A semanas de haber pasado por uno de los momentos más oscuros de su vida, Victoria Vannucci siente que la vida le sonríe. Como si haber pasado la noche en una cárcel del estado de Utah fuera la última prueba de un camino de redención, que describe de ocho años con un punto de partida clave. Las fotos junto a su entonces marido Matías Garfunkel posando con animales muertos. Un mundo que no le pertenecía pero que sentía que tenía que pertenecer. Hasta que se dio cuenta que había cometido un error. Su fulgurante carrera mediática se esfumaba en cuestión de segundos. No importaba lo que hiciera o dijera, la respuesta para todo eran las fotos sonrientes sobre los animales indefensos.
Después de pasar la noche en un calabozo, Victoria sintió que tenía que pedir ayuda. Había conocido a su exmarido en una faceta desconocida hasta entonces, que le había presentado una falsa demanda por agresión y amenazaba con alejarla de sus hijos, Napoleón e Indiana. Ya no había más tiempo, había que apurar el divorcio, había que salir de ahí cuanto antes. Tenía un trampolín desde el cual impulsarse y era el proceso interno en el que se hizo cargo de sus errores y que buscó redimir al hacerse vegetariana y abrazar la naturaleza
Lo corporizó en su restaurante Pachamama, que inició en San Diego, mudó a Los Ángeles y hoy vendió a un grupo inversor. El proyecto se volvió un libro de inminente aparición -Mi camino hacia la Pachamama- y un canal de Youtube en el que ofrece sus recetas de esta parte del mundo y comparte experiencias con sus seguidores . Pachamama entonces se vuelve un concepto, la resultante de un camino de introspección que empezó mirándose al espejo, continuó trabajando en su huerta y expandió llevando al máximo el ejercicio terapéutico de la cocina. También la llevó a conectar con sus raíces una de las palabras que más se repite en la entrevista de más de una hora con Teleshow. Las de la madre tierra, sí, pero también las del oeste del conurbano que la soñaron tenista y las italianas que corporiza en su nona. Porque también empezó a viajar en el tiempo, al recuerdo de esas comidas de mesas largas, de gritos sostenidos y carcajadas eternas, donde la pequeña Vicky hacía las ensaladas “porque le ponía todas cosas creativas”. Una figura que a la distancia en el tiempo pero a la cercanía emocional le encuentra más sentido que nunca.
—¿Qué encontraste en la cocina para que la conviertas en el motor de esta nueva vida?
—Cuando estaba deprimida hace millones de años empecé a estar más en contacto con la naturaleza. Aprendí jardinería, y una cosa llevó a la otra, porque agarré esos mismos vegetales y me puse a jugar en la cocina. Después vino todo el respeto por la naturaleza, entender que no somos nadie para hacer daño nada ni para romper nada. Y después vino el deseo de ser chef. El mundo del restaurant es un sistema operativo que si lo haces mal, fracasás. Y yo no me podía dar el gusto de fracasar. Empecé muy de abajo, y encima vino el covid, en el que los dueños de pequeños negocios sufrimos mucho. Tuve que ser lavacopas, mesera, chef de cocina, todo era una locura, pero había que afrontar los costos.
—¿Por qué no te permitías fracasar?
—Estaba sin mi familia, sin mis amigos, con un lenguaje que no hablaba, una cultura totalmente distinta y una cancelación. El no fracasar era porque tenía que trabajar sí o sí y le tenía que dar un ejemplo a mis hijos. Así se formó Pachamama y en seis meses nos fue muy bien. Yo venía del modelaje, del fashion, pero agradezco lo que pasó, sabiendo que fue desafortunado, porque hoy soy la mujer que soy. Todos te apuntan con un dedo cuando cometés un error, pero todos tiene un error en el placard. El problema es que soy muy famosa y se supo, pero tuve la oportunidad de redimirme, perdonarme a mí misma. No miré para otro lado, ni repartí culpas, lo asimilé, aprendí de eso y crecí. Estados Unidos me dio una segunda oportunidad, y ahora siento que Argentina también me está dando una segunda oportunidad, porque creo que se dieron cuenta el trabajo arduo interno y externo que tuve que hacer. Estoy muy agradecida y la vida me sonríe”.
Vannucci sostiene sus palabras con hechos. Es verdad que se la ve mucho más sonriente que en sus últimas visitas. Desde que puso un pie en Ezeiza, en los diferentes contactos con la prensa, y en esta entrevista, con el micrófono abierto o apagado. “Eso es porque me divorcié”, ensaya como explicación, un poco en broma y un poco en serio. Ya habrá tiempo para hablar de eso.
