Juan Pablo Geretto: “Crecí con la única fantasía de escapar de una casa hostil”

Creció en un FONAVI y supo mirar. Vivió en un “clóset de cristal” esperando abrazar su identidad. Fue transformista y aprendió a decir. Siendo peluquero resultó gran escuchador. Como instructor de Biomecánica Aplicada al Movimiento se conoció mejor. Y al idear su propio restaurante español descubrió otra creatividad. Memorias y lecciones de un artista que a los 50 revela: “No tengo vocación de actor, ni siquiera esa es la pasión de mi vida”

A Solas con Juan Pablo Geretto

Que naciera en Junín ha sido otro capricho en la urgente libreta de su padre viajante de comercio. De hecho, la conocería muy luego, sin plan ni afección, cuando tal o cual trámite random le exigiera aquella partida. En definitiva, ese verano del 74 no moriría con el mismo paisaje. La Santa Fe de sus abuelos supo abrazar a esa madre con tres hijos, una ausencia intermitente y la premura de una mano familiar.

Llegar al mundo haciendo valijas fue algo así como mi característica primera”, dice Juan Pablo Geretto (50). “Tal vez, esa que definiría el resto de mi historia”. Una historia que conecta nomadismo y su brutal capacidad de mirar (y de mirarse), y que aquí plantearemos en términos de una ruta con tres grandes puertos a los que ha llegado y de los que ha vuelto a zarpar sin ser el mismo jamás.

Juan Pablo Geretto nació en Junín, el 10 de febrero de 1974

El primer stop será Galvez. “Capital Nacional del Canto Coral”, dirá subrayando el mérito con la gracia de Chiquita nombrando a Villa Cañaz. Sus recuerdos comienzan con la independencia de la familia amplia en el centro de la ciudad que significó esa esperada asignación de un hogar en el FONAVI (Fondo Nacional de la Vivienda) donde creció (“en las afueras de las afueras”) y que desató la alegría de una madre “que había pasado años deseando tener finalmente su casa”, aun cuando más allá del umbral no hubiese más que “la nada misma”. Y eso, literalmente, “fue jugar sin otro límite que el horizonte y sin otro juguete más que el barro”. Recuerda el monte de eucaliptus, “el trigal de enfrente”, las máquinas agrícolas, los girasoles y la decenas de padres confiados en una época sin peligros aparentes. “Tal vez porque los árboles, como las vecinas, contaban a todos eso que hacíamos”, dice. “El fin de la libertad a los cinco años”, tampoco se olvida. Así se refiere a “la tragedia” que significó el inicio escolar, “llegado como la más cruel de las pesadillas”.

Juan Pablo Geretto en 1977, ya radicado en la localidad de Gálvez, Santa Fe

Nunca ha sido un buen alumno, “pero sí buena persona, muy hábil para el encantamiento y con gran capacidad para gestionar cariño”, se describe. “Siempre fui de deseo, de palabra y de demasiados argumentos, lo que podía resultar algo muy inconveniente para el resto”. Pero, en las aulas de la Escuela Número 6035 - Mariano Moreno, “sabía explotar los beneficios de haber nacido rubio y simpático de camino a conseguir notas altas y algo más de amor”. Transitó esos ámbitos “poco gratos” así como en el barrio, “con la actitud de espectador”. Avizorando la posibilidad de “abrazar mis pretensiones, que aún no identificaba pero que tampoco se manifestarían en ninguna parte”. Y cierto día, en ese sitio (“de gente frustrada dictando clases y más preparada para la industria que para guiar a personas creativas”), irrumpió una compañía teatral que lo rescataría “del tedio” de educación física, de las mil excusas para no jugar fútbol, y de la repartida de diarios que hacía en el pueblo cada quince días. Tenía 8, y el casting le valió ser detective en tal o cual obra, aunque nada le importaba tanto como “estar entre la gente grande, tal vez por cierta presunción del ser artista”.

Juan Pablo Geretto, a sus 8 años, representando a un detective en la Escuela Número 6035-Mariano Moreno, como parte de una agrupación teatral que lo rescató “del tedio de las clases de gimnasia y las excusas para no jugar fútbol”

Pero los mejores escenarios, esos que resultarían insospechadamente prolíferos, estaban lejos de los teatros y a los pies de la exquisita neurosis femenina. “Porque al momento de asomarme a esas calles, todos los hombres se habían ido a trabajar y eran las mujeres quienes gobernaban las horas y los momentos en ese sitio sin tapiales, de patios abiertos y de muchas madres que sabían cuidar hijos propios y ajenos, haciendo de esa comunidad un familión”, figura. “Por esas cosas de la cercanía extrema y cotidiana que proponen los pueblos, me tocó mirarlas a ellas. Inconscientemente yo estaba escuchando todas esas voces que luego irían saliéndome mucho mejor que otras”, dice en referencia a la cuna de su inventario de personajes tan reales que jamás serían rebautizados, como La mamá de la Chucky o La Nelly, quien fuera prima de su madre. “Nunca, en tantos años, recibí enojo ni incomodidad de los vecinos, porque por más que mis recreaciones contaran tremendas crudezas, tal vez haya cierta ternura en un modo de mirar que siempre se ha valorado”.

