En 1970, cuando Jorge Porcel ya era un rostro inseparable de la comedia argentina, dio un salto hacia un escenario diferente, inesperado para un público que ya lo consideraba un ícono del humor televisivo. Era noviembre cuando en el ambiente de esa Buenos Aires nocturna, frenética y viva, dejó a un lado las risas y la irreverencia que lo hicieron célebre para asumir un rol que muchos desconocían en él: cantar. Pero la historia, claro, comenzó mucho antes.
Nacido el 7 de septiembre de 1936, en una casa humilde y pulcra del barrio de Avellaneda, su madre era un ama de casa obsesionada con mantener todo limpio, mientras que su padre, un taxista con raíces españolas y francesas, lo trataba como un compañero más que como un hijo. Jorge creció entre el olor amargo del Riachuelo y el aroma penetrante de la lavandina.
Aunque su familia soñaba con que fuera un estudiante aplicado, él prefería el patio de su casa, donde reunía a sus amigos para cantar tangos y compartir buñuelos. Su voz particular, entonada y cargada de emoción, lo convirtió en el “cantor oficial” de su grupo. Fue en uno de esos encuentros fortuitos donde el destino se presentó disfrazado.
Una noche, en un restaurante, Jorge y sus amigos se toparon con Juan Carlos Mareco, figura destacada de la radio y la televisión. Los jóvenes no pudieron evitar acercarse a saludarlo, y uno de ellos, con descaro, presentó a Porcel como el cantante de la barra. Mareco, siempre curioso, pidió escucharlo. Tras unos minutos, escribió en una servilleta: “Yo, Juan Carlos Mareco, digo que Porcel va a triunfar”, y estampó su firma.
Dos meses después, Jorge Porcel debutaba en La revista dislocada, uno de los programas más populares de la radio bajo la dirección de Delfor Amaranto Dicásolo. Era 1956, y Jorge, con apenas 20 años, comenzaba a hacerse un lugar en un medio competitivo y efervescente. Su capacidad para improvisar, su picardía natural y una voz que mezclaba humor y sentimiento lo destacaron rápidamente.
Años después, en 1961, el programa se trasladó al flamante Canal 13, donde Jorge mostró su versatilidad frente a las cámaras. Pero no fue hasta 1964 que tuvo su propio espacio en televisión: Los sueños del Gordo Porcel, transmitido por Canal 11. Allí perfeccionó su perfil humorístico, ese que le valió una conexión única con el público, que encontraba en él una mezcla de ternura y desparpajo.
Para Porcel, el humor y la música siempre caminaron de la mano. Aunque el público lo identificaba principalmente con sus papeles cómicos, su amor por el canto y su habilidad para conmover a través de sus interpretaciones empezaron a ganar terreno. Ese talento, que Mareco vislumbró en aquella servilleta firmada, finalmente lo llevaría a experimentar con la música de manera profesional, consolidando un legado que trascendió la televisión.
Ese noviembre de 1970, Jorge Porcel grabó su primer simple en el sello Music Hall, un logro que muchas veces soñó. Al frente, como único responsable del micrófono, cantaba con la seguridad de alguien que había encontrado una voz distinta a la que todos conocían. “Buenos Aires Madrugada” y “Payaso Sin Amor” fueron los temas elegidos para su debut. Dos canciones cargadas de la melancolía de la ciudad y de la figura del cómico solitario que, detrás de la risa, escondía una cierta tristeza. Porcel había pasado de ser el humorista que provocaba risas a querer transmitir sentimientos más profundos, y ese cambio marcaba un hito en su carrera.
Su voz se escuchó en las radios. Fue una voz que el público percibió diferente a la del comediante ruidoso y desenfrenado. La noche porteña, aquella misma ciudad que él evocaba en “Buenos Aires Madrugada”, parecía mirarlo con otros ojos. En los bares y teatros donde se encontraba la esencia de una generación que buscaba nuevas formas de expresión, su debut en este ámbito generaba curiosidad, y el tema despertaba tanto sorpresa como un respeto cauteloso entre los músicos y artistas que, hasta entonces, veían en él solo al humorista de la pantalla chica.
Con su debut, entró en un mundo que no era el suyo, pero que le abrió puertas inesperadas. Incluso, parte de su tema “Buenos Aires Madrugada” fue posteriormente incluido en el disco Tontos de Billy Bond y La Pesada, uno de los álbumes más influyentes de la música de rock argentina. Billy Bond lo contó con una mezcla de humor y pragmatismo que marca a toda una época de grabación en la Argentina de los años setenta.
“Las cintas con las que trabajábamos eran muy caras. Así que usábamos cintas recicladas”, explicó Billy. Una tarde, en medio de la mezcla del disco, aquella voz se coló en uno de los canales. Era el inconfundible Porcel cantando su tema. Bond, lejos de eliminar la pista, tomó la decisión de dejarla ahí. “Decidí dejarlo porque, además, tenía que ver con lo que estaba pasando”, reveló años más tarde. Así, sin saberlo, Jorge Porcel se inmortalizó en la historia del rock argentino, entrelazando su historia personal con la de una generación que buscaba nuevas maneras de expresarse y resistir.
