Entrevista a José María Muscari a un año de su paternidad: “Me encanta cuando Lucio me dice ‘viejo’”

El director de Sex y Perdidamente habla del presente junto a su hijo Lucio, a quien adoptó luego de ver un video donde el adolescente pedía ser parte de una familia. La adaptación del joven a Buenos Aires, la relación con su familia, los desafíos de la paternidad, los límites y la educación que pretende para él

José María Muscari y Lucio, un año como padre e hijo

El 18 de diciembre de 2023, a José María Muscari le cambió la vida: se convirtió en el papá de Lucio. En el juzgado 4 de Familia, Niñez y Adolescencia de Corrientes, su titular, la dra. Carolina Macarrein, puso la firma definitiva. Y para el joven de 15 años, y para el director, que entonces tenía 47, todo fue novedad.

La historia entre ambos comenzó cuando Lucio, con el aval del juzgado, publicó un conmovedor video, que se viralizó en instantes, donde pedía ser parte de “una familia”. Muscari, que estaba de vacaciones, lo vio en su celular y lo primero que pensó fue “es mi hijo”. Y luego, “lo tengo que adoptar”. Llenó el formulario casi al cierre de la convocatoria pública. Eran 140 familias las que deseaban lo mismo que él. “Cuando me enteré apareció mi prejuicio. ‘Cagué’, pense, porque Lucio era de Corrientes y yo de Buenos Aires, era un tipo solo, gay, monoparental y lució hablaba de ‘una mamá’. Pero igual me animé”, recuerda. Y lo consiguió. En abril, la adopción fue definitiva y hoy Lucio lleva su apellido.

Pasó un año. Muscari lo celebró en las redes e invitó a Lucio a una cena en el hotel Four Seasons. “Él siempre tenía mucha intriga de cómo sería un lugar cinco estrellas. Y cómo era una noche especial lo llevé. Le expliqué que no es un lugar donde voy habitualmente, porque sale un montón de plata. Siempre que hacemos un viaje o aparece un gasto por fuera de lo cotidiano, trato que entienda la dimensión del esfuerzo, de lo que significa. Que venimos de abajo, de un padre verdulero, que tener el piso en Recoleta donde vivimos hoy costó un montón de años de trabajo. Así que fuimos, nos matamos de risa, la pasamos re bien”, le contó a Infobae el director de Sex (regresa el 9 de enero en Gorriti Art Center) y Perdidamente (reestrena el 15 de enero en el Multiteatro), en una profunda charla sobre su experiencia como padre y el luminoso presente familiar con Lucio, que lleva su apellido en forma legal desde abril de este año y se prepara para vivir junto a José María unas vacaciones en Punta Cana. Lo que el joven no podrá saber (al menos en este reportaje) es qué recibirá de regalo en Navidad. “En este año ya le regalé todo, la Play 5, la bicibleta, la computadora, la tablet y ropa, así que estoy muy pensativo sobre qué podría ser, aún no lo decidí”, señala Muscari.

Muscari, la jueza Macarrein, Lucio y el documento que certificó la adopción plena

—¿Cómo llevás este primer año de paternidad?

—Con mucha felicidad. La verdad es que estuvo buenísimo. Es un poco increíble, porque cuando uno tiene una actividad tan cotidiana como ser padre, no dimensiona el tiempo. Y de golpe llegó la fecha, pasó un año que incluyó miles de cosas hermosas entre nosotros. La adaptación de Lucio a Buenos Aires en su nueva vida, a mi nueva vida en lo familiar, a nuestras rutinas. Y la verdad es que estoy súper sorprendido, como que fue muchísimo más feliz y fluido, y mucho menos complicado de lo que hubiera imaginado.

—¿Por qué “menos complicado”? ¿Qué esperabas?

