—Desde Mar del Plata. Es la mañana de un viernes apacible, con la satisfacción de haber empezado una nueva etapa en su carrera, Gabriel El Puma Goity recibe a Teleshow en una habitación especial del Tronador. Se trata de un pequeño museo con piezas originales del Teatro Colón de Buenos Aires, ubicado en un piso superior al hall en el que ayer se batió a espadazos con Fernando Lúpiz. La puesta en escena sirvió para anunciar el lanzamiento de la temporada teatral en Mar del Plata en el que su Cyrano de Bergerac será buque insignia.
Se trata de un nuevo plot twist de un personaje, y una obra, que no paran de darle satisfacciones. Goity contó una y otra vez que su camino de actor empezó a los 16 años, cuando su abuelo lo llevó al Teatro San Martín a ver Cyrano de Bergerac protagonizado por Ernesto Bianco. “Yo quiero ser eso”, dijo el adolescente al salir de la sala y antes de empezar el largo retorno a El Palomar. “Entonces tenés que ser actor”, le dijo Modesto, con la simpleza de los sabios consejeros.
Gabriel, que todavía no era el Puma pero ya jugaba al rugby en Pacific Railway Athletic Club, dejó macerar esa propuesta en algún lugar de sus deseos. En su horizonte inmediato se dibujaba la idea de ser marino mercante. “Leía muchos libros de navegantes y encontraba algo romántico ahí. Tenía la fantasía de viajar, de estar solo y tranquilo, de contemplar el mar”, evoca, potenciado por el aura de una ciudad costera. A sus 63, la realidad es bien diferente, pero no por eso opuesta. Porque en esta travesía que lo fue atrapando, volcó aquella introspección en el oficio de interpretar a otros. Y los mares fueron multitudes que rieron a carcajadas, lloraron a borbotones o se emocionaron hasta quedarse sin lágrimas.
—¿En qué momento el navegante solitario se convirtió en un artista, alguien que de alguna manera necesita del otro?
—Yo entré al teatro no por un reconocimiento exterior, sino por un tema de necesidad mía, me gustaba interpretar personajes y nunca pensé que podía vivir de esto. Para ser actor te tienen que aprobar los demás y yo qué sabía si le iba a gustar a alguien. No quería ser famoso como una cuestión primordial, de hecho, trabajaba de otra cosa y me garantizaba tener la heladera llena y a la noche hacía teatro, que es lo que me gustaba. Gracias a Dios fui encontrando reconocimiento hasta que pude ser realmente profesional.
—¿Cómo percibiste el hecho de sentirte actor?
—Fue hermoso, porque a medida que iba actuando veía que tenía un reconocimiento de mis pares, que es muy importante, y empecé a fantasear con vivir de esto. Pensaba: “Si estos zapallos están trabajando en televisión, ¿por qué yo no puedo?”. Es inevitable. Pero también traté de esquivar el camino del resentimiento, porque es espantoso. Hasta que en un momento llegó ese hermoso problema de tener que dedicarme más profesionalmente a esto. Y después. éxitos como Poné a Francella o Los Roldán en la televisión de ese momento que me daban la posibilidad de acceder a otro tipo de contratos para alguien como yo, que trabajaba en el San Martín o en el Cervantes.
—No era un conflicto esa dicotomía instalada entre ser un actor de teatro o uno de televisión.
—Eso siempre me pareció una estupidez y un prejuicio. Hay que ocupar los puestos, si no, los ocupa otro. Es un prejuicio que tiene que ver más con las envidias y con las limitaciones de cada uno que con lo verdadero. Porque si vos sos un actor profesional, tu trabajo lo tenés que dignificar sea donde sea. Y aparte necesitás la divulgación, porque a mí no me interesa ser elitista y hacer un teatro para tres o cuatro personas, quiero llegar a la mayor cantidad de gente posible. Aparte el teatro es popular desde el vamos. No es una cosa de laboratorio: está hecho para que el público lo vea.
—Y está pasando algo muy lindo con esta obra, que de empezar casi como un mimo a tu abuelo y a aquel adolescente, hizo historia en el San Martín y ahora busca revalidar en Mar del Plata. ¿Qué significa para vos estar al frente de todo esto?
