Donato De Santis, inédito: “Durante años creí ser la reencarnación de Jesucristo”

Creció en La Puglia, Italia, intentando hacer milagros. Se salvó de las drogas pero vio morir a sus amigos. Abrazó el budismo para sanarse y estudió cocina para viajar. Fue deportado de Estados Unidos, donde debió cumplir los caprichos de un policía para no ir a la cárcel y tuvo un rol histórico en la familia Versace tras la muerte del diseñador. El jurado de MasterChef Argentina, íntimo

Guardar
Donato de Santis, a solas con Teleshow

Desde Bollate en Milán al Troia de La Puglia, su llegada al mundo fue el pregón de los pueblos. Nació “con camisa”, como las matronas más románticas llaman al saco amniótico que no se rompe durante el parto. Un fenómeno de la obstetricia que se da entre ochenta mil alumbramientos y aviva relatos mágicos que auguran una vita fortunata para el niño. “Salí envuelto como un regalito”, dice Donato (causalmente del latín dado) reproduciendo el cuento que su madre, cincuenta y siete años después, sigue narrándole con los mismos epílogos: “Que nada te preocupe porque tu corazón es feliz; fuiste tocado por la barita”.

Definitivamente así se siente. Y no solo por las diecisiete distinciones visibles que inician con el certificado del Chaine des Rotisseur al mejor chef joven de Italia 1994 y culminan con el nombramiento de Cavaliere della Repubblica Italiana por la Ordine della Stella d´Italia en 2018. También por la pasta que se amasa del otro lado de la puerta para ser vendida en sus cuatro restaurantes porteños. Por el exhibidor con los utensilios de cocina ancestrales que él mismo rescató y restauró en honor a su cultura. Y, esencialmente, por las fotografías familiares: ese paisanaje que no logra comentar sin emoción. Todo a la mano en el “santuario” de su historia, sitio de esta cita en Parque Chas.

Acaba de dar fin a una videocall con la mamma. “Pañito frío a la nostalgia”, como etiqueta esos “regresitos” a Italia. “Ya habla menos. Va apagándose lento, pero con una dulzura muy particular”, suelta con aflicción. Dice que la celebra a diario. Que las revelaciones son inagotables. Tanto como ella.

Donato De Santis y su mamá, María
Donato De Santis y su mamá, María

“Hace poco descubrí que tiene raíces vikingas y, por otra parte, samnita”, hilvana. “Los samnitas (salvaje tribu apenina) son los únicos que se opusieron a los romanos. Vos pensá: ¡los romanos no pudieron vencerlos! Así es mi viejita. Verla, entonces, es recorrer hacia atrás ese camino que te hace sentir que pertenecés. Es estar parado en ese lugar en donde se unen las historias: la historia del hombre y la historia de familia”, apunta.

La charla encuentra así su tema central: “El bastión de mi identidad”. Hablamos de María. De sus noventa y dos años. De su ciao caruccio a brazos bien abiertos. La de la polenta con uccellini scappati digna de una Michelin. De sus gestos de literata y su sabiduría inexplicable. “Siempre parecía recién llegada de Australia o de Inglaterra. Tuvo más mundo que cualquiera sin siquiera haber viajado jamás”, dice De Santis. “Tan abierta, de avanzada. Entendedora de mi juventud, de mis amores. La primera en decirme susurrando, y a escondidas de papá, ‘¡ay qué lindo te queda!’, el día que llegué con un arito en la oreja”.

Escena de la vida familiar de los De Santis en La Puglia, de 1963. Su madre (parada en la derecha) estaba embarazada de Donato
Escena de la vida familiar de los De Santis en La Puglia, de 1963. Su madre (parada en la derecha) estaba embarazada de Donato

“Su herencia fue el culto al esfuerzo. Trabajaba en casa de otras tres o cuatro familias: cocinaba, enmendaba, planchaba y faneaba cualquier animal. Pero lo domingos tenía los zapatos de todos en hilera y bien lustrados. Todavía recuerdo despertarme con ese olor mezcla de tuco y lustro...”, cuenta.

