Tenía 21 años, una hija de tres a upa y una separación reciente. Nada más. Buscaba un lugar en el que vivir, un trabajo estable que le permitiera llegar a fin de mes, tal vez algún amor. Pero no estaba desesperada. Confiaba en ella. Tenía un objetivo y estaba segura de que lo iba a cumplir. Iba a ser exitosa, la plata en el futuro no sería un problema. Ella y su hija saldrían adelante. En medio de esa nebulosa parecía tener otra cosa más en claro: nunca iba a depender del dinero de un hombre, de su supuesta generosidad, para mantenerse. Vio por la calle el cartel de una vidente. Sin saber bien por qué ingresó al local después de atravesar unas cortinas sucias y algo raídas. La mujer parecía salida de alguna telenovela de la tarde, de alguna historieta de la editorial Columba. Era una especia de parodia de una vidente. No le faltaba ningún elemento de lo que el imaginario colectivo esperaba de alguien como ella: hablar pausado y difuso con algún acento difícil de discernir, túnica larga y colorida, un turbante, inciensos, luz tenue. Cuando le dijo cuáles eran sus honorarios, Susana pensó que no era prudente pagar esa cifra. Significaban los alimentos de dos semanas para ella y la nena. Pero enseguida cambió de opinión. Al fin y al cabo la mujer leía el futuro ¡cómo no iba a ser caro!, pensó. Pagó y se sentó donde le fue indicado. La mujer se llamaba (se hacía llamar) Isabel. Tomó la mano de Susana y la miró con detenimiento. Acercó sus ojos hasta muy cerca de la palma, pasó sus dedos por algunas de las líneas más marcadas. Levantó la vista, en sus ojos había sorpresa. “Veo luz, mucha luz”, dijo. Y siguió: “Tu futuro está repleto de éxito y de algún dolor”. Después dijo algo más, bajando la voz, como si ni siquiera ella creyera en lo que salía de su boca: “Veo tu imagen dentro de muchas casas, de muchísimas casas”.
La vidente no se equivocó.
El brillo de la diva
Susana Giménez cumple 80 años. Hoy a la noche habrá una gran fiesta en su casa de Punta del Este, lugar en el que reside desde que se declaró la pandemia. Con más de 55 años de carrera cosechó grandes éxitos en cada medio en el que incursionó. Vivió a la vista del público compartiendo alegrías, romances, dolores, separaciones. Se mostró exitosa, ambiciosa, vulnerable, falible, lastimada. Una vez que alcanzó la notoriedad, que logró sus primeros éxitos, nunca abandonó el ojo público, nunca se bajó del juego de la fama. No hay otra estrella como ella en el mundo del espectáculo argentino.
¿Qué es una estrella? Es difícil definirlo. Nadie sabe con precisión qué es lo que convierte a alguien en una, cuál es el punto de quiebre, qué habilidades hay que poseer, los obstáculos a superar. Lo que sí queda claro, lo que es sencillo, es determinar cuándo se está frente a una de ellas. Es muy fácil identificarlas. Susana es una de ellas. Posiblemente la de mayor brillo, la que amaga con no apagarse nunca.
De chica pasó por los mejores colegios. No duraba demasiado en ninguno. Eso no era por sus malas notas ni por no acatar las reglas. El padre hacía negocios arriesgados, un aventurero cuya situación económica solía tener bruscos vaivenes. Cuando perdía mucho dinero, debía sacar a su hija de los colegios caros hasta que volviera a acertar. La relación entre sus padres no era buena. Había peleas constantes, indefensión de la madre que no tenía dónde escapar por su dependencia económica. Es probable que en esos días de su infancia y de su primera adolescencia, en el ambiente opresivo de una casa en la que había gritos y reproches y frustraciones, haya tomado nota de la posición de su madre y haya hecho un juramento con ella misma: nunca depender de un hombre, procurarse los medios para ser independiente.
