Hasta hace un mes, el nombre de Monique Modlmayer era un recuerdo perdido en las fotos de la farándula porteña de los primeros 90. Pero un capítulo de la serie de Guillermo Coppola la puso en el centro de la escena, con la fuerza irrefrenable que tiene el misterio. ¿Quién es esa modelo alemana que volvió loco al representante? ¿Existió realmente esa mujer que lo obligó a llevar al máximo las estrategias de seducción, al punto de contratar una grúa o sobrevolar en helicóptero un cumpleaños familiar y regarlo con pétalos de rosas?
Con las licencias propias del caso, el personaje de Monique es muy real y su vida tiene muchas más aristas que ser la novia de. Desde su casa de Alemania, recibe el llamado de Teleshow dispuesta al siempre apasionante desafío de abrir las puertas de su pasado. En su relato, en un particular español neutro con modismos netamente porteños, circulan nombres como los de Mirtha Legrand y Susana Giménez; Diego Maradona y Claudio Caniggia; Daniel Scioli y Karina Rabolini; Carlitos Jr. y Zulemita Menem y adquieren vida como personajes claves de esta historia. La de una chica nómade que, sin darse cuenta, forjó un camino apasionante por los márgenes de la fama hasta captar los flashes que pronto la encandilaron.
Monique supo de la existencia de la serie, y que ella iba a ser parte, gracias a un llamado de una colega de sus años de modelo. Nora Portela le contó que la iba a interpretar su hija, Chloé Bello, y las puso en contacto, pero esa idea no prosperó. Monique no supo nada más hasta que le escribió por Facebook Marcelo Teto Medina, otro contacto que le quedó de su agenda noventosa. “Resulta que ahora soy chilena y me llamo Sophie”, dice con ironía sobre el rol que finalmente interpretó la chilena Mayte Rodríguez. Y agrega que Guillermo no le pidió autorización para contar la historia, pero no guarda rencor sino gratitud. “Siento que reviví en Argentina y me da satisfacción saber que no pasé inadvertida en su vida”, celebra. Y pasa a contar la propia, un viaje fascinante y laberíntico por los ‘90 en Argentina.
La joven que soñaba ser cirujana y deslumbró como modelo
Monique nació en Erlangen, Alemania, ciudad de la gigante Siemens, donde su padre tenía un alto cargo. Por eso, desde niña, su vida estuvo marcada por las mudanzas, con América Latina como destino. Tenía cinco cuando se mudaron a Venezuela, donde estuvieron diez años y luego otros tres en Colombia, cuando sus padres se separaron. Su papá y su hermano se instalaron en México. Ella y su mamá, que había formado una nueva pareja, bajaron a Argentina.
Llegó a Buenos Aires el 25 de mayo de 1981 y se enamoró de la ciudad a primera vista y a primera escucha. Se afincó en la entonces Canning y Cerviño, en el piso 24 de “unas torres maravillosas”, y quedó cautivada por el tono de voz porteño, tan diferente a los que había percibido en su periplo latinoamericano. “Llegar a Argentina era un sueño hecho realidad y Buenos Aires me recibió con todas las pompas”.
Monique tenía 19 años y la vida por delante. Se anotó en la UBA para seguir la carrera de Medicina. “Yo quería ser cirujana”, dice. En paralelo, se dispuso a continuar su incipiente trabajo de modelo que había iniciado en Colombia, aunque aquí tuvo que empezar de cero. “Yo era doña nadie, contra grandes modelos como Mora Furtado, Evelyn Scheild y todas las de época”.
Un año y medio después el modelaje acaparó su carrera como un tren al que había que subirse a tiempo. Tenía 21 años cuando recibió un ultimátum de un fotógrafo conocido, que le advirtió que se estaba volviendo vieja para una profesión en la que la edad empezaba a correrse peligrosamente hacia la niñez. Desfiló en Francia, España e Italia y sintió que acortaba el camino que tanto le costaba desde Buenos Aires. En Barcelona lució un vestido de novia de Nini Ricci, juntó los recortes de la prensa y volvió a Buenos Aires: “Ella me abrió las puertas para los grandes desfiles en Buenos Aires, Gino Bogani y Elsa Serrano fueron más difíciles pero también lo logré”.
Mientras crecía su carrera de modelo se enamoró de un compañero llamado Martín, que también trabajaba como comisario de abordo. A los 24, se casó en la Catedral de San Isidro, con un vestido de Nina Ricci y cumpliendo un sueño de su época de turista. “La primera vez que fui dije: ‘Aquí me caso. No sé ni con quién ni cuando, pero aquí me caso’”.