“Yo le preguntaba si tenía algún sueño, alguna aspiración, pero ella disfrutaba de eso. De tenernos impecables. Como a mi viejo, casi un tanguero, ¡facherísimo! Ella era capaz de todo. La mejor anfitriona. Las fiestas en casa las paraba de pecho... Hace poco me enteré de que su familia había tenido un servicio de catering en aquellos tiempos en los que de llevaba la comida con caballos, con carros... Se hacía todo sobre la piedra, hasta el café. Y sus hermanos hacían malabares y destrezas como parte del servicio para entretener a los invitados”.

De ese tráiler de memorias –que volverían locos a De Sica y Rossellini– Donato elige la más elocuente para ilustrar “la cercanía hasta física” del vínculo con María. Recuerda la tina de zinc fuera de la casa y con días rigurosamente pautados para utilizarla. El agua de aljibe con gusto a leña y aroma de laurel, el jabón que fabricaban con el residuo de las frituras y soda cáustica y los baños de su madre.

Un Donato De Santis preadolescente con su mamá
Un Donato De Santis preadolescente con su mamá

“‘¡Donato, vieni!’, llamaba para que le refregase la espalda. Yo tendría siete u ocho años y notaba que ella estaba con corpiño y bombacha, ¡de esas bombachas gordas! Claro, se resguardaba”, destaca. “Me acuerdo de su piel lisa y dura a la vez, por el trabajo... Era una relación muy linda”, cuenta. “Siempre tomé esos momentos como una mini enseñanza. Como si me dijese: ‘Okey, si vas a ver cómo está hecha una mujer, yo voy a ser la primera’”.

“Aún hoy, en cada reencuentro tengo esa sensación de sus manos... Porque la madre tiene esa manera de tocarte, de saber si estás bien... Te hace sentir como cuando te tuvo en brazos por primera vez”, asegura Donato. “Y es así, en cada visita soy el bebé que vuelve. Con una sabiduría distinta y más aceptación”, narra. “Guardo todo, la sensación de su piel y de sus huesitos... Los guardo diciendo: ‘Bueno, a ver si tengo un año más...’. Hago tesoros de ese momento. Porque sé que ese abrazo que le doy cuando me voy puede ser el último”.

Los hermanos De Santis: Giovanna, Donato (el más pequeño) y Giovanna, en una fotografía tomada en Milán, en 1971
Los hermanos De Santis: Giovanna, Donato (el más pequeño) y Giovanna, en una fotografía tomada en Milán, en 1971

Fue un niño feliz que fabricaba sus juguetes con los trozos de madera que encontraba en el campo. El tercero de tres hermanos (Rino, 66, y Giovanna, 61) y el último de treinta y seis primos. “De toda mi familia soy el único milanés, nórdico, carilindo, blanquito, de pelo negro. Así que imaginate el bullying que me hacían en las fiestas... A mí me divertía la cosa, aunque a veces no tanto”, dispara con gracia. Pero las miradas más duras estaban afuera.

Creció en el acomodado barrio de Bollate, en una casa construida y concedida por el patrón de su padre después del boom económico en un Norte que requería de brazos fuertes y ansias de progreso. “Es un centro conchetito, no el guetto adonde iban los del sur. Para que te des una idea, al lado vivía un abogado... Recién después de treinta años los vecinos dejaron de mirarnos con sospecha, como diciendo ‘a ver si estos nos cagan en algo...’”.

Cada noche, después de cenar, sumaba sus manos para cortar los residuos de caucho que su padre traía de la fábrica. “El material era súper tóxico, pero nos poníamos con unas tijerotas a hacer topetinas, apoyos, pies... Con eso ganábamos una guita extra”, explica. Buscó el mango. Entre los ocho y los doce años –cuando la gastronomía no era ni siquiera un interés– repartió leche para el enano calabrés de la “frasquería” a señoras gordas de propinas generosas y hasta envolvió pantimedias a una lira la docena.

