“Sandro siempre estuvo dando vueltas por mi casa”, recuerda Fernando Samartín, el intérprete que se ha convertido en el máximo intérprete de Sandro, cuando se cumplen 15 años del fallecimiento del “Gitano”.
Hoy, Samartín, que tiene 40 años, lleva más de dos décadas dedicadas a recrear con respeto y pasión el arte de uno de los más grandes ídolos de la música argentina. “Esto lo hago porque me divierte y porque me encanta que Sandro sea más querido. Hay gente que me dice: ‘Vine a tu show para reencontrarme con mi madre o mi abuela’, y eso me emociona profundamente”, confiesa.
Por estos días, Samartín está de vacaciones, pero el 18 de enero comenzará una gira lo llevará a Punta del Este (donde ese día se presentará en el Enjoy), y hacia fin de mes a Mar del Plata, San Bernardo y a otros puntos de la costa argentina.
— ¿Cómo empezó tu conexión con la música de Sandro?
— Por mi tía, mi madrina, era una de sus “nenas”. Pero de mí de adolescente no me atraía para nada. Creo que en gran parte fue por la ridiculización que se hacía de él en los medios. Lo mostraban siempre con la bata roja, transpirado, con bombachas volando... y eso me alejaba.
—¿Qué cambió esa percepción?
— En 1998 salió un disco tributo a Sandro, un disco de rock donde participaron bandas como Attaque 77 y Divididos. Un amigo lo compró y me lo prestó. Yo tenía 13 años y, cuando lo escuché, pensé: “Che, pará, esto está bueno”. Empecé a darme cuenta de que muchos temas que conocía eran de Sandro, aunque yo no lo sabía. Pero lo que realmente terminó de cerrar el círculo fue un día en que estaba dibujando en la cocina de mi casa —porque mi primer amor era el dibujo— y la tele quedó prendida. De repente, estaban pasando una maratón de películas de Sandro. Levanté la vista y vi una escena de la película Operación Rosa Rosa. Sandro estaba cantando, bailando, y me quedé fascinado. Ahí fue cuando pensé: “Esto está bueno”.
— ¿Tenías ya algún interés en la música en ese momento?
— Sí, escuchaba mucho a Queen, me fascinaba Freddie Mercury y su teatralidad como frontman. Cuando vi a Sandro en esa película, fue como conectar los puntos. Era como un Freddie Mercury en español: tenía ese magnetismo, ese porte, esa teatralidad. Desde ese momento, empecé a descubrirlo más y más.
— ¿Cómo seguiste explorando su obra?
— Lo primero que hice fue comprar un CD trucho de un peso, “Sandro: 20 grandes éxitos”. Después, en el Parque Rivadavia, que era el paraíso de los coleccionistas en aquel entonces, encontré un VHS de su recital en el Luna Park de 1988. Cuando lo vi, fue un antes y un después. Dije: “Yo quiero hacer esto”. Verlo en un show, con la orquesta, los arreglos, su interacción con el público... ahí supe que quería dedicarme a homenajearlo.
— ¿Cómo decidiste imitar a Sandro?
— Fue casi de casualidad. Cuando tenía 18 años, conseguí unas pistas musicales y fui con unos amigos a un cantobar en Santa Fe y Callao. Llevé mi propio CD con las pistas porque siempre fui muy detallista, incluso en ese momento, y quería que todo sonara lo más parecido posible. Canté dos temas de Sandro y la gente me aplaudió mucho. Después vino un mozo y me dijo que el dueño del bar quería hablar conmigo.
— ¿Qué te dijo el dueño del bar?
— Me preguntó si me dedicaba a esto. Yo le dije que sí, aunque no era cierto. Fue una de las pocas mentiras que dije en mi vida, pero fue la más linda. Me contrató para hacer shows los viernes y sábados, y ahí empezó todo. Esa noche volví a casa flotando, no podía creerlo.
— ¿Cómo fueron esos primeros shows?