—Si yo tengo que comparar mi realidad hoy como padre al imaginario que tenía antes de adoptar un hijo, hay muchísimas situaciones, miedos o conflictos que no sucedieron. Pero bueno, quiero hacer una salvedad: todo el mundo que conoce a Lucio, su historia, o el mundo de la adopción, me dicen que tengo un hijo bastante atípico, digamos. Yo lo llamo un hijo mágico. Es un ser súper resiliente, muy amoroso, muy respetuoso, muy claro en lo que quiere. Y todo eso, creo, es mucho más mérito de él que mío. Para mí fue un gran desafío el rol de padre, pero al mismo tiempo yo seguí con mi vida en Buenos Aires, con mi familia, con mi trabajo, con mis actividades y mis amigos. En el caso de Lucio, tiene todo el desafío del rol de hijo con un padre nuevo que apareció en su vida. Y, además, todo lo que conlleva el desarraigo: dejar a sus amigos de Corrientes, empezar en una nueva escuela, adaptarse a una nueva ciudad, que si bien es su ciudad, porque él nació acá en Buenos Aires y a los ocho años se instaló en Corrientes, entre los ocho y los y los 15, un montón de tiempo y una etapa fundamental de la vida de un niño. Así que la verdad es que los mayores laureles son para él.

—¿Cómo es el día a día de la vida cotidiana entre ustedes, de la casa, del manejo de la intimidad de cada uno?

—Estamos repletos de actividades. Ahora Lucio terminó la escuela, pero cuando iba se levantaba a las 06:40 y volvía a las 14. A esa hora almorzamos juntos. Y después, tres veces por semana, él entrena en un gimnasio. Después tiene actividades, vida social, amigos, jugar con la play, ir al cine. Todo lo que va surgiendo en una vida cotidiana. Durante el año hizo fútbol, vóley y en un momento también baile urbano. Fue probando cosas. Como todo adolescente, tiene una pata muy puesta en el deporte. Y después dejó algunas actividades porque era mucha carga horaria por la presión de la escuela y lo extracurricular. Se fue quedando con lo que más le copaba. Y como padre lo que hice fue acompañar todos esos procesos, estar presente. Y después… la vida: seguir trabajando, seguir existiendo. Viajé mucho con él, hicimos su primer viaje internacional, fuimos a Miami con su madrina, Paola Tini —amiga y productora de Sex—, e hicimos un crucero que estuvo buenísimo.

Lucio y Muscari en un viaje por la Patagonia

—Vos sos muy familiero. ¿Cómo es la relación de Lucio con el resto de los Muscari?

—Mi familia tuvo mucha comprensión de lo que significa una adopción y sus tiempos. Porque ni mi hijo puede empezar a actuar que mi familia es la suya de toda la vida, ni al revés. Pero Lucio fue muy respetuoso siempre con mi familia, y ellos de sus tiempos, nunca lo presionaron. Eso hizo que todo fluyera de manera natural. Porque además de la adopción, hay un hecho no menor, y es que Lucio es un adolescente. Y lo que menos quieren los adolescentes es curtir la vida familiar.

—Tal cual…

—Y en mi familia no hay adolescentes tampoco, así que para él, estar con tanta gente grande es un embole. Pero así y todo tiene una gran conexión con mi tío Beto, que es como mi papá. Y la quiere mucho a su abuela. Cuqui le hace comidas, buñuelos de acelga que a él le gustan. Beto le prepara milanesas, pastel de papas… Está mi tía Mabel, que desde siempre se encarga de mi ropa y ahora también de la de Lucio. Es toda una continuidad de amor. Es una familia que viene, que come, que está todo el domingo acá… Él se va integrando cómo le sale y lo incorporan con mucho amor.

—¿Se adaptó bien?

—Lucio tiene un gran poder de adaptación. Puede estar en un cinco estrellas como la otra noche, o en un potrero jugando al fútbol y puteando que la pasa bien igual. O estar en Miami conmigo y su madrina o en las termas de Entre Ríos pescando con su padrino, Martín Gómez Márquez (también amigo y ex productor de Muscari) y cagarnos de risa porque parecemos jubilados. Creo que la adaptación tiene que ver con su historia, y eso hace que además de sentirlo como hijo, lo vea como un compinche. Mirá, el domingo pasado fue la última función del año de Sex y me acompañó, quiso estar conmigo ese día porque sabe lo importante que es para mi. Al día siguiente tenía su última prueba de física, y yo repasé la lección con él. Eso no lo tuve yo, padres que repasen la lección o preparen una exposición de no sé qué de la evolución del universo.