—Eso es glorioso... es glorioso. No encuentro otro término. Yo abogo por la jerarquía popular, que tiene que ver con esto que veníamos hablando, porque se supone que no puede ser popular un actor de jerarquía. Es un análisis que hacen algunos que realmente no entiendo. Beethoven es popular. Les Luthiers es popular y, en la medida que sean más populares, vamos a educar mejor a la gente. Y no lo confundamos con lo vulgar, ahí sí hay una diferencia: se trata de jerarquizar lo popular, no de vulgarizarlo. Si a la gente solamente le das de comer mierda, la estás subestimando. Dale un pedazo de lomo, vas a ver que le gusta.
La apuesta de Cyrano de Bergerac en Mar del Plata va precisamente en ese camino. Una obra que se estrenará el fin de semana del 10, 11 y 12 de octubre en un hecho inédito para la ciudad y que empezó a tejerse en la cabeza de Marcelo González, dueño del Tronador y socio de Abel Pintos en la productora Plan Divino. “Marcelo es otro apasionado como yo, porque esto realmente en términos comerciales es una locura. Siempre las ofertas para hacer teatro en Mar del Plata son de dos personajes, tres, cuatro a lo sumo. O lo que antes eran las revistas, pero para hacer algo de estas características se necesita gente realmente apasionada”.
—Ayer durante la presentación hablé justamente con Marcelo y otras personas vinculadas a la obra y todos destacaron tu rol como cabeza de compañía, tu aprehensión al trabajo, tu condición de motivador permanente. ¿Ese liderazgo nació con vos o lo fuiste construyendo?
—Yo siempre traté de ser protagonista de mi vida y cumplo los roles que me tocan con responsabilidad. He trabajado de reparto miles de veces, de coprotagonista otras tantas, así que conozco el rol y creo que todo se gana. Y esto me lo gané, y me encanta llevarlo adelante. Es una responsabilidad y una militancia que va más allá de las cuestiones personales, porque tengo el privilegio, como tienen muy pocos, de tener mucho trabajo en un país que no la está pasando bien, en un mundo que no la pasa bien. Y yo trabajo para Disney y para Netflix, para el San Martín y ahora estoy acá. No quiero ponerme una cucarda, pero no es fácil hacer este Cyrano.
—¿Por qué hablás de militancia?
—Porque te cruzás con gente que te dice: “Estás con la obra, la tira, ¿no te conviene descansar?”. Y no, no quiero descansar, porque, además, uno humildemente genera trabajo. Entonces, si yo digo que “No”, el Cyrano no se hace y hay 50 personas que no cobran sueldo. Por eso me enojó cuando, en su momento, parte de mis colegas criticaron a (Guillermo) Francella, porque cuando él le dice que “Sí” a un proyecto, genera miles de puestos de trabajo, cuando podría estar con un habano en su casa como muchos quisieran. Es tan injusto que él se coma esto de parte de colegas y algo tan chiquito....
Yo me acuerdo una nota que vi a Alberto Olmedo, justamente en esta ciudad, en la que un periodista le decía: “Che, pero Alberto, estás haciendo el programa de Canal 9, hacés películas, temporada en Mar del Plata, te veo cansado”. Y Olmedo decía: “Sí, querido, la verdad es que estoy cansado...”. Y me acuerdo de que él hablaba y atrás estaba todo el elenco: el Facha Martel, Divina Gloria, Miseria Espantosa, todos sus amigos. Y el periodista insistía con que tenía que parar un poco. Y en eso Olmedo se sacó el personaje de encima, miró a la mesa donde estaban todos sus compañeros, miró al periodista, y dijo: “No, amigo, yo tengo que trabajar, porque si yo no trabajo acá hay muchas familias que no morfan”. Y yo dije: “Eso es militancia. Eso es ideología. Eso es compromiso social”. De hecho, murió Olmedo y muchos no laburaron más.
—Todo lo que mueve la industria del teatro, que va más allá de lo que pasa en el escenario.
—Y sí, porque aparte no solamente generaba el trabajo para sus elencos, sino todo lo que había alrededor. Laburo para los fotógrafos, laburo para los periodistas, laburo para los los gastronómicos, para los tacheros. Cuando Guillermo fue al Gran Rex a hacer Casados con hijos, estaban todos los boliches llenos porque iban todos los días 6000 personas a ver a Guillermo Francella y a Florencia Peña. ¿Y pensás que a Guillermo no le hubiera gustado ese verano irse merecidamente a donde quisiera? Lo que uno genera entonces va más allá de una cuestión también vocacional. Y como estábamos hablando de mi amor a Cyrano, y de mi abuelo y de Bianco también, es un lugar que hay que ocupar.