El alumno Donato De Santis iniciando primer grado en Milán, en 1973
El alumno Donato De Santis iniciando primer grado en Milán, en 1973

“No era un nene rebelde. Era un nene explorador”, advierte. Quería ser arqueólogo, según dice, con el afán de descifrar la historia descubriendo objetos. Así fue que se topó con los discos de Elvis Presley que su padre apilaba por ahí. Un hallazgo que despertaría fanatismo y afición hasta estos días. “Hoy colecciono sus vinilos y hasta tengo libros de referencia. Compro, vendo, busco ediciones especiales. Me gusta, me entretiene, me apasiona”, dice muy cerca de la caja de vidrio que resguarda un par de botas usadas por El rey del rock and roll adquiridas en línea a una cifra que, según suelta con humor, jamás revelará para preservar su matrimonio.

Fueron tiempos de mística y relatos. De doctrinas de domingo con el “lamentable peso del catolicismo” en las espaldas de un país fanático. “Salía de las clases de catequesis perturbado”, recuerda. “Yo decía: ‘Mi mamá se llama María; mi papá José, que hace de todo e inclusive es carpintero. Mamá encima me dice que yo nací con la camisa, afortunado... ¿No será que soy Jesús?’. Entonces pasaba horas intentando hacer algún milagro. A ver si podía mover o transformar cositas, si realmente tenía esa capacidad sobre la que yo leía. Te juro que crecí convencido de que era la reencarnación de Jesucristo. Con el tiempo me desilusioné un poquito. Dije: ‘Ay, no... Soy un ser normal’”.

Donato junto a su hermana Giovanna, en el día de su primera comunión
Donato junto a su hermana Giovanna, en el día de su primera comunión

“En fin, efectos inevitables de la madurez: desencanto y necesidad de búsqueda”, reflexiona Donato. “Y yo soy un eterno buscador”. Prologa así el episodio que narra cómo pateó el sistema de fe ante los ojos de un padre un tanto obsesionado con el catolicismo. Pero para justificar ese acto de rebeldía, tal vez el más grande y genuino de su historia, deberá pasearnos por el recuerdo de sus tiempos más “oscuros”.

“Los 70 dolieron”, dice. El coletazo final de la guerra de Vietnam, la primavera de Praga y el mayo francés, rebotaban en Italia. “Había un fermento muy fuerte en la calle. Todo era violento: te metían en cana y te cagaban a palos porque sí. Fue el momento de utilización de sustancias de todo tipo, una época psicodélica, de decadencia humana. Un período que hoy se ve interesante pero que era muy difícil de vivir”, recuerda. “Se trataba de la generación de los hijos de la post guerra y hay que entender esto, ¿no? Nosotros heredamos esa forma de vivir, como en un parque de diversión”.

Un jovencísimo Donato De Santis
Un jovencísimo Donato De Santis

Cayó. “Sí. Yo también he consumido”, admite. “Consumí ácidos, hachís, marruecos, marihuana, opio... Heroína nunca. Tampoco cocaína. Porque veía el efecto que causaban en los otros y no me identificaban, no quería estar ahí”.

Dice haber tenido la imperiosa voluntad de salvar a sus pares. “Yo luché porque hiciéramos otra cosa. Me sentía diferente del resto y muchas veces sin saber qué hacer por ellos. Veía que empezaban a enfermar, a hacerse adictos y a morir por sobredosis... Después llegó el SIDA. Fue terrible. Cada dos por tres se me morían los amigos y las amigas. Aquel grupo importante, en un pueblo donde se conocen todos, se achicaba muy rápido. Sólo quedamos seis o siete”.