Septiembre por la noche: salida de padre e hijo

—Sos un director que siempre, y sobre todo en tus comienzos, trabajó con la transgresión. Cuando lo llevás a Sex, ¿cómo le explicás ese mundo en el que te movés? Porque Lucio viene de otra realidad…

—Lucio viene de otra realidad socioeconómica, pero no de una realidad tan diferente en relación a lo creativo. Pero, como aclaración, te cuento que Sex es una obra prohibida para menores de 16 años y esperé a que lucio los cumpliera, que fue el 18 de marzo, para llevarlo. Hasta entonces, él sólo había visto Perdidamente y Coqueluche. Como todo adolescente, todo lo que le prohibís es lo que más quiere: lo que más quería era ver Sex. Todo el tiempo me decía “pero viejo, ¿vos te pensás que me voy a espantar?” Pero me gustó hacer ese proceso para que entienda que hay cosas que puede hacer a determinada edad y otras no. Igual, los pibes de ahora no son los pibes de 15 o 16 años nuestros. A mi, a esa edad, un espectáculo como Sex me podría revolucionar la cabeza. Hoy con la información que tienen, ya no.

—Los chicos miran Tik Tok, Internet, está todo ahí…

—Y la verdad es que nunca pasé la instancia de tener que explicarle que yo soy diferente y lo que hago también. Siempre traté de naturalizar quién soy. Te pongo un ejemplo, cuando en abril salió la adopción definitiva, cuando él empieza a llevar mi apellido y yo pude mostrarlo en las redes sociales, porque hasta ese momento no podía dar a conocer su identidad, salió un par de veces en Family Club, con mi familia, algo que hago una vez por mes. Participó del show y la gente lo aplaudió. Habló dentro de lo que es su personalidad, que es un poco introvertida. Pero después de un par de meses, un día dije no, para, acá falta una charla. Entonces tomando la merienda le dije ‘Che hijo, yo quiero que sepas que esto que nos pasa no es algo común, no es común tener una familia a la que el público ve en mis redes, los acepta, los quiere, compra entradas y viene una vez por mes a un teatro que se llena, a comer con nosotros, que exponemos nuestro almuerzo, nuestra intimidad y lo volvemos un show’.

—¿Cómo manejás el tema de su rebeldía? ¿Sos de ponerle límites cuando no quiere hacer algo?

—Tuve dos padres bárbaros, a los que amo. Papá falleció hace varios años. Pero mamá vive y forma parte de mi cotidiano. Ellos, creo que intuitivamente, fueron muy piolas. Y si bien casi no existía diálogo, por una cuestión generacional, sin decírmelo, ejercieron mucha confianza hacia mí. Nunca fui un hijo que tuvo muchos límites, en el sentido estricto de la palabra. No recuerdo haber tenido problemas por llegar más tarde de la hora acordada o que no me dejaran ir a tal o a cual lugar. Y ahora que soy padre, me pregunté sobre los límites y pensé que si mis padres fueron bastante relajadas y salí yo, una persona sin excesos y con una cultura de trabajo, que tiene buen vínculo con su familia, con los amigos, con el amor, por qué no replicar eso que hicieron conmigo. Pero a eso le agregué un plus.

Para Muscari, este año junto a Lucio fue pura felicidad

—¿Cuál?

—Algo que siento que faltó entre mis padres y yo, una conexión más cercana y conversación. Con Lucio charlo un montón todos los días. Tenemos una ley interna: en algún momento del día, hay que conectar. Sea en el almuerzo, en la merienda o en la cena. Porque él quizás tiene ganas de cenar más tarde o más temprano que yo, pero en algún momento tiene que haber encuentro. Yo le cuento algo y me da su devolución, o me cuenta lo que le pasa, o compartimos un momento de diversión o percepción del otro. Y me quedo tranquilo para el resto del día. Creo que eso tiene mucho que ver con nuestra historia, por no haber estado juntos durante 15 años. Me parece que un padre o una madre que tienen un hijo o una hija que está con ellos desde el momento cero se pueden dar el lujo, quizás en la adolescencia, de pelearse con el hijo y que no te hable durante cuatro días. Pero siento que la posibilidad de estar enemistados y nos perdamos un momento de conexión es un lujazo que no me quiero dar ni le quiero dar a él.

