrazado a otros papás, los de sus compañeros, con quienes había visitado las canchas desde los nueve años. Esa pasión, que suele heredarse, en él nació por admiración. “Me gustaba escuchar a un relator paraguayo durante mi vida en Clorinda, un gran Diablo. Se llamaba Muñoz, como José María, pero Pedro”.
En 1974 su mamá volvió a casarse. Así llegó Pedro (otro Pedro) a su vida. Un ruso-ucraniano “que odiaba el fútbol” pero lo llevó bien de la mano –”dedicada y amorosamente”– en otros tantos caminos. “Pedro es un tipo espectacular al que me parezco mucho más que a mi padre biológico”, detalla con orgullo. “Somos muy compatibles en el modo de pensar, de trabajar, de razonar sobre cuestiones de política y economía, por ejemplo. Siempre ha sido un gran padre del corazón”. Y un aliado en la tarea de Leda frente al abandono. “En todos esos años, mamá defendió la memoria con una postura clara. Ni olvido ni perdón. Memoria. Pero hasta ahí... Porque, en realidad, siempre me habló bien de papá”, cuenta Fabián. “Y todavía hoy lo hace”. La voluntad de unir raíces se manifestó con claridad entrados los años 80.
“Nos habíamos mudado a Caballito, casualmente a cinco cuadras de la casa de mi bobe (Catalina Berenson, su abuela paterna). Y antes de que nos la cruzáramos por la calle, mamá generó el acercamiento entre nosotros”, dice Doman. “Mi bobe y yo hicimos una buena relación y, con el tiempo, le pedí conocer a su hijo. Ahí mismo, en su casa”. Una tarde se citaron. Fabián había cumplido 17 años y sería la primera vez que lo tendría en frente. ¿Qué se le dice a un padre al que no se conoce? “No llegué a ese momento extrañándolo, claro. Había pasado una vida sin saber nada. Entonces todo es más... Menos emocionante, ¿no?”, dice. “El parecido físico era notable”, destaca. Eligió no hacer reclamos, pero sí el intento de encajar lógica, historia y sentimientos. Jamás hubo un “te quiero”, ni atisbos de que así fuese. “Él me miró y me dijo: ´Hay cosas que a tu edad no vas a entender´. Eso fue todo. Y tenía razón –dispara mordaz–, cuando fui papá me di cuenta de lo imposible que es no ver a un hijo. Sus explicaciones fueron pobrísimas. No aportaban nada. Así que solo hablamos de política y economía como lo hicimos en los cuatro o cinco únicos encuentros posteriores. Eso era lo más cálido entre nosotros”, relata. “Después me dio un papel y me dijo: ´Este es mi teléfono. El día que quieras me llamás y nos vemos´. No me conmovió, en absoluto. Pero muy dentro sentí que la herida empezaba a cicatrizar. La trama tenía un desenlace. Raro, ¿no? Un rato después, dejé la casa de mi bobe y me fui. Vacío, tal como había entrado”.
Increíblemente aún quedaba más espacio para la frustración. “Terminé de desilusionarme por completo cuando mi padre se negó a conocer a sus nietos”, revela. “Había fallado como padre. ¿También lo hacía como abuelo? Tachame la doble”. No obstante, con el tiempo y una gran curiosidad, Federico Doman (30), hijo mayor de Fabián (de su primer matrimonio), decidió contactarlo. “Tuvo la necesidad y lo respeté”, explica. Habló con él, como lo había hecho Evelyn von Brocke (54, su ex esposa) tiempo después. “Fue estéril. Le pasó lo mismo que a mí. Displicencias e inconsistencias, poco interés”. Entonces piensa en voz alta lo que tantas veces se habrá repetido: “Qué pena que una persona no tenga la capacidad, ni los sentimientos, ni la emoción, ni el amor para darle a un hijo”, desliza. “La lógica de la naturaleza en la cadena evolutiva del afecto indica que los padres te dan el amor que luego vos brindás a tus hijos. En mi caso tuve que cargarme una doble mochila: me armé una con amor de reserva, y cargué otra para ellos”.
Del compendio de lecciones que le ha dado el diván, subraya la principal. “Perdón y sanación van de la mano. No existe uno sin el otro”, señala. “En algún momento de todo ese tránsito entendí que debía demostrarle a él, y al mundo, que las cosas se resuelven de otro modo. Antes de que lograsen enfermarme, pude trasformar la bronca y el rencor en dar. Y entonces le pedí a mi padre que me dejara ayudarlo en sus últimos días”, revela. Rodolfo padeció una enfermedad degenerativa, “parecida al Alzheimer”. Fue así que Fabián conoció a Mayra, la menor de sus media-hermanas, con quien se ocupó de la internación clínica y, posteriormente, geriátrica. Lo visitó una vez por mes. Habrán sido cuatro en total. Una de ellas trasciende en el portarretratos que ubicó en una de las mesas de su living, para tenerlo “finalmente presente”.
