Ana Rujas empieza a despedirse de Buenos Aires con el dejo de melancolía tanguera propia de la ciudad. Sus postales de Instagram reflejan últimos atardecer y reuniones propias de estudiantina, con la promesa de que no se corte. Pero es hora de volver a Madrid. A sus 35 años, la actriz española transita un camino ascendente en el que su protagónico en La Mesías funciona como un trampolín quién sabe hasta donde. Por lo pronto, la trajo a estas tierras para ser parte de En el barro, el spin-off de El Marginal, que estará ambientado en una cárcel de mujeres.
Es su primera vez en el país, sea por trabajo o por placer, y salda una asignatura que tenía pendiente desde que supo que quería ser actriz, es decir, desde su adolescencia. En ese puente cultural de ida y vuelta entre España y Argentina, todos tenemos un par de hitos que nos conectan y para ella fue Martín Hache, el filme de Adolfo Aristarain, con Cecilia Roth como una de sus protagonistas. Con ella pudo compartir elenco en La Mesías. Acaso un indicio de lo que estaba por suceder.
En sus dos meses en Argentina, Ana se puso al día. Se paseó por los teatros de calle Corrientes, donde fue a ver a Lorena Vásquez, a Justina Bustos y a Camila Peralta, algunas de sus compañeras en la serie que protagonizarán Ana Garibaldi, Valentina Zenere y Rita Cortese, otra de sus heroínas. “Estaba muy nerviosa porque su nombre impone; es el tipo de actriz que admiro y sueño trabajar. Y con el tiempo nos hicimos amigas”, le dice a Teleshow en un mediodía ya primaveral, en el que repasa sus días en Buenos Aires. Cuenta que anduvo por los bares de San Telmo y Palermo, rebosantes de música y bohemia, para cuestionar la verdad instalada de cierta similitud con los madrileños. Todo en el marco de una agenda apretada que no le permitió disfrutar como hubiera querido, y se convirtió en uno de los motivos para imaginar la vuelta. El otro son las expectativas por la serie que se está rodando en una cárcel montada en el partido de San Martín y que la convertirán en una cara (más) conocida para el público.
Esta parte de la historia se empezó a gestar una tarde en la que le sonó el teléfono. Del otro lado estaba su mánager, con una propuesta que sabía que le podía gustar. “Ana, no lo vas a poder creer, pero Pablo Culell y Sebastián Ortega han visto La Mesías y quieren tener una reunión contigo porque van a hacer un spin-off de El Marginal”. Y claro que la propuesta le resultó atractiva. “Hay cosas que te suenan desde la intuición, y esto pintaba power”, rememora Ana abriendo aun más grandes sus ojos azules. Había visto la serie ambientada en la vida carcelaria y empezó a transitar el camino tradicional. Leyó los guiones, se reunió con el equipo creativo, fue moldeando su personaje en la cabeza. “Estuvimos trabajando en construir un papel icónico, fuerte y arriesgado, porque para hacer algo light no me iba a venir”, justifica. Y cruzó el charco dispuesta a la aventura.
—¿Qué nos podés contar de tu papel?
—No puedo decir mucho, sí que una mujer muy intensa. A mí me gustan los personajes arriesgados, pero nunca había hecho uno con tanta violencia, con una fuerza arrolladora, casi salvaje. Funciona desde la intuición, es pasional, muy tóxica y no piensa mucho lo que hace, y es un perfil que me apetecía probar.
—¿La experiencia de trabajo fue muy distinta a lo que estabas acostumbrada?
—Cada sitio tiene un estilo, como cada maestro tiene su librillo, y tampoco es que haya una manera óptima de hacerlo. Sí me parece distinto que el rodaje haya sido en una cárcel, que implica algo muy frío y muy violento. A pesar de que todo el equipo era amoroso, había una atmósfera violenta y dura para recrear de manera real una cárcel de mujeres.
—Contabas que de alguna manera estás acá gracias a La Mesías. ¿Sentís que te dio una visibilidad diferente a nivel internacional?
—Sí, yo venía haciendo un trayecto con proyectos muy especiales y la verdad es que este me ha abierto al mundo. Hoy estoy aquí, tengo proyectos por otras partes y cada uno va sumando. Los Javis son muy especiales y trabajar con ellos es lo mejor que te puede pasar en la vida.
