Santiago Artemis: “Viví tres años en el infierno y aprendí a no castigarme tanto”

Creció “a los palos” en Tierra del Fuego con la sensación de que “mi mera existencia provocaba ira en los demás”. Sobrevivió al maltrato, a los prejuicios y a la soledad refugiado en sus diseños. Y vivió tan rápido –”presionado por el éxito y la fama”– que hoy da cuenta del desfile de batallas que libró contra la ortorexia, el alcohol, la depresión y la droga. Confesiones íntimas de un genio precoz que solo quiere “que me quieran”

A Solas con Santiago Artemis

Dice que así, “a lo Jean Harlow”, con cejas exiguas y cierta inocencia en puja violenta con el descaro –como dictara la ley del divismo en los años 30– “cualquiera podría creer que soy imbatible”. Pero debajo de la estola sigue latente el chiquito Navarro, aquel “del fin del mundo” que “tiene inmensos miedos como todo mortal”. De esta forma se esboza Santiago Artemis (33) en esta conversación sobre sus duras (y tantas veces precoces) luchas personales que, a fin del día, encuentran siempre una misma raíz: “El terror obsesivo de no ser querido”.

Santiago Artemis a sus 4 años en su Ushuaia natal, 1995

Y en el mapa de batallas, la primera, y tal vez la madre de todas, fue la que libró con el gallardete de “ser quien sentía ser” sin miramientos por todo eso que “debía padecer”, subraya evocando su “retraída y silenciosa” niñez. “Llevaba conmigo discos de Chiquititas, jugaba con muñecas Barbie, Hollywood me inspiraba demasiado y devoraba episodios de Jem and The Holograms, siempre inmerso en el horror que significaba entrar a la escuela cada mañana. Yo era el puto. Y todo me referenciaba. Veían a ‘Laisa’ en Los Roldán (Telefe, 2004)… ¡Santiago! Sonaba Pluma gay… ¡Santiago! ‘¡Qué bien dibuja! Ah, pero dibuja mujeres… ¡Maricón!”, relata. “Era demasiado sensible para ese contexto. Escribía letras y traducía libros. Recuerdo que, a los 9 años, leí las mil quinientas páginas de Gone with de wind (de Margaret Mitchell, 1936) en inglés. Y a los 14 ya cursaba idiomas con adultos de 21″, cita en una lista de “grandes logros para el corazón de un niño que se sabía especial, pero no era celebrado por nadie”.

Santiago Artemis en brazos de su tío Osvaldo
Santiago Navarro, luego Artemis, durante su infancia en Tierra del Fuego
Santiago Artemis jugando en el patio de su casa natal, en Ushuaia

Creció con la dolorosa sensación de quemi mera existencia provocaba ira en los demás”, describe. “Pero prefería, una y mil veces, el maltrato sistemático a esconder quién era en realidad. Porque jamás intenté disimularme”. Ni siquiera ante el peor de los castigos: “Las agresiones físicas de tíos, primos y otros tantos, en sus caprichosos intentos de corregirme. De aleccionar a este desobediente de las reglas que no estaba dispuesto a callarse la boca. Por ahí se venía un: ‘Ey, guacho insolente’… ¡Paf! Un bife. Qué digo ‘bife’, ¡un palo! Porque en Ushuaia las cosas se arreglaban a los palos”, define. “Ya para los 14, empecé a defenderme y aprendí a sobrevivir entre piñas y corridas”.

Santiago Artemis entre sus maestras de Primer Grado en la Escuela Provincial Nº 3 Monseñor Fagnano, de Ushuaia

Esa hostilidad se transitaba, además, en el marco de la estricta doctrina mormona. No obstante, y a ojos de hoy, Santiago revela su gratitud. “Yo amo ser mormón”, declara. “Es más, hace muy poco mi madre me dijo que la congregación está muy orgullosa de mí, porque siempre hablé muy bien del culto y de las tradiciones. La religión es algo que todavía valoro, porque me enseñó a ser honesto, conmigo mismo y con los demás. Me enseñó a no robar, a trabajar a destajo como la clave del éxito. “Realmente yo no sé qué sería de mí, de no haber sido mormón”, argumenta. “Además: ¿Sabés por qué creo en Dios? Porque resulta demencial que un pibe puto del Sur termine siendo lo que soy hoy en Buenos Aires, en Tokio, en Copenhague y en París. Si no fue obra de Él: ¿Qué otra explicación encontrarías?”

