Fernando Sanjiao: de hacer reír a su clase para zafar del bullying a celebrar 20 años en el stand up

En charla con Teleshow, el comediante habla de su recorrido en la comedia antes de dar un show en el Teatro Opera el próximo 21 de noviembre

Fernando Sanjiao llega al Teatro Opera con su show de stand up

Cuando Fernando Sanjiao estaba en edad escolar era muy tímido y podía llegar a ponerse colorado si lo forzaban a hablar. Pero a medida que observaba a su alrededor, casi sin darse cuenta, desarrolló un arma muy poderosa: hacer reír a sus amigos. “Me costaban los grupos, caerle bien a la gente, interactuar con mis amigos, pero a veces comentaba algo en voz alta y funcionaba. Tenía una salida humorística. Hubo una clase en la que varios compañeros me hacían bastante bullying porque era muy tímido. Era callado y me ponía colorado, que eso es terrible. Una vez me paré en el aula y empecé a describir a la gente que me estaba molestando en tono divertido, como diciendo: ‘Bueno, esta persona tiene problemas, hay que entenderlo...’. Y todos se rieron mucho. Después uno de esos me agarró a la salida y casi me mata, era muy grandote”, recuerda hoy Sanjiao, consolidado como uno de los grandes referentes del stand up argentino, en conversación con Teleshow.

Además de actor y comediante, también es guionista de radio, teatro y televisión, dirige el espectáculo del mago Fede Brisko, condujo su podcast Gracioso, tiene su propio especial en Netflix, es docente y coach de nuevos talentos del género. Pero ahora va a celebrar sus 20 años de recorrido en el stand up con un show en el Teatro Opera, a realizarse el próximo jueves 21 de noviembre. Contará con la dirección de Pablo Fábregas, con quien trabajó varias veces en este camino. Y además de su rutina, estará con la banda Fábrica de Canciones y muchos comediantes invitados. Las entradas se consiguen vía Ticketek.

Mirándose a sí mismo y el entorno, su materia son las nuevas masculinidades, la paternidad, las neurosis de estos tiempos, la convivencia familiar, las dificultades de convertirse en adulto, la típica clase media argentina cada vez más en extinción, las frustraciones que pueden derivar en fragilidad mental. “No detenga su motor e investigue su interior / si el mundo da vueltas y nosotros también, para qué separarse de su ser”, cantaba Pappo en Riff y lo de Fernando parece ir por ahí.

“Todo el tiempo el humor es desafío. El contexto va cambiando, los chistes también. Tenés que renovarte permanentemente porque el humor está muy atado al contexto, siempre. En nuestra vida cotidiana todo el tiempo estamos, desde el WhatsApp o lo que sea, consumiendo o haciendo humor. Y todo ese humor está conectado con lo que está pasando inmediatamente. El desafío es siempre hacer reír en el momento, con lo que te pasa. Y más en mi estilo, que es muy honesto con lo que me pasa a mí, en mi vida. ‘¿Cómo hago reír ahora?’, me planteo siempre. No sé si es porque yo estoy creciendo o porque la vida es muy intensa, pero todo va cambiando muy rápido. En 20 años se dieron muchos cambios, el humor cambió un montón y ni hablar de lo que me pasó a mí. Entonces, lo personal también fue la solución siempre para ese desafío”, reflexiona.

—¿Cuál es la manera de ser original en la comedia?

—Siendo personal. “OK, ¿qué te pasa a vos?”: esa es mi pregunta para ver con qué voy haciendo reír. Y siempre vuelvo al miedo de: “Esta vez no se van a reír o esta vez no voy a poder renovarme”. Cuando encaro un material nuevo, pienso: “Listo, se me acabaron las ideas”. Por eso el desafío siempre es con uno mismo. El stand up, como cualquier género, es como el boxeo: el chabón no pelea contra otro, pelea contra la cabeza de uno. Siempre estás trabajando con tus ideas, con tu cabeza y con tu inseguridad. Siempre estoy tratando de vencer a mis voces internas (se ríe).