—¿Es un chico responsable?

—¡Muy! Nunca falta a la escuela. De vez en cuando le agarraba el remolón y yo le decía ‘andá, hacé el esfuerzo así juntamos faltas porque quizás nos vamos a Miami’.

—Lo enviás a una escuela pública. ¿Por qué elegiste esa opción?

—Fue una decisión mía. En primer lugar, porque yo soy egresado de la escuela pública y estuvo buenísimo. Y segundo, porque vivo en Recoleta y siento que las escuelas privadas de Recoleta podrían ser demasiado de élite para lo que quiero que viva en este momento. De por sí, al cambio de Corrientes a Buenos Aires no le quería sumar el hecho de que quizás esa escuela fuera más exigente que la de Corrientes, o que sintiera discriminación, bullying o lo que fuera.

—Hace un ratito me dijiste que te dijo “viejo”. ¿Cómo te cayó?

—Me morí de amor. Me encanta cuando me dice “viejo”. Mirá, cuando habla con un amigo, por ejemplo, le dice “estoy acá comiendo con mi papá”. Pero a mi no me dice papá, me dice “viejo”.Y a veces, cuando está muy amoroso, “viejito”. Bueno, yo a mi papá le decía “viejo” también. La primera vez que lo dijo me desarmó de amor.

—¿Tardó mucho en decirte papá?

—No. Fue bastante dinámico eso. Creo que él lo sintió de entrada. Y yo también. Lo empecé a practicar en muchos momentos, o cuando le escribo en un papel “hijo, te dejé una cosa”,”hijo, calentate en el microondas”. “Un beso hijo, papá”. Y a veces le digo “hijo, vení que te quiero decir algo”.

Lucio y José María, la misma actitud

—Hasta que empezaste a vivir con tu hijo eras soltero, no le tenías que rendir cuentas a nadie de quién entraba a tu casa. Ahora cómo trabajás ese tema. ¿Ya le presentaste a alguien?

—No, no tuve necesidad porque no tengo ningún vínculo serio, por decirlo de alguna manera. Cuando suceda no creo que habrá ningún problema. Hace cuatro años que estoy solo, y no soy enamoradizo. Cuando dejo de estar en pareja pasan cuatro o cinco años hasta que vuelvo a engancharme con alguien. Como mucho habrá conocido a alguien con quien fue a tomar algo ocasionalmente, me acompañó hasta la puerta y él justo bajaba. Pero no más que eso.

—Y si querés un encuentro casual, por ejemplo, ¿cómo hacés ahora?

—Hay un croquis de agenda: cuando él se va a una pijamada, o a dormir en la casa de la madrina o del padrino o cuando tiene alguna actividad que no está… Pero cuando conozco personas, hago vida con ellos fuera de mi casa. Puede ser en la casa de ellos, en un restaurante, en un bar. Pero en ese sentido no cambió nada mi vida, eh. No es que antes de adoptar a Lucio traía hombres seguido a casa.

—¿Cómo construiste los sentimientos que surgen entre padre e hijo en el nacimiento?

—Mira, para mí hay algo que es fundamental en la historia de Lucio y mía como padre e hijo. Es la elección. Yo elegí a Lucio. Lucio tuvo un montón de posibilidades y me eligió a mí. Él tuvo que elegir entre 140 personas que lo querían adoptar y sin saber quién era yo además, lo cual es un punto muy a favor para mi seguridad emocional, digamos. Lucio no es un chico cholulo ni de mí, ni de mi presente, ni de mi realidad, ni mis redes, ni mis notas. Pero entiende mi trabajo y que parte de mi trabajo tiene que ver con la exposición. Creo que esa elección mutua hizo que el vínculo fluyera en lo emocional. Nadie nos impuso nada, ni a Lucio ni a mí. Y entonces, ahí el sentimiento se vuelve tan inexplicable como cuando acaba de nacer tu hijo y, sin entender cómo, ya lo amás. Tal cómo yo amo a Lucio.