Santiago Artemis sostiene su libreo “El chico del fin del mundo, todo lo que hice para ser yo”, editado en 2019
Santiago Artemis y Katy Perry (40), quien de su paso por la Argentina se llevó varios de sus diseños para sus shows americanos
Santiago Artemis y Paula Abdul (62), quien lo invitó personalmente a su show en Las Vegas 2019
Santiago Artemis y Xuxa (61), una de sus musas, de quien fue fanático y hoy es amigo personal

La homosexualidad es uno de los ítems principales en la nómina de prohibiciones mormonas. Y al crecer, las miradas (ajenas y propias) iban adquiriendo peso significante. “Vivía con miedo a qué pudieran decir”, apunta Santiago. “Tenía pánico de no ir al cielo por ser gay. Pero al tiempo de descubrir mi sexualidad, que fue entre los 16 y los 17, ya no era un miembro activo de la iglesia. Y ese rasgo de mi vida fue haciéndose cada vez menos inquietante”. De hecho, admite “sentimientos encontrados” con su condición en términos de identificación, empatía o pertenencia. “Nunca me sentí parte de nada y menos de la comunidad homosexual”. Es más, “muy por el contrario de lo que me sucede con las mujeres y los hombres heterosexuales, sé muy bien que los gays no me quieren”, dispara.

Santiago Artemis en Paris, Francia

Artemis sostiene una hipótesis para esta última declaración que surge, entre otras cosas, de las esporádicas “agresiones” que suele sufrir. “El colectivo homosexual está demasiado politizado”, argumenta. “Me ven en Japón, con una estola de cabra tibetana, muy arriba y tan unapologetic que la flashean. Se comen el viaje de que soy un oligarca libertario. ¡Hasta me han dicho fascista! ¡Hello… Italy, nineteen forty!”, cuenta. “Soy puto pero no quiero estar entre putos. Jamás pude ir a una marcha gay, por ejemplo. Me siento muy incómodo, ninguneado, rechazado, presionado a ejercer algún tipo de militancia”, sostiene. “No tengo convicciones políticas y tampoco ganas de sumar problemas, es por eso que si las tuviese tampoco las compartiría. Y en ese ámbito, en donde uno solo pretende compartir cariño, todo está demasiado teñido de ideología. Si no te gusta Lali (Espósito, 33) o no votaste a Cristina (Fernández de Kirchner, 71), sos un hijo de puta”.

Santiago Artemis en sus tantos pasos por Paris, Francia.
Santiago Artemis en la capital francesa.

Descree en la “open mind” de la sociedad e incluso de la mismísima comunidad gay. Y así despunta otra hipótesis del “rechazo”, como subraya. “Me da pudor decir lo que diré. Pero estoy convencido de que parte del hate tiene que ver con ser Artemis. Porque soy un genio. Porque tengo talento. Porque tengo laburo. Porque sé dibujar. Porque no jodo a nadie. Porque puedo ponerme peluca y un animal print. Porque me salgo con la mía. Es vergonzoso escucharme, porque puedo sonar arrogante. Pero es así. Todavía hay gente que no disfruta de la felicidad ajena”. Y con esto también se refiere a la expresión de “estilo sin género” que eligió a los 17, en vísperas de una vida porteña “e inspirado en Dinastía” (ABC, 1981). Porque un día, Santiago se calzó un tapado de piel frente al espejo y dijo: “Si Joan Collins puede, yo también”. Y tal cual reza el lema personal que tomó prestado del Martín Fierro (José Hernández, 1872): “Una vez perdida la vergüenza, ese lamentable freno de mano que tiene la vida, no se recupera más”.

