“Mi viejo era un poeta oscuro”, dijo Ricardo Darín en su charla con Dante Gebel, y con esas palabras abrió una puerta íntima a su historia familiar, a esa relación con su padre que fue, en muchos sentidos, tan enigmática como cautivadora. El hombre -que portaba el mismo nombre que su hijo- tenía en su haber múltiples talentos y rostros: actor, locutor, poeta, aviador, director. “Hacía de todo”, recordó el intérprete, mientras su voz se debatía entre la admiración y la nostalgia.
Para Darín, el legado de su padre -nacido en 1925 y quien falleciera en 1989- no era solo su recorrido artístico; era también una presencia casi mística, un enigma cubierto de silencio y reticencia. “Mi viejo me vio en teatro, en Sugar, venía a los ensayos. Pero adoptó una actitud frente a que yo siguiera su camino, que hoy entiendo que fue muy respetuosa de no intromisión”. En una época donde los padres artistas podrían fácilmente influir o dirigir la carrera de sus hijos, Darín padre eligió un camino distinto. No se trataba de falta de desinterés, sino de una postura casi ética de no intervenir. Quizás, como reflexiona el actor, “presumía que si decía algo me iba a afectar”.
La figura de este hombre aparece entonces como un espectro vigilante, uno que observaba sin halagar, sin juzgar, y sobre todo, sin imponer. Darín reconoció que su padre nunca fue “amigo del halago”. Tampoco se convirtió en un crítico o detractor de su trabajo. Simplemente se mantuvo en un margen, dejando que Ricardo construyera su propio camino. “La palabra de mi viejo para mí era muy importante, muy sagrada”, confesó, y en esa frase late la reverencia de un hijo hacia un padre que, sin decir nada, lo decía todo.
En contraste, la madre de la familia, Roxana, era otra cosa: una actriz con personalidad intensa y con una inclinación a intervenir en la vida de sus hijos. “Mi vieja era muy interviniente”, comentó el entrevistado, y explicó que quizás esa diferencia de enfoques fue lo que impulsó a su padre a adoptar una postura de distanciamiento. En el recuerdo de Ricardo, su madre actuaba como una figura opuesta, “a lo mejor para contrabalancear”. Ella opinaba, sugería, intervenía. Él, en cambio, observaba desde la sombra.
La historia de Darín niño es casi cinematográfica, y parece extraída de una época perdida en los anales de la televisión argentina. “Yo tenía ocho, nueve, diez años y viajaba solo. Me tomaba el 31 y me iba a Canal 9 con el libreto bajo el brazo”, relató. Ese niño solitario, que cruzaba la ciudad con un guion bajo el brazo, es un símbolo de la autonomía que le enseñaron sus padres. “Mi viejo nunca me llevó a un canal de televisión, jamás”, recordó. Tal vez fue una decisión deliberada para no interferir en el desarrollo del menor, o quizá simplemente obedecía a una visión del destino: “Tu vida ya está escrita”, solía decir su padre. Una frase que, en la voz de Darín, se convierte en un susurro fatalista, como si el viejo poeta hubiera conocido los caprichos de la vida mejor que nadie.
Sin embargo, esa distancia no significa desapego. En el corazón de ese silencio paternal late un amor profundo y una fe inquebrantable en la capacidad de su hijo. Ricardo Darín se convirtió en el actor que es, en gran medida, gracias a ese espacio que su padre le dio para explorar su propio camino. Un espacio que, aunque oscuro, no dejó de guiarlo. Como el poeta colombiano Claudio de Alas, el artista que su padre admiraba, Darín padre vivía entre sombras y versos profundos. “Era un melancólico”, lo describió su hijo, alguien que encontraba en la oscuridad su mayor inspiración.
Y es así como el actor recuerda a su papá: un poeta de silencios, un hombre de múltiples talentos y pasiones, cuya influencia fue tan fuerte precisamente por ser casi imperceptible. Un espectador distante que, como los buenos poetas, sabía que a veces el silencio puede ser más poderoso que cualquier palabra.