—Te apasiona hablar de esto.
—Claro que me apasiona, porque hay mucho verso, mucha mentira, mucho humo. Y la verdad, la militancia pasa por las acciones, no por lo que uno dice. Y generalmente los que se achicharran la boca hablando de militancia, no militan un carajo. ¿Vos querés saber de qué ideología es uno? Fijate como labura y fijate como trata a la gente. Ahí vas a ver de qué ideología es, o de qué extracción política viene, o la filosofía o ética de vida que tiene.
Casi en la vereda opuesta a la exuberancia física y escénica de Cyrano, Goity se luce también como el abogado Matías Zambrano en El Encargado, precisamente junto a Francella. Un tipo común, sin maquillaje más allá de algún modismo exagerado, de esos que te podés cruzar en el hall de cualquier edificio. “Poder hacer personajes tan diferentes es uno de los privilegios que tengo con mi profesión. Y conviven maravillosamente porque es lo que yo quise siempre, más allá de los resultados. Y la verdad es que mal no me va. Humildemente lo digo. A lo largo de mi carrera hice todo tipo de personajes”.
—¿Esperabas tanto éxito con Cyrano?
—Me sorprendió totalmente y me sigue sorprendiendo. Porque más allá de este impulso que tuve, esta necesidad de golpear la puerta y de alguna manera exigir hacer el Cyrano, no fui pensando en que íbamos a hacer 131 funciones en la Sala Martín Coronado del San Martín, a llenarla como hacía años no pasaba, que la iban a ver 130.000 espectadores, que duró nueve meses en lugar de los tres que imaginábamos. Y que encima después venga un productor privado y la quiera llevar a Mar del Plata. Y es una obra de teatro clásico en verso que dura tres horas y la gente no se aburre.
—Además, en un momento signado de inmediatez, donde parece que no hay tiempo para nada.
—Mirá, cuando tenía 16 años y mi abuelo me sacó del potrero de El Palomar para ir a ver Cyrano, yo nunca había leído un libro de verso alejandrino. Nos tomamos el tren, el colectivo, llegamos al teatro y la obra duraba cuatro horas y media, no tres. Pero cuando algo te apasiona, no hay tiempo. Cuando vos hacés buen teatro no existe el tiempo. Cuando a mí me preguntan cuánto dura, digo que es toda la vida, porque cuando veas Cyrano no te la olvidás más. Así de corta.
—Hablando un poco de la televisión de aire, fuiste de los pocos nominados a la ficción en los últimos Martín Fierro y fuiste protagonista de una época dorada del rating. Hoy es un escenario distinto a aquella tele que conocimos. ¿Qué opinión tenés de esto que estamos viviendo con el medio?
—Es muy triste para mí, como actor y también como espectador. De hecho, cada vez se ven menos los canales de aire. La oferta es pobrísima y ni hablar de estos realities, que para mí son terroríficos. No tengo nada contra los participantes en lo personal y entiendo; pero que tengan aceptación, y que toda la televisión argentina esté todo el día hablando de esos programas, y hacer una industria de todo eso, me parece más terrorífico todavía.
—En contraposición a exponer la vida, vos siempre la preservaste, aun cuando te volviste cada vez más popular y reconocido. ¿Hubo un trabajo especial ahí?
—Me gusta la intimidad. Siempre ofrecí mis personajes y es lo que sigo ofreciendo y veo que funciona porque no necesito mostrar a mi familia. Yo tengo valores, si tomo un café con un amigo, no puedo después contarle a todo el mundo lo que hablé con él. Una cosa es un amigo, otra cosa es un conocido, otra cosa es mi trabajo. ¿Y por qué tengo que contestar de mi vida privada? ¿Te importa realmente si estoy en pareja? ¿A la gente le importa? ¿Yo a vos te lo pregunto? Es raro naturalizar eso, porque de repente aparece alguien que por ahí no te saluda y te pregunta: “¿Sos activo o sos pasivo en lo sexual?”. ¡No se lo conté a mis amigos y te lo voy a contar a vos!
Fotos/Piero Introcaso.