Con 40 años de vida, 30 de escenarios y miles de conciertos, Abel Pintos encuentra a cada rato un motivo para sorprenderse. Puede ser desde interpretar canciones, por más que haya perdido la cuenta de las veces que lo hizo, al descubrimiento cotidiano de la vida en familia y a la adrenalina propia de la vida de entrecasa. El núcleo duro que formó con su esposa Mora Calabrese y sus hijos Guillermina y Agustín lo interpela de diferentes maneras, pero con la misma intensidad con la que miles de personas cantan “Motivos”, “La llave”, “Once mil” o tantas piezas que el cancionero popular argentino adoptó como propias. Abel escapa de la rutina, por más que se dedique a lo mismo hace tres décadas. Y acaso en eso radique esa sensación de plenitud y serenidad que transmite en cada uno de sus casos.
Quizás por eso eligió para el lanzamiento de su nuevo proyecto una idea poco común. La cita es en BeBop Club, un emblemático espacio jazzero de Buenos Aires, en el corazón de Palermo, en un mediodía apaciblemente soleado de invierno. Afuera, la ciudad late su pulso habitual, pero adentro la magia ocurre. Un Abel distendido, pero con la elegancia de siempre, recibe a la prensa y a unos cien fans privilegiados que ven a su artista favorito a metros de distancia en una faceta inédita.
“Es como en aquellas épocas en la que nos reuníamos en la casa de alguien a escuchar un disco que recién había salido”, dice Abel, con un dejo de nostalgia y como guiño cómplice al público que colmó el lugar para ver a varios abeles en uno. Al entretenedor, con la chispa intacta. De intérprete y versionador de repertorios propios y ajenos. Y de moderador de su propio reportaje.
En ese panorama, el músico regaló una versión acústica y despojada, a piano y dos guitarras, de “De repente”, la canción de Soraya que usó de punta de lanza de su nuevo álbum que define como “conceptual”. Después de cantarle a dos ideas tan fuertes como el amor (El amor en mi vida, 2021) y la Argentina (Alta en el cielo, 2023) el nuevo disco orbitará en torno a su rol de intérprete. Una manera de conectar con sus inicios, cuando todavía no se animaba al lápiz y al papel, y una muestra de gratitud al oficio que abrazó para siempre.
Después de cantar, Abel invitó a Teleshow a subir al escenario. Ese espacio que le genera más “ansiedad” que “nervios”, casi desde el momento en el que se subió a uno. Esa familiaridad con las tablas –sean las iniciáticas de su colegio, las explosivas en la Próspero Molina de Cosquín, las de multitudes como Vélez o River – lo muestra desenvuelto, bromista, improvisador y comprensivo con el periodista, no tan acostumbrado a estas arenas. Y se dispone a hablar de su vida y la proyección al futuro de un artista que encuentra en su familia, y en la paz de su Resistencia adoptiva, el yin para ese yang que conmueve, apasiona y con el que se propone derribar fronteras.
—¿Cómo y cuándo aparece este nuevo concepto? No debe ser fácil encontrar inspiración luego de cantarle al nacimiento de un hijo y a la patria.
—El año pasado pensé que, si bien estoy muy cerca de cumplir 30 años con la música, todavía siento que tengo mucho por aprender y por descubrir. No quería entrar en un proceso de piloto automático, y me puse a pensar en los sueños y las ilusiones que todavía me quedaban sin cumplir o sin explorar. Y una de ellas es desarrollar de forma seria mi música en otros países. Hace años tuve la experiencia de viajar y de hacer promos, sobre todo de los discos Abel (2014) y 11 (2017). Pero la verdad es que nunca lo hice de forma seria, nunca fui a pasar el tiempo que me gusta pasar con la música. En Argentina todo se dio de forma muy paulatina, porque con el público que hoy nos acompaña compartimos muchas cosas.
—Te vieron crecer y crecieron con vos…
—Claro, y me gustaría que eso pase también con el público de otros países. Para iniciar un nuevo camino, me pareció que era bueno también volver a la raíz de alguna manera. Y mi raíz es como intérprete de otros autores, entonces pensé que me podía dar el lujo de encarar un sueño bastante antiguo, que es el de poder cantar canciones que me gustan mucho y que siento propias.
—”De repente” habla de conservar el asombro hasta el final. ¿Te sigue asombrando lo que pasa con tu carrera?
—Te diría que todo lo que he vivido y todo lo que vivo a diario me asombra. Gracias a Dios, esa capacidad de asombro no se diluyó con el paso del tiempo, ni se volvió alguna clase de costumbre. Por ejemplo, anoche fuimos con mi hija mayor a ver una obra de teatro y de repente entré a la sala y la gente me aplaudió. Y yo empecé a girar para decir quién vino (risas). Esas cosas me sorprenden todavía, porque ahí el plan era ir con mi hija al teatro. Cualquier detalle por más pequeño que sea me sigue asombrando.
—¿Cómo se va a dar a conocer este material del nuevo disco? ¿Podés adelantar qué otras canciones vas a versionar?