Monique ya no era una turista en un país que empezaba a saber de ella. Lejos todavía de la primera fila de la moda, se fue codeando con nombres importantes. Protagonizó una campaña de gaseosa con Ricardo Piñeiro y en 1989, su rostro llegó a los hogares argentinos, cuando desfiló en un programa especial conducido por Mirtha Legrand.
Cuando Guillermo conoció a Monique
En el verano 89/90, Monique fue convocada por Roberto Giordano para un desfile en el Hermitage de Mar del Plata. Si bien llevaba un tiempo ya viviendo en el país, no estaba tan al tanto de la farándula local. Por ello, cuando al terminar el desfile su amiga y vecina Karina Rabolini le presentó a un hombre canoso llamado Guillermo Coppola, ella solo pudo asociarlo por el apellido con una mujer que hacía tocados de novia. “No tenía idea quién era”, evoca entre risas sobre una escena que con algunas licencias menores –Punta del Este en lugar de Mar del Plata-, la serie reproduce de manera bastante fiel.
El público tampoco sabía quién era esa tal Monique, que, a diferencia de sus colegas no tenía apellido. Cuando el hombre que creía que hacía tocados le regaló un ramo de flores, empezó a llamarle la atención. Su interés creció cuando fueron a comer con el grupo de modelos y acaparó la conversación, nombrando gente famosa y relatando anécdotas con una prosa encantadora y al borde de lo verosímil. Esa misma noche, él jugó fuerte cuando le propuso bajarse del colectivo que la devolvería a Buenos Aires con el resto de las modelos para pasar la noche juntos y regresar en su camioneta. “Mis colegas miraban por la ventilla y conocían la fama de Guillermo. Pensaron: ‘Ahí cae la próxima’. Pero era una mujer casada y me volví con ellas en el bus”.
Como bien refleja la serie, Karina Rabolini fue clave en el nexo entre “Guillote” y Monique. Habían compartido algunos desfiles y se hicieron amigas cuando descubrieron que vivían a una cuadra de distancia. Una noche la invitó a cenar, y allí estaba el hombre canoso. Pasaron tres semanas, y otra vez lo mismo. Monique empezó a notar las estrategias de seducción de Coppola en forma de anillos o regalos que ella rechazaba con cortesía.
Al seductor empedernido no le salían sus tácticas habituales y tuvo que aguzar el ingenio. Prestó atención en las charlas y supo que Monique llevaba tres meses sin teléfono en su domicilio, algo común en aquel entonces. Una noche, la modelo se sobresaltó al escuchar el timbre del teléfono. Se apresuró a contestar y se sorprendió aun más al escuchar quién estaba del otro lado. “Hola, soy Guillermo Coppola”. En su estupor entendió que el manager se había hecho pasar por alguien de Entel para arreglarle el teléfono. Bajó a la realidad cuando su marido salió del baño y recordó que estaba casada. No le quedó otra que colgar de inmediato.
“Después empezaron a llegarme ramos de flores justo cuando mi marido no estaba”, continúa Monique. “Cada flor tenía una letra y yo las tenía que ordenar para ver qué decían. Mi casa parecía una floristería y me llamaba la atención que alguien que no tenía que ver nada conmigo se ocupara tanto de mí”. Se había encendido la llama, que hizo combustión cuando su marido se fue a probar suerte a Estados Unidos y su matrimonio cada vez más endeble llegó a su fin. “Le dije: ‘Flaco, hasta acá llegamos’. Y entonces llegó el gran momento de Punta del Este”.
Hasta ese viaje que los unió, Guillermo y Monique no habían tenido ninguna cita de a dos. Fueron en una avioneta con Carlitos Junior y allá los esperaban Karina Rabolini y Daniel Scioli. En una de los momentos emblemáticos de la serie, “Guillote” sobrevuela una fiesta de cumpleaños en un helicóptero piloteado por el hijo del entonces Presidente, mientras arroja una lluvia de pétalos de rosa sobre los invitados. “No fue como él la describe, hay memorias selectivas”, asegura Monique, y se dispone a dar su versión. “La fiesta que él dice que era de mi papá, en realidad era de mis abuelos, que festejaron las bodas de oro en una casa de San Isidro”.
—¿Pero tiró o no tiró pétalos de rosas?
—Prefiero no responder a eso. Como te digo, cada uno tiene una percepción diferente de los hechos.
—Vos no viste ningún helicóptero…
—Ustedes lo conocen a Guillermo hace años, él es un gran contador de historias. Lo hace con un carisma y un charme increíble.
Historias de amores, de negocios y de Diego Maradona
Por entonces, Monique se había mudado a un departamento sobre Coronel Díaz, cerca de Plaza Las Heras. La medicina había quedado atrás y se anotó en hotelería, haciendo equilibrio entre el trabajo, el estudio y la noche. “A esa edad una no lo siente”, dice a la distancia, sin creer su propio ritmo de vida.
