“Me voy quedando huraño / embalsamando destinos. No me arrepiento de nada / el bien y el mal son olvidos / estuches del aire que guardan la pena y el grito”.
En mayo de 2021, Gerardo Rozín interpretó en su programa y a corazón abierto “Me voy quedando”, la zamba del Cuchi Leguizamón que eligió como despedida. Claro que por entonces solo un puñado de íntimos y compañeros de trabajo sabían que al periodista le quedaba poco tiempo de vida. Junto a él estaban los Dos Más Uno, el grupo con el que había dado forma a Las canciones más lindas del mundo, ese segmento donde él contaba y ellos cantaban los temas que habían marcado su historia. El ratito en el que se daba el gusto más grande en ese ciclo de grandes gustos que fue La Peña de Morfi.
Aquel mediodía fue especial, porque con esas líneas desgarradoras, Rozín dejaba un testimonio que se terminó de entender un día como hoy hace dos años. Y que todavía sigue conmoviendo. Los hermanos Hugo y Marcelo Dellamea, en voces y guitarras, y el baterista y percusionista Ariel Sánchez fueron testigos y parte del momento. Y por un rato, Gerardo fue el cuarto Dos Más Uno en el escenario, como lo era en el grupo de WhatsApp que compartía con los músicos (Dos Más Uno +1), cumpliendo ese sueño de melómano empedernido.
“Somos cuatro chicos del interior que un día se metieron en la tele”, dijo Rozín casi al pasar, en una de las canciones que registraron juntos. Y además de igualar trayectorias, otra muestra de su generosidad, la frase sirve para reconstruir la relación entre ellos. Todo se remonta a dos guitarristas oriundos de Resistencia, Chaco, que se encuentran en Buenos Aires con un baterista nacido en Rada Tilly, Chubut. Llamaron Dos Más Uno a ese proyecto que husmeaba en el lado b del cancionero popular. Andaban por los treintis y esa curiosidad algo atemporal por autores del folklore argentino y latinoamericano, la trova cubana, la canción melódica y el bolero los iba a cruzar con un productor y conductor de televisión rosarino, siempre dispuesto a innovar y jugar.
Corría 2014 cuando el trío, que ya había editado su primer álbum homónimo, se presentaba periódicamente en un pequeño local. Rozín pasó a tomar un café y el dueño le acercó el material, sabiendo que podía interesarle. Intuía que había algo en común entre ellos, que trascendía la distancia generacional y los orígenes diversos. Tiempo después, Gerardo los invitó al programa de radio que tenía entonces, en el que había utilizado como cortina la versión de “La casa de al lado”, de Fernando Cabrera. Cuando empezó la idea de Morfi, los convocó para ser parte. “Era loco, no imaginábamos un grupo en vivo tocando clásicos medio olvidados, de otra época”, dice Hugo, elogiando el ojo entrenado del productor.
Esa locura se transformó en Las canciones más lindas del mundo, un segmento que fue ganando espacio dentro de la rutina del programa. Se juntaban en la semana a comer y a cranear cuáles iban a ser los temas a versionar en el estudio. “Nosotros veníamos con un perfil más de nicho, buscábamos las joyas ocultas en los repertorios de los artistas más conocidas. Y eso es a lo que Gera le gustó, porque era un moderador entre lo sofisticado y lo popular”, reconstruye el músico. “En las charlas aparecían canciones que le encantaban, pero que no podía sonar en tele. Y con el grupo fuimos la excusa perfecta para que se arme el cuento”.
Gerardo precedía cada bloque haciendo un breve resumen de por qué cada canción era merecedora de estar ahí. Y aquí se mezclaban las cuestiones puramente musicales y técnicas -virtuosismo, composición, arreglos, líricas-, con lo emocional. Porque las canciones más lindas del mundo son las que nos acompañan en algún momento de la vida. Y es tan flexible el concepto que puede varía según la persona, el espacio o el tiempo. “Las canciones son como un botiquín de primeros auxilios”, cuenta Hugo que le dijo Gerardo en otra sobremesa de restaurante. Y sí, hay canciones que un día sin previo aviso dejan de representarnos, otras que nos acompañan toda la vida y otras que nos esperan ahí, para que tengamos a mano en caso de emergencia.