— Al principio, un caos. No sabía cantar, era desafinado, y mis amigos me decían: “Fer, dejate de hinchar los huevos y seguí dibujando, que lo tuyo no es el canto”. Pero estaba decidido. Me contacté con un profesor de canto, recorrí ferias americanas buscando ropa parecida a la de Sandro, y me puse a practicar como loco. El primer show fue increíble porque vinieron todos mis amigos y mi familia. El segundo fue un desastre, poca gente. Ahí me di cuenta de que me faltaba muchísimo.
— ¿Qué aprendiste de esos primeros fracasos?
— Que tenía que trabajar mucho más si quería dedicarme a esto. Después de ese segundo show fallido, mi profesor de canto me consiguió una prueba en un cena-show de San Telmo llamado Por Vos Buenos Aires. Estaba tan inseguro que ni siquiera llamé para confirmar. Mi profesor me retó y me obligó a ir. Me hicieron una prueba, quedé contratado y ahí empezó mi primer trabajo más formal. El gran salto fue cuando el gerente del cena-show se convirtió en mi manager. Con él empezamos a trabajar todos los fines de semana y a hacer giras. Desde ese momento, no paré.
— ¿Siempre fue Sandro tu foco principal?
— Sí, siempre fue Sandro. Excepto los cinco años que trabajé con Fátima Florez, donde hacía otros personajes. Yo había comenzado haciendo a Sandro en sus espectáculos, pero un día su exmarido, Norberto Marcos, me escuchó imitar otras voces en un karaoke que hicimos en mi casa. Me dijo: “¿Por qué no probás con otros personajes?”. Al principio me daba miedo porque pensaba que la gente esperaba que yo solo hiciera a Sandro, pero me animé y terminó siendo una experiencia increíble. Hice a Cacho Castaña, Joan Manuel Serrat, entre otros. Cada uno lo trabajé con el mismo nivel de detalle que a Sandro. Si un personaje no me sale perfecto, prefiero no hacerlo. Eso siempre fue mi regla.
— ¿Te gustaría seguir explorando otros personajes en el futuro?
— Sí, me encantaría. De hecho, participé en un casting para Tu cara me suena en 2015, pero no quedé. Ahora que parece que el programa va a volver, me encantaría ser parte del elenco. Creo que sería un espacio perfecto para mostrar esa versatilidad que también desarrollé con Fátima.
— ¿Volverías a trabajar con Fátima Florez?
— Sí, sin dudas. Fue una experiencia hermosa. Me dio la oportunidad de crecer mucho como artista y me permitió probar cosas que no había hecho antes. Pero mi prioridad siempre será Sandro. Mi show personal es 100% dedicado a él.
— ¿Cómo logras que tu interpretación de Sandro se sienta tan auténtica?
— Soy muy obsesivo con cada detalle. Desde el principio quise que los arreglos musicales fueran lo más fieles posible a los originales. Trabajo con músicos que tocaron con Sandro, como Jorge Villarreal en la guitarra, que estuvo con él desde 1984, Osvaldito Bosch, que fue su saxofonista en las últimas temporadas y Oscar Uría, que fue baterista en 1993 y en 2004. También está Fabián Ibáñez, que fue su stage manager, y Charlie Fiesta, que a veces colabora con nosotros. Ellos entienden el nivel de calidad que Sandro exigía, y eso eleva mucho nuestro show. Todo eso ayuda a mantener la esencia.
— ¿Y el vestuario?
— Ahí soy insoportable (risas). Siendo dibujante, soy muy detallista con lo visual. Desde las telas hasta los cortes, me aseguro de que todo sea lo más parecido posible a lo que usaba Sandro. Aprendí a maquillarme y a caracterizarme gracias a Marina Manso, que trabajó en Tu cara me suena. Además, cuento con un peluquero que trabajó en el Teatro Colón, Roberto, que me hace unas pelucas increíbles. Para el público que no me vió es una sorpresa. Muchos esperan algo sencillo, quizás un cantante con dos luces y ya. Pero cuando ven la puesta en escena, el vestuario, la iluminación y escuchan el sonido, se dan cuenta de que es un espectáculo a gran escala. Me llena de orgullo porque creo que eso es lo que Sandro merece: un homenaje de calidad y con respeto.
— ¿Te preocupa caer en algo que pueda considerarse exagerado o irrespetuoso?