Juan Pablo Geretto interpretando a La madre de la Chucky
Juan Pablo Geretto en la piel de La Nelly, inspirada en una de sus tías

Puertas adentro, su infancia se sucedió entre una economía por demás austera, los audios de la Marshall (“que sigo escuchando como a un recital”), la inspiración de Urdapilleta, las ausencias de Nelson Geretto, su padre, las pertinentes soledades y reclamos de mamá, y las atenciones de una hermana doce años mayor “que, en cierto modo, me adoptó como su hijo”, apunta. “En realidad nos adoptó a los dos: a mí y a mi madre, una persona con demasiados miedos y en el contexto de una ciudad no propia, que convirtió en su mejor amiga a esa adolescente con el don y la condena de saber cuidar”, relata.

Poco después de cumplir 10, Juan Pablo comenzó a incubar su ilusión superlativa. “Crecí con la fantasía de escaparme de casa. Podría decirte que tanta llanura empuja a emprender camino constantemente. Porque no tiene obstáculos ni excusas como la de una montaña que de fiaca atravesar. El horizonte mismo invita a ser alcanzado. Todo el tiempo. Pero no. La verdad es que yo ansiaba salir de ese lugar tan poco acogedor”, describe en un intento de sutileza.

Juan Pablo Geretto en un postal de su infancia en el FONAVI de Gálvez donde creció observando a las mujeres que determinarían sus icónicas creaciones

A un lado del cuadrilátero: “Mis padres no se llevaban bien”. Del otro, “Mamá nos dejaba tan en claro que esa casa era suya y no nuestra, por su obsesión de tener hasta nuestros propios cuartos a su propia manera, que toda esa energía resultaba expulsatoria”, argumenta. Y entre esos rounds de la diaria, “vivir ahí era muy hostil”. Fue entonces, tal como recuerda: “Comencé a idear mi retiro”. Un “falso retiro” que llegó a plantear sobre la mesa familiar a los 14 y que concretaría recién a sus 17, la misma edad en la que lo habían hecho sus hermanos. A fin de cuentas, “nunca me iría”, como asegura. “Porque siempre termino volviendo a Gálvez en todos mis espectáculos, el umbral fundacional para todo eso que pueda pensar. Creo tener el cordón umbilical más largo y perdurable del mundo”.

Certifica que “todo lo que hice en la vida fue para agradarle a mi madre”. De hecho, “nací para eso”, agrega respecto de este “vínculo tan complicado”. Alcira Boero exudaba humor “y era por demás inteligente, aunque no se supiese como tal, lo que disparaba varios de sus complejos. En fin, yo también lo era, pero con mayor libertad, impunidad e ignorancia para decir lo que fuese. Entonces, entre los dos, la confrontación se hacía diaria y permanente. Mucha pelea y mucho amor: algo muy complejo de llevar”, define. Así es como hila lo que admite el nódulo de los conflictos. “No sabía qué hacer con un hijo gay… Si sufriría, si no. Y eso la perturbó bastante. Sobre todo, claro, por el qué dirán de los pueblos, donde lo que más se viste son las miradas ajenas. Sin embargo, intentó aceptar lo que no entendía. De algún modo, un gran mérito para quien ‘la gran experiencia’ de su vida había sido salir del campo, casarse y habitar un pueblo mayor. Tampoco pierdo de vista que, por lo mismo, muchos amigos fueron desterrados de sus familias. Y esa no fue mi suerte”, reflexiona Geretto.

