Quiénes somos cuando nadie nos mira. Nos ponemos nuestro mejor disfraz y salimos al mundo tal vez con algunos más bonitos, otros más grises, algunos más atroces. Lollapalooza 2024 abre un juego donde toda su experiencia, que combina música (¡obvio!) pero también moda, gastronomía y activismo, nos invita a que dejemos caer la máscara y nos perdamos por uno, dos o tres días en su propia fantasía.
Seba se puso una pollera escocesa con zapatillas deportivas mientras su amor, Nico, llevó un body de una marca libre de género que se “autoregaló” para Navidad. En la vida diaria, fuera de acá, uno es empleado administrativo y el otro, profesor de cerámica, según contaron a Infobae, medio sponsor del festival.
Llegaron desde Rosario, la tierra que hoy es noticia por su lado más salvaje, para el show en el que Sam Smith congregó una multitud en la noche del sábado. “Me puse esto, que fue lo primero que encontré, porque sino cuándo podría usarlo”, ironizó Nico, que se siente identificadísimo con el artista londinense que, a pura pluma, brillantina y haute couture sacudió Buenos Aires.
Otros como Nehuén, de 19 años, fueron al tercer día por un hechizo llamado Limp Bizkit. Creció en una familia muy rockera donde sus papás que “deben tener entre 40 y 50″, teorizó, tenían a la banda de nu metal como la cortina musical de sus primeros años. Él los redescubrió hace poco, como quien halla las joyas de la abuela que alguna vez vio colgadas sobre el cuello de la nona. Tendido sobre una lona para esperar a la banda californiana confesó un secreto: su mamá es integrante de la banda de Topa, el rockstar de los más chicos que cerró una de las fechas del Kidzapalooza, y las entradas para estar acá le costaron cero pesos.
“¡Es muy emocionante!”, responden a coro Martina, Rosario, Valentina y Luján sobre sus sensaciones. Tienen 17 años, brillitos al costado de los ojos y para ellas estar en Lollapalooza es el gran plan de sus vidas, el lugar al que querían venir desde hacía mucho. El irlandés Hozier es su obsesión de la última fecha y estuvieron ahí, gritando y coreando sus canciones. Cansadas, pero felices de un día largo, sueñan en que “el señor Lollapalooza” tenga en el lineup del año próximo a Lana del Rey. Y no son las únicas que piden ahí por la Nancy Sinatra de la generación TikTok.
Nenas y chicos de primaria con mechones de colores en la cabeza se mezclaron junto a cincuentones de gorra y zapatillas surfer. Pero “la remera negra con el nombre de la banda” dominó la moda festivalera, en un año donde los headliners fueron Blink 182, Limp Bizkit, The Offspring y Thirty Seconds to Mars, representantes del rock de los noventa y comienzos del nuevo milenio.
“Me da vergüenza”, refunfuñaba Sol, que estudia diseño de indumentaria y vive en Belgrano, ante el pedido de posar para la cámara con su top verde metalizado y el ombligo al sol. “No hay tiempo para eso”, le digo, y que quede asentado en actas. Unos minutos después, es todo poses, actitud y “pasareleo” junto a su amiga con la que vinieron a ver al colombiano Feid.
El verde se volvió todo un símbolo del artista y sus fans lo visten, rigurosos, como símbolo de esperanza, de las montañas de Medellín y, por supuesto, del dólar. Mucho antes de las diez de la noche del último día subió al escenario el Ferxxo, su otro nombre, y por unas horas el público de Buenos Aires se mimetizó con la geografía de Colombia.
¿Soledad Pastorutti cantando “A Don Ata” y revoleando el poncho junto al cantante, youtuber y streamer Robleis? ¡Claro que sí! ¿Jared Leto y Thirty Seconds to Mars junto a Paulo Londra y Patricio Sardelli de Airbag? ¡También! ¿Ca7riel & Paco Amoroso, el explosivo dúo de trap, tomando champagne y bailando con chicas en bikini dentro de un jacuzzi sobre el escenario? ¡Tal cual! Pinceladas de un festival que desconoce los prejuicios que guardan muchos géneros musicales, que difumina fronteras entre los de allá y los de acá y mixea el show con la performance, el discurso político con la cultura del meme.
Karina, de 45 años y enfermera, transpiró su remera de Sam Smith después de que Lu, su hija de 20 y profesora de danza, le contagió el fanatismo por el artista de la gran voz. Ana llegó desde Paraná con su hijo Ramiro, de 16 años, para acompañarlo a ver a Fermín, Bhavi, Trucha y Bándalos Chinos. Uma, de 15, llegó con toda su familia solo por FMK. Daiana hizo todo para que Gonzalo, su hijo de 10, pueda estar súper cerca del trapero chileno Jere Klein. Eso incluyó rifar un celular y también sobrevivir a una operación tras ser diagnosticada con cáncer. “Estamos acá cumpliéndole el sueño al pichón”, confió, sonriente.
Cuando llegó el momento de volver a casa, la fiesta quedó en el cuerpo. Como casi todo lo bello de esta vida, no es limpio ni aséptico. Las miles de personas retornan a su cotidianeidad con los brillos perdidos y los atuendos hechos sopa, oliendo como sopa, pero sabiendo que el glitter, el rock y la rebeldía corren por sus venas. Mañana volverán los disfraces, pero siempre habrá festival.
Fotos: Chule Valerga y Franco Fafasuli.