El niño de New Jersey tiene siete años cuando su madre le regala una guitarra y lo manda a tomar clases. Carol, florista de oficio y una de las primeras conejitas de Playboy, busca trasladarle su fanatismo por Los Beatles, pero a John no lo convence mucho ese instrumento y no le encuentra atractivo hasta que lo arroja por una escalera y descubre que hay un sonido atronador. En algún lugar de su cabeza empieza a cobrar forma la idea de ser el cantante de una banda de rock and roll, de convocar multitudes, de ser el protagonista de su propia beatlemanía. Pero todavía no era el momento.
Pasaron seis años para que John Francis Bongiovi Jr. se amigara con la música. Tomó clases de piano y guitarra, y a los 15 ya se había definido como cantante y armó su primer grupo, Raze, con el que se presentaba en bailes escolares. Al poco tiempo, los sentó a sus padres y les dijo que no iba a estudiar, que su destino era ser una estrella de rock and roll. Y ni Carol, ni Frank -peluquero, de los más reconocidos de su barrio- opusieron mayor resistencia.
Con Atlantic City Expressway ya hizo un poco más de ruido en su Nueva Jersey, pero cerca de los 20 sintió que había que tomárselo más en serio. Aprovechó que su amigo, el tecladista David Bryan cruzaba el puente y se instaló en la Gran Manzana. Allí tenía un punto clave para echar el ancla, los estudios Power Station, propiedad de su primo Tony Bongiovi. Hizo algunas changas mientras los posters de su habitación se volvían de carne y hueso. Vio de primera mano cómo trabajaban las estrellas de rock y con algunos, como Steven Tyler de Aerosmith, forjó una amistad que lo acompaña hasta hoy.
Cuando la rutina laboral se lo permitía, John Bongiovi escribía canciones y su cabeza volaba cada vez más alto. Se imaginaba cómo podía unir la lírica urbana y el sonido elegante y rústico de su admirado y coterráneo Bruce Springsteen con la potencia hard rockera que empezaba a imponerse, sin ponerse colorado si había que tomar algún giro popero y apelando a los estribillos propios del rock de estadios para levantar a las multitudes. Las garabateaba en un papel en los ratos libres y las sacaba a rodar en los pubs de la zona con el grupo The Rest.
Una de ellas se destacaba por encima del resto y no era casualidad, ya que de alguna manera marcaría el estilo de los grandes éxitos del grupo que se iba a llamar Bon Jovi. Escrita en colaboración con George Karac, “Runaway” contaba la historia de una chica que había dejado la casa de sus padres y se la rebuscaba para sobrevivir en la vida marginal de la ciudad. Según contó el autor, se había inspirado en las historias que veía mientras esperaba el colectivo en su trabajo, forjando ese oficio de cronista urbano que repetiría más adelante en himnos como “Blood on blood”, “Living on a prayer” o “Wild in the streets”.
Jon sentía que tenía un hit que le quemaba en las manos. No tenía una banda, es cierto, pero sí un estudio de nivel a disposición y los contactos suficientes para armar un grupo de sesión. El tema se grabó en 1982 en Power Station y fue enviado a todas las discográficas y a todas las estaciones de radio de los Estados Unidos, sin demasiado éxito a pesar de sus dinámicas persuasivas. Así lo contaba el propio Jon en sus conciertos, cuando el tema ya era un éxito. “Es 1983 y un joven con pinta de punk entra a una estación de radio. Agarra al DJ por el cuello y le dice ‘tengo los acordes correctos y una melodía cool. Si me haces el favor, en tres minutos y treinta segundos vas a ver a una estrella de rock and roll’”.
Si la historia es cierta o no, solo lo saben el cantante y los eventuales musicalizadores. Lo cierto es que en la FM WATT le dio lugar y “Runaway” sonó en todo el verano de 1983. Tenía un riff de sintetizador que le daba aires de modernidad, una letra que podía identificar a los chicos y, sobre todo, a las chicas rebeldes de la época y un falsete que potenciaba el atractivo de su líder y del que después se iba a arrepentir.
Ahora sí, las discográficas pararon la oreja y Mercury Records ganó la pulseada para fichar a aquel joven de Nueva Jersey que a todos estos antecedentes musicales les sumaba un indudable atractivo físico. A la hora de firmar el contrato, su nombre demasiado italiano asustó a los ejecutivos, que le sugirieron modificarlo. Así nacía el alias Jon Bon Jovi, cacofónico y americanizado, sin la “h” ni la “g”.