Santiago Artemis en Paris

En fin, y aún en terrenos de la sexualidad, admite que no ha logrado superar la barrera que le impone la intimidad. “El sexo no me llama la atención. No me motiva. No me interesa en lo absoluto”, revela. “Soy un tanto más romantic, de los abrazos y de algún beso. Ese es mi límite”, sentencia. “¿Penetración? Te diría que prefiero morir… No soporto nada dentro de mí ni nada mío dentro de otra persona. Eso de ‘activo y pasivo’ ni siquiera logro entenderlo. ¿Qué es eso? No, no… Hasta ahí, por favor. ¡Distancia! Me ha pasado de estar con un chico, alto potro, y que se desnude delante de mí… ‘Ay, Artemis, Artemis’ (porque todo tiene que ver con Artemis) y decirle: ‘No, vestite querido, muchas gracias’. El mundo no se me cae por eso”, relata. “Lo mío nunca pasa de algún chiste por más fatal que pueda parecer. No me gusta intimar con la gente. Aunque en realidad, con mujeres me suelto un poco más... ¡Yes, by the way, I like women!”, subraya. “El sexo no es relevante. Mejor llevame de shopping. Vayamos de viaje a comprar buena moda… ¡Hablame de mejores orgasmos!”

Santiago Artemis a sus 22, en los inicios de una carrera en el que fue rotulado como “la nueva gran promesa”

La segunda de sus batallas refiere luego a la aceptación familiar. Entonces Santiago decide comenzar por su padre. “Mamá me contó que desde que nací demostré cierto rechazo hacia él. Le pedía: ‘Virginia, dame un poco al bebé que nunca está conmigo’. Pero mi llanto hacía imposible que me dejaran en sus manos”, relata en el intento de esbozar el inicio de una vinculación “difícil”. Porque, “básicamente él quería de mí un Maradona, que por ese entonces era Jesucristo en casa. ¡Y salí Madonna!”, bromea. Recuerda tanto su repulsión por el fútbol debido a “la crueldad de la imposición”. Una más tras los regaños de papá: ‘¡Sentate como un varón!’, ‘¡No toques las muñecas!’ y el ‘¿Otra vez una mujer?’ al ver los figurines de vestidos de novia que solía dibujar compulsivamente.

A los pesares del destrato se sumaba la “furia” por el “estigma familiar” que significaba el “avergonzante” trabajo de papá. “Ushuaia es una ciudad portuaria. Y en un puerto, la gente quiere coger. Entonces a él se lo ocurrió abrir un burdel”, dice con la salvedad de que su padre es el único no religioso en el núcleo. “Entonces, además de ser gay y de ser mormón, me convertí en el hijo del que tiene un burdel. Las burlas eran insoportables y el profundo pudor que sentía era tal que esta es la primera vez que logro contarlo a viva voz”, revela. “Es más, analizándolo mejor, creo que esa ha sido la raíz real de por qué me rehúso al sexo… ¡You got it!”.

Santiago Artemis en brazos de su padre, Jorge Navarro, junto a una de sus hermanas

La primera demostración física de afecto costó tres décadas y llegó “recién cuando logré redireccionar ‘la culpa’ o ‘el error’”, señala. “Siempre había creído que el errado, el homofóbico, el intolerante y el necio era mi padre. Pero entendí que el equivocado era yo al pensar que sería él quien debiera tomar la iniciativa”. Y atribuye esa nueva capacidad al resultado de su estudio sobre metafísica. Santiago es seguidor de Louise Hay (1926/2017), la figura más representativa del movimiento del Nuevo pensamiento que promueve la aceptación personal como solución a cualquier tipo de problemática. Fue así que dio el primer paso. “Ya había cumplido mis 30 cuando papá y yo nos abrazamos por primera vez en nuestras vidas”.

Y no solo se trató de saber mirarse a sí mismo “como nunca antes” sino también de “la investigación y al entendimiento de quién era él y de las carencias con las que había crecido”, explica. Jorge Navarro, huérfano de padre a los 12, le tocó en suerte ser educado en un estricto colegio salesiano, “sin estímulos afectivos ni emocionales”. Fue hijo de un tipo impregnado de la cultura ushuaiense, siniestro, misógino y déspota, que al volver de trabajar se recostaba sobre el respaldo de la silla, ponía los pies embarrados sobre la mesa y exigía a gritos su comida mientras ojeaba el diario”, cuenta respecto de su abuelo. “Entonces, ¿quién podría dar eso que nunca recibió?”.

