Estar cara a cara con el público es lo que lo mantiene activo a Raúl Rizzo, además de las clases de actuación que dicta, esas en las que termina retroalimentándose de las ganas de aprender y el entusiasmo que le llevan sus alumnos.
Todos los domingos, el intérprete de 76 años sube al escenario del Centro Cultural de la Cooperación (Av. Corrientes 1543) para ser parte de Rojos globos rojos, del eterno Eduardo Tato Pavlovsky, en una reescritura que incluye escenas y fragmentos de otras obras fundamentales del propio autor como La muerte de Marguerite Duras, Pablo, Cámara Lenta, Paso de Dos, Cerca y Potestad, que muestran a través de El Cardenal y Las Popis la desesperación por mantenerse en el escenario, ante el posible cierre de su teatrito. Con dramático humor, cuentan sobre sus pasiones, miedos, amores, ilusiones, en un claro homenaje al teatro independiente.
Casualmente, es la misma obra que el propio Rizzo fue a ver en su presentación original. “Esta obra la vi cuando la hizo el mismo Tato Pavlovsky en un teatro que se llamaba Babilonia, en el Abasto, hace por lo menos 35 años. Cuando salí dije: ‘¡Qué obra! Cómo me encantaría hacerla’. Al final, cuando apareció esta propuesta de la mano del director Christian Forteza, casi tenía las tres cuartas partes del ‘Sí’”, contó en charla con Teleshow.
El café donde se realiza esta entrevista es, justamente, el lugar que eligieron el intérprete y el director al momento de sellar el acuerdo para esta nueva versión del clásico: “La obra me conmovía. Tiene una vigencia notable en muchos sentidos, no solo en el sentido ideológico, sino existencial, social, además de la poética que maneja. Una cantidad de factores que hacen que uno… Bueno, de inmediato le dije que ‘Sí' y, al poco tiempo, nos pusimos a trabajar”.
Es que la obra no es la original estrenada hace más de tres décadas, pero tampoco se la podría encasillar como una adaptación. Según Rizzo: “Se le sumaron otros textos de Pavlovsky, de obras como La muerte de Marguerite Duras (2000) o Potestad (1985), lo que en definitiva demuestra que los autores, tanto de novela, de teatro, como de cuento, persiguen una idea y la van puliendo con el tiempo. La verdad estamos realmente muy contentos de hacerla porque la respuesta es muy buena”.
Respecto del desafío al momento de hacerse cargo del texto, el actor explicó que “es casi un unipersonal, porque mi personaje, que es El Cardenal, lleva el 90% y un poquito más de la acción junto con mis dos compañeras, las actrices Gabriela Perera y Marta Igarza, que son las Hermanas Popis. La historia es un teatrito chiquito, independiente, que la pelea a brazo partido y que está a punto de ser clausurado por falta de permisos, falta de pago en el alquiler y la luz. Es decir, este es el elemento que dispara todas las conductas y toda la historia de este personaje. De su devenir y su tragedia, su pequeña tragedia con la vida y con el arte. Hay una equivalencia que parece escrita ayer a la tarde y tiene, no quiero exagerar, 40 años desde que se escribió”.
Para Rizzo, el hecho de cargar al hombro un unipersonal a esta altura de su vida, se siente como una novedad, como un desafío gigante, ya que en el pasado solo había realizado otros más chicos, más simples y sencillos. En esta oportunidad, en cambio, hay un punto tanto atractivo como revitalizante, y es el vínculo directo con la gente: “Mi interlocutor es el público. Además, trabajamos en una sala que es la Tuñón del Centro Cultural de la Cooperación, donde prácticamente el público está pegado a nosotros. Esto la convierte en una sala ideal para el espectáculo porque el vínculo se hace más potente, fuerte y vivo. Así que era un desafío, pero a medida que lo voy transitando cada vez lo hago más mío, me apodero cada vez más”.
“El público tiene muchas reacciones y la más elocuente es la risa, pero hay otras que uno percibe a través de la experiencia ya adquirida, como los silencios cargados de interrogantes o de sensaciones que a uno le llegan”, agrega.
Sobre su presente laboral, Rizzo reconoce sentirse un “privilegiado”, ya que en el último tiempo también fue parte de una ficción que hace pocos días terminó de filmarse. “La mayor parte la grabamos en Pinamar y, después, algunas cosas en Capital Federal, pero es una excepción. Soy un privilegiado que estuvo convocado a una serie, porque, como digo siempre, antes competíamos entre nosotros los actores, pero había trabajo. Ahora competimos con todos los actores del mundo debido a las plataformas”, reflexiona.
Pero por más pantalla chica que haya, el actor destaca que el vínculo con el teatro es único: “Lo que pasa le pertenece a ese encuentro con el público”. La magia del teatro la sintió en forma tan directa por primera vez a sus 15 años, cuando uno de sus amigos le propuso ir a ver una obra. “Yo paraba en un café no muy lejos de acá, con la barra. Y uno de los pibes que era muy teatrero me dijo: ‘¿A vos te gusta el teatro, no? Esta noche vamos a ir a ver una obra’. Y me llevó al Teatro Argentino a ver Israfel, la obra de Abelardo Castillo. Quedé fascinado con Alfredo Alcón. Además, fue un trabajo memorable y la obra tenía una intensidad y una fuerza tremenda. Y me quedé como media hora esperándolo en el hall del teatro. No me olvido más. Y no era yo solo, había unos cuantos”, cuenta.