Seguramente el nervio real de esas batallas “era el choque de mis tantas mentiras”, vitales para subsistir, “y a la gran necesidad de mamá de saber todo con palabras claras y concretas”, dice Juan Pablo respecto de esos años de primeros amores camuflados de otros vínculos. “De chico tenía un mejor amigo a quien, luego, seguí hasta Rosario. Vivíamos a la vuelta y mi madre se negaba a que nos viésemos porque ‘él era gay’, lo mismo que decían de mí del otro lado de su puerta. Nada impidió jamás que pasáramos el día juntos”, recordó alguna vez sobre esta persona que finalmente transicionó ya radicada en los Estados Unidos. Algo que “me costó aceptar”, según admite. “Como también me dio vergüenza contraer matrimonio y hasta pánico de ser padre. Me ponía muy incómodo tener tan a mano la opción de casarme. Finalmente lo hice, sí y con una fiesta, pero sabiendo que me avergonzaba… Me preguntaba si sería la novia o el marido. Y cada vez que presentaba a Maxi no sabía cómo decir quién era”, cuenta en referencia a quien fue su marido durante diez años. “Tal vez, tanto malestar se desataba por esa cosa de confirmar que no estaba siendo el hijo soñado”. Sensaciones vestidas luego de teatro. Un teatro tan premiado que, a la postre, lo dejaría tranquilo.

Su sexualidad fue “a voces desde cualquier edad”, lo que ameritó cierta advertencia de una maestra y, por consiguiente, “las citas con un psicólogo que me curase”. Dice haber sobrevivido a una “adolescencia complicada como tal”, pero “lejos de sentir la discriminación y ni siquiera la necesidad de aceptación”, sentencia apartado de cualquier militancia, porque “cada uno carga con lo suyo y va viendo cómo ocupa su lugar”, como señaló alguna vez. “Ya a los 5, mamá me había sorprendido sobre sus tacos en esa especie de exploración de mi propia feminidad. No obstante de tener todo muy claro, ella jamás facilitó ese transitar. Nunca me dijo: ‘Te abro las puertas del closet para que juegues el tiempo que necesites’. Yo sentí que vivía en un closet de transparente, con todo el plumerío bien visible pero bajo llave”, describe. Fue en algún rato entre los 16 y los 17 cuando Geretto decidió enfrentarla y abrirse camino hacia la naturalidad de sus amores macheteando esos inevitables ‘¿qué hice mal?’ por parte de Alcira. “Después, claro, siguieron otras preocupaciones como la de si me drogaba, por ejemplo…'¡Bueno, ya es un montón, vieja! Dale. No busques más’”, suelta gracioso.

Juan Pablo Geretto en tiempos de su adolescencia, cuando el “escape” hacia Rosario era “una fantasía de años que concretaría a los 17″

Aunque “algo mezquina en términos de diálogo”, la vinculación con su padre ha sido “de gestos muy amorosos”. Y al recordarla asume que “ya sería tiempo de que hablase de él en los escenarios si mi madre todavía no acaparase tantos espacios”, reflexiona. Nelso Gertto falleció cuando Juan Pablo mediaba sus 20 y Alcira lo haría luego, a sus “treinta y pocos”. Después de todo y para entonces, las ausencias habían hecho cayo por los 120 kilómetros de inexistente cotidianeidad que los había separado desde 1991, cuando el actor, considerando que “los pueblos son solo para nacer y morir”, se sumergió en, por entonces, “una Rosario difícil, repleta de esos irresistibles bares y teatros abiertos hasta la madrugada, aunque con muchas sillas vacías por la crisis económica. Una Rosario muy gris, de espaldas al río, con lo que eso implica, y que te desafiaba a transitarla. Porque había que saber colarse entre su fibra muscular para quererla, para que resultase una ciudad hermosa”, define. “Así me adentré en su más cruda cultura y en cada uno de los sitios que ameritara meterme. Fue extraordinario. Hoy vuelvo a mirarme en esa tramo de la historia y me siento realmente afortunado por eso”, reflexiona.

Aún tenía 17, la misma edad en la que habían escapado sus hermanos, cuando inició “esa etapa tan valiosa de mi vida. Un camino de formación profesional y de total descubrimiento”, anticipa. “Rosario ha sido sumamente movilizante para mí, porque me dio una identidad”, asegura. Juan Pablo conoció “otra familia”, mucho más a afín a la de su casa en Galvez, “esa que marca la diferencia entre parentesco y pertenencia”, como subraya. “Fue así que me uní a una comunidad de transformistas, organizada, con un objetivo e incontables lecciones de todo, pero mucho más sobre mí mismo”, infiere. “En ese núcleo pude encontrar en todo, y hasta en el mismo espejo, una belleza que desconocía y la saludable funcionalidad de las máscaras que me protegieron, que me permitieron expresarme sin miedos. Soltando o canalizando así toda violencia o ira que pude haber tenido, a través de mis roles y no saliendo a matar gente”, explica.