Mi padre es tan hermético como el abuelo de Heidi. Le cuesta demostrar sentimientos y tartamudea al intentar decir ‘te quiero’”, relata Santiago. “Yo tenía 22 años cuando gané el premio de la FACIF (Federación Argentina de Comercialización e Industrialización de la Fauna) en Copenhague (para perfeccionarse con Saga Furs, de las más importantes comercializadoras de pieles del mundo, luego de haber sido finalista del Concurso Remix Vogue Talents by Vogue Italia), y minutos antes de embarcar hacia Dinamarca papá me llamó para decirme: ‘Estás yéndote al mundo haciendo lo que te gusta… ¿Sabés cuánta gente puede vivir de su pasión?’. Y pensé: ‘¿What are you talking about?’ Pero asimilé sus palabras mucho más tarde. Ese era el modo más amoroso que tuvo a mano para contarme su apoyo. ¡Cuánto sentido tenía!”, comparte.

Santiago Artemis junto a sus hermanas, Laura, hoy médica patóloga, y Alejandra, dedicada a la producción audiovisual

Ocho años después y tras entender que mi padre había sido un niño, como cualquiera de nosotros, con la mochila de sus circunstancias”, Jorge y Santiago finalmente se abrazaron. Y ese hecho que hoy recuerda con esa emoción que pega de lleno en las cuerdas vocales, se dio un contexto muy bien propiciado por el diseñador. “Un día, me clavé un shot de vodka, cité a mi familia y les dije: ‘Necesito que me feliciten’. A lo que respondieron: ‘No somos tus fan’. Está bien, no quiero que me faneen, pero me duele que no vean mi reality, que no comenten mis logros, que no se hable de mi éxito. Sé que no somos un núcleo muy convencional, que mi carrera de repente se convirtió en algo muy loco y que no terminan de digerir este costado público”, relata. “Yo me había ido al mundo demasiado joven dejando sin resolver el asunto familiar. Sentí que debía regresar a comerme ese tortazo. Y, entre otras cosas, enfrente de mamá y de mis hermanas (Laura y Alejandra, por cierto muy emocionadas), le dije ‘te amo’ a mi papá. Entonces lloré. Lloré ‘nivel Meryl Streep’ digna de un Oscar. Y a partir de ahí, las cosas cambiaron”, asegura.

Nuestra vinculación, por consejo de una amiga muy sabia, se convirtió en un ejercicio. Cada dos días digo: ‘Bueno, hora de hablar con papá’. Lo llamo, le digo que lo quiero y le cuento en qué ando. Ya necesitaba dejar de sentirme huérfano de ese costado”, revela. “Y muchas veces, estando muy lejos en Tokio, Budapest o Salzburgo, me acuerdo de él, escucho Mi viejo (de Piero) y lagrimeo a morir”, comparte. “A ver, él sigue hermético… ¿O vamos a creer que los padres cambian tanto? Pero ya está más permeable al sentir”.

Santiago Artemis en tiempos de estudiante

La batalla por la integración trascendió las fronteras de Tierra del Fuego. En las aulas de la facultad de Diseño de indumentaria, “la historia no fue muy diferente”, según recuerda. “Amo a la UBA y la defiendo a morir, pero tampoco no me ha querido mucho. Tal vez porque yo, que era tan niño, tan infantil, no tenía consciencia del modo en el que me expresaba. Vivía en una nube de pedos. Iba por la vida en tacos, viajando, haciendo premios, siendo del delgado, sin tener en cuenta las consecuencias. Y con eso me refiero a caminar entre murmullos, miradas irónicas y burlas constantes… ¡Otra vez las burlas! Me llamaban ‘Lady Gaga’, ‘La reina de FADU’ (Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo), ‘Travesti’, ‘Payaso’… ¿Sabes? Ahora que lo recuerdo me duele mucho más. Y tiene que ver con mi reciente expansión de consciencia. Hoy sé lo que es una secuela. Hoy pienso dos veces cómo vestirme según el ámbito en que deba moverme”, dice quien supo ser anfitrión de Maldita Moda (E! Entertainment Television).