Empezó a interesarse cada vez más por la vida de Guillermo, al punto que se involucró de a poco en su trabajo como representante. Era la previa del Mundial del ‘90 y viajó para ver la final entre su país natal y adoptivo. “No soy alemana en nada salvo en el fútbol”, aclara. Por eso se sintió rara en la visita a la concentración de Trigoria y en esos momentos compartidos con Claudia Villafañe de Maradona, Mariana Nannis de Caniggia y Ana Laura Merlo de Goycochea, y en ese título germano con un penal que todavía se discute y que tuvo que festejar en silencio.
Como Coppola tenía exclusividad por su trabajo con Maradona, ella se encargó de algunos asuntos. Hizo gestiones para llevar al “Pájaro” y a “Goyco” a Japón, que se frustraron cuando al delantero le dio positivo el antidoping en Italia. Pero la cercanía de su novio con el “Diez” empezó a causarle problemas, hasta que una noche sintió que cruzó una barrera.
—¿Nicky, me puedo quedar en tu departamento?
—Claro, pero ¿por qué?
—En el mío está el “Diez”, y si pasa algo malo yo no quiero estar.
—¿Y por qué no le decís que se vaya?
—No puedo hacer eso.
Palabras más, palabras menos, este diálogo empezó a repetirse a diario. Hasta que Monique no pudo soportar. Tampoco le gustaba que la gente viera a Guillermo como el malo de la película, el culpable de que Diego hubiera abandonado Nápoles suspendido por doping positivo y tuviera una vida nocturna cada vez más difícil de controlar. “O lo sacás vos, o lo saco yo”, le dijo cuando no soportó más. “Le insistí hasta que logró que se fueran y al poco tiempo lo detuvieron a Diego en el departamento de Caballito. Imaginate si lo hubieran encontrado en su departamento… Por eso Diego nunca me quiso mucho, aunque yo siempre lo entendí a él”, reflexiona a la distancia. Y las cosas con Guillermo tampoco estaban bien. “Yo supe que estaba saliendo con alguien, que después se casó”, dice en referencia a Sonia Brucki.
¿Quién le regaló a Coppola el jarrón de la discordia?
Según la serie, antes de separarse, Monique le obsequia a su novio un jarrón para su cumpleaños. Sí, el mismo en el que encontraron casi medio kilo de cocaína y por el que fue a la cárcel.
Cuando estalló el escándalo del jarrón, Monique se encontraba en Uspallata haciendo prensa y marketing para la película Siete años en el Tíbet, la megaproducción de Sony protagonizada Brad Pitt. Todo marchaba de maravillas hasta que alguien la reconoció como aquella novia de Coppola. “De pronto, todos los medios me empezaron a llamar a mí. ¿Yo que tenía que ver con el jarrón? Hacía cuatro años que no salía con Guillermo, estaba de novia con Leandro Sosa” (N de R: el hijo de Marta González y Chiche Sosa). Además de traerle algún inconveniente en su relación, también le hizo perder el trabajo. “Me echaron porque no querían que la ex de un supuesto dealer de cocaína, estuviera relacionada de alguna manera con Sony o Brad Pitt”.
Cuando Coppola fue preso, a Monique le dio bronca cómo todas las figuras que adulaban a Guillermo, de repente le daban la espalda. “Me dio mucho fastidio la hipocresía de la gente”, resume. Y como un giro del destino, en la serie, la modelo aparece ligada indirectamente al proceso que derivó en la detención del representante.
—¿El jarrón se lo regalaste vos?
—Sinceramente, no me acuerdo. Era difícil regalarle cosas a Guillermo porque tenía de todo, pero siempre me arreglaba para ver con qué podía llamar la atención. Capaz que se lo regalé yo, pero ya en los últimos momentos en donde nuestra relación ya estaba un poco tambaleando y yo soy mucho de bloquear momentos… (piensa) ¿Él dice que yo se lo regalé?
—Sí. Y eso es lo que se retrata en la serie.
—Bueno, puede ser.... (duda). Lo único que te puedo asegurar al cien por cien, es que si yo le regalé el jarrón, no venía con el regalito blanco adentro. De eso estoy segura.
El encuentro de los mundos imposibles
Aunque Monique salía con el representante de una de las personas más famosas del mundo, nunca le gustó la exposición. Tardó tres meses en dejar que la fotografiaran con Coppola y, con el tiempo, logró mantener un bajo perfil, en comparación con el calibre de los nombres propios con los que se codeaba. “Los medios poco sabían de mí aparte de ser modelo. Pero de pronto era una chica de la noche que consumía drogas”, explica sobre aquellos años.