—Los álbumes conceptuales tienen la característica de que están abiertos hasta último momento, hasta que tomás la decisión de editarlo. Siempre está la posibilidad de que surja una nueva rama de ese concepto. En cambio, cuando planeás un disco de canciones nuevas, escribiste 16, elegís 12 y editás el disco. En ese sentido nos quedan resolver varias cosas, y creo que el año que viene va a estar el álbum completo. Pero primero vamos a hacer una serie de lanzamientos de singles y, de acá hasta mayo, vamos a estar viajando, especialmente a México.
–En simultáneo al nuevo disco están los conciertos con Luciano Pereyra, un encuentro que parece inevitable, pero que tardó muchísimo en concretarse. ¿Por qué ahora y no en este tiempo que recorrieron por caminos paralelos?
—Lo estamos descubriendo a medida que lo vamos caminando. Con Luciano comenzamos prácticamente juntos. En estos veintipico de años sentimos mucha admiración y respeto por el otro, incluso cariño, pero no compartimos muchas cosas ni en el escenario ni afuera del escenario por motivos que no tienen que ver con nosotros.
—¿Qué pasaba?
—Hace poco le decía a Luciano que hicimos un marketing espectacular pero sin querer. Como no nos encontrábamos, porque él estaba por su camino y yo por el mío, se decía que estábamos peleados, que éramos una competencia el uno del otro, que estábamos en compañías discográficas diferentes, que él hacía tal estilo y yo tal otro. Entonces era como una competencia, y nosotros, fieles a nuestro estilo de ser personas más bien de perfil bajo, nunca entramos en esa. Ahora viene una reunión maravillosa y nos estamos dando cuenta de que era muy esperado por los demás, pero que también nosotros lo necesitábamos. Y sucede en el momento indicado, dos tipos grandes, maduros, con mucho por descubrir todavía, por aprender y por andar. Y también con un aplomo distinto que no teníamos claramente a los 15 años.
—Sumo a La Sole también a ese grupo de adolescentes que irrumpió promediando los ‘90, en esas apariciones que pudieron haber sido una moda o un fenómeno y hoy tienen las carreras que tienen. ¿Te sorprende?
—No, lo tengo muy claro porque los tres lo conseguimos a fuerza de mucho trabajo y de mucha dedicación. Mantuvimos una constancia y una coherencia en nuestro sentimiento hacia la música que queríamos hacer, más allá de las críticas, de los momentos difíciles, de los altibajos, de las propias dudas. Porque al final uno siempre es el mayor enemigo de uno mismo y los tres nos mantuvimos muy con las botas puestas. Sole, que fue bandera de todos los que vinimos atrás, fue tan grande en su momento que ella, y nosotros que éramos niños, tuvimos que soportar que dijeran que éramos una moda y que en 15 minutos se iba a estar hablando de otra cosa. Entonces hoy, 30 años después, uno siente un privilegio muy grande de seguir en esto, pero al mismo tiempo también de saber por qué.
–¿Cómo es la vida en Resistencia (Chaco)? Lo pregunto comparado con esta vida del artista de multitudes. ¿Dónde se encuentran esos mundos?
—Estar en casa y estar en el escenario son las dos situaciones más paradisíacas para mí, entonces no es traumático el proceso de tener que irme de un lugar al otro. Mi casa es igual de placentera e igual de emocionante que el escenario. Y cuando termino la gira, con todo lo que eso significa, y regreso a casa, esa adrenalina no termina, sino que se transforma en la que vivo con nuestros hijos, con la dinámica familiar. Resistencia es un lugar muy calmo, pasamos mucho tiempo allá, vamos y venimos y el hilo conductor de esto es el apoyo de mi familia. Ese es el puente por el que puedo pasar de un lugar al otro. Ellos entienden muy bien, no solamente que este es mi trabajo, sino que además entienden muy bien que esto es mi forma de vida y que dejar de hacer esto significaría de alguna manera dejar de vivir.
—Y por lo visto no tenés ganas de probar por ahora, haciendo honor a aquel adolescente que pregonaba haber nacido para cantar.
—La verdad que no, porque lo necesito como respirar. Mi idioma es la música, y hasta la manera de hablarle a mis hijos es musical y no me imagino hacerlo de otra manera.
—Hablando de la familia, ¿Agustín ya sabe que tiene un papá famoso? Que la gente lo quiere mucho, que provoca emociones tan fuertes.
—¿Me preguntás si me dijo: “¡Tú eres Ricky Martin!” (Risas). No, nada de eso. Tal vez se lleve una decepción al darse cuenta de que no soy Ricky Martin.
—Bueno, no sé si tanto como a Ricky, pero la gente te quiere mucho…
—Sí, lo tiene claro. Andamos mucho por la calle y el cariño de la gente es constante, de todas las edades, en todos los contextos. Agustín viene mucho a las pruebas de sonido conmigo, a los conciertos no tanto porque todavía quiere jugar con mi papá. Entonces no se banca no poder jugar conmigo.
La entrevista completa a Abel Pintos
Fotos: Gustavo Gavotti.