Mensaje. “¿A qué huele Iván de Pineda?”. Estoy en el subte y me escribe una amiga, una enamorada del conductor de Escape perfecto, que junto a Telefe invitó a un grupo de periodistas a vivir la experiencia de jugar en su programa que, este lunes, estrenó nuevos premios y retos. Pienso. Pude abrazarlo y chocamos los cinco antes de que yo fracasara miserablemente en la jaula. “Tiene un olor neutro, como a jabón blanco”.
Nacido en Israel y con adaptaciones en países tan diversos como Rusia, Estados Unidos, China, Grecia y Turquía, el formato regresó el año pasado a la TV con el animador, que acaba de recibir el título imaginario en las redes sociales de “el famoso que probablemente no le cae mal a nadie”, y Josefina Ansa, más conocida como “La China”, en un salto del noticiero de la emisora al ciclo de entretenimiento.
Cuando el conductor ingresa al estudio, nos agradece por ser sus invitados, destaca la labor de sus compañeros técnicos y de producción, cuenta que es un placer trabajar con ellos, asegura que son como una familia. Además, resalta la labor periodística. Es decir, hace gala de su título ficticio y dan ganas de darle una reverencia. Es alto y delgado como un lápiz recién comprado y tiene una sonrisa kilométrica, blanca.
Las duplas están conformadas por colegas de diferentes medios, diarios, programas de TV e incluso streaming. Está Nacho Castañares, de Gran Hermano; el tiktoker La Tía Sebi; el periodista Nicolás Peralta, de Ariel en su salsa; colegas de Implacables, de Socios del espectáculo y más. En las parejas, siguiendo la dinámica normal del programa, uno responde preguntas y el otro ingresa a la jaula con la misión de agarrar la mayor cantidad de premios antes de que se cierre una puerta. Pero antes de eso, hay que pasar una prueba que consiste en cargar osos de peluche.
Nunca antes me había tocado correr como un enajenado con una decena de muñecos made in Taiwan, mientras me alienta mi tocayo celebrity, rodeado por artículos variopintos como una lancha, una freidora de aire, un auto 0km o una parrilla. Siempre hay una primera vez. Los peluches tienen que ir a parar a una balanza y solo las duplas que tengan los tres pesajes más altos se llevarán premios.
Decepción: solo consigo unos 5 kilos de puro vellón y poliéster, frente a los casi 7 que consiguieron otros. Cuando llega el momento del saqueo, apenas alcanzo a cumplir la primera parte de un plan minucioso ideado con mi compañera, una periodista jovencísima de un diario famoso. ¡Si hasta estiré las extremidades antes de salir disparado! Solo por eso debería tener algún tipo de condecoración. Cuando entro al juego agarro un cesto chico de plástico, de esos que sirven para amontonar la ropa sucia, y cuando estoy dispuesto a meter un proyector portátil, una cafetera, una aspiradora robot, una batería de sartenes, una heladera o lo que sea, la puerta comienza a cerrarse. Y se cierra.
Queda el canasto de plástico incrustado entre las puertas y sin nada de nada adentro, más que un moño de regalo. Perdemos. La puerta queda descarrilada y me toca salir de la jaula de la forma menos decorosa. Transpirado y vencido, gateo por la abertura que quedó entre las puertas de acrílico, para llegar del otro lado y reunirme con el resto. Una verdad: en peores situaciones he estado. Iván y la China, perfectos y bellos, casi como salidos de un folleto de publicidad de Disney World, anuncian a los ganadores y le dan cierre al momento. Lo importante es que aprendimos y también nos divertimos (?).
Pero no fui el único con escapatorias poco elegantes. El primero en pasar quedó desparramado en el suelo intentando colarse del otro lado aferrado a un tender. Otro más solo cazó una bordeadora eléctrica. Nacho de GH fue descalificado después de no cargar ningún oso y solo limitarse a arrojarlos cerca de la balanza. Mientras que el panelista de Ariel Rodríguez Palacios voló contra las puertas y terminó con raspaduras en la cadera y un brazo por su caída, peeero al final del día, le entregaron una cafetera y se fue victorioso. Ahora magullado y todo seguro estará tomando un café peruano aterciopeladísimo.
“¡Todavía no arreglan la puerta, tocayo!”, lanza el animador, divertido en una charla posterior, mientras la China me pregunta que por qué lo único que me llevé de su “hogar” fue un canasto de plástico. ¿Creerán que tengo algún tipo de afición por el orden? ¿Que en mis sueños más lujuriosos fantaseo con ropa doblada y perfumada apilada dentro de contenedores? En cambio, los animadores cuentan que en su programa hay todo tipo de historias, de gente que va esperanzada con los 900 millones en premios, pero que la mayor recompensa es otra.
“Viene todo tipo de gente. El espectro de situaciones es enorme. Desde aquellos que no llegan a fin de mes hasta los que quieren tener un recuerdo para compartir algo que no se van a olvidar nunca en su vida”, resalta Iván. “Nosotros tenemos el gran desafío de entretener”, agrega La China, mientras destacan la llegada que tiene el programa a todos los rincones del país y del mundo.
De vuelta a casa, espero en el subte E. Llega un mensaje. “¿Qué olor tenía Iván de Pineda?”, pienso. En ese momento pasa el tren. Doy dos pasos con la mirada clavada en el celular y todo se vuelve a repetir. La puerta se cierra y me quedo afuera. Sin escape perfecto, confundido, solo me queda el aroma del jabón blanco todavía suspendido en el aire.
Fotos: Adrián Díaz Bernini/ Prensa Telefe