“Yo hice una peregrinación al lugar en el que Antoine de Saint-Exupery, el autor de El Principito, vivió en Argentina. Él era aviador, estuvo sobrevolando la Patagonia y en un momento de su paso por nuestro país, paró en el Viejo Hotel de Ostende. Y allí fui especialmente hace muchos años sin saber que iba a terminar formando parte de una versión teatral de El Principito, tan importante y en calle Corrientes”.
Walas recibe a Teleshow después de la función, en una sala ubicada en el sótano del Teatro Ópera y casi sin querer, en medio de su fascinante verborragia, suelta la anécdota que explica todo. El hombre nacido como Guillermo Cidade, pionero y leyenda del skate en Argentina, figura clave del rock alternativo como fundador y líder de Massacre, acaba de lucirse con su personaje del Rey en el viaje musical que comanda Juan Carlos Baglietto basado en el clásico literario de todos los tiempos. Una historia de sensibilidades, viajes interplanetarios, vidas conflictuadas y existencialismo al límite que bien podría ser parte del imaginario de su banda de toda la vida. Y donde encarna un papel que parece hecho a su medida.
El cantante recibió la propuesta con algo de sorpresa. Con casi 40 años al frente de Massacre, la pensó en profundidad, analizando las variables. Primero, que no coincidiera con la agenda de la banda, ya que estaba por sacar su nuevo disco de estudio. Una vez sorteada esa barrera, puso a prueba su prejuicio rockero. “Me cuestioné si mis ídolos harían esto. Y sí, seguramente lo harían. Lo han hecho Elton John y Alice Cooper. Y estoy seguro que Perry Farrell y Dave Grohl lo harían también”, dice, a modo de convencimiento.
Como ese frontman “único e irrepetible”, como se ha definido en alguna oportunidad, Walas lleva una vida transitando escenarios, marcando el camino del skate punk y abriéndose paso desde lo subterráneo hasta irrumpir en el mainstream para no bajarse más. En esa visibilidad, y en plena vigencia con su grupo, recibió el llamado para debutar en un musical. “Me convocaron por haberme visto como un personaje dentro del rock”, interpreta. El libro, la música, el vestuario y la canción formaron un cóctel irresistible.
El rocker Walas transita con naturalidad este alter ego en el universo del musical, que sin embargo supone unas cuantas diferencias con su oficio principal. Al frente de su banda, domina el escenario, soporta el peso del show -y en cierta manera del grupo-, habla e improvisa entre tema y tema. La luz cenital lo persigue y los ojos del público se posan sobre él la mayoría del tiempo. Pero esto es diferente. Tiene que condensar toda esa energía en un cuadro, y las miradas se reparten entre el Aviador de Baglietto y El Principito de Luis Rodríguez Echeverría.
“Para mí es una novedad ceñirme a la métrica, es increíble porque es parar, cantar, parar, hablar, bailar, seguir cantando”, describe sobre este rol que lo limita, algo a lo que tampoco está acostumbrado. “Estás como encorsetado a un guion, a la música incidental, pendiente de cada compás y lo estoy empezando a disfrutar. Las primeras funciones me daba nervios y me costaba, porque tenía que pensar muchas cosas. Y ahora me doy cuenta que me gusta cada vez más, me bajo del escenario contento, siempre con una sonrisa”. Y con ese semblante se presta a este mano a mano.
—¿Cómo construiste el personaje?
—Es un rey rockero, déspota, que me encanta. Es un villano como de dibujo animado o de cuento. No tengo que estar atado a ser buen actor ni representar algo real. Y me tocó una canción muy Tim Burton, con un vestuario mezcla de Game of Thrones con botas de Kiss… todo eso me encantó y me prendí en esta locura.
—¿Cuál es tu relación con el libro? ¿Fue un texto de cabecera como fue para tanta gente?