Santiago Artemis en uno de sus habituales viajes a Tokio, Japón, “el país que mejor me entiende”, asegura
Santiago Artemis en las calles del distrito japonés de Harajuku
Santiago Artemis en el distrito de Harajuku, Japón. El único sitio en el que dice “finalmente me graduaría”
Santiago Artemis en Japón, “el sitio en el que más libre me siento”, dice

Nunca alzó diploma alguno, “porque no me dio el tiempo”, apunta respecto a la llegada del éxito profesional. Era estudiante cuando nombres de grandes clientas caían de una agenda imposible. “Hasta que una de ellas me retó por no tener listo un vestido que necesitaría en breve. Llorando llamé a mamá y ella me dijo: ‘Dejá la facu por un tiempo’. Y tras eso intenté regresar durante dos marzos. Pero ya no me veía sentado entre esos chicos…”, recuerda. Santiago no se graduó y tampoco lo hará, “al menos aquí”, asegura. De buscar un título oficial, Santiago lo haría en Bunka Fukusō Gakuin (escuela de educación vocacional especializada en la instrucción de diseño, moda y disciplinas relacionadas) en Shinjuku. Porque como podría jurar: “Japón es el país que más y mejor me entiende”. De hecho, el distrito de Harajuku es el sitio del planeta en donde “más libre me siento. Nunca vi tanta locura. Ahí nadie juzga nadie. Nadie lastima a nadie”.

Santiago Artemis creando en tiempos de ortorexia
Santiago Artemis sufrió ortorexia que luego devino en bulimia. “Corría un mínimo de diez kilómetros por día”, relata

Otra de sus luchas personales ha sido cuerpo a cuerpo contra la ortorexia, el trastorno alimentario caracterizado por la obsesión patológica con la comida saludable que puede conducir a la desnutrición e incluso hasta la muerte. “Todo comenzó en 2015, cuando el chico de quien me había enamorado se desnudó delante de mí”, relata. “Su cuerpo atlético me dejó en shock. Me avergonzó. Porque el mío era muy diferente. Y así, en el intento de estar a su nivel, caí en un plan de alimentación mucho más que restrictivo”. Sin consultas ni controles, Santiago se impuso ingerir “sólo productos orgánicos” y “caminaba para todo. Porque en aquella época ya era famoso pero no ‘famoso nivel tengo chofer’, como ahora”, cita. “Me acuerdo que visitaba a mis modistas y me decían: ‘Comé una Cerealita, que estás muy flaquito’. Y si aceptaba, masticaba pensando en cuántos kilómetros debía sumar a los diez que corría por noche a modo de autocastigo”.

Santiago Artemis, víctima de la ortorexia y la bulimia a sus 24 años

Fue así que “esa obsesión se convirtió en bulimia”, cuenta. “Claro, con el tiempo fui perdiendo masa muscular y de tanto correr me rompí las rodillas. Una vez escuché un ‘¡crak!’ y me caí en plena avenida Del Libertador. Tuve que arrastrarme hasta mi casa. Entonces, para compensar la imposibilidad de esa actividad física, reduje mi alimentación aún mucho más. Lo que derivó en feroces e inevitables atracones nocturnos”, relata. El “tormento” duró tres años y acabó con “el abrazo de mamá”. Virginia, fiel mormona, revendedora de cosméticos Mary Kay y “LA compasión”, como define Santiago, llegó en el instante preciso. Al punto de asegurar: “Hoy no estaría vivo si no hubiese sido por ella”. Consultas médicas y “su amor”, hicieron posible la superación de la patología. “A la distancia me doy cuenta de que mi vida creativa ha comenzado a los 17… Era demasiado para un adolescente. Y esa precocidad tuvo sus consecuencias”.