Con este espíritu personalista se inició un segmento que luego fue incluyendo a la audiencia. Como un fogón a distancia, o un espectáculo a la carta, llegaban los pedidos y los Dos Más Uno respondían con su versatilidad para ejecutar desde folklore argentino a las músicas de América Latina; del rock y el pop local a la canción melódica. Así se convirtieron en una parte clave en el engranaje de La Peña de Morfi, un programa de otro tiempo en la televisión de hoy. Un formato ómnibus en la era de los contenidos express; una idea que une a la familia cuando se supone que lo que manda es la disgregación en soportes y contenidos.
“Nosotros crecimos con la tele de los 90, la que él conocía, porque de ahí aprendió y participó”, afirma Hugo. Pero una cosa era ser espectadores desde su infancia en el Chaco y otra era ser parte de un programa en vivo, en el que de repente se cocina, enseguida se hace una entrevista íntima y en cualquier momento tienen que salir a tocar. “La adaptación costó un tiempo. Nosotros somos músicos, y la tele tiene limitantes con los que teníamos que lidiar para que él estuviera conforme”, detalla el guitarrista. Ese límite se transformó en aprendizaje. Las improvisaciones quedaron para los conciertos propios, las introducciones extensas para los discos. Esto era otra cosa, y no tardaron en encontrarle la vuelta.
Desde aquella primera vez en 2018, el grupo conoció a muchos de los artistas más importantes de la música en español. Los consagrados, los hiteros, los ocultos, los nuevos. Se dieron el gusto de tocar con ellos y de charlar detrás de cámara. “Serrat, Diego Torres, Dyango, Bacilos”, enumera Hugo cuando se le pregunta por los primeros que se vienen a la mente, y da muestra de la amplitud musical que sigue caracterizando al programa.
Ante la consigna siempre difícil, y por lo general gambeteada, de elegir uno de esos encuentros, Hugo no tiene duda. Fito Páez. “Es uno de mis referentes”, dice, y se presta a recordar aquél día de marzo de 2019 que atesora en su corazón. Sabiendo que estaba invitado el rosarino, hicieron una versión de “Tu sonrisa inolvidable”, y el autor les hizo una linda devolución. Con eso ya estaban hechos.
El programa siguió su curso, con Fito contándole su vida a Gerardo a través de sus canciones. Ellos lo escuchaban sentados en sus puestos y con los instrumentos a mano, porque ya algo entendían de la televisión en vivo y sabían que en cualquier momento podían salir al ruedo. Y ya es tiempo que lo cuente el protagonista. “Gera no quería forzar este tipo de momentos, pero nosotros estábamos listos. De repente, Fito empieza a cantar ‘Tu sonrisa inolvidable’ y nos mira para que lo sigamos”. El gesto típico de escenario impulsó al trío a manotear los instrumentos, acomodar las partituras y subirse a un tren andando, con oficio, emoción y una sonrisa, precisamente, inolvidable.
Un año después llegó la pandemia, y en medio del dolor global se produjo la explosión definitiva del grupo. Sin espectáculos en vivo, y antes que se impusieran los streaming, eran una de las pocas opciones musicales en televisión y se volvieron una compañía invaluable en aquellos tiempos de tristeza que queremos olvidar. Pero ellos no fueron del todo conscientes hasta que los músicos que visitaban el programa los reconocían y les primereaban el saludo. Hugo recuerda los elogios de David Lebón y todavía no lo cree. “Es un tesoro que guardamos”, resume. Todo parecía parte de un guion infalible, pero la vida tenía guardada la peor de las sorpresas.