— Siempre tengo mucho cuidado con eso. Por ejemplo, nunca toco nada relacionado con la enfermedad de Sandro. Hubo gente malintencionada que difundió rumores falsos, diciendo que yo hacía que no podía respirar o cosas similares. Jamás haría algo así. Mi objetivo es honrar su legado, no burlarme de él. Por eso los fans que me vienen a ver me agradecen. Hay quienes lloran, porque puedo revivirles un pedacito de esa relación emocional que tenían con Sandro. Eso me emociona profundamente. Más allá de cantar, me doy cuenta de que soy un vehículo para que las personas conecten con sus recuerdos. Después del show, muchos me cuentan sus historias. Lo que más me conmueve es cuando alguien me dice: “Hoy, en tu show, me reencontré con alguien que ya no está”. Esas palabras son muy fuertes. Me hacen sentir que mi trabajo tiene un impacto mucho más grande de lo que imaginé. Me dicen cosas como: “Mi mamá escuchaba este tema cuando limpiaba la casa” o “Mi abuelo ponía este disco cada domingo”. Es un vínculo que va mucho más allá de lo musical.
— ¿Cómo sentís que el legado de Sandro sigue vivo a 15 años de su partida?
— Sandro dejó una huella única. Es impresionante cómo sigue siendo tan querido y admirado. Su música y su estilo eran adelantados a su tiempo, y eso resuena incluso en las nuevas generaciones. Yo lo veo en mis shows: hay chicos jóvenes que no lo vivieron, pero llegan por curiosidad o porque algún familiar les habló de él, y terminan fascinados. Por eso siempre trato de mantener su esencia en cada detalle. Desde los arreglos musicales hasta la interacción con el público, todo está pensado para que la gente sienta que está viviendo un show de Sandro.
— ¿Qué lo hace tan atemporal?
— Su magnetismo. Sandro no era solo un cantante; era un artista completo, un showman. Tenía esa capacidad única de conectar con su público, de transmitir emociones. Además, sus canciones hablan de temas universales: el amor, la pasión, el desamor. Son sentimientos con los que todos nos podemos identificar, sin importar la época.
— ¿Tuviste algún contacto directo con Sandro?
— Lamentablemente, no. Lo más cercano fue en 2007 o 2008, cuando le envié una pintura para su cumpleaños, junto con una carta contándole mi historia y lo que estaba haciendo. Él me respondió con una foto autografiada, que guardo como un tesoro. Aunque no llegué a conocerlo personalmente, he hablado con muchas personas que trabajaron con él, y todos coinciden en que le habría gustado lo que hago. Eso me llena de orgullo.
— ¿Y con Olga Garaventa, su viuda?
— No, no tengo. Obviamente le tengo mucho respeto y agradecimiento también. Por haberlo cuidado y por ser su mujer. El único contacto que tuvimos fue cuando yo hice Por amor a Sandro. Vino a ver una de las funciones técnicas antes de estrenarse. Según me contaron, le había gustado mucho. Y después si mantengo algún tipo de contacto a través de Graciela Guiñazú, que es su mano derecha. A través suyo le hago llegar ciertas cosas que hago y Graciela siempre me agradece tanto el nombre de Olga como el suyo.
— ¿Qué recordás del día que murió Sandro, del 4 de enero del 2010? ¿Dónde estabas?
— Fue duro. Estaba por hacer temporada en Villa Gesell. En aquel momento las temporadas mías eran hacer cenas show. No una temporada de teatro como puedo hacer hoy. Me acuerdo que estaba sentado en la puerta de la casa, cuando llegó la noticia. Y automáticamente le dije a mi manager ‘cancela todo”. Teníamos un show al otro día, pero no podía hacerlo, no había manera de que saliera a cantar. Obviamente me respetó. Nos entendieron todos los empresarios que teníamos. Pero claro, mi economía dependía también de trabajar. Entonces tuve que sobrevivir haciendo karaoke durante un mes y medio, hasta que en febrero los empresarios me empezaron a decir que la gente quería escuchar a Sandro. Y ahí empecé, más o menos a partir del 15 de febrero. Tenía miedo que alguien me gritara algo, como ‘oportunista’ o qué sé yo. Pero fue al contrario, fue como un agradecimiento de la gente, porque querían escuchar a Sandro.