Juan Pablo Geretto en sus inicios como transformista en el mítico Inizio, de Rosario, junto a Marcelo Ponzio, drag, “mentor” y uno de los “maestros” que cita en ese tránsito de aprendizaje personal y profesional

“Ellos me empujaron a hablar en público y sin libretos, haciéndome entender que yo tenía algo que decir, que había un modo de lograrlo sobre un escenario, libertad por sobre todo y gente que aplaudiría al escucharme”, recuerda Juan Pablo. “Y si hay algo que también le agradezco a esa experiencia es la baja expectativa con la que la gente llegaba a ver a un pibe vestido de mujer que, finalmente y de alguna u otra manera, los dejaba expuestos. Así sería ese maravilloso vínculo entre los dos que aún hoy mantenemos,” analiza. Con “la curiosidad suficiente, la inocencia suficiente y la juventud suficiente”, Geretto debutaría, sobre la escena del mítico Inizio, en el arte del transformismo abriendo la puerta a una “era gloriosa” de “brutal entrenamiento escénico para alguien sin educación formal en el metier”. Porque como señala, “a esos sitios iba siempre el mismo público, lo que me obligaba a variar constantemente mi espectáculo”.

Walter la correntina (aquel transformista director y “ser tan especial” que lo albergó recién llegado), Marcelo Ponzio (reconocida drag y su “mentor”) y María de los Ángeles Chiqui González (76), quien luego fuera Ministra de Innovación y Cultura de la Provincia de Santa Fe tras la innovación política del primer bastión socialista de la provincia, encabezaban la lista de esos “maestros eternos” a los que hoy dice evocar tantas veces “pensando en qué dirían y cómo resolverían tal o cual dilema a los que suelo enfrentarme”. Chiqui, funcionara durante las dos intendencias de Hermes Binner, y “parte importante de la revolución cultural”, sería convocada por Geretto para colaborar en futuras y varias puestas de sus presentaciones. “Ella me enseñó a considerar un ángulo más tierno, piadoso y descarnado, de mis personajes,” según explica.

Claro que Alcira llegó a aplaudir a su hijo sobre los escenarios de aquellos antros citadinos. “Y me ha visto bastante exitoso si puede decirse,” apunta. “Porque en aquellas épocas éramos muy reconocidos por los críticos locales que nos publicaban en los diarios con entrevistas que le devolvían a ella solo cosas positivas y, supongo, hasta enriquecedoras para su propia imaginación. Es por eso que, repito, todo lo que hice en mi vida fue para intentar agradarle a mi madre,” confiesa. Así mismo, las docentes que, alguna vez, hicieron sentir a ese niño tan fuera de senda, también ocuparon sus butacas. Pudo haber sido el caso de la señorita Marta, quien, tras incansables esfuerzos por apartar a Juan Pablo del rincón de las muñecas, seguramente por el terror a lo distinto o desconocido (“un chiquito que se negaba a una pelota”), “un día me prometió que nunca más intentaría torcer la vida de nadie,” cita Geretto descubriendo en ella el germen o inspiración de su Maestra Normal.

Juan Pablo Geretto en la piel de la Maestra Normal, uno de los personajes más importantes de su trayectoria e inspirado en la maestra que alguna vez se disculpó con él por intentar “torcer” su vida

La muerte de su madre fue “liberadora para todos, tras el camino de un cáncer degradante que tomó años”, cuenta. Habían comenzado ya sus idas y vueltas de Rosario a Buenos Aires, por lo que Juan Pablo recuerda haberse acostumbrado a vivir atento al teléfono, en actitud radar mientras hacía todo lo demás. Y finalmente, cuando ella murió, lo apagué. “Fue como un signo. Algún modo de decir ‘ya está, de aquí en más, nada será tan importante’”, revela. Al fin y al cabo, el “inmenso amor” supo acercarlos. “Los dos aprendimos a acomodar ciertas cuestiones, a dejar de lado la idealización y a decirnos: ‘Esto fuiste vos para mí. Esto también y esto también… Cosas geniales y cosas que no’. Es, tal vez, el trabajo que todos deberíamos hacer de por vida para volvernos más propios”, reflexiona. Dicho sea de paso, esa partida también barajó la relación de los hermanos (Sandra y Horacio Geretto, hoy jubilados). “Hasta ahí, habíamos estado relacionados a través de nuestros padres. Y al vernos solos, fuimos reencontrándonos de a poco, preguntándonos: ‘¿Y ahora? ¿Qué haremos de nosotros mismos?’ Bueno, aún estamos en eso”, revela. “Gracias a ellos, y especialmente a mi hermana que fue tan cercana físicamente a mamá, es que yo pude tener una carrera”.