—¿Cómo te sentís hoy?
—Me siento libre. Me siento orgullosa de poder sostenerme sola, de saber que no dependo de nadie y que mis hijos el día de mañana van a ver todo esto y van a ver todo el camino recorrido. Estoy feliz de que la gente en la calle me diga cosas lindas, de que todos mis followers siempre me apoyaron. Esperé ocho años para esto, cuando estaba muy deprimida y veía todo oscuro, soñaba poder reivindicarme con mi propia gente, poder pedir disculpas a personas que habré ofendido, de poder decirle a mis hijos ‘pasó todo esto, pero también esto otro, y me siento orgullosa’”.
—¿Por qué era este el momento?
—Creo que la gente no estaba preparada para perdonarme todavía. Un error no se soluciona en un minuto, y yo no quería una lavandina, pagar una prensa para que tape lo viejo. Esto fue ganado de verdad con sudor. Yo no facturo en la Argentina, puedo venir a hacer entrevistas o una tapa de revistas, pero lo hago por placer para poder también dar un buen mensaje a la gente. Yo debo ser una de las modelos con más tapas de revistas y nunca di un mensaje. Me estaba mostrando por mostar. Y hoy tengo algo para decir.
—¿Dónde notás ese cambio?
—El termómetro más grande son la calle y son las redes sociales. Antes tenía un montón de seguidores, pero no le prestaba atención a lo que ellos me decían y nosotros sin ellos no somos nada. Hay que entender que los que tienen el poder de hacerte o deshacerte son ellos mismos, y yo lo entendí por las malas, con una cancelación de ocho años. Creo que se han visto las donaciones, los jardines orgánicos, salvar abejas y todas las cosas hermosas que hicimos con Pachamama. Y en este último tiempo, que fue el más duro, las mujeres me han enseñado y me han ayudado muchísimo, y esa es una deuda infinita por haberme bancado mis peores momentos.
Los últimos meses a los que refiere Victoria fueron los más intensos de estos ocho años. Todo comenzó en un viaje a Israel como voluntaria en pleno conflicto con Hamás, sin saber que estaba empezando a librar su última batalla personal. Lo que vivió aquellos días de guerra todavía le retumba en lo más profundo. “Era un silencio que nunca había escuchado en mi vida, pero que entendí porque después me pasó algo muy feo con mis hijos”, dice mientras se recuerda sentada junto a las madres y los zapatos de sus hijos muertos o secuestrados.
Victoria abrazó abrazó la religión judía días antes de su casamiento con Garfunkel y mantuvo esa convicción al margen de cualquier conflicto que pudiera tener con su ex. “Soy una mujer que tiene palabra y la religión es algo con lo que no se juega. Estoy orgullosa de ser judía”, sentencia, y lo ratifica mostrando sus tatuajes en sus brazos. En sus días en Tel Aviv, Victoria cocinó para los refugiados, acompañó a los familiares de las víctimas y apoyó simbólicamente al pueblo israelí, tal como se había propuesto. También quería reencontrarse con Juan, el hijo de Garfunkel de su matrimonio anterior. “Imaginate un chico de 22 años, por primera vez viviendo solo, y termina encerrado en un refugio en un placard. Y eso nadie lo sabe, nunca lo conté porque me da vergüenza ajena por lo que pasó después”.
—¿Qué pasó después?
—Cuando vos vas a un país en guerra para saber si está bien una persona, y capaz de la otra parte esto no cayó bien... Y no hablo de Matías, pero se pusieron celosos o algo por el estilo porque fui a ver a una persona.
—Hoy hablaste de la hija mayor de Garfunkel
—Ese fue precisamente el desencadenante, pues hoy tiene 25 años y resulta que se ofendió porque fui a ver al hermano, pero lo dice desde la comodidad de una mansión de Uruguay. La que fue a una guerra en la que volaban misiles por el aire y tiene tres puntos debajo de la boca soy yo. Y lo hago de corazón, con la ilusión de que el día de mañana todos los hermanos puedan conocerse. Matías lo sabía, la madre de Juan lo sabía, pero en el medio pasaron cosas horribles entre la hija y el padre que me enteré después. Me parece que no querer conocer a tus hermanos, insultar a a nenes es algo deplorable y hoy lo quiero expresar. Pero tampoco me interesa hablar de esta mujer.