¿Pero qué pudo unir más allá del atractivo físico a estos mundos en apariencia opuestos? “Guillermo vio en mí a una persona que lo podía ayudar en ciertos ámbitos de su vida”, interpreta la alemana. “Él es encantador por naturaleza, pero es un cazador. Creo que se enloqueció conmigo porque durante mucho tiempo no le di la hora. Y eso incentivó su instinto de cazador”.
—¿Estuviste enamorada de Guillermo?
(Tose por primera vez en la entrevista) —Nunca supe la diferencia entre estar enamorada y amar. No fue amor, ni a primera, ni a segunda, ni a tercera vista. Eso quedó claro. Lo amé porque después del primer fracaso de mi matrimonio, en el que hubo mucha violencia psicológica, encontrarme con un hombre que no solo se preocupara sino que se ocupara de mí…
—En qué notabas esa preocupación?
—Un día me da un sobre con mucho dinero. “Para que tengas por si me llega a pasar algo”, me dijo. El único hombre que lo había hecho anteriormente fue mi padre. Él y Guillermo, cada uno a su medida, fueron los hombres que más me cuidaron, me protegieron. Y esto es algo que no se puede olvidar, aunque nuestra relación terminó de manera poco galante de parte de Guillermo.
—¿Por qué?
(Piensa) —No importa. Él ya estaba con otra persona, pero la ropa sucia se lava en casa y opto por quedarme con lo lindo que viví a su lado. Y cada tanto hablo por teléfono con él.
El amor después de los amores
Cuando recuerda sus días en Argentina, Monique se detiene especialmente en algunos nombres. Anamá Ferreyra, quien la provee de fotos y videos de sus tiempos en las pasarelas. Amalia “Yuyito” González, con quien pudo construir una relación más allá de los celos y a quien guarda gratitud eterna por los veranos vividos junto a Barbarita, la hija de la vedette y Coppola. Y Marta González, a quien conoció durante sus tres años en pareja con su hijo Leandro.
En 1997 se fue a México. Su padre había comprado un boutique hotel en Cuernavaca y allí partió con su título de licenciada en Hotelería y Relaciones Públicas. A fin de ese año, su padre falleció en un accidente de tránsito y el regreso a la Argentina fue cuestión de meses.
Aquí reanudó el contacto con Scioli, Rabolini y parte del grupo que había formado diez años atrás. Hasta que una tarde que pintaba soñada, al regreso del Tigre, sonó su teléfono celular. “Se mató Leandro”, le dijo Marta hecha un mar de lágrimas. “Buscámelo, por favor”, le rogó.
Monique y el yerno de la actriz volaron a México. Fueron al departamento de Leandro, al lugar del accidente, y para ella fue revivir todo el tortuoso circuito burocrático y doloroso que había pasado con su padre para repatriar el cuerpo. Regresó con una pena tan grande que no pudo soportar mucho tiempo en el país. “En abril de 2001 me fui con dos maletas y mis gatos, porque ese departamento lo habíamos estrenado con Leandro y me hacía mal vivir allí”
Viajó a Barcelona y conoció a un alemán, con el que se casó en 2003 y empezó a gestionar una pequeña cadena de hoteles. En su país natal volvió a relacionarse de cerca con el universo del fútbol durante el Mundial 2006, cuando estableció contactos con algunas selecciones latinoamericanas, especialmente la brasilera. “Toda Berlín estaba vestida de verde y amarillo”, recuerda.
De allí partió a Nueva Zelanda, donde tuvo a cargo dos hoteles boutique y un restaurante en New Plymouth y un hotel boutique en Wellington. Luego anduvo por Perú, Venezuela y Guatemala. “Ahí nos separamos, ahora no sé dónde vive”, dice con picardía. Por estos días, se encuentra en Alemania, resolviendo algunos temas legales luego planea regresar a esta parte del mundo para vivir en Venezuela, en una casa en la playa que le dejó su padre.
“Creo que mi momento en Argentina ya pasó”, dice con un dejo de nostalgia. “Ya perdí el ritmo, y prefiero que me recuerden de aquellos momentos. Y yo también mantener los recuerdos de esa época”, agrega. Por eso se excusa por no aceptar la entrevista vía zoom ni mostrar fotos de su actualidad. “Yo quisiera que le den valor a mis palabras, a lo que puedo expresar y no a si ahora tengo una arruga de más o de menos”, se justifica. También es una manera de trasladarse un rato a aquellos años inolvidables plagados de momentos mágicos que compartió con Teleshow en forma de anécdotas y fotos. Y que permitieron conocer un poco más de ese personaje de reparto en la serie de Guillermo Coppola que tiene argumentos de sobra para escribir su propio guion.
Fotos: Gentileza Monique Modlmayer