Donato De Santis con uno de sus amigos, en la Milán de los 80
Donato De Santis con uno de sus amigos, en la Milán de los 80

De algún modo María regresa a la charla sobrevolando la respuesta al por qué él logra salir ileso de esa situación. Una suerte que trascendió el miedo o el respeto a las sustancias, como De Santis señala. “Yo tenía un punto de referencia. Estaba bien en casa. Me sentía contenido, contento. No necesitaba rebelarme ni gritar al mundo ‘¡Ey, mírenme!’ o ‘¡Soy invencible!’”, cuenta persuadido del poder y el resultado de los literales y simbólicos abrazos de su madre.

“Esencialmente tenía una decente situación familiera. Una gran base”, explica Donato. “Agregale a eso el hecho de que empecé a jugar béisbol. Entonces estábamos entretenidos. Ocupados. Con partidos hasta los sábados. Los domingos nos llevaban a todos en una camioneta y nos sacaban de la calle. Entonces, mientras todos seguían en la esquina o al costado del cementerio fumando o tirándose al olvido, yo tenía una linda alternativa”.

El desconsuelo enardeció cuestionamientos acerca de la existencia, del destino, del tránsito y finalidad del dolor. “Explicaciones que la fe católica no me daba. Todo era: culpa y castigo, cielo e infierno, aceptación y silencio”, dice. Nada le resultaba invitante. Nada como la mirada de quien había sido su primer amor. Se llamaba Nadia y regresaba de la India cuando volvió a verla: “Y de una forma que... ¡wow! ¡Me voló la cabeza! Ella tenía los ojos distintos, como inyectados con una energía espiritual realmente fuerte”.

Nadia, ahora evolucionada y buscadora, había huido de Milán preguntándose qué debía aprender de su anorexia y de aquellas tormentosas experiencias con su padre. Donato la siguió hasta Cisternino, un pueblo de Brindisi (La Puglia) famoso por su Ashram Bhole Baba. “Al llegar a la entrada dije: ‘¡Esto está bueno, quiero conocerlo!’, y me quedé tres semanas”, recuerda. “La primera noche dormí al aire libre, sobre un trullo (construcción rural de piedra, propia de la región) y tuve lo que creo fueron visiones. Así me convencí de que podía descubrir otras cosas. Se abrían puertas para mí”.

De Santis encontraría, para siempre, “el faro espiritual más grande”, según describe. “Abracé el budismo con todas mis fuerzas porque me puso en carril para entender los mecanismos de la vida”, cuenta.

Donato De Santis durante su último viaje espiritual a Japón, cuna del budismo de Nichiren Daishonin, de la escuela Hokkeko
Donato De Santis durante su último viaje espiritual a Japón, cuna del budismo de Nichiren Daishonin, de la escuela Hokkeko

Practica la corriente de Nichiren Daishonin de la escuela Hokkeko. “Así fui sanando aspectos de mi vida. Por citar un ejemplo, recorriendo hacia atrás ese camino que nos había llevado, a mí y a mis amigos, a ciertos lugares lamentables”, relata. “Porque todo lo que no resuelvas se transforma en ira, en depresión, en autoagresión o en malos pensamientos”.

Dicho sea de paso, “es por eso que me propongo ser un tipo optimista”, asegura Donato. Una decisión íntimamente ligada a otra: la de eliminar las redes sociales de todos sus dispositivos. “Por un lado, mi promedio en pantalla era tan alto que me alertó sobre cómo prefiero disfrutar de la vida”, explica. “Y además, me llevaban a lugares y a situaciones nada buenos. Vivimos tiempos de alta sensibilidad y todo lo que propongas, opines o sugieras, tiene una contrapartida violenta. La gente del otro lado parece que está bien, pero no siempre es así. Siempre digo que las redes son laberintos retorcidos”.