Santiago Artemis junto a Virginia, su madre, a horas de su nacimiento el 7 de septiembre de 1991

Tenía 29 cuando quebró otra rígida norma mormona: la que prohíbe el consumo de alcohol. “Fue cuando Luis, mi ex novio, me insistió para tomar mi primer shot de vodka”, recuerda. “Yo no quería, pero sentía demasiada presión por dar el paso. Necesitaba ‘pertenecer’. Me reprochaba a mí mismo: ‘Me visto diferente. Soy bizarro. Me pongo una pollera… ¡Loco, aflojá en algo!’ Y nadie se imaginó que el alcohol sería el infierno para mí”, reflexiona. Sin dudas se ha tratado de un síntoma. “Durante toda mi vida había deseado tanto que me quisieran que cuando empecé a sentir el cariño de la gente me autosaboteé. Fue el terror de no poder lidiar con las imposiciones de la popularidad. Con las exigencias de ser ‘el prócer’. Del ‘¡Artemis, te amamos!’, del ‘foto, foto, foto’. Y en aquel momento eso fue demasiado para mí. Así fue como el temor me hizo esconder detrás del gin”.

Dice haber vivido “en el abismo” durante tres largos años que incluyeron la pandemia. “Me bajaba botellas a pico”, cuenta Santiago. “Arrancaba en círculos sociales y terminaba en casa. Aunque siempre fui una persona muy responsable: Jamás estuve en pedo entre clientes. Pero sí, inmediatamente después de atender me encerraba a tomar solo”, relata. “No tenía idea de las consecuencias de esa adicción. Lo más triste es que, al final, yo me ponía violento verbalmente. Y con esos maltratos, esos ninguneos y esas burlas que solía disparar, hacía sentir mal a mucha gente que quería. Me perdí a mí mismo y perdí, con facilidad, a una veintena de afectos”, recuerda.

Santiago Artemis sobre el Pont Alexandre III, en Paris

El alcohol dio paso a la angustia. “Y entonces caí en una depresión”, revela Santiago. “Estuve encerrado durante cinco meses. Todo era: Llorar, alcohol, música. Llorar, alcohol, Whitney Houston. Llorar, alcohol, Judy Garland. Llorar, alcohol, Gwen Stefani. Michel Jackson, No Doubt, Cindy Lauper… Buscaba letras de canciones, porque tengo obsesión por estudiarlas. Y ese fue el patrón de conducta que mantuve durante mucho tiempo y que me hizo tanto daño”, describe. “No quería que nadie me viese. Le daba portazos en la cara a mamá: ‘¡Andate!’ Y todo por no lograr lidiar con el hecho de ser Santiago Artemis. Porque es un laburito ser Artemis…”, señala. “Hay que ser lo que la gente quiere que seas y cargar sobre la espalda sus comentarios, sus críticas, sus inventos”.

Era inminente un punto de inflexión. “Una vez, tras una pelea con alguien que era mi amante, cometí un error inmenso. En pedo, lo expuse publicando una foto íntima en mi cuenta de Instagram”, revela. “No hay palabras para explicar lo doloroso que fue, al día siguiente, darme cuenta de lo que había hecho. Resultó devastador, muy triste. No solo perdí una gran amistad sino que además alejé mucho más a la comunidad gay. Les di el motivo perfecto para terminar de odiarme por completo”. El hecho, que habría derivado luego en una denuncia, se dio en el marco de lo que dibuja como “extrema vulnerabilidad”. Porque, según dice, “sufría una fuerte neumonía y había descubierto que, aprovechándose de mi estado y de mi afán de ayudar, estaban robándome plata”. Es así que tocó fondo. “Entonces decidí dejar de lloriquear y me dije: ‘¡Sé hombre, paráte y pedí ayuda!’ Y nunca imaginé de quiénes la recibiría”.

Fabiana Cantilo by Santiago Artemis en el tour celebración por los treinta años de El amor después del amor junto a Fito Páez

Fue mientras “fiteaba” los outfits de Fito Páez (61) y Fabiana Cantilo (65) para el tour celebración por los treinta años de El amor después del amor en el Movistar Arena. “Como ellos siempre hablaron de sus excesos, me sentí cómodo de comentar: ‘Che, me parece que yo tengo un problema con el alcohol’. Y fueron tan generosos conmigo que inmediatamente coordinaron mi visita a Narcóticos Anónimos”, recuerda Santiago. “O sea, puedo irme de este mundo sabiendo que los reyes del rock me llevaron a un grupo de ayuda”. La experiencia, si bien válida, duró poco. La explicación: “No me sentía con tanta gente rota”. Y el vínculo con Cantilo se hizo tan cercano que se plasmó en un sweater. “Yo estaba mal porque me criticaban fuerte. Y ella me dijo: ‘Hay que parar la pelota, papá. A mí me pasó: He usado, me han usado, he querido agradar a todos y que todos me quisieran… ¡Pero no! No se puede todo a la vez. Mirá hacia arriba, tomate un baño, comé algo rico, salí a caminar… De todos modos: ¡Qué te importan esas putas!’ Y con esa frase le hice un sweater icónico que dice ‘¡Qué te importan esas putas!’ La amo. Amo a Fabi Cantilo”.