A los 18 quedó embarazada de un estudiante de derecho cinco años mayor que ella, Mario Sarrabayrouse. Los obligaron a casarse. Los padres de ambos no concebían otra solución. Ella acató con docilidad. 7 meses después de la boda nació su única hija, Mercedes. Era maestra pero no ejercía. Se quedaba todo el día en su casa con su bebé. De a poco comprendió que estaba repitiendo el patrón de lo ocurrido en su casa materna, se estaba convirtiendo –demasiado pronto- en lo que había jurado no ser. También se repetían las ausencias del hombre, los gritos, la vocación porque ella no saliera del hogar más que para lo indispensable. Hasta que se cansó y se fue de su casa con Mercedes. El padre la contrató como secretaria en su fábrica de jabones. Ella seguía buscando otros trabajos. Soñó con convertirse en azafata y en actriz. Se presentó a una prueba como modelo para una publicidad gráfica. La eligieron apenas la vieron. Ganó en esa tarde de trabajo casi lo mismo que le pagaban por ser secretaria durante un mes. Comenzó a dejar currículums y fotos en distintas agencias. A los pocos días la pieza gráfica apareció en los diarios y revistas. A la buena paga y el esfuerzo escaso se sumaba otro beneficio: la posibilidad de la fama, de ser conocido. Esa primera publicidad fue de un producto de Gillette, la colonia Valet. El leit motiv de la campaña era: “Esta colonia mata”. En pocas semanas se le acumularon los trabajos. No paraban de llamarla y proponerle sesiones de fotos y publicidades. Antes de que terminara 1967 salió en la tapa de la nueva publicación de actualidad de la Editorial Atlántida, la Revista Gente. Nadie podía saber a esa altura que sería la primera de muchísimas.
Susana, la chica de la tapa
Nadie en la vida pública de este país tuvo tantas tapas de revistas. Estrenos, amores, divorcios, escándalos, viajes, sucesos familiares, salidas nocturnas, entrevistas intimistas. La de ser tapa de revista es una categoría que hoy no dice nada, que ya no significa nada, vaciada de sentido. Durante décadas ser tapa de revista fue sinónimo de éxito y era, también, sinónimo de perdurabilidad. No cualquiera salía en una portada aunque fueran primeras figuras y extremadamente populares (Olmedo consiguió ser un habitué de las tapas recién en sus últimos dos años de su vida, pese a ser el cómico más exitoso y querido durante un cuarto de siglo). Podía salir alguien no tan célebre sólo si protagonizaba el escándalo de la semana –y Susana protagonizó varios, claro. Los editores ponían a alguien que pudiera vender, que cuando la gente la viera al pasar por el kiosco por la calle, al bajarse del tren en la estación, tuviera ganas de llevársela a su casa, que generara que metiera la mano en el bolsillo y pagara por ella. Había mucha competencia: Antena se quería imponer a Radiolandia, Flash le quería ganar a Semanario, Gente deseaba arrasar a La Semana, Siete Días y a cualquier otra revista de actualidad que se plantara como rival. No buscaban, entonces, hacer justicias con sus tapas, no pretendían ponderar méritos o reconocer trayectorias. Buscaban que quien saliera en la tapa fuera un anzuelo infalible. Susana lo fue. Y lo sigue siendo. Esa fue otra carrera que ganó.
Tanto le importaba el tema a ella que cuando se produjo su millonario pase de Canal 9 a Telefe, una de las variables de negociación, una estipulación muy detallada del contrato, fue que las revistas de Editorial Atlántida, dueño del canal, debían asegurarle al 9 nueve tapas (positivas) al año.
Un poco antes de su primera tapa de Gente había sido convocada por una agencia manejada por un joven de baja estatura, hiperactivo y con gran poder de convicción. Héctor Cavallero la contrató para unas publicidades y luego la invitó a salir. Días después ya eran pareja.