En fin. Hasta hoy reserva dos momentos diarios a su espiritualidad. Al despertar y antes de dormir lee un extracto del Sutra del Loto, libro de las enseñanzas del buda Shakyamuni, avocado a liberar a las personas del sufrimiento y a enseñarles que lo que somos hoy es consecuencia de lo que pensamos e hicimos en el pasado. Por lo tanto, lo que seremos en el futuro será fruto de presente. Entonces repite su daimoku (mantra) frente al altar que dispuso en el living de su casa, rodeado de inciensos, velas y ofrendas frutales. “Una práctica que solía ser familiar cuando mis hijas eran chiquitas, y que espero volvamos a compartir muy pronto”, proyecta.

Donato entre sus amigos californianos durante sus primeros trabajos en Santa Mónica, a principio de los 80
Donato entre sus amigos californianos durante sus primeros trabajos en Santa Mónica, a principio de los 80

Los ochenta llegarían entre aviones. Porque, honestamente, “cosechar, fanear y combinar sabores me era bastante habitual, si estudié cocina fue para para viajar”. Este discípulo del chef Georges Cogny no imaginó jamás que el ticket hacia Los Ángeles definiría sus próximos treinta y siete años. Santa Mónica, Hollywood, Chicago, Palm Beach, Miami, New York. Tuvo más millas que tiempo para añorar. Y anécdotas, todas las que un “joven aprendiz, ingenuo pero muy aventurero” pueda contar.

Donato De Santis y su maestro, el chef George Scogny en la Antica Osteria del Teatro de Piacenza, restaurante donde comenzó su carrera, en 1980
Donato De Santis y su maestro, el chef George Scogny en la Antica Osteria del Teatro de Piacenza, restaurante donde comenzó su carrera, en 1980

“Una vez, mientras tramitaba mi Green Card, cometí cierta torpeza. Oculté que vivía en Estados Unidos y bueno... En definitiva, me deportaron”, recuerda Donato. “En el aeropuerto, un oficial me quitó todo y le pidió a otro: ‘¡Llévenselo!’. Me esposaron y me metieron en un calabozo. Entonces apareció un policía y me dijo: ‘Vos y yo vamos a convivir hasta que vuelvas a Italia. Tenés dos opciones: pasamos la noche aquí o me invitás a un hotel y pagás todo’. Así que pasamos casi dos días en un motel barato. Fue de película. Yo atado a una cama y en la otra él mirando tele y comiendo frituras. Cada tanto me amenazaba: ‘Intentás escapar y te bajo de un tiro’”, cuenta.

“En un momento se apiadó y me dejó ver a mi novia. La llamó desde un teléfono público y la citó en un estacionamiento. ‘Vení sola si no querés que esto termine mal’, le dijo. En un punto del trayecto él le pidió que cambiara de auto para que no la siguiesen y terminamos en un clásico dinner americano”, relata Donato. “Esa fue mi última cita: ella llorando, yo tomándola de la mano y el policía, entre los dos, comiéndose una hamburguesa”.

Donato De Santis junto al chef Wolfgang Puck en la cocina de Casa Casuarina, residencia de Gianni Versace, en South Beach, Miami, en 1994
Donato De Santis junto al chef Wolfgang Puck en la cocina de Casa Casuarina, residencia de Gianni Versace, en South Beach, Miami, en 1994

Diez años después dirigía la dieta de Gianni Versace, las cocinas de su The Villa Casa Casuarina en Miami Beach y el itinerario de entretenimiento familiar más actualizado. Claro, sin contar el “soporte psicológico” que solía dar, lo que le valió el mote de “uno más” en ese clan. Mucho ha dicho ya acerca de esa experiencia pero no del rol clave que asumió durante las primeras veinticuatro horas que siguieron al disparo que el 15 de julio de 1997 dio fin a la vida del diseñador. En esta charla revelará detalles.