Santiago Artemis performático en la capital francesa

La cocaína no escapó a su ring de íntimas contiendas. Y es entonces que recuerda su primer consumo como un hecho que aún lo angustia. “Yo volvía de grabar mi participación en la primera temporada de Elite (Netflix, 2018), en España. Estaba enamoradísimo de mi novio, muy over the moon por él. Tanto que llegué un 25 de mayo para celebrar juntos su cumpleaños”, recuerda. “Entonces fui a buscarlo a la Fiesta Plop!, donde se había encontrado con sus pares. Pero el grupo decidió seguir la reunión en casa de uno de ellos. Y fue ahí que conocí la cocaína”, relata. “Nunca había visto una montaña blanca de nada… ¡Si cuando vi Scarface (Brian de Palma, 1984) nunca entendí que era ese polvo! Mi ignorancia era enorme”, admite. “Y cuando el pedido llegó y pregunté de qué se trataba, vi miradas que en ese momento no entendí pero que no olvidaré jamás”.

Santiago Artemis fiel a su estilo en ‘La ciudad de la luz’.

Santiago evoca comentarios “ambiguos y suspicaces” como ‘No, yo no te voy a decir qué hacer, pero…’, ‘Uy, esto es re mental, aunque no quiero ser yo quien te enganche’. La curiosidad, cierto arengue grupal y la presión personal de ser aceptado, puso un billete enrollado en sus manos. “Al darme el primer hit, me di cuenta de que estaban tomándome el pelo. Que me estaban abusando”, asegura. “Todos se miraron con sarcasmo como diciéndose: ‘Ya está, Santiago felt. Santiago cayó. Santiago ya está en esta’. Entonces me desnudaron. Me dejaron en slip. Comenzamos a bailar. Y algunos chicos, a pesar de que mi novio estaba presente y tal vez por el nivel de consumo, intentaron poseerme. Pero eso es algo que suele pasarme por ser Artemis. Todos quieren tener a Artemis, como un trofeo, como la cabeza de alce en casa de algún tipo de Kentucky”.

Santiago Artemis en Paris, Francia

Luis, su novio, falleció tiempo después a raíz de “un paro cardíaco por sobredosis”. Tenía 32 años y fue en vísperas de la primera nominación del diseñador a un Martín Fierro de la Moda. “Antes de él yo pasaba la vida mirando Sailor Moon y dibujando vestidos”, cuenta. De hecho, Artemis es el nombre que Santiago adoptó del gato negro del personaje central de la serie animada de manga escrita e ilustrada por Naoko Takeuchi (1991). “Él me curtió. Yo con él conocí el chape. Conocí la joda. Conocí las orgías. Conocí las locuras que jamás había vivido y ni siquiera imaginado. Él hizo de este mormón un rebelde”, define.

A la distancia, dice sentir orgullo de poder ponerle freno a la droga. “Nunca consumí cocaína durante más de dos días seguidos, porque siempre le tuve respeto y mucho miedo”, infiere. Y ha sido Stevie Nicks (76) quien encendió la alarma. “Soy fanático de Fleetwood Mac y cuando la escuché decir en un video que solía acarrear un gramo de cocaína en su bota y era en lo último que pensaba antes de irse a dormir y lo primero que tenía en la cabeza al despertarse, me dije: ‘Es así como me siento y yo no quiero ser eso’. Y debido a que entre mis amistades siempre fui ‘el de la guita’, me encargaba de comprar. Pero así como la conseguía, la tiraba. Todos me gritaban: ‘¡Qué haces! ¿Cómo vas a tirar todo por el inodoro?’ Y les respondía: ‘Yo la pagué, yo la tiro’”, relata. “Fui desprendiéndome de a poco. Nunca dejé que las drogas me ataran. Aunque en realidad, tampoco estaba a salvo, porque el alcohol es la más peligrosa… ¡La legal! Y eso algo que aprendí en terapia”.

