El anuncio de la muerte de Daniel La Tota Santillán impactó con fuerza, un eco que resonó profundamente en el corazón del espectáculo argentino. A los 57 años, Ricardo Daniel Carías, como rezaba su verdadero nombre, se despidió del mundo que lo vio convertirse en una figura inconfundible de la música tropical. Durante décadas, su presencia en la televisión fue un emblema, un puente entre los ritmos de la calle y las pantallas de los hogares. Desde su puesto de conductor en Pasión de Sábado, supo ganar el cariño de generaciones con su estilo despreocupado, su sonrisa perpetua y esa energía tan característica, que parecía brotar inagotable en cada emisión.
Pero tras la fachada de carisma y risas, quienes lo conocían de cerca sabían que el dolor había hecho mella en su vida. Uno de los testimonios más conmovedores vino de Beatriz Olave, madre del icónico cantante de cuarteto Rodrigo Bueno, quien en charla con Teleshow reveló: “Pobre Tota, muy, muy solitario. Nunca superó la muerte ni de Rodrigo ni de su mamá”, al aludir a las tragedias personales que marcaron el camino del presentador. Un vínculo especial lo unía a Rodrigo, quien lo conoció a los 16 años en el Monumental de Merlo, cuando la “Tota” lo anunció por primera vez en un evento local. “Mi marido le regaló unos zapatos de charol que él quería y ahí no se separaron más”, recordó con nostalgia Beatriz.
El Potro fue una figura clave en la vida de Santillán, tanto en lo personal como en lo profesional. Ese primer encuentro en Merlo selló una amistad que trascendió los escenarios y las luces de los estudios de televisión. Para Santillán, la muerte de Rodrigo en 2000, en un trágico accidente automovilístico, fue un golpe del que nunca se recuperó del todo. Se dice que sus ojos, antes llenos de chispa, comenzaron a apagarse lentamente desde aquel momento, un reflejo del vacío que el cantante dejó en su vida.
Además de Rodrigo, la partida de su madre sumó otro peso a los hombros de La Tota, quien, detrás de cámaras, a menudo se mostraba mucho más vulnerable de lo que su personaje televisivo dejaba ver. La sonrisa que tantas veces adornó la pantalla escondía un hombre golpeado por el duelo, la soledad y la nostalgia de tiempos pasados.
Con el fallecimiento de Santillán, no solo se apaga la voz que durante años anunció a los más grandes exponentes de la música tropical argentina, sino también una época dorada de la televisión que él ayudó a construir. Pasión de Sábado, el programa que condujo durante más de una década, fue su hogar, su escenario principal, donde su figura se convirtió en sinónimo de fiesta, de alegría y de un tipo de espectáculo que logró conectar con el público desde su sencillez y calidez.
Quien también se refirió a ese deceso fue Adriana Aguirre, quien se mostró visiblemente conmovida: “No puedo creer lo que pasó. Nosotros teníamos un contacto, no te digo permanente, pero cada tanto nos veíamos. Hablaba todos los días con Ricardo García y conmigo hablaba una vez por semana”. Incluso, destacó que ”hemos ido a comer juntos últimamente porque lo traía el amigo de él en su camioneta, que era el que le proveía el departamento, en Castelar, él lo traía acá a Capital e íbamos a cenar”.
“Ricardo siguió trabajando con él en el Teatro El Ángel de la peatonal Rivadavia, también en las Termas de Río Hondo. Siempre siguieron trabajando juntos, aún con su estado de bipolaridad, pero estaba medicado y todo lo demás, pero con la medicación él estaba bien. Por eso no entendemos qué es lo que pasó”, afirmó Aguirre, quien se mostró escéptica respecto de los primeros informes sobre las causas de la muerte: “Había momentos de cierta confusión, pero no para llegar a un suicidio. Yo no puedo creer que haya sido suicidio”, aunque no obvió en recordar que “él intentó suicidarse varias veces”.
El legado de Santillán no se limita únicamente a la televisión y la música. Su figura es recordada también por su participación en Bailando por un Sueño, donde, con su característico desparpajo y sentido del humor, se ganó al público una vez más. Pero fue en Pasión de Sábado donde dejó la huella más profunda, un espacio que, aunque cambió de formato y de conductores, siempre llevará su impronta.