Donato de Santis y el asesinato de Versace

“Lo que pasó desde el momento en que Gianni fue trasladado en ambulancia hacia el hospital (Jackson Memorial) lo vivimos solamente dos personas: Charles (Podestá, cocinero) y yo”, comienza. “Él perdió toda su compostura, así que lo mandé a casa y me quedé solo. Gianni estaba en la sala con los declarados muertos, tapado. Me identifiqué y debí reconocer el cuerpo”, dice Donato. “Era el único nexo entre la familia, que aún estaba en Italia, y Ginanni, al que intentaban llevarse a la morgue judicial”.

“¡Necesito ver a mi hermano!”, gritaba Donatella Versace del otro lado de la línea mientras volaba desde Europa en un avión privado junto a Santo, otro de sus hermanos. “Le dije: ‘Eso que leas o escuches en las noticias, è vero’. Y ella repetía: ‘No es verdad, no es verdad. Necesito ver a mi hermano’. Había entrado en negación. Y a mí querían sacarme del lugar. Yo luchaba para que no me echasen. Así empezó el calvario. Mientras, tuve que pilotear a la prensa. Le pedí a Tomás, el buttler, que mandase la limo a todos lados para distraer y dividir a los fotógrafos hasta saber qué hacer”.

El tiempo apremiaba. Al tratarse de un homicidio, el cuerpo estaba a punto de ser propiedad del Estado. “Mi misión era que Donatella y Santo pudieran abrazar y despedirse de su hermano. Así fue como llamé al responsable del hospital, al médico forense que ya no estaba en servicio, a la policía de Miami, al FBI y hasta al gobernador de Florida. Recuerdo que le grité: ‘¡¿Debo hablar con Clinton?!’. Y me dijeron: ‘La ley es la ley’”, recuerda. Finalmente logró el reencuentro. “Cuando ellos entraron me desplomé, quedé a un costado y solo escuché los llantos”.

Amanecieron sujetos a investigación. “A mi me habían confiscado todo”, dice Donato. Cocinó para disipar la angustia. Preparó crema pastelera fría, postre favorito de Ginanni, que hizo llorar a Antonio D’Amico, pareja del diseñador. Luego se sentó con Santo a organizar la cremación y los trámites consulares para el funeral en Italia.

“Estábamos todos en un cuarto que era un poco mi oficina. Había cosas: un fax, cuadros de millones de dólares, un sillón del 1700... Y sobre ese sillón estaban tiradas la Princesa Sybil de Borbón-Parma, Donatella y personas de su entourage como el masajista y quien le hacía el pelo”, cuenta.

“Los medios insistían, había urgencia. Los abogados dijeron: ‘Hay que dar una declaración familiar ya mismo’. Y todos ahí estaban dados vuelta. ‘¿¡Qué hacemos?!’, les pregunté. Como no me daban bola la escribí yo y la envié a la agencia ANSA”, dice. “Así pasé de ser cocinero a redactor del comunicado oficial que recorrió el mundo”.

Una vez más necesitó irse. Volvió a empacar la obstinación del inmigrante, su fascinación por los riesgos y el magnético histrionismo que ya abrazarían los medios.

Micaela Paglayan y Donato De Santis, a instantes de jurarse amor eterno
Micaela Paglayan y Donato De Santis, a instantes de jurarse amor eterno

El milenio, la popularidad y el amor de Micaela Paglayan lo sorprendieron en la Argentina. “Otra tierra prestada”, como la describe. “Mis hijas (Francesa y Raffaella) viven aquí, tienen proyectos aquí. Este país me abrazó, me hizo propio, marcó mi crecimiento, me dio una familia y la madurez. De por vida tendremos una relación íntima y sin despedidas. Pero es un punto intermedio en mi vida”, advierte.

Y como dice que a pesar de haber hecho todo, siempre tendrá pendientes mientras la vida siga, anuncia: “Mi destino final será Italia. Creo que es natural volver a los orígenes de uno”.