“Cuando llegó Alcón le pedimos que repitiera un pasaje de la obra y lo hizo ahí en el hall”, rememora Rizzo sobre el instante en que entendió que la actuación era lo suyo. Pero la anécdota sigue: “Me acerqué y le dije: ‘Alfredo, ¿no me firma esto?’. Así que fue el primero y el único actor al que yo le pedí un autógrafo. ¿Viste esos episodios que te hacen definir un devenir en tu vida? Ese día, al ver esa obra, dije: ‘Esto es lo que yo quiero hacer, no otra cosa’. Y a partir de ahí puse todas las pilas”.
Atrás quedó el jugador de fútbol, una destacada figura de equipos como Ferro o Atlanta, pero que una hepatitis frenó su desempeño en las canchas: “Tenía 15 o 16 años. Me sigue gustando mucho el fútbol. Me encanta. Pero no para jugarlo, ya no”.
“Me acuerdo de que en mi barrio había un grupo de teatro que hacía obras independientes por los clubes. Yo me enteré dónde ensayaban, fui a buscarlos y les dije: ‘Miren, yo hago lo que ustedes me pidan: si tengo que pintar, pinto; si tengo que martillar clavos, los martillo; pero quiero estar en una de las obras que hacen’. Y así me incorporé. Los sorprendí tanto con el planteo que terminé haciendo ‘Historias para ser contadas’ de Osvaldo Dragún”, dice.
Fue entonces que llegó otro momento clave: “En una de esas presentaciones alguien del público me preguntó si estaba estudiando y le dije que no, porque quise entrar al conservatorio y no tenía el secundario terminado. Entonces me dijeron que fuera a ver a Alejandra Boero, una pope del teatro independiente. Estuve con ella tres años: no me olvido más. A los pocos meses, ella nos dio la posibilidad de ir a hacer una obra de teatro de verano en la plaza de Las Heras y Coronel Díaz, donde se había montado un teatro bárbaro. Hicimos Madre Coraje, de Bertolt Brecht. Así que allí estábamos Mario Pasik, Juan Leyrado y un servidor”.
Luego, llegaron las obras más grandes y, más adelante, el desembarco en la televisión gracias a una publicidad de cigarrillos donde solo aparecía cinco segundos; finalmente, el momento de la ficción en el Canal 9 comandado por Romay y también algunos proyectos en Canal 13 o en Canal 11, mucho antes de pasar a denominarse Telefe.
Sobre el presente, además de su regreso a las tablas y la ficción, Rizzo brinda clases de teatro tres veces por semana para distintos alumnos en los que se ve reflejado, con las emociones y esperanzas que él también vivió. Todo esto, luego de los graves problemas de salud que debió atravesar en el último tiempo.
Debido a un cuadro grave de Covid, el actor estuvo cuatro meses internado, para continuar tres más con internación domiciliaria: “Yo el año 2021 casi me lo pasé internado. Fueron tres meses alimentado a sonda. Perdí entre 12 y 15 kilos, parecía un tero. Me miraba las piernas y lo intentaba, pero no me podía parar. El primer mes internado alucinaba, estaba en coma inducido y a mi mujer le dijeron: ‘Está grave, le aviso porque no le vamos a pedir permiso para intubarlo’. Y fueron 14 días intubado. Me hicieron un nuevo estudio de Covid y dio negativo, pero a los dos días me agarró una infección intrahospitalaria, neumonía bilateral y otra vez al estado gravísimo. Me hicieron una traqueotomía: estaba entregado. Pinchazos todos los días. Lo más terrible fue que, dormido, tendía a sacarme la sonda, como un reflejo, así que me terminaron atando las manos”.
A principios de este año, la muerte de su hija Anahí fue el golpe más duro que le dio la vida: “Los hijos despiden a los padres, no al revés. No podés dimensionarlo. Yo opté casi como un ejercicio de llevar a mi hija a todas partes. Está conmigo, siempre acá adentro mío. Salgo al escenario y está conmigo. Ahora que estamos hablando, está conmigo. Ella está conmigo siempre. Es la única forma de transitar y de convivir. Ya se cumplieron seis meses desde que partió”.
“La decisión de hacer esta obra inmediatamente, más allá de las ganas que yo tenía cuando me la ofrecieron, estaba marcada por ese episodio también. Era una manera de ser yo en algo que quiero hacer y me permitía sobrellevar la situación todavía mejor, haciendo algo que yo quería hacer, no solo hacer teatro, sino hacer algo que a mí me gusta hacer en teatro. Porque si pienso el hecho de haber pasado eso y encima sin tener posibilidad de actuar o de nada, hubiera sido dolorosísimo. Más, mucho más doloroso”, cerró.