Gerardo Rozín eligió a Dos más uno para que lo acompañe en su despedida, interpretado dos de esas canciones más lindas del mundo. Hugo viaja a ese tiempo y cuenta cómo se enteraron de la enfermedad del conductor. “Nosotros manteníamos un contacto muy fluido, hasta que en un momento de 2021 él ya no estaba tan accesible. No nos respondía los mensajes, no lo podíamos ubicar, y un día me llama y me dice que estaba haciendo unos tratamientos y que el programa lo iba a conducir La Sole”. No supieron la magnitud de lo que estaba pasando hasta diez minutos antes del comienzo del primer programa, cuando volvió a sonarle el teléfono y escuchó lo que jamás pensó que iba a escuchar.
“Yo me quedé helado, no lo podía ni lo quería creer. Me cuenta el diagnóstico y enseguida me cambia de tema y me hace un chiste. Así, como fue era siempre”, evoca el guitarrista. Desde ese momento, los Dos Más Uno fueron parte del núcleo cerrado que sabía que a Gerardo Rozín le quedaba poco tiempo de vida. Y en una de las tantas comidas juntos, ese espacio sagrado en el que compartían proyectos, alegrías y tristezas, empezó a dar vueltas la idea de grabar juntos la canción de despedida.
“Se sentía muy identificado con ‘Me voy quedando’ y nos preguntó si nos animábamos a hacerla en vivo”, recuerda Hugo. Gerardo les propuso grabarla como un testimonio todavía secreto de esa relación que había crecido al compás de las canciones, y eligiendo la que más lo representaba en ese momento. Porque lo conectaba con la transición a la adolescencia en Rosario y porque ponía en palabras lo que a él tanto le costaba. Usando su propia figura, era la que estaba más a mano en el botiquín. Porque para qué más puede servir una canción si no es para sanar, o alivianar, las penas. En mayo la cantaron en La Peña, con la emoción de La Sole y de todos los que estaban en el estudio que conocían el trasfondo. El público lo entendió el día de su muerte.
En el medio hubo otro hecho que selló la hermandad. A finales de ese amargo 2021, el grupo le preguntó si quería registrar la canción en el estudio. Le sumaron “Yo me quedo”, de Pablo Milanés, con la nada casual coincidencia del verbo. Eran dos maneras de despedirse, una más melancólica en su sonoridad, otra más alegre, ambas complementando la personalidad de Rozín. “Fue como cerrar un vínculo muy importante y ya casi no lo vimos más”, sentencia Hugo.
El 20 de marzo se produjo un gran homenaje al conductor y en mayo empezó una nueva temporada del ciclo, con la continuidad de Jesica Cirio y la incorporación de Jey Mammon. “Que siguiéramos fue una decisión de todo el grupo que hacía el programa, de la productora, de Telefe. Querían que estemos porque somos parte casi desde el inicio y querían mantener esa impronta musical que tenía él”, analiza. Con el cocinero Santiago Giorgini y la locutora Eugenia Quibel -pareja de Gerardo quien la acompañó hasta sus últimos días- son los guardianes del espíritu de Morfi, ese ciclo que le cambió la vida y del que confían en ser parte este 2024: “Estamos charlando con la gente del programa, acomodando cuestiones artísticas, reuniones, ideas”.
Mientras definen su presencia en el programa que conducirán este año Lizy Tagliani y Diego Leuco, el grupo sigue adelante su camino musical. Grabaron una versión de “Balderrama” con Jorge Rojas, trabajan en su cuarto disco de estudio y se presentan el 23 de marzo en un concierto a beneficio en el Teatro Marín de San Isidro. Y en ese camino suele aparecer la imagen de Gerardo, mentor, consejero, amigo, par. “Lo recuerdo cada tanto, sobre todo cuando aparece una de esas canciones que escuchábamos juntos decimos ‘qué loco, a esta la conocimos por Gera’. Y acordarte de alguien a través de una canción es una de las cosas más lindas del mundo”.