Después llegó la explosión. El jabón Cadum quería pasar de las revistas a publicitar en televisión pero la modelo que era su cara se negó a aparecer semidesnuda, bañándose, en el spot. Convocaron a Susana de urgencia, muy posiblemente gracias a la intervención del persistente Cavallero. Susana no tuvo pruritos. No iba a desaprovechar una oportunidad. Aunque era imposible adivinar lo que vendría después de esa sesión de filmación. Ella de espaldas, un breve giro y la palabra mágica: Shock. El jabón se empezó a vender tanto que por unas semanas los fabricantes no pudieron cubrir la demanda. Todo el mundo hablaba de la chica del Shock, de su belleza, de su espalda desnuda, de su encanto. Filmó otros 8 avisos para la compañía.
El shock de Susana
Shock. Cinco letras que le cambiaron la vida. Hubo periodistas que especularon con la hipótesis de qué hubiera sucedido si Susana no hacía esa publicidad; una ucronía sobre la farándula argentina: ¿Quién sería nuestra mayor diva? La respuesta tal vez sería la misma: Susana. El Shock fue el primer hito, el primer mojón de muchísimos. Hay algo en su determinación y en su ángel que hace sospechar que de todas maneras lo hubiera conseguido, que hubiera encontrado otro resquicio por el que colarse, a través del cual cumplir con sus sueños y sus objetivos.
El mundo del espectáculo está repleto de personas que tuvieron un éxito temprano, un momento de relevancia en el que su nombre se hizo conocido y que luego su figura se fue difuminando hasta perderse en el olvido. Esa es la regla: el éxito pasajero, efímero. El impacto de una publicidad no explica una carrera en la cima durante más de medio siglo.
La consolidación
Susana siguió creciendo. Participó en Matrimonios y Algo Más (ganó el Martín Fierro a la revelación del año), hizo otras campañas y fue convocada para trabajar con Rodolfo Bebán, uno de los más importantes y populares actores del momento, en una comedia teatral: Las Mariposas son Libres. Rompieron la taquilla durante varias temporadas. Hubo sorpresa entre los críticos por la capacidad y el timing de Susana en el escenario.
En 1974 se produjo la explosión definitiva, el cruce de una frontera. Se dice que persiguió a Daniel Tinayre, el director cinematográfico y marido de Mirtha Legrand, para que la tuviera en cuenta para un papel en cine y en especial para el de La Mary, el personaje principal de la novela escrita por Emilio Perina. Tinayre vio el potencial de Susana e imaginó un compañero de rubro tan popular como ella pero que tuviera el factor sorpresa, un hombre en el que nadie hubiera pensado antes en ese sitio. Convocó a Carlos Monzón, en ese entonces campeón mundial de los pesos medianos, y el deportista más importante del país. Fueron pocos los que vieron el potencial de la propuesta pese a las escenas hot que prometía el director de origen francés. Ni siquiera Susana estaba satisfecha. Se había encontrado con Monzón en algún evento y él le había parecido grosero y desconsiderado. Pero todo cambió el primer día de rodaje. “Apenas nos vimos, nos prendimos fuego”, dijo Susana con una mirada pícara mucho tiempo después.
La película fue un súper éxito de taquilla ubicándose entre las más vistas de la historia de la cinematografía nacional. Tuvo a favor los rumores que corrieron (y aún hoy siguen en pie) de que Tinayre tuvo que interrumpir varias de las escenas de sexo a los gritos porque Susana y Monzón se habían comprometido demasiado con sus personajes. Sobrevolaba la convicción de que ambos habían empezado a salir. Las respectivas parejas lo tomaron de diferente manera. Pelusa Monzón, la esposa de Carlos, fue hasta la puerta del teatro de Susana y la amenazó de muerte. Y a su marido, en medio de una discusión, y cuando él se disponía a agredirla, le disparó con un arma. Héctor Cavallero, también productor de la película, se resignó. Mucho después, con la mirada algo agrietada por el recuerdo, dijo: “Todo lo que fue bueno para la película, fue malo para mí”.
La conmoción que provocó el romance entre Monzón y Susana fue pocas veces igualada por una historia de amor de dos personajes públicos. Héctor Ricardo García solía recordar que la edición más vendida en la historia de Crónica fue la vespertina en la que se confirmaba con las respectivas imágenes fotográficas el romance de la pareja.