En libre disertación dice no saber, en realidad, cuándo acabó su época de transformismo. “Si a la Maestra Normal la compuse hasta hace nada…”, suelta en el análisis. “Y a todas mis mujeres las he interpretado desde ese único origen. Después, no sé… Habré necesitado instalar o instalarme la idea de que era un actor, quizás para sentirlo ‘más trabajo’. ¿Qué sé yo? Después de todo nunca terminó de entenderse muy bien qué es ser transformista. Tampoco yo lo entiendo”, remata. En fin. Aquellos camarines se atestaban de esa “gente loca, que competía con sus propios amigos y, al mismo tiempo, potenciándolos para el triunfo, solo por el hecho de divertirse y gastando, para eso, mucho más dinero del que se tenía”, describe. En algún punto, Geretto debió entender que “el amor al arte no pagaba las deudas”. Fue camarero. Intentó con un emprendimiento de preparación y venta de lemon pie. Y en la primera oportunidad se subió a otro desafío: interpretar la cabeza femenina pero esta vez, desde afuera.

Juan Pablo Geretto como Ana María, la estilista obsesionada con un amante, que carga en brazos a su perro Apolo, al cual abrazó hasta discapacitarlo para hacerlo eternamente dependiente de sí

Juan Pablo también fue peluquero. “Un pésimo peluquero”, subraya. La necesidad lo dejó en el centro de Candela, el salón de “un amigo de la vida” con quien, por entonces, compartía departamento. “Estaban desbordados de clientes y entré a modo de alivianar el trabajo de los estilistas de verdad, esos que realmente sabían lo que hacían. De repente fue: ‘¿Cortás?’. ‘Sí, claro...’. ‘Bueno, dale’. Y así me hice de un oficio y de mi propia clientela”, recuerda. Del paso por ahí concluye con seguridad que “la gente no va solo a peinarse o a cortarse el pelo, sino que también, y quizás principalmente, a hablar y a ser escuchada.” Absolutamente “nada” quedó de aquel empleo, “el día que me fui, olvidé”, afirma. Todavía sigue viendo “la mirada de desesperación del dueño del local, que además era el mejor en el rubro, cada vez que me veía agarrar una tijera”, señala.

“He dejado mujeres con un corto ni siquiera imaginado y he quemado más cabezas de las que se pueda imaginar... Pero de algún modo se me permitía, al menos nadie jamás se quejó por eso. Y creo que fue porque, básicamente, había escucha y compasión ante los relatos de mis clientas. Siempre fui muy empático, algo que, sin dudas, pesaba más que mis habilidades.” Un tránsito que ha parido a Ana María, “un personaje que adoro”, comparte. Se trata de la estilista con rasgos depresivos, y obsesionada con un amante, que carga en brazos a su perro Apolo, al cual abrazó hasta discapacitarlo para hacerlo eternamente dependiente de sí.

Juan Pablo Geretto interpretando a la Maestra Normal junto a Marcelo Tinelli en VideoMatch (Telefe, 2002), donde participó en el concurso de humoristas que le valió ser parte de la obra Manicomic

Y entonces Buenos Aires, “una de las ciudades más lindas del planeta”. Tenía 28 cuando una pelea con su novio la determinó como la próxima escala. “Ah… ‘¿No querés que vaya?’, le dije. Y así tomé impulso para postularme a un casting de VideoMatch (Telefe) que buscaba humoristas poco populares y con rutinas armadas”. Sería la revancha de un destino encaprichado tras haberse negado, años atrás, a la propuesta del ciclo para sumarlo a su sección de cámaras ocultas. Ganó la primera ronda sin saber que se trataba de un concurso y ya listo para volver a Rosario, los productores le advirtieron ‘Ey… ¿A dónde crees que vas?’, pateando sus planes para siempre. Un año después participó del elenco teatral de Manicomic en el Lola Membrives y de cara a una temporada marplatense. “Ni siquiera me dio tiempo a desarmar mi vida en Santa Fe. Quien acababa de convertirse en mi exnovio me envió, vía encomienda, todo eso mío que encontraba por ahí”, recuerda. Se ríe al repasar cómo todo en su historia fue pintando, sin reparar en el “enojo” que sintió por esa “incapacidad de proyectar”, que hoy acepta como “un don”.

