“Somos un grupo de amigos desde chicos, que nos salía todo mal. Nos salía todo mal por muchos años. Y esto es un montón. Así que quiero darme el lujo de, por última vez, cantar con ustedes la estrofa de esta canción”, dijo Chano Moreno Charpentier, como siempre a corazón abierto y ahora con el último aliento de aire que le quedaba. Casi tres horas antes había asomado la nariz junto a los Tan Biónica en el primero de los siete shows que con la banda de toda su vida programó para este agosto en el Movistar Arena de Buenos Aires. Ahora, después de tantas batallas sobre el lomo, estaba cerrando una más. Y nada menos que con “La melodía de Dios”.
Atrasar las horas es imposible y Chano lo sabe aunque lo ruegue. El tiempo es inexorable y del lado de adentro de este estadio techado se ve cómo el piberío biónico ya está crecido en edad. Una multitud de treintañeros que vino a reivindicar con pogo y coro desaforado a esta banda que nunca se avergonzó de su propia naturaleza. Que se lame sus propias heridas, que suple cualquier tipo de limitación técnica aprovechando la tecnología a su favor. Todo en el show está bien sincronizado y calculado al milímetro: cada nota, cada golpe, cada disparada de fuego artificial, cada movimiento. Pero ellos se revelan humanos después de todo. En una era domada por la IA, lo de TB siempre fue pura inteligencia emocional.
De hecho, en la primera parte de show, la voz de Chano quedó tapada por el coro popular. Pero con el correr de los temas, la cosa se fue acomodando y terminó siendo mucho más nítida, casi a la altura de la propuesta hi-fi del grupo.
La idea de esta serie de conciertos, después del regreso de estadios que experimentaron en el 2023, fue hacerlo “desde cerca”. Así, ese impactante set de luces, lásers y visuales enmarcadas en la estructura triangular que habían presentado en River, Vélez y el Único de La Plata, ahora quedó ajustada a las dimensiones de este recinto para 15 mil personas. Allí estaba también la pasarela, el escenario que Chano ocupó durante casi toda la noche, haciéndose cargo de su protagonismo casi excluyente. Por allí se paseó desde el comienzo del show, marcado por “El huracán” (”Buenas noches, Buenos Aires... / Esta noche falta el aire, se avecinan tempestades”, entonó casi como declaración de principios) y “Vámonos”, vestido con un kimono floreado, oversized y largo como la capa que Mickey Mouse vistió en Fantasía. Sin la galera pero con sus trucos de siempre.
Chano desgranaba versos y se llevaba los flashes incluso en esta versión, una cruza del Jake LaMotta de Toro Salvaje y algo del Elvis de Las Vegas. Sobre el escenario, sus compañeros, precisos y puntuales como de costumbre: un Bambi Moreno Charpentier cada vez más espigado y atlético, alternando entre el bajo y los teclados, mientras Diega Lichtenstein y Seby Seoane seguían allí cruzando rulos y riffs con su estampa inalterable pese al paso del tiempo.
Con respecto a su serie de canchas de fútbol, el repertorio sufrió cierta alteración en cuanto a la elección de los temas, pero se mantuvo el espíritu de representar los cuatro discos. Esta vez, con un especial acento en el primero, Canciones del Huracán (2007), el más solicitado por los fans más intensos. De hecho, “Arruinarse” sorprendió apareciendo como tercer tema y en el que Diega aprovechó para lucirse con su rap.
Bambi tuvo su momento estelar haciéndose cargo de la mitad de “Música” y más adelante emprendiendo solo y desde la pasarela la bersuitera “Pastillitas del olvido”. Y Seby la caminó para redondear la coda de “La manera que eligió para matarme”, con un largo solo en el que se coló un verso de “Personal Jesus” (Depeche Mode) que remarcó la intención de esa letra.
En ese plan de mostrar las distintas facetas, la banda penduló entre lo acústico y lo electrónico. Así, después de un momento casi íntimo de los cuatro entre el público, en el que versionaron “Un poco perdido” y “Lunita de Tucumán”, encararon la electro-suite formada por “El duelo”, “Ella”, “Vidas perfectas” (con Bambi y Diega enfrentando sintes) y una outro con “La comunidad”, con el baterista en modo dj.
Después, la banda decidió acortar aún más la distancia con su público y fue hacia un “escenario B”, casi en la otra punta del estadio y justo debajo de las plateas frontales. Allí se vivió un momento acústico en el que Chano aprovechó para reivindicar a sus influencias. Por un lado, Jorge Luis Borges, el artista que más lo influyó, o al menos el que más referenció a lo largo de su recorrido artístico. “Una vez me preguntaron si prefería a Maradona o a Messi y yo contesté ‘Borges’. Es el argentino más brillante”, contó antes de tocar solo con su guitarra el tema “Poema de los cielos”, inspirado en el Poema de los dones, del célebre escritor, en el que retrata cómo fue perdiendo la visión.
Luego se sumó el resto del grupo e hilaron “Yo te espero”, “Tus ojos mil” y “Mis madrugaditas”, en la misma sintonía. Y antes de volver al tablado principal, el cantante tomó la palabra de nuevo. “Esta es una banda que nos gustaba mucho a los cuatro cuando íbamos al colegio. Sentimos que no se les dio el reconocimiento que merecían, así que cuando vuelvan a sus casas, escuchen este tema, por favor”, anunció y emprendieron una versión pocket de “Angelical”, de Juana La Loca, aparecida en el clásico Vida modelo (1997).
Un largo intermezzo con sonidos salidos como de una rave montada en una torre de control sirvieron de separador y de preludio al tramo final del recital. Bambi volvió al escenario con un keytar para pulsar las notas de la intro de “Hola mi vida”. “No desconfíes de la música”, canta Chano en ese tema. “Si algo te tira, te levantás”, nos dice y parece recordarse a sí mismo. Con ese ímpetu, prendió el último gran pogo con “Ciudad mágica”, volvió al tono nostálgico con “Mis noches de enero” y se guardó lo mejor para el final.
“Me costó mucho hacer este show por la emoción”, confesó el cantante. “No entendemos lo que provocamos en ustedes, pero sabemos que es nuestro único norte. Lo que más importa del arte es ser queridos por ustedes”, certificó y caminó una vez más hacia la punta de la pasarela. Justo ahí bajó una luz blanca para destacarlo como un bailarín en la oscuridad durante su interpretación de “Obsesionario en La mayor”, acaso su canción más desgarradora y más redonda. Un rato después, y con lo último de nafta en el tanque, “La melodía de Dios” provocó la última lluvia de papelitos plateados y bajo la misma se despidieron los cuatro, con actitud triunfal. La siguen mañana. Y pasado, y pasado. Porque para ellos siempre habrá una última noche mágica.
Fotos: Luciano González / RS Fotos.