—¿Seguís sintiendo inseguridades pese a haber hecho un recorrido que ya va por los 20 años?

—Pensar en 20 años para mí es rarísimo. No lo asimilo. Yo no me conecto mucho con el éxito. Siempre estoy muy inseguro antes de actuar, pero ya aprendí a no escuchar esa inseguridad y a meterle, porque sé que va a estar bueno. Me pasa que a veces pienso que no soy buen comediante. Es raro, tengo el convencimiento de que mi laburo está bueno y que me la tengo que bancar; pero todo el tiempo me estoy convenciendo de eso. Tiene que ver con mi personalidad insegura. Creo que me cuesta mucho la exposición, contrariamente a mi laburo. Si me pongo a pensar, el primer monólogo que me funcionó mucho y tuvo éxito, fue el del tímido, que tenía que ver con mi timidez, y que era muy real y muy honesto. Fui fabricando desde ese lugar, desde mi mundo interno, mis inseguridades y mis neurosis. Y eso es lo que más funciona con la gente. Tal vez tenga que ver con que todos somos un poco neuróticos e inseguros y ahí se identifican. Y también con que la sociedad en la que vivimos, que es muy careta. El comediante abre esa careta y dice: “Che, tenemos estos problemas”, y la gente se ríe porque se encuentra aliviada de que estás rompiendo esa tensión de la careta que tenemos todo el tiempo como sociedad. De que hay que gustarle al otro, caerle bien, de que hay que ser seguro, copado, un hombre armado... Todo eso uno lo blanquea y ahí encuentra el humor.

Fernando Sanjiao anuncia su show en el Teatro Opera para celebrar 20 años de trayectoria en el stand up

—¿Cuándo te diste cuenta de que querías ser comediante y actor?

—Fue muy raro, yo nunca quise. Hice un curso porque me gustaba el género. Lo veía cuando no se veía tanto acá, veía a Seinfeld, algunas cosas de Eddie Murphy. Mismo me gustaban comediantes de acá, como Enrique Pinti. Pero hice el curso cuando vi a Martín Rocco, que fue quien trajo el stand up acá. Vi que podía hacerse en vivo, hablando con idiosincrasia argentina, y me volvió loco, me flasheó. Y estudié con él, aunque no pensaba en dedicarme. ¡Ni en pedo pensaba que podía dedicarme a esto! Mi fantasía era hacer al cine, poder escribir. Pero vivía en una casa en la que dedicarse al arte era imposible, algo no pensado. Era estudiar o trabajar de lo que sea. Cuando empecé a hacerlo, para mi familia era rarísimo verme. Y todavía sigue siendo una sorpresa.

—Y ya en este mundo, ¿en algún momento te costó lanzarte a más?

—Mi pareja, en un momento en que me estaba costando exponerme, me apuró. Me dijo: “En el videoclub de acá a la vuelta están buscando gente. Andá”. Yo laburé en atención al público. Cuando arranqué con esto, estaba trabajando en un supermercado. Entonces ella me dijo: “Dale, así volvés un poco al laburo rutinario que no te gustaba”. Y esa apurada también me ayudó a decir: “Le pongo pila a esto”. Pero me costó mucho confiar, mostrarme... Hay que exponerse y es lo que más me cuesta. A veces pienso que tendría que haberme mostrado más, pero también es mi estilo y estoy conforme con el recorrido.

—¿Qué te acordás de haber transitado el underground del stand up, cuando estaba lejos del auge?

—Había un poco de rechazo, típico de algo nuevo. Nada grave, pero sí eso de: “A ver esto que está de moda y hacés vos, pero que ya se va a pasar...”. Había una mirada desconfiada del género. Entonces los que ya venían haciendo monólogo humorístico de otro tipo, decían: “Esto es extranjero, es una moda rara, muy yanqui”. Después ya se hizo muy piel nuestra y argentina, y estuvo buenísimo. Poca gente, llevar amigos, presentarse en lugares que no están preparados para hacer stand up y hacer stand up igual; hacerlo en un bar y que nadie te dé bola, que estén comiendo, no tener herramientas para saber cómo llama la atención; estar en un patio de comidas de un supermercado y que nadie te mire. Todas esas las viví y las tuve que bancar. Era todo vergüenza, gente mirándote con vergüenza ajena. Haciendo humor estás re expuesto, pasás a ser un boludo que se hace el gracioso. Durante muchos años me pasó de no tener un público cautivo, hasta que finalmente me conocieron y empezaron a venir a verme.