Juan Pablo Geretto como Raymond Babbitt, el hombre con Síndrome del sabio (roleado por Dustin Huffman en cine), en la versión teatral de Rain Man (2005) junto a Fabián Vena
Juan Pablo Geretto como Raymond Babbitt, el hombre con Síndrome del sabio (roleado por Dustin Huffman en cine), en la versión teatral de Rain Man (2005) junto a Fabián Vena
Juan Pablo Geretto y Juana Viale en el rodaje de Edha para Netflix
Juan Pablo Geretto, Florencia De la V y Flavio Mendoza compartiendo escenario en Tres empanadas (2021)

La capital porteña significó “trabajo y más trabajo, con una nueva conciencia y concepción. Sentí, tal vez erróneamente, que en Rosario ya había cumplido un ciclo. Pero la despedida de Como una perra bajo el Monumento a la Bandera, con convocatoria de la Municipalidad y frente a 18 mil personas, fue un impacto: ‘¿A qué más puedo aspirar?, pensé’”. Pronto sería el elegido de anfitriones televisivos como Jorge Guinzburg (para Mañanas informales, eltrece) y Nicolás Repetto (para Circo Criollo, Canal 9) y por directores que verían más allá de sus personajes, sumándolo a recordadas ficciones: El puntero (eltrece, 2011), Historia Clínica (Telefe, 2013), Los vecinos en guerra (Telefe, 2013), Supermax (TV Pública, 2017) y Edha (Netflix, 2018). Y si bien nadie olvidará a su Raymond Babbitt, el hombre con Síndrome del sabio (roleado por Dustin Huffman en cine), que Geretto interpretó en la versión teatral de Rain Man (2005), sus propias (y artesanales) Yo amo a mi maestra normal, Estrella, Solo como una perra (11 años en cartel de La traición de Rita Hayworth, café concert que fundó con sus amigos) y Como quien oye llover “un compendio de carencias tamizadas con humor, que tantas veces resguardó mi vulnerabilidad en lo que se ofreció como familia espacio para hacerlos soportables”, que reversionó a sus 41 para sus reposiciones porteñas se han consagrado ya como de culto. Especialmente las dos últimas estrenadas en escenarios santafesinos y aclamadas luego, en Buenos Aires, 20 años y un renombre después.

Juan Pablo Geretto protagonizando Como quien oye llover, obra que escribió a sus 20 años y se convirtió en una pieza teatral de culto, reversionada luego a sus 41
Juan Pablo Geretto protagonizando Como quien oye llover, obra que escribió a sus 20 años y se convirtió en una pieza teatral de culto, reversionada luego a sus 41

Aún así, y a sus “más sabios y menos inconscientes” 50, Juan Pablo sorprende asegurando que el teatro, desde aquella agrupación escolar que lo reclutó a los 8 años, “ha resultado un ámbito de pertenencia que bien podría haber encontrado en otra actividad”. Y... Casualmente fue ahí”. Es por tal que infiere: “No creo tener una vocación en este camino. Pero es algo que sé hacer de oficio, sin ningún tipo de educación formal. Y a lo que dediqué mucho de mi tiempo con la compañía de la buena suerte. Porque me ha ido muy bien y eso te deja atrapado en un sitio deseado por muchos que trabajan duro para llegar a ocuparlo. Y, mirando a los costados, ese no fue mi camino. Por eso cuando me preguntan: ‘¿Qué te queda por hacer?’ No lo sé…” Porque no tengo pretensiones de ningún tipo, ni siquiera un rol que quisiera interpretar. Esta carrera solo fue sucediéndose a raíz de los aplausos y en este país es difícil largar algo cuando eso pasa. Especialmente cuando la mayoría de las veces es uno mismo su propio productor”, relata.

Juan Pablo Geretto, Fernanda Metilli y Nancy Dupláa en plena escena de Exit, del catalán Agustí Franch con dirección de Corina Fiorillo y producción de Tomás Rottemberg y ALT Teatro en el Multiteatro COMAFI
Juan Pablo Geretto junto a Nancy Dupláa y Fernanda Metilli en el saludo final de Exit, la obra que trajo al actor de su radicación en Valencia (España) y que hoy se ovaciona de pie en el Multiteatro COMAFI