—Lo leí de chiquito. Después, de adolescente, supe que estaba entre los libros importantes y lo volví a leer, y también lo hice de grande. Siempre te aporta cosas nuevas, nuevos simbolismos, nuevas miradas. Me encanta porque es re filosófico, re profundo. No tiene edad como no tiene edad el público que nos viene a ver. Y esa es otra de las cosas que me interesó cuando me convocaron.
La novena maravilla
En simultáneo a esta aventura en clave comedia musical, la banda de su vida acaba de editar su noveno disco de estudio, llamado Nueve como un concepto que escapa a la simpleza ordinal. Son nueve canciones, aplica al lenguaje inclusivo y se organiza en tres trípticos de productores. Los multipremiados Gustavo Santaolalla (Divididos, Café Tacuba, Jorge Drexler) y Héctor Castillo (Bjork, Bowie, Cerati) y el tecladista de la banda, Fico Piskorz. “Cada uno embelleció el disco a su manera”, dice Walas, y se dispone a desmenuzar el material.
El grupo estuvo diez días en los históricos Sonic Ranch, en El Paso, Texas, donde el cantante dejó volar toda su curiosidad rockera. “Es increíble ese lugar, todas las cosas que tiene y lo que toca y lo que sabe Castillo. Es productor, es artista, es muy grosso”, dice sobre el venezolano radicado en Brooklyn, otra pata geográfica del álbum.
A Santaolalla lo convenció después de una comida en su casa. Él puso la paella, Gustavo compartió unos vinos de su cosecha y extendieron una sobremesa hasta la madrugada en base a vinilos y melomanía del rock argentino iniciático. Un plan que no podía resultar mal. “Se dio todo de manera muy espontánea. Yo siendo músico alternativo de acá y él siendo el productor que es, se tenía que dar esa dinámica, ese romance. Y grabamos parte en Romaphonic y parte en su estudio de Los Ángeles, con Aníbal Kerpel. Esa dupla increíble”, rememora sobre una cruza tan inevitable como inesperada. “Él es un pionero de lo étnico mezclado con lo moderno, una cosa andina con los Beatles, y lo psicodélico”, describe, sobre el pasado de Santaolalla en Arco Iris y Soluna durante los ‘70.
—Más allá de todo este entramado, el disco suena a Massacre, hay una identidad musical, una síntesis de lírica, sonido, efectos y voces que tiene un ADN característico. Independientemente de quien vista a las canciones, o con quiénes dialoguen, ya hay un sello propio.
—Es verdad. Te agradezco que lo digas porque es cierto. Escuchás tres segundos de una canción y es nuestro sonido. Tenemos la característica de ser una banda sónica. Decir esto parece muy de los ‘90, pero tenemos una onda de guitarras sónicas que son nuestro sello de todas las épocas.
—Se ve en los invitados también, cómo se amoldan sus respectivos estilos al sonido de Massacre.
—Imaginate, vos tenés un amigo que está grabando un disco y participan Goyo de Bándalos Chinos, Santi Motorizado, Vicentico y Santaolalla. ¡Es un golazo ese disco! Santaolalla embelleció e hizo más complejo un estribillo que ya de por sí era complejo. Goyo trajo luz y toda esa cosa diáfana que tiene. Santi Motorizado trajo calidez, y propuso cambios de tiempo, de métrica que quedaron buenísimas. Y Vicentico metió unos coros impresionantes.
—De Vicentico me gustó que cuesta identificarlo, aun con esa voz tan reconocible que tiene.
—¿Viste? Lo trajimos a nuestro barrio, a jugar a nuestra cancha. También están Gillespi con su trompeta, y Sebastián Schachtel, que marcó un antes y un después en el sonido de Las Pelotas. La pasamos bárbaro e hicimos un discazo.