—¿Indiana y Napoleón no tienen trato con sus hermanos?
—Con Juan sí, por supuesto. Obviamente ahora las cosas son distintas, pero siempre tuvo una relación hermosa con mis hijos. Éramos muy amigos, si bien era la madrastra, teníamos una relación de amistad, en la cual se sentía siempre cómodo hablando conmigo. La otra nena, Solana es divina y si bien nunca quiso tener relación, es más polite. Y la mayor... es muy parecida al padre.
Vannucci regresó a Estados Unidos con esta información, lo que aceleró sus intenciones de divorciarse de Garfunkel. Hacía unos años que no estaban juntos, pero tenían una buena relación, en la que primaba el respeto sobre todo por los hijos, hasta que ella le manifestó su deseo de iniciar el trámite legal. Unos días después, estaba esposada, en una cárcel en el estado de Utah, con una restricción que le impedía ver a sus hijos. En el medio, una escalada de discusiones que terminó con el empresario denunciándola por malos tratos. “Me quedé helada. Él nunca fue agresivo y durante 14 años nunca había visto esa versión”, cuenta, como si lo estuviera viviendo. Victoria. “Me agarró, lo empujé, me fui para el baño para esperar que se calme y hablar más tranquilos de la situación. Ahí escucho que llama a la policía y dice que fue al revés, que yo lo había agredido a él”.
La orden judicial llegó mucho antes de lo esperado. Vannucci debía presentarse ante un juez a dar las explicaciones pertinentes. “Yo no entendía nada. Después, más calmado, Matías trata de pedirme perdón y me dice que va a llamar para levantar los cargos”, explica. Recién ahí sintió alivio, no solo por pasar el mal momento sino porque la denuncia representaba una mancha en la justicia estadounidense que podía derribar todo aquello que le había costado conseguir. Pero confió en un llamado telefónico que nunca se produjo. Y recién lo supo una mañana mientras le preparaba el desayuno a sus hijos y la policía volvió a presentarse en su domicilio, esta vez con una orden de detención por no haberse presentado en el juzgado.
Victoria alcanzó a rogar que sus hijos no la vieran esposada, en la primera escena de la “película de Hollywood” que nunca se imaginó protagonizar. En cuestión de minutos, estaba en una situación de juicio, sin nadie que la defendiera y sin entender del todo por qué estaba ahí. “Lo único que hacía era llorarle al juez y él se puso nervioso porque no me salía el inglés. Y en ese momento, al fiscal le llega un mensaje de Matías poniéndome un cargo más: que lo había agredido y que había sido frente a los niños”.
La volvieron a esposar, esta vez para llevarla a la comisaría. Pasó siete horas en una celda común con otras mujeres, cada una con sus historias que a sus oídos sonaban peligrosas. “Nunca sentí más miedo en mi vida, pero lo peor vino después”, continúa. Cuando escuchó su nombre, pensó que se iba a su casa, pero no. “Me pusieron el traje marrón correspondiente al estado de Utah y me llevaron a un calabozo, toda encadenada. Dormí con una señora que estaba pasando episodios adictivos o lo que fuera, gritaba, insultaba, más la manta llena de agujeros por cuchillazos. Parecía Hollywood, pero era real”.
No durmió en toda la noche. Al otro día salió en libertad pero la pesadilla continuaba. Se enteró que tenía una restricción que le impedía acercarse a sus hijos y que no podía entrar a su casa. Un policía la acompañó a buscar ropa y desde la habitación del hotel, sintió que era el momento. “Pedí ayuda y ahí me di cuenta que mi país es lo más grande que hay. Levanté el teléfono y el hecho de que la Argentina active hizo que él se ponga nervioso y que empiece a equivocarse cada vez más. Eso me habilitó el derecho de poder mostrar las cámaras de mi casa. Ahí se revirtió la situación inmediatamente y el problema lo tuvo la otra persona. Ahora soy una mujer felizmente divorciada”.
—¿Cómo es el acuerdo del divorcio?
—No quiero absolutamente nada que venga de él. Pachamama lo hice sola desde desde cero, y no necesito nada de ningún hombre. Yo soy mi propio ser, no quiero ser rehén de nadie. Si hay algo que quiero es ser feliz, dar un buen mensaje, estar con mis hijos y que nadie me joda.
—¿Y la relación de él con los chicos?