En definitiva, “actuar no es una pasión para mí. No, no… No lo es”, reafirma con cierto pudor por si ha decepcionado. “Y creo que podría dejar de hacerlo mañana mismo sin siquiera darme cuenta. Es más, los últimos dos años estuve ausente de todo esto y fui tan feliz que hasta creí que no volvería. ¡Fijate el nivel de mis certezas!”, dispara feliz de seguir teniendo “más preguntas que respuestas sobre mí mismo, lo que me da una muy linda tranquilidad”. Los efectos de la pandemia y algún otro motivo que bien validó la elección de la partida (compartido luego en párrafos siguientes), acomodaron a Juan Pablo en España. Y cuando menos lo pensaba, una propuesta teatral volvió a sacudir su rutina. Nos referimos a Exit, la obra del catalán Agustí Franch, con dirección de Corina Fiorillo y producción de Tomás Rottemberg + ALT Teatro en el Multiteatro COMAFI. Así regresó a su departamento porteño (a metros del obelisco) entusiasmado de compartir tablas con Nancy Dupláa y Fernanda Metilli, compañeras que cumplían con el requisito impuesto: “Trabajar con gente afín que lo haga todo más fácil. Porque a ser buen actor se aprende. A ser buena persona, no”. La química entre los tres es gran parte del secreto de esta efectiva pieza que nos hace testigos del primer día laboral de una directora de Recursos Humanos que debe enfrentar un desafío del que depende su futuro profesional en dinámica con dos empleados (Manuel, jefe de contaduría, y su subordinada Maite), que podrían complicar el panorama.

Juan Pablo Geretto ejerciendo, entre sus clientes, el instructorado de Biomecánica Aplicada al Movimiento (BAM) que logró tras años de formación en esta corriente que descubrió tras un grave accidente

Lo que sí resulta “una gran pasión”, la única indefectible en la vida de Juan, es la Biomecánica Aplicada al Movimiento (BAM). Un idilio entre los dos que se encendió con un pesar. “Todavía vivía en tránsito habitual entre ciudades cuando me caí de una altura considerable y no solo me quebré ambos brazos sino que, además, se produjo el aplastamiento de una de mis vértebras. En ese momento la preocupación no estuvo puesta en la recuperación, porque yo era muy joven, sino en las posibles consecuencias”, recuerda. Debió olvidarse por un tiempo de sus participaciones junto a Marcelo Tinelli (64) pero jamás se arrepintió de haberse topado con “esta forma de trabajo” que proponía “modos menos violentos para mi sensibilidad”. Fue así que Geretto conoció a la Dra. Teresa Zalazar (creadora de este trabajo corporal pedagógico originado a partir del estudio del movimiento del cuerpo humano y su flexibilidad), “quien me dio el tiempo para que mi cuerpo se recuperase conforme a sus propios ritmos, sin exigencias y con todas las explicaciones de cómo se sucedían los procesos. Me hizo feliz entender que no debía poner mi fe en nadie ni en nada, que solo se trataba de anatomía, algo tan inherente y tan ignorado por todos”.

Juan Pablo Geretto como Estrella, la vendedora pueblerina de cosmética por catálogo inspirada en la tía de un amigo, en la que puso “mucho de vivenciado a través de la Biomecánica Aplicada al Movimiento”, señala

A medida que se adentraba en la investigación personal, más necesidad de formación sentía. Hoy, y desde hace algunos años, Juan Pablo es Instructor de BAM (titulo que se otorga solo en la Argentina, donde se estudia y se practica esta corriente) y cuenta con una cartera interesante de “clientes”, como prefiere llamarlos “por respeto a los médicos, que sí tienen pacientes”, enfatiza. “Me fascina tanto ejercer como estudiar, algo que jamás terminará, porque la anatomía es inagotable… ¡Querés saberlo todo! Y el objetivo final de todo esto es lograr independizarse del terapeuta y, finalmente, conocerse mejor enfrentándose, por ejemplo, a los propios miedos y capacidades”, define. “Cuando me meto en esa, se abre para mí un atractivo universo, nuevo, paralelo, desconocido y de meditación, en el que pienso mejor o, al menos, de otra manera o en otra dirección”. Todo se entrelaza, es su teoría. “De hecho, en el último espectáculo que escribí, Estrella (la vendedora de cosméticos por catálogo pueblerina inspirada en la hipnótica tía de su amigo, que exorciza sus problemas a través de los programas de chimentos y cuyo cuerpo “está atravesado por la ansiedad”), colé mucho de mis vivencias en el aprendizaje sobre mi propio cuerpo y de las experiencias ajenas”.

Así es La Vendetta, pizzería que Juan Pablo Geretto pensó, ideó e inaguró en Valencia (España), donde eligió vivir desde hace dos años
Las paredes del restaurante de Juan Pablo Geretto en Valencia (España) hacen honor a “la figura de la madre y sus momentos de puertas hacia adentro, en el despliegue de su carácter en lo familiar y no en lo social”, explica

Finalmente, Valencia. Monte Olivete lo recibió en 2022, con tantos “amigos de toda la vida” allá radicados. “Y fue un gran momento para bajar de la rueda del hámster”, define respecto de los dos años de estadía en aquel barrio, a la que Exit impuso un break. “En cierto momento y a esta edad en la que se toma conciencia de que uno definitivamente no rejuvenecerá, me cuestioné: ‘¿Qué estoy haciendo con mi deseo?’”, cuenta. Y, a sabiendas de que se arrepentiría de no hacerlo, se embarcó tras la “vieja fantasía adolescente de vivir inmerso en otra cultura”. En una ciudad “más amable que esta Buenos Aires, a veces tan lógicamente hostil por lo que vivimos desde hace tantos años, y hoy, tal vez con algunos nuevos agravantes”, considera. En aquel sitio patronado por la Virgen de los Desamparados, dice haber “desconectado mi faceta actoral”, porque no existe un off para la fibra de artista. Y el proyecto al que se dedicó, “en un terreno insospechado”, así lo afirma.