—Como profesor de stand up, ¿qué ves en los alumnos que tenés? ¿Hay originalidad?

—Está muy instalado el género, entonces cada uno ya tiene muchas más referencias argentinas, hay más data. Eso cambió mucho. A mí me encanta dar clases. Podría haber dejado de hacerlo en algún momento, pero sigo dando porque me re gusta. Me gusta contagiar el entusiasmo por el género y que lo descubran. Porque laburar el género es muy diferente a lo que se ve. Se ve súper natural, pero detrás de eso hay un montón de laburo que hacer: desde cómo vas generando las ideas, pasarlas a la estructura del chiste, probar y ensayando antes de subir al escenario... Me encanta contagiar toda esa cocina me encanta contagiarla y que la descubran. La gente descubre, además, mucho de su persona. Porque se da algo de cómo te miran los demás y uno se empieza a reír de una mirada que pensaba que no tenía.

—¿Y vos aprendés de ellos?

—Sí, se aprende. Ya de por sí siempre tuve la obsesión de saber por qué un chiste funcionaba o no funcionaba. Por qué si dije el mismo chiste una noche, no funcionó la otra. Entonces empecé a obsesionarme con la estructura del chiste. Eso lo ves mucho cuando el alumno te manda una idea y decís: “No, no funciona así, hay que cambiar la actitud, hay que cambiar la premisa, dale bola a esto, dale fuerza a esto, jugá más con esta contraposición, qué remate elegís...”. Todo eso me encanta, se aprende a hacer funcionar más o menos un chiste.

Fernando Sanjiao celebra 20 años en el stand up con un show en el Teatro Opera el próximo 21 de noviembre (Foto/Gentileza prensa)

“Con el tiempo fui viajando mucho. En total, fui a 11 países y laburé con público muy diferente. Siempre hispano, pero de lugares remotos como Australia, donde nunca pensé que podía hacer comedia. Pero hay una universalidad: hay palabras que no se entienden, pero las ideas sí. Ser padre, tener problemas si sos muy o poco hombre, la convivencia... Son cosas transversales y, a veces, no puedo creer que estoy contando algo de mi cotidianidad en Lomas de Zamora, cuando era chico y muy en detalle, y que esté conectando con una persona de Santo Domingo que vive en Canadá”, resume Sanjiao acerca de su recorrido, que cada tanto va más allá de las fronteras del país.

—Al principio hablabas de cómo el humor va conectado con el contexto y con el momento. ¿Cómo es hacer reír durante una crisis social?

—La crisis le agrega dramatismo y tensión, que es algo que necesita la comedia para explotar, para romper. Hay un chiste en el que contaba la historia de pobreza que contaban mis padres, con imágenes que eran un bajón. Mi vieja me decía que compartía un lápiz con tres hermanos, es una historia que siempre me quedó y hablo de la culpa de eso que te queda en la cabeza. Y cuando lo subís al escenario, se conecta con ese espanto que hemos tenido todos con las historias de nuestros padres. Entonces, me parece que funciona muy bien la crisis y la comedia. La comedia está para eso, para racionalizar un poco la realidad. Bueno, el stand up acá empezó a explotar después del 2001, porque era un género barato de hacer, poner un micrófono, una persona que se subía y hacía. Creo que a una persona que tuvo ciertos problemas, puede que le funcionen más los chistes. A veces cuando un alumno me cuenta un problema, que no es problema, le digo: “¿Qué te pasa con eso?”. “No, estoy bien, solo me pareció divertido”. Bueno, si no te pasa nada, no es gracioso. La gracia cae ahí, en ese padecimiento.