El culto al rock
Siempre se habló de Massacre como banda underground, o de culto, y quedó como frase hecha dentro del mundo rock. Sin embargo, si tomamos su álbum El Mamut (2007) y su tema “La reina de Marte”, como la irrupción en las grandes ligas, ya llevan casi la misma cantidad de tiempo en ambos niveles. Walas se sorprende un poco con la referencia y reivindica la etiqueta de “banda de culto”, algo que no todos los músicos toman con agrado.
“Sí, me encanta. Yo quiero ser de culto, es lo que vengo pregonando desde siempre. Ser como Joy Division, como Velvet Underground. Antes no teníamos tanta gente que nos escuchara, que nos entendiera. A mí me encanta haberme creado entre fanzines, y también ser parte de los grandes escenarios”, proclama.
—¿Hubo algún conflicto tuyo o en la banda cuando les empezó a ir bien?
—Sí, hubo conflictos, por supuesto, hubo que tomar decisiones, pero nos llevamos bien. Ocupamos ese lugar medio Sumo dentro de lo que era el rock de la vuelta de la democracia. Sumo era un poco contracultural, iba por el costado, y por ahí también estamos nosotros.
—En El Mamut hablaron del rock como “La octava maravilla del mundo”. Cada tanto se habla de la “muerte del rock”, y en el último tiempo con más fuerza a partir de la irrupción del género urbano.
—El rock siempre muere, renace, está en auge o está en caída. Yo siempre voy a tener mis discos de rock, mi banda, pero cuando aparece algo nuevo que me parece genial, lo celebro. A mí lo que me gusta de lo urbano es que la palabra toma un rol protagónico, sea en el rap, en el trap, en el hip hop, en las peleas de freestylee. Y eso está buenísimo. Eso es ejercitar el bocho, la rima, la métrica, la entonación, y que encima sea ocurrente, en una especie de payada moderna. Me encanta que los que los pibes hagan eso, en lugar de estar con una compu, con los videojuegos o con el celu.
—¿Seguís con la misma voracidad de descubrir nuevas bandas?
—Siempre. Uno de los motivos por los que me pone contento de ir de gira a Europa es ver disquerías. Lamentablemente el dólar está tan caro que no puedo soñar con los discos que compraba antes cuando el dólar estaba a 10 pesos. Ahora hay que rogar encontrar un disco no muy caro.
—Antes hablábamos de Santaolalla como pionero de la cruza del rock y la música étnica y hace unos años se te vio cantando frente a Ramón Ayala, tu tío, poco antes de su muerte. Sin embargo, el folklore no está presente en el ADN de Massacre.
—En toda nuestra obra, lo único más cercano que tenemos al folclore es “Ana despierta”, una suite en tres partes que tiene una especie de malambo rock. Y sí, me tocó hace poco tiempo cantar nada menos que “El Mensú” delante de su autor y compositor Ramón Ayala, que a su vez es mi tío y que la escribió con mi padre, Vicente Cidade. Y fue de las cosas que más nervios me dieron. Más que cantar con Soda Stereo, más que cantar con Divididos, más que cantar con cualquier banda que te imagines. Hacerlo en el CCK, en La Ballena Azul frente a Ramón, y fue muy intenso el encuentro que tuvimos después en camarines. “Hiciste una versión extraordinaria”, me dijo el propio Ramón Ayala... fue lo más importante de mi carrera.
—Conociste, e incluso tocaste con muchos de tus héroes musicales argentinos y extranjeros. ¿Cómo sos como fan?
—Me encanta ponerme en fan. Cuando sé que toco en un festival con alguien que admiro, les llevo los discos para que me firmen, pero no los oficiales, llevo discos jodidos, raros, que ellos mismos se sorprendan de haberlo grabado. Es lo que hice con Patti Smith, con Iggy Pop, con Michael Monroe, con Johnny Marr, llevarle rarezas para recordarles de alguna manera que estuvieron en ese lugar.
*El Principito, una aventura musical. Funciones hasta el 28 de julio en el Teatro Ópera, Corrientes 858. Entradas por Ticketek
Fotos de la obra: Bautista Araya.