“El 15 de junio de 2017 pasé a buscar a mamá sin mencionar para qué. Y cuando estábamos en camino me dijo: ´Ya sé adónde vamos´. Y estuvo muy bien, entendió que esa era un regalo que debía hacerme a mí mismo. Después de todo, un sueño que estaba a punto de cumplir”, cuenta. Ese día, Doman celebró sus 53 en el geriátrico, junto a Leda y a Rodolfo, claro que ausente, sin registros ni recuerdos, esta vez (y una más), por su trastorno. “Así surgió esta imagen”, dice señalando hacia su derecha. “Fue medio periodístico el tema (bromea). ¡Fui a buscar la foto! La única que tengo con los dos juntos. Una en toda la vida”, enfatiza. “¿Si la necesitaba? Claro que sí. Así fue que terminé de cerrar esta cuestión”. Rodolfo falleció en 2018. Y desde entonces, Fabián –”primogénito y único varón de su línea”– dice haberse convertido, “paradójicamente”, en custodio del apellido. “Con decirte que hace poco pasé por el cementerio de La Tablada y me encargué de hacer arreglar la lápida de mi abuelo (Felipe Doman) que se fue hace más de medio siglo”.
Cuenta para ayudar. Así se lo propuso. “Aprendí que el abandono no se puede tapar. Ni se debe tapar. Ni se debe olvidar. Pero sí se supera transmutando la bronca en generosidad”, asegura. “Ese desamparo, para mí, fue un impulsor. Un motor que te da seguridad, porque arriba tuyo no hay nadie más. Sos vos. Dependés de vos. Te endurecés, sí, por supuesto. Pero crecés. Yo aconsejo, a los hijos o hijas que estén o que hayan estado en este tránsito: ¡miren hacia adelante! No se queden sentados tocándose la herida. Avancen. No es su culpa. Esa angustia no les corresponde. Es ´el´ o ´la´ otra quien se pierde la maravilla de acompañarlos, de verlos, de sentirlos, de criarlos. Sigan. Supérense. Y ayuden a esa persona que les dio la espalda. Les aseguro que van a sanar”.
Hablamos sobre cómo se erige los cimientos de la paternidad desde ese background de distancia, decepción y necesidad. “Huy, soy hipersensible a las ausencias”, admite. Paradójicamente, la vida le dio la vuelta. Educó a sus hijos priorizando y promoviendo el pluralismo de ideas y pensamientos, el respeto por las discrepancias y el vuelo sin mirar nunca hacia abajo. “Tanto alenté la independencia que soy casi responsable de que dos de mis hijos vivan en el extranjero”, cuenta. “No quiero decirlo para que no enteren, pero uno sufre la distancia”. No son amigos, “porque entre padre e hijos eso no debe suceder”. Pero “sí los pilares de mi vida, mis compañeros en los momentos más turbulentos que debí atravesar. Siempre a mi lado como yo al de ellos”, describe.
“Federico (30) vive en Madrid (España), trabaja en marketing y comunicación. Es quien más sufre cada uno de mis volantazos, sobre todo los profesionales. Suele agarrarse la cabeza, pero tiene el talento de bajarme un poco”, cuenta Fabián. Constance (25), más conocida como Cocó, recibió su título de Comunicación en Rotterdam (Países Bajos), donde reside y trabaja para Viacom. “Ella es quien me marca: ´Fijate tal o cual declaración. Eso que dijiste, hummm... Yo no iría por ahí'. Se encarga de ajustarme la corbata”, esboza figurativamente. “Y por supuesto, quien me empuja a hacer la carrera universitaria de la deconstrucción. Lo que hizo con su vida personal es una maravillosa lección para nosotros, los grandes, los que aún llevamos vestigios de una mentalidad antigua”, asegura.
En 2018, Constance presentó formalmente a Dilek, su novia en aquellos tiempos. “Una chica excepcional que le hizo muy bien”, señaló Fabián por entonces. Mientras, ella, declaraba: “No me considero nada. A mí me gustan las personas”, arremetiendo contra el uso de etiquetas. “Con Cocó aprendí que el sexo no se pregunta más. Tal es así que hoy, cuando voy a llenar una solicitud de vacunación, por ejemplo, y leo ´femenino o masculino´, me siento en el Siglo XIX. Afortunadamente, las Cocó del mundo están borrando para siempre esos casilleros absurdos”.
Marc (22) estudia Negocios Digitales y avanza en la carrera de Paramédico: “Será de las primeras camadas de los recibidos en este país”, anuncia su padre, a sus anchas. No con menos orgullo con el que desliza haberse sorprendido cuando su benjamín decidió ser voluntario en el sistema sanitario de San Isidro durante el brote de la pandemia. “Se las ingenia muy bien para ser hijo de Evelyn y mío, y aún así, tener un bajísimo perfil. Es callado pero profundo. Cuando abre la boca, me deja pensando. Suele ver cosas que yo no”, revela. “Él, sin saberlo, fue clave en mi salida de Edenor. Un día me dijo: ‘Papá, cuidado. Porque cuando hay un corte de luz me hablan de vos. No de los dueños’”.