El restó creado por Juan Pablo Geretto en Valencia (España) propone una mesa única y dispuesta a lo largo del salón, así como la de casa: “en la que todo se discute, se ríe, se llora. Donde se comparte la vida”, dice
Algo más de esas imágenes creadas y editadas por Juan Pablo Geretto para la ambientación de su restaurante en Valencia (España) para subrayar la figura materna “tal como se representa en nuestra psique”

Geretto pensó, diseñó, ideó (en sociedad) una pizzería valenciana bajo el nombre de La Vendetta, suerte de sucursal ibérica de la rosarina. Pero claro, con su impronta inevitable. “Quise que el sitio abrigase algo que contar… Y adiviná con quién tiene que ver”, me desafía. ¡Exacto! Con la historia de mi madre y su mirada sobre el rito familiar”, sorprende.

El lugar cuenta con una mesa única y dispuesta a lo largo del local, “donde todos se reúnen, donde todo pasa, donde se discute, donde se ríe y donde se llora. Al fin y al cabo, donde se comparte la vida”. A su vez, las paredes invitan a un recorrido “casi de museo”, explica. De todas penden impactantes fotografías que retratan “los malos modos de nuestras madres”, representados por señoras de aspectos familiares que a todos nos unen.

Se trata de mujeres que retan con las miradas, que maldicen con gestos y que sostienen su chancleta amenazante. Un despliegue del carácter materno más íntimo, más crudo a nivel familiar y no social. Esa versión materna que no conocen tus amigos, porque es la que se manifiesta de puertas adentro”, indica.

“Desde la elección de la luz a la edición de las imágenes, ha sido un proceso creativo tan disfrutable y tan ajeno a los escenarios, que volvería a explorarlo una y mil veces más”, asegura. Y a propósito, Juan Pablo desliza una última suspicacia: “¿Sabés cómo se llama el pueblo vecino a Valencia? Alcira… ¡Se llama Alcira!”, dice sellando este apartado con elocuente sonrisa.

Fotos: Gastón Tylor

Ahora se plantea un “problema” porque “cuando uno se va, el corazón se divide”, analiza en torno a los afectos que siempre quedan en la otra orilla. “Hoy estoy más cerca de construir un arca que una casa… ¿Será de itinerancias el resto de mi vida?”, se pregunta ante el interrogante de una continuidad laboral al final de la temporada que por estas horas no son más que “algunos borradores y reuniones informales desbordadas por la intención de trabajar con quienes quiero”, intenta rotular de manera alguna. No retiró a sus mujeres (“que siguen guardadas hasta que vuelvan las ganas de desempolvarlas”), aunque “bien me gustaría, en un país en el que difícilmente puedas jubilarte”, suelta con humor. “Jamás habité tanta incertidumbre”, dice con similar firmeza con la que asegura que la terminal de las escalas “será la muerte” y que por más lejos que corra nunca se irá de Gálvez. “Tal vez sea el castigo por haber huido alguna vez al grito de ‘¡Váyanse a la mierda!’ Como si el destino hubiese echado sobre mí una maldición: ‘Andá… Pero siempre hablarás del pueblo’. Mi condena de regreso a cada instante”.

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El director recibió a Teleshow en su productora. Reflexionó sobre su trabajo en la serie de Cromañón y adelantó sus próximos proyectos sobre Moria Casán y Ricardo Barreda

El cuarto capítulo de La máquina de mirar, la docuserie sobre la vida de Fernando Marín

En este episodio, el productor viaja a sus inicios para reconstruir el trayecto que lo convirtió en uno de los hombres más destacados del medio. De admirar a las estrellas mientras era valet parking en Las Vegas a trabajar con ellas, y aprender a lidiar con nombres como Diego Maradona, Carlos Monzón y Bernardo Neustadt

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El cocinero se refirió en Almorzando con Juana a su complicado pasado, la pérdida de su padre y el quiebre en su vida por el que casi abraza el sacerdocio

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