Tras ello, su perfil humorístico seguió sumando adeptos y relevancia, pero sin dejar de lado la canción, que ocupaba pasajes de sus interpretaciones en la pantalla chica cada vez que tenía la oportunidad. Hasta que años después, comenzó a trabajar con CBS, la casa discográfica que le permitiría grabar su primer álbum: “Puro corazón”. Este disco, de nombre casi autobiográfico, simbolizaba su esfuerzo por dar a conocer una faceta de su vida y de su arte. El álbum fue una suerte de liberación personal, pero también un reto, llegó como un esfuerzo honesto, un intento de consolidarse como un artista integral. Detrás de la risa del payaso, había un hombre que quería conectar con el público desde la melancolía, desde un corazón que no era solo el de un comediante.
En marzo de 1980, Porcel lideraba taquillas con comedias como Así no hay cama que aguante, en tanto que él se encontraba en Nueva York grabando boleros. El contraste entre ambas actividades no podía ser más radical: mientras su humor pícaro y ligero llenaba salas, el hombre pasaba largas noches en un estudio cantando clásicos del bolero, un género conocido por su profundidad emocional.
Grabarlo en los Estados Unidos fue una decisión calculada. Lejos de los reflectores que lo seguían en su país natal, respondía a su necesidad de escapar del encasillamiento. Rodeado de músicos de primer nivel encontró el espacio necesario para explorar su voz de manera íntima. Durante las sesiones, interpretó temas como Sabor a mí y El reloj, además de Contigo en la distancia o De repente, seleccionados no solo por su popularidad, sino también por su carga emocional, que resonaba profundamente en él.
Con producción a cargo del ya por entonces reconocido Mochín Marafioti, los arreglos y dirección orquestal estuvieron a cargo de Jorge Calandrelli, quien trabajara con figuras de la talla de Barbra Streisand,Tormenta, Tony Bennett o incluso Elton John, y más acá en el tiempo con Celine Dion, Lady Gaga y John Legend. Como contratista y coordinador musical estuvo Gene Blanco, un arpista cuyo nombre ya aparecía en docenas de grandes álbumes de jazz de intérpretes como Paul Desmond, Gil Evans y Herbie Mann.
Los músicos que fueron parte de la grabación tienen tanto o más peso que los nombres recién mencionados, con figuras de la talla de Marcus Miller, bajista de por entonces 21 años que desde los 15 fuera muy solicitado como músico de sesión en los estudios de grabación de Nueva York, trabajando con Aretha Franklin, Roberta Flack, Grover Washington Jr., Bob James y David Sanborn, entre otros.
Por su parte, como guitarrista se encontraba Joe Beck, quien por más de 30 años se mantuviera activo tanto como sesionista como líder de diferentes proyectos, trabajando con personalidades como Gato Barbieri, Gil Evans, Louis Armstrong, Duke Ellington, Buddy Rich, Woody Herman, Miles Davis, Tom Scott o Gábor Szabó, además de componer y hacer arreglos para Frank Sinatra y Gloria Gaynor.
En la batería se encontraba Buddy Williams, quien no solo participara con The Manhattan Transfer, sino que también fue parte de placas de Dizzy Gillespie y George Freeman. En la percusión, al mando del bongo y las congas estuvo Rubens Bassini, el brasileño que además de esta al frente de su banda Os Ipanemas, también participara en los álbumes de Judy Collins, João Gilberto, Sérgio Mendes, Carly Simon o Spyro Gyra.
En una entrevista previa al lanzamiento del disco, reconoció que estaba “pensando seriamente en abandonar un poquito al actor cómico para concentrarme en la música”. Aunque la frase revelaba un anhelo genuino, también subrayaba la tensión entre las expectativas de su audiencia y su necesidad personal de explorar otros registros.
Cuando Puro Corazón llegó a las tiendas, el público reaccionó con sorpresa. La portada del álbum, donde el intérprete aparecía en un registro más sobrio, ya anticipaba una propuesta diferente. El disco encontró cierto éxito entre nichos específicos, como los programas de radio nocturnos. Sin embargo, nunca alcanzó el impacto masivo de sus proyectos humorísticos. Para Porcel, esto no fue un fracaso. Al contrario, lo consideró un logro personal, un espacio donde pudo canalizar un lado de sí mismo que compartía con el público esporádicamente en sus programas.
Tras la experiencia de su primer larga duración, su agenda continuó dominada por producciones como Las mujeres son cosa de guapos y A los cirujanos se les va la mano, películas que consolidaron su reinado en el cine picaresco junto a su eterno compañero Alberto Olmedo. Al mismo tiempo, lideraba el exitoso programa Las gatitas y ratones de Porcel, donde su humor desenfadado seguía conquistando a audiencias masivas. Pero siempre, buscando la posibilidad de cantar cada vez que la oportunidad se presentaba.
En algunas entrevistas posteriores, se refirió a Puro Corazón como un “proyecto catártico”, un intento por expresar aspectos de su personalidad que no tenían cabida en sus trabajos habituales. Con el paso de los años, el disco quedó como una rareza en su vasta carrera. Aunque no marcó un antes y un después en su trayectoria, el trabajo reveló la complejidad de un artista que no se conformaba con los límites impuestos por su éxito. Fue, en esencia, una declaración de independencia artística.
Porcel continuó siendo recordado principalmente como uno de los grandes comediantes de la historia argentina. Sin embargo, para quienes exploraron su música, Puro Corazón dejó entrever que, detrás de las risas y los chistes pícaros, existía un hombre profundamente humano, capaz de transmitir emoción con la misma intensidad con la que generaba carcajadas.