El recibimiento de Placebo, para con su público, al recinto de avenida Corrientes y Bouchard fue con un cartel en las pantallas que tenia tono de deseo y aires de amenaza. Pero en inglés, lo que ya remarcaba cierta distancia con aquellos que no dominan la lengua de Shakespeare.
Traducido al castellano, decía así: “Queridos fans, Me gustaría pedirles amablemente que NO se pasen el concierto filmando con sus teléfonos celulares. Esto hace más dificultosa la performance de Placebo. Hace que sea más difícil conectar y comunicar eficazmente las emociones de nuestras canciones. También es una falta de respeto a los demás asistentes del show que quieren ver el show y no detrás de tu teléfono móvil”, rezaba el comienzo de la misiva. Para luego continuar: “Por favor, este aquí y ahora en el presente y disfrute el momento porque nunca volverá a suceder nuevamente. Nuestro propósito es crear una comunión y trascendencia. Por favor, ayudános en nuestra misión. Con respeto y amor. Paz. Namaste”.
Por si fuera poco, y para remarcar la impronta de lo que sería un show atípico en cuanto a la interacción público-artista, se lo escuchó a Molko repetir el mensaje a través de una voz en off previa a la puntualidad del comienzo de la quinta visita del grupo británico al país, pero esta vez en castellano. Había que estar atentos cómo se desenvolvían los hechos.
Como si fuese el primer concierto del grupo, allá por abril de 2005 también en el mítico Luna Park, en donde la telefónía celular no tenía el protagonismo de hoy y, recordemos, en los años ´90 y comienzos de 2000 el reverso de las entradas prohibía enfáticamente la grabación de conciertos, algo que perdió terreno y prescribió por la tecnología imperante (o al menos la desobediencia ganó la batalla), así y todo, Placebo propuso una cruzada atípica.
El ex conocido trío -con los históricos Steves en las baquetas (Hewitt primero, Forrest después), desde 2015 tiene a Matt Lunn dándole duro a los parches- desembarcó al país en versión XL, como sexteto y más rockero que nunca: Nick Gavrilovic (teclados, guitarra, coros), la violinista y tecladista Angela Chan y el histórico multinstrumentista William “Bill” Lloyd (guitarra, bajo, teclados, piano) que desde 1996 y, a partir de 1998 a la fecha -siempre en las sombras del dúo líder- ensamblan la escudería Placebo comandada por el nacido en Bruselas Brian Molko y el sueco Stefan Olsdal, quienes también se calzan las cuerdas, teclados y piano de la banda. Es un grupo multifuncional por donde se lo mire.
“Hola, soy Brian y esta es mi banda de rock, Placebo”, bramó su ex andrógino líder, hoy con bigotes y gesto reacio ante quienes le apuntan con un celular. La noche estuvo signada por personal de seguridad -ubicado tras las vallas y también desplegado en todo el Palacio de los Deportes- con linternas led que encandilaron a todo aquel que intentaba registrar su concierto con el celular.
Molko haciéndole “fuckyou” a un fan, con su dedo índice mayor levantado, y señalándolo al medio de la multitud en las primeros metros del campo, o también avisando que “se le podía terminar la paciencia” le dio un condimento de tensión al show, en donde se estaba -por momentos- más pendiente de ver los cruces de focos lumínicos a través de la arena -y también en las plateas en donde se acercaban personas invitándote a no grabar más- que a disfrutar de su arte con los ojos bien abiertos. Un desafío insólito para la época.
Demasiadas condiciones para el nuevo arribo de esta banda británica formada en 1994 que aterrizó en el país luego de una ausencia de una década en suelo patrio. ¿El objetivo? Presentar su postpandémico Never Let Me Go (2022) y diez también fue el número de la cantidad de temas (de los 13 que forma la placa) que desgranaron de su álbum cosecha 2022, lo que dejó afuera algún corte del histórico disco Without You I´m Nothing, y solo pasó un tema de los indispensables Placebo (1996, con Bionic) o Sleeping with Ghosts, (2003) con el hitazo, The Bitter End, que terminó de pavimentar la carrera del grupo en la ruta del rock alternativo.
De aquellas palabras de Molko sobre su última obra (”surgió de la deconstrucción del proceso tradicional de composición”) revela una forma de reinvención (refundación) del ensamble londinense. Sí, porque si hay algo que Placebo detesta es repetir viejas fórmulas, por eso cada gira que realizan es para tirar sobre la parrilla su último lanzamiento a la fecha. Nostalgia cero.
En lo estrictamente técnico de la velada en el Luna Park, la banda sonó ajustada, con una voz muy bien conservada de Molko y calibrada con el nivel de sonido, aunque por momentos el cruce de guitarras dejaba en un segundo (y hasta tercer) plano la percusión y los teclados, respectivamente. Notable como Molko agradecía con un tímido “thank you”, moviendo la cabeza, los cambios de la docena de violas que le proveía su roadie.
Uno de los pasajes más emotivos de la noche ocurrió cuando el vocalista le habló a los suyos acerca de Stuart, su fallecido hermano mayor (en 2022 murió de cáncer a los 59 años de edad) que fue sostén del músico belga en reiteradas oportunidades y tuvo su homenaje con Happy Birthday in The Sky, lo que bañó de emoción a una noche que aparecía áspera en el horizonte.
Con temas así se logró el clima de “comunión y trascendencia” que pregona Placebo en vivo, desde hace pocos años, permitiendo a los fanáticos sumergirse plenamente en la experiencia de disfrutar del disco más dilatado en la historia del grupo (se comenzó a gestar en 2018, pasó la pandemia y vio la luz en 2022), lo que había dejado una sangría discográfica de nueve años desde Loud Like Love (2013).
La convergencia postpunk y gótica que supo levantar bandera años atrás, hoy quedó algo lavada en un rock alternativo liso y llano con Forever Chemicals, Beautiful James, Scene of the Crime y Hugs, por citar algunos ejemplos tocados en el Luna. La estética en escena con varias pantallas y atrapantes visuales son los estertores de oscuridad del combo británico, resabios de un grupo con 30 años de trayectoria y lejísimo de la rebeldía (encantadora) de los primigenios Teenage Angst, Bruise Pristine o 36 Degrees hasta la angustiante Pure Morning.
A la hora de los bises, apareció uno de los temas más climáticos del nuevo milenio Placebo, Taste in Men, del disco Black Market Music, el momento más oscuro de la velada que le recordó a varios porque Placebo llegó hasta donde llegó, por más que en el presente se animen a no barrenar sobre sus pergaminos de vanguardia y se animen a desafiarse más y más.
“Entre las giras”, recuerda Molko, “nos encontrábamos allí periódicamente y debatíamos cosas como, ‘Ahora solo somos tú y yo en el estudio, ¿deberíamos hacer un disco que suene diferente a lo que hemos hecho antes? ¿Y programar todas las baterías nosotros mismos?”. Así lo comunicaba la gacetilla de prensa de la producción, fiel reflejo de por qué Placebo barajó y dio de nuevo luego de la partida de Forrest y encaró lo que pasó por Argentina.
Running Up That Hill (A Deal With God), el cover de Kate Bush, cerró la velada mientras los sonidos de despedidas quedarán en las retinas como uno de los finales de concierto más inusuales, mientras Brian y Stefan batallaron en una compulsa electrónica con dos consolas y sonidos noise. El sello de una eterna banda experimental que, a su modo, busca reinventarse con el correr de los años. Y sorprender.