Fue una relación tempestuosa. Duró algunos años signados por la fogosidad, por la voluntad de Susana de educar al campeón del mundo y por la violencia. Ella apareció en la previa de algunas peleas por el título del mundo con anteojos negros para ocultar los moretones en sus ojos. Eran muchos los que conocían la situación pero callaban. Monzón era el campeón. Susana lo terminó dejando.
En el medio se convirtió en una estrella del teatro de revistas y actuó en varias películas de los hermanos Sofovich y de Aries. La televisión no parecía su medio. Algunas participaciones y no mucho más. En 1980 fue la gran apuesta de Canal 13 con la llegada del color. Susana y Alberto se llamó el programa cómico que hizo junto a Olmedo (en ese programa esté el antecedente del sketch que luego haría con Emilio Disi en Hola Susana y también el de Álvarez y Borges de Olmedo y Portales- empezaban preguntándose por Stanilavsky y Grotowsky). No les fue mal pero no se convirtió en el éxito imaginado.
El éxito en el teatro de revistas
Mientras tanto su fortuna seguía creciendo. Las temporadas en el teatro de revistas, con el porcentaje que obtenían las estrellas y salas llenas seis días a la semana con los sábados con tres funciones, le dejaban grandes beneficios que ella invertía. Una leyenda de esos años: todos los lunes, día sin función y día de cobro, Susana pasaba por una inmobiliaria y adquiría algún departamento para que sus ahorros no se depreciaran en un país inflacionario.
Ya entrados los años 80 y en pareja con Ricardo Darín, un galancito varios años menor a ella, se convirtió en el gran suceso de la comedia musical con La Mujer del Año (primero junto a Mayorano, después con Puig) y Sugar (con Darín y Puig). Fueron seis años de liderar la taquilla en Buenos Aires y en las plazas veraniegas.
En 1987, la propuesta que terminaría cimentando el mito. Replicar el programa televisivo de Raffaella Carrá en ATC. Algún musical, invitados, juegos telefónicos. Al mediodía, para las amas de casa que ya habían hecho las compras, que estaban dándole de almorzar a los hijos que volvían del colegio. Se podría hablar de números de rating históricos para el mediodía. Pero una anécdota dimensiona mejor el impacto: Entel, la empresa telefónica estatal, sacó un comunicado para explicar el colapso en las líneas que se producía en todas las casas a la hora del programa. El comunicado oficial decía que era inevitable que eso sucediera debido a la cantidad de llamados simultáneos que había. Y ejemplificaba: “Es como si todas las planchas del país se enchufaran a la misma hora”.
El pase a Canal 9 fue natural. Romay, dueño del único canal privado en ese momento, la sedujo con una gran oferta económica que era inalcanzable para el canal estatal. En 1992 fue el pase definitivo a Telefe.
El boom de la TV
Se movió al prime time y la repercusión fue todavía mayor. Durante más de una década, en un gran porcentaje de hogares argentinos si sonaba el teléfono en el horario del programa de Susana, la gente respondía Hola Susana, antes de escuchar quien estaba del otro.
El mecanismo había cambiado. Había que enviar una carta, que un Susano extraía de una montaña inverosímil y cuando Susana llamaba, había que responder con la fórmula mágica. Fueron tantos los millones de cartas que llegaron que se estableció un récord mundial que consignó el libro Guinness.
El secreto del programa residía en que un llamado podía cambiar la vida de alguno de los espectadores para siempre. Una vivienda y hasta una pequeña fortuna que en algún momento de la convertibilidad fue de un millón de dólares. Era parte de la identificación que Susana genera: en algún momento, una mujer o un hombre que estaban en su casa, pegados al teléfono, esperando que sonara, se podían convertir en ella, de la noche a la mañana. Si ella lo había logrado, sus espectadores también podían.