En siete meses y dos semanas, Doman se despidió de Intratables (América, el 30 de junio de 2021), asumió la dirección de comunicación institucional de Edenor, lanzó su candidatura a la presidencia de Independiente, se bajó de la dirección de comunicación institucional de Edenor, y reapareció en los medios con el debut de Momento D (ElTrece, 14 de febrero de 2022). “Pasó mucho y muy rápido. Pero yo no renuncié al periodismo, como dicen. Yo me fui de Intratables, no de la televisión”, aclara enfático. “Creo que los programas deben tener un refresh, un F5 cada tanto. E Intratables lo necesitaba con urgencia. Al principio, el canal estuvo de acuerdo con mi opinión. Pero ese cambio nunca llegaba. Entonces me acercaron la propuesta de Edenor, casualmente, la misma gente con la que yo hablaba de aquel tema”, detalla. “Hicimos buena relación. Volví al mundo corporativo en el que empecé mi carrera. Un mundo muy primo hermano del periodístico. Lo hice con ganas, con ilusión. Pero algunas cosas no se daban del modo que yo había esperado”.
“Entre tanto apareció la iniciativa de Independiente (en fórmula con Néstor Grindetti y Juan Marconi, por Unidad Independiente) y entonces, en ese contexto, me plantearon: ´Vemos incompatibilidad en las tareas´. Me fui. Y me entregué de lleno a la feroz disputa interna con Hugo Moyano. Dura y con una gran lección: aprendí que pelear con él no es complicado, no es difícil, no es extenuante; es solitario. Es mucha la gente que te endulza con el ´Voy a apoyarte´ y, llegado el momento, mirás a los costados... ¿y...?”, dice. “Así pasó con importantes dirigentes políticos y empresarios. Me asombró la hipocresía. La doble cara. Pasar del ´¡Vamos contra Moyano por la guerra cultural!´ o el ´¡Hay que cambiar la Argentina!´, al ´Ah, no... Me voy de vacaciones, hablemos en marzo´, cuando los necesité”, cuenta. “Pero voy a seguir, eh. Las piedras en el camino me dan más fuerza de lucha. No se olviden de dónde vengo. Una vida de abandono te genera otros músculos y se pelea diferente”, advierte.
“Vuelvo así a mis hijos. Ellos son mi base en momentos de dificultad. Las voces del: ´Yo te dije, te avisé, estoy en desacuerdo con tal cosa o con tal otra’. Y un gran ejemplo, también, es Viviana (Salama, su novia). Siempre digo que ella fue mi ´No positivo´ en la cuestión del club. Dándome claras razones del por qué no debo continuar. Por la dimensión de la batalla, seguro. Pero también porque es futbolera, muy fanática de Boca...”, bromea Doman. “Y su familia también. De hecho, su hermano fue dirigente”.
La historia entre Doman y Salama, abogada y agente de bienes raíces que en 2021 obtuvo el premio Charmain a los 50 mejores vendedores en un chart mundial de la firma internacional para la que trabaja, comenzó precisamente por el departamento de Palermo Chico en el que conversamos. Justamente cerca de su foto sobre la chimenea.
Fabián había iniciado la operación inmobiliaria con sus colegas. Al visitar las oficinas, la vio. “Me gustó: belleza y personalidad. Pedí su teléfono y ella se negó a que me lo pasaran. Pero, a escondidas, sus compañeras me lo dieron. Entonces le escribí y no rechazó mi invitación a un café”, relata. El primer encuentro fue tenso. “Para ella era complicado estar conmigo en un bar por el temor a las fotos. Hay que estar al lado nuestro... A ella, pobre, le tocó el final de Intratables, Edenor, Independiente, ElTrece... Un día me preguntó: ´¿Esto siempre es así?´”.
Doman se jacta de sus “detalles románticos”, tanto como de la “habilidad” para vivir enamorado. Un cien en “agasajos”. Gran anfitrión en cada encuentro. “Viviana y yo empezamos a frecuentarnos en silencio durante un par de meses y aquí estamos, muy contentos. A punto de celebrar ocho meses juntos”, anuncia. “Somos muy compañeros, que es una cualidad vital que priorizo en una pareja. En una edad que, además del amor, procurás la paz y la compañía. El diálogo... A veces nos reímos porque nos escribimos demasiado. Somos de buscarnos la opinión o el consejo de los temas y las decisiones diarias. Ella me incitó a que volviera a ElTrece. ´Vos amás ese canal, hacelo´, me decía. Hay mucho de empatía, de entendimiento entre nosotros. Es viuda... y paro ahí por respeto a ella y a su familia. Tiene tres hijos maravillosos, extraordinarios, que me han abierto sus corazones como pocas veces en mi historia”, dice.
“Nací con mala suerte, sí. Pero crecí con la buena. La mejor que pude haber tenido”, concluye Fabián. “Ocupé todos los lugares de la cancha en esta vida. Fui hijo, hijastro, padre biológico, papá del corazón y he generado muchos ensamblajes de familias preciosas. Y ahí siempre, pero siempre, me ha ido bien”.
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