Una experiencia religiosa
La miniserie de Javier Ambrossi y Javier Calvo -Los Javis en cuestión, los directores del momento en España- se estrenó en 2023 y está disponible en HBO. Allí, Rujas encarna a la más joven de las mesías -las otras son Lola Dueñas y Carmen Machi-, una mujer provocadora e inquietante, que resume como “una madre que hace lo que puede con sus hijos”. Sale casi todas las noches y en las que vuelve a su casa, lo hace acompañada y no se empeña en ocultarlo. Sus hijos son testigos de las andanzas y los excesos una mujer que huyó de los golpes de su pareja y encontró en la prostitución una forma de sobrevivir en un clima de hostilidad. Y cuyos demonios interiores crecerán hasta no tener fin.
—¿Cómo fue la construcción de tu Montserrat?
—También fue un viaje intenso, ahora que pienso creo que las últimas cosas que rodé fueron así. La verdad que me gusta meterme en este tipo de líos, y aquí es como que tienes que mojarte hasta el final para poder comprender el dolor de cada personaje.
—¿Por qué creés que la serie trascendió tanto?
—Porque habla de la vida y del dolor humano; de las cuestiones de la infancia que son las que te marcan el futuro. De la paternidad y la maternidad mal entendidas, porque a ella no le tocaba ser madre e hizo lo que pudo, como tantos casos que existen. Creo que por eso tocó mucho el corazón de la gente.
—Montserrat es muy fácil de juzgar con el dedo acusador.
—Sí, pero yo la entendía. Una actriz tiene que empatizar con el mundo para comprenderlo, y yo entendía su dolor de madre joven, que hizo lo que pudo y hay que perdonarla.
La realidad y la ficción
Con un hablar pausado y reflexivo, un look entre lo clásico y lo sofisticado y cierta elegancia señorial en su aspecto, cuesta encontrar en Ana rastros de esa Montserrat siempre desbordada, o proyectarla en el barro de una cárcel de mujeres. Esta impresión, que habla mucho de su capacidad actoral y expresiva, es parte de un camino que, si bien tuvo sus laberintos, nunca perdió el norte. Supo que quería ser actriz a sus 16, cuando empezó teatro como hobby, en una Madrid hostil para los adolescentes, que iba a retratar un poco más adelante. Entonces, el arte fue casi un refugio, un lugar de resistencia. “Me gustaba mucho la literatura, el teatro, la escritura, y fui encontrando mi camino”, repasa, mientras piensa bien cada palabra. “Lo que cuesta es encontrar lo que una realmente quiere, y yo traté de ser muy fiel a lo que no me gustaba. Sabía lo que no, lo que sí, y me guie por una intuición muy grande”, asegura.
—En esa ruta otro mojón fue Cardo, donde confluyeron la actriz y la autora. ¿Cambia mucho el eje a la hora de interpretar lo que escribiste?
—Creo que cuando escribes también hay una historia. Yo publiqué libro (La otra bestia), y para mí todo es ficción. Mi vida no le importa a nadie, o sea, no me importa ni a mí. Lo que sí me gusta es tirar de algo pequeño, como una herramienta a partir de la cual contar algo.
—Cardo fue descripta como una pintura de la generación milennial. ¿Coincidís?
—La hicimos con Claudia Costafreda, amiga y una directora buenísima, y reflejó algo que nos pasaba a las dos. Y Los Javis, que eran nuestros productores, también pertenecen a nuestra generación. Me acuerdo que mientras ellos hacían La Mesías, nosotras estábamos escribiendo Cardo y había algo de ese ambiente que recuerdo con mucha nostalgia y amor, porque nos pasaba algo como grupo creativo de Madrid, de juntarse a generar un proyecto. Y hablábamos de una generación de los millennials, de ese vacío que ahora también existe, pero los chavales de hoy nacieron conectados a las redes y quizás el vacío lo llenan más por ahí. Nosotros teníamos una nostalgia de querer ser algo a caballo entre una cosa y otra. Y aparecen la noche, las drogas, los riesgos en una ciudad como Madrid, pero que puede ser Barcelona o Buenos Aires, o cualquier otra. Y el perderte, el no quererte, una cuestión muy grande con el tema de la belleza. Hoy miro lo que hicimos y creo que fue importante en un momento dado y fue bisagra y referente para otra gente en España.
—¿En qué sentido?
—En la manera de hacer algo muy arriesgado, y dar el pistoletazo (sic) de que nos va a ir bien, de apoyarnos, de decidirnos a hacer lo que queremos y, a partir de ahí tuvimos un reconocimiento muy importante.
—¿Y qué te gustaría que pase con En el barro?
—Una nunca sabe qué puede pasar con los proyectos. Pero la verdad que una parte de mí como actriz se queda aquí y ojalá que pueda volver a trabajar en este país.