Lo de ella es una épica del error, del despiste. Una de sus grandes virtudes es saber reírse de ella misma, de sus caídas, de sus boutades y metidas de pata. Una ingenuidad, a veces algo sobreactuada, en la que afina la voz, y mira detrás de cámara como buscando una explicación o, al menos, un mimo. Puede ser un tropiezo, la confusión de un hombre, leer el cuestionario destinado a otro invitado, la desorientación ante el desconocimiento de la persona que tiene sentado delante o cualquier otra manifestación de su graciosa falibilidad.
El estilo Susana
El arquetipo (y la cumbre de esta característica) es la entrevista a Daisy Krieger Vasena de Chopitea, dama de sociedad y presidente de COAS, que sentada en el living televisivo aprovechaba la monumental difusión que le brindaba el programa para publicitar una muestra que organizaba su institución para recaudar fondos. La señora, muy distinguida, muy pituca, hablaba de la exposición de dinosaurios cuando llegó la pregunta veloz, ingenua y legítimamente sorprendida de Susana: “¿Vivos?”. El blooper, la distracción, pese a algunas burlas y a la repetición permanente que dejó exhausto al episodio, no hizo mella en su imagen. Sólo generó más simpatía, una mayor complicidad e identificación con parte de su público. Como casi todos sus movimientos públicos multiplicó el amor (al menos el cariño) hacia ella.
En el medio estuvo el casamiento con Roviralta, el cenicero, el divorcio, los 10 millones de dólares, la aparición el programa de Grondona peleando por su dinero. Hubo otras parejas y ambas tuvieron problemas con la justicia: el Corcho Rodríguez y Jorge Rama.
Susana Giménez es una sola. Es imposible separar su vida profesional de sus hechos personales. La Mujer del Año se mezcla con la relación con Ricardo Darín; La Mary con Monzón y con el final del matrimonio con Cavallero; Hola Susana con los autos con exenciones para discapacitados y con el Corcho Rodríguez y con la Fundación Felices los Niños.
Se puede contar su vida a través de una lista con sus grandes sucesos profesionales. Publicidades, obras musicales, títulos de las revistas de la Calle Corrientes, afiches de las películas con Porcel y Olmedo, los programas de televisión. O se puede contar su vida mencionando en orden de aparición a sus parejas o las relaciones más estables que tuvo. O enumerando los escándalos y problemas mediáticos. Ella es una especie de Diagrama de Venn de todas esas cosas, es la conjunción de cada uno de esos sucesos, de esas personas, de esas peleas, de esos éxitos, de esa exposición. Susana Giménez, su vida, es la articulación de esas múltiples dimensiones. Aunque pensándolo bien el verdadero punto de intersección de ese Diagrama de Venn es su descomunal carisma.
Cada vez que se enfrentó un nuevo desafío estuvo a la altura. Conquistó cada medio que se propuso. Supo que tenía que seguir dando lo que la gente esperaba de ella, pero que imperceptiblemente – para no desilusionar a sus seguidores- debía cambiar, buscar nuevos desafíos, evitar estancarse. Pasó de modelo de publicidades gráficos a protagonizar un spot que se convirtió en boom, después fue actriz en un programa cómico, luego actriz principal de una comedia teatral que fue un suceso. Luego saltó al teatro de revistas y al cine picaresco. Eso no era todo, todavía faltaba. Comedia musical batiendo récords y la cristalización definitiva de su status estelar con la conducción televisiva. Si en cualquiera de estos saltos mostró alguna falencia para encargarse de esos roles, su carisma lo hizo olvidar, logró que el público no lo notara. O algo mejor todavía: que lo olvidara, que no le importara.
Pensemos en Susana y en sus transformaciones, en sus nuevas conquistas profesionales y en especial en su perdurabilidad. Sus hitos iniciales fueron la publicidad gráfica de la Colonia Valet, la tapa de la revista Gente, la publicidad del jabón Cadum. Ni la colonia, ni el jabón, ni la revista existen más.
Susana sigue siendo Susana.
Hoy a la noche, Susana Giménez festejará sus 80 años en su casa de Uruguay. Será una gran celebración. Se lo merece.