Asegura que no consume sustancias desde “hace muchísimo tiempo”. Que “no hay droga que me pegue bien”, que “sacan lo peor de mí”, que “me vuelven insoportable”. Y que, así como con el alcohol, “si llego a sentir que voy a perderme en esa, huyo de inmediato hacia el lado contrario”. A Santiago no le gusta ni siquiera salir. “No me encienden los boliches. No disfruto de ámbitos masivos”, cuenta. “Yo disfruto de mi colección de vinilos. De bajar las luces y bailar solo, en calzoncillos y medias blancas como Tom Cruise (62) en Risky business (Paul Brickman, 1983). ¡Nada me gusta más!”. Claro que esa cara lúdica de la soledad tiene otra que se esconde por ahí. La que más pesa.

Santiago Artemis en la intimidad de su atelier

“Muchas veces me siento solo”, reconoce. “En el proceso creativo de una colección, por ejemplo. Cuando tengo que ejercer de Santiago Artemis para la gente y a veces no quiero serlo… Porque lo único que realmente deseo estar tirado en casa mirando una película. Algo que, significativa y finalmente, me permito. Hoy estoy aprendiendo a vivir el ocio sin sentirme culpable de no producir historias para Instagram. Llegó un punto en el que necesité dejar de estar pendiente de lo que la gente dice para poder escucharme. Me cansé de pedir perdón. ¡Basta de disculpas! ¡Basta de justificarme por ser mormón, por un padre dueño de burdel, por una infancia llena de traumas!”, enumera. Entendí que debo desprenderme del patrón de conducta que arrastré siempre: el de vivir dando explicaciones”.

El concepto de cierta “presión” por ser Artemis (“el personaje que todos aman”, ese que “no puede cometer ningún error que lo deje fuera”) es tan reiterativo a lo largo de esta charla que no queda más que preguntar si colgar el traje no sería una opción válida y saludable. “Definitivamente no”, responde Santiago al tiempo de admitir que empatiza con Lana del Rey (39), autora de la frase: ‘I feel free when I see no one and nobody knows my name’ (Me siento libre cuando no veo a nadie y nadie sabe mi nombre). Pero es un ‘no’ con convicción. “Porque soy un resiliente. No voy a rendirme. Si este país supo abrazar a este chico estrafalario, si el mundo me abrió sus puertas al punto de regalarme un apellido… ¿Cómo podría renunciar a mi misión?”, reflexiona. “Porque yo sé que tengo una misión: la de hacer feliz a la gente”.

Santiago Artemis a sus 14 años en la imagen que pegó en un espejo para hablarse cada mañana

A sus 33, y al cabo de tantas luchas, Santiago da certeza de haber aprendido “a no castigarme tanto”, según señala. “Al principio me negaba a reconocer mi éxito, a hacerme cargo de Artemis. Pero todo ese tránsito me paró en otro sitio y entonces pensé: ‘Suficiente. Soy groso. La gente me lo manifiesta… ¿Por qué no puedo decírmelo a mí mismo?’ A mí me salvó y me sanó el amor popular. Algo que hoy estoy dispuesto a disfrutar. ¡A permitírmelo! Porque durante años sentí que no era merecedor de nada”, declara el creador del reciente premier show privé titulado La Reine de Camelot para la presentación de su nueva colección inspirada en Jaqueline Kenney. “Finalmente aprendí a tener misericordia de mí y estoy en pleno ejercicio de amarme como nunca antes. De abrazar fuerte a ese chiquito que temblaba en un rincón”, evoca. Navarro (en su estado natural) revela ahora su intrínseco ritual. “Tengo pegada en el espejo del baño una foto mía a los 14 años, cuando mi boca me avergonzaba, porque era muy jetón. Y cada vez que estoy triste, la miro y me miro. Entonces nos digo a los dos: ‘Santi, ¿qué puedo hacer hoy por vos?’”

(Video y fotos Matías Arbotto y Alejandro Beltrame)