—Obvio que te sentís traicionada, enojada, pero delante de mis hijos, voy a mantener el mismo respeto de siempre, porque sé que la bipolaridad es una enfermedad que sufren muchas personas. Esto no es excusa y creo que no voy a poder perdonarlo por lo que hizo, pero siempre voy a tener un trato ameno, el justo y necesario, solamente por mis hijos.
—Él ahora está con ellos.
—Sí, está con las vacaciones de invierno, por supuesto que tomé muchos recaudos. En el divorcio, si bien no pedí nada, me quedé con la tenencia de mis hijos. Pero tengo firmado un documento y no puedo hablar tanto.
—¿Por qué no vinieron con vos este viaje?
—Mis hijos nacieron en la Argentina pero no conocen mi país y me rompe el corazón, pero no vinieron por algo que tuviera que ver con esta situación. Me robaron la cartera donde tenía las green cards para tramitar la ciudadanía de ellos y es un trámite que lleva tiempo. Pero deseo que conozcan el país donde nacieron, nuestra cultura, nuestra comida, el Teatro Colón, el Obelisco, mi sobrino, mi familia.
—¿Tenés ganas de volver a enamorarte?
—Tengo ganas de enamorarme, de tener un compañero, una compañera... Durante mucho tiempo anduve con ese miedo de no poder mostrarme, porque me sacan una foto con el celular... Ahora tengo 41 años y no quiero tener más miedo a que me vean de la mano por la calle. Igual no me gustan los rótulos, soy una mujer que quiere disfrutar.
Entre respuesta y respuesta, Victoria acaricia una piedra que la mantiene a tierra. “Me ha ayudado mucho con mis ataques de pánico, y creo que es la primera vez que vengo a la Argentina y todavía no tuve ningún episodio, están más controlados”, dice con alivio. Y vuelve a mostrar el libro, su otro ancla de este tiempo de resurrección: “No solo es un libro de recetas, sino que cuenta una historia de cómo llegué a este momento”.
El círculo imaginario por el itinerario de su vida se completa con un look que remite a la etapa de tenista. Esa que sirvió como venta irresistible en su desembarco en el mundo del espectáculo, pero que encierra una historia menos frívola que la sigue marcando hasta hoy. Y la remonta a la infancia, cuando soñaba con ser Gabriela Sabatini como casi todas las chicas de su generación. “Llegué a ser número uno de la Argentina, entrené toda mi vida, no fui al colegio normal como el resto de todas las chicas, no di mi primer beso como el resto de todas las chicas, eso sí, después agarré cancha rápido”, bromea.
—¿Te quedó algo de ese tiempo?
—Mucho. Yo fui entrenada por Guillermo Vilas, Tony Pena, Palito Fidalgo, tuve psicólogos deportivos. A mí me hicieron una mente de acero, después del entrenamiento nos preparaban para los momentos de presión, que en un deporte individual es muy diferente al de un deporte en equipo. Vos podés estar ganando 6-0 5-0 40-0, pero te pueden dar vuelta al partido en un minuto, por la cabeza. Y ese set mind que me formaron, si no se me rompió hasta ahora después de todas las cosas que me pasaron, no me lo van a romper nunca. Estoy muy agradecida al tenis, porque no sé qué hubiera sido de mí si no hubiera tenido esa mente.
—¿Qué esperás para el futuro?
—Hoy quiero divertirme en mi país. Hacer lío, ver a mi familia, a mis amigos. Y tengo dos propuestas de segmentos de cocina que agradezco y tengo que escuchar.
—¿Tenés ganas de volver a hacer tele?
—(Piensa) Hoy en YouTube ChefVickVannuccci estoy casi en 60.000 seguidores, sé que si llego a los 100.000 este ya sería considerada una youtuber. Es un camino en el que sos vos sola y es la gente la que elige si te quiere ver o no, y la verdad que de a poco cada vez está creciendo cada vez más y me hace sentir muy orgullosa. Tengo como esa pelea interna también, porque me quiero regenerar, hay que ir evolucionando y lo mismo me pasa con los followers. Antes quizás me seguían más los hombres porque tenía una carrera más sensual, hoy en el canal me siguen 78 por ciento de mujeres. Y este camino es más largo, pero quizás es más fructífero.
—¿Estás preparada para entrar de nuevo en el juego mediático?
—No voy a mentir, en el último viaje que hice me habían ofrecido ser tapa de revista de una de las importantes, pero dije que no porque no estaba realmente lista. No había venido acá por trabajo, había venido a visitar a mi madre, y creo que la gente tampoco estaba preparada. Hoy siento que tengo un mensaje para dar.