Donato De Santis y María, su mamá, durante la última visita del cocinero a Troia, La Puglia, Italia, en junio 2021
Donato De Santis y María, su mamá, durante la última visita del cocinero a Troia, La Puglia, Italia, en junio 2021

SEGUIR LEYENDO:

Guardar

Últimas Noticias

Isabel Macedo: “Aprendí a amarme tanto que hoy puedo ser tratada como siempre soñé por el hombre que elegí”

Habla del proceso íntimo por el que, finalmente hoy, puede decir: “Estoy contando el cuento que siempre quise contar”. El amor de Juan Manuel Urtubey que, por primera vez, “me hace sentir valorada en casa”. La filosofía con la que educa a sus hijas. La deuda económica que, a los 16, la empujó al modelaje y el “amargo” debut por el que casi renuncia a la TV. Las lecciones de su madre: “Desde chica me decía que todo el mundo se enamoraría de mí”. Y el vínculo con su padre aún después de la muerte: “Él se me aparece todo el tiempo”. Memorias de una “eterna adolescente” para quien “la vida siempre está comenzando”
Isabel Macedo: “Aprendí a amarme tanto que hoy puedo ser tratada como siempre soñé por el hombre que elegí”

Marta González: “No temo a la muerte porque sé que volveré a abrazar a mi hijo”

Nunca jugó con muñecas y a los 9 se angustiaba si no firmaba contratos. Amó solo dos veces: se sintió “poca cosa” con Palito Ortega, “muy sola” con Chiche Sosa y “culpable” al descubrirle doble vida. Perder a Leandro anuló sus “deseos de mujer”, una frase de su hija la rescató de “lo peor” y los aplausos la volvieron a la vida. Revelaciones de una guerrera que enfrenta el cáncer por cuarta vez
Marta González: “No temo a la muerte porque sé que volveré a abrazar a mi hijo”

Ari Paluch: “Perdí mucho tiempo, dinero y reputación, pero gané una lección que debía aprender”

Llegó a ser el hombre más escuchado del país hasta que un hecho lo alejó de los medios: “Toqué fondo y tuve miedo de quedar sin nada”. Hoy, siete años después, y de regreso a la Rock&Pop con Arizona –”donde mi vida comenzó”–, revela el tránsito íntimo del que dice: “Nadie vuelve igual”
Ari Paluch: “Perdí mucho tiempo, dinero y reputación, pero gané una lección que debía aprender”

Martín Bossi: “Cuando papá murió, fui a un boliche, me subí al parlante y arranqué mi fiesta”

Creció temiéndole a su padre pero nadie se animó a desobedecerle como él: “A los 5 ya me decía que yo era un fracaso”. 30 años después de su partida, revela la intimidad de un vínculo polémico que lo convirtió en “un enfermito de la mentira” y lo obligó a extirparse las “caras ajenas” para siempre, definiendo así “quién quiero ser”, cómo quiere amar (“dando a elegir entre monogamia o verdad”), en qué creer (“inventé mi propia religión”), cómo prepararse para paternar (“sin convivencia”), y hasta cómo planea morir: “Solo y muy lejos de aquí”. Confidencias de un hombre “finalmente libre”
Martín Bossi: “Cuando papá murió, fui a un boliche, me subí al parlante y arranqué mi fiesta”

Noelia Pompa: “Pasé años intentando tapar mi dolor más grande con la calle y el alcohol”

Tenía todo, “pero no era feliz”. Hace 7 años, “al borde de una depresión en silencio”, su psicóloga le aconsejó que se fuera lejos. Buscó el anonimato en Madrid y hasta se permitió el amor “tras una vida ocultando historias”. Pero jamás pudo escapar de los ataques de pánico por las marcas de su infancia como “el bullying y el enojo con papá, por el abandono que sentí cuando murió”, dice. La intimidad del trabajo espiritual de una mujer que regresó por un rato, para reconciliarse con su tierra y su carrera, “sana y más liviana que nunca”
Noelia Pompa: “Pasé años intentando tapar mi dolor más grande con la calle y el alcohol”