A la hora de reclutar a los músicos, primero llamó a su viejo compadre David Bryan para los teclados, lo que produjo un inesperado efecto dominó. El pianista le recomendó al experimentado bajista Alec-John Such, un viejo conocido de la escena de Nueva Jersey, quien a su vez trajo al baterista de ascendencia cubana Tico Torres. La guitarra quedó para Dave Snake Sabo, amigo de la infancia de Jon, aunque los dos sabían que era algo momentáneo.
Por los clubes de Nueva York, un joven llamado Richie Sambora despuntaba su obsesión por convertirse en una estrella de la guitarra. Venía de audicionar sin éxito para Kiss y ya se había cruzado con Jon en su obstinado tour por las FM americanas además de compartir un proyecto con Such. Cuando vio al grupo en vivo, lo encaró al cantante y le dijo que era el músico que necesitaba la banda. A Jon lo sorprendió y lo sedujo la arrogancia del hombre que soñaba tocar la guitarra como Jimi Hendrix o Jimmy Page, pero que no se parecía a ellos ni a ningún otro. No tardaron en zapar sus primeras canciones juntos y así nacía una sociedad compositiva y escénica de alto voltaje, con las complicidades y las discusiones que deben tener un vocalista y un guitarrista líder de una súper banda de rock and roll, hasta que Richie dijo basta en 2013.
A los efectos legales, el único que había firmado el contrato era Jon. Lo que se mostraba como una banda de cinco era en realidad un solista con cuatro empleados, pero eso no reparó en mayores inconvenientes, al menos en el corto plazo. Lo que les faltaba era nada más y nada menos que el nombre, y aquí entra en escena una de esas heroínas más o menos anónimas que tiene toda gran historia. Pamela Maher, secretaria del manager Doc McGee propuso Bon Jovi. Dos palabras, cortas y directas, como sugerían los cánones de la época. Sonaba mucho mejor que el Johnny Electric que tenían como borrador, y con el modelo exitoso de Van Halen como faro, nadie puso demasiados reparos.
El grupo entró al estudio Power Station en junio de 1983 para encarar la grabación de su disco. Con el primo Tony como productor, compaginaron el material que andaba dando vueltas por ahí. Además de “Runaway”, rescataron “Shot through the heart”, coescrita por Jon y Jack Ponti en los tiempos de The Rest, y “She Don’t Know Me” firmada por Marc Avsec y cedida al grupo por la discográfica RCA. Fue la primera y la última vez que un tema de un álbum de Bon Jovi no tenía la autoría de su líder.
El primer single naturalmente fue “Runaway” cuyo videoclip no convenció para nada al cantante. Protagonizado por la actriz Jennifer Gatti, reflejaba una trama ambientada en la ciencia ficción, deudora de los efectos devastadores de Thriller, que poco tenía que ver con las historias reales en las que se había inspirado el cantante. “Alguien decidió que teníamos que hacer un video para Runaway. Y en lugar de hacerlo sobre el argumento de la canción, se cambió el concepto”, protestó Jon en una nota con la revista Spin. “Es el peor pedazo de mierda que he visto en mi vida. Se ve a una chica con fuego saliendo de los ojos. Nos mantenían mojados con esta solución grasienta para que pareciera que estábamos sudando. Parecíamos imbéciles”.
El segundo corte fue “She don’t know me” y también tiene que ver con la estética de la época, más orientada a la ola glam que desde la costa oeste amenazaba con llevarse todo puesto. Un Jon en modo sex symbol, de torso desnudo y pelos al viento, para narrar una historia de desencuentros amorosos. Tampoco fue de su agrado, y supo declarar que la mejor forma de torturarlo era atarlo a una silla y ponerle en continuado sus primeros clips.
Las canciones envejecieron mejor que los videos. Además de su entrañable carácter fundacional, “Runaway” es una fija en cada concierto del grupo, que suele echar mano de manera aleatoria al resto de los tracks. El serpenteo rockero de “Shot through the heart”, la balada power “Love lies”, el despliegue de efectos de Sambora en “Roulette” son otros puntos altos de un material que se formó como un rompecabezas de espacios, tiempos y orígenes, para plasmar un mosaico que quedó en la historia.
El disco, que originalmente iba a llamarse Tough Talk, se publicó el 21 de enero de 1984 y tuvo una recepción moderada. Superó las 300 mil copias en un año en Estados Unidos, nada mal para una banda nueva con difusión escasa, y plantó la semilla en Japón, una tierra en la que luego cosecharían una gran popularidad. De a poco el mundo empezó a saber que había una banda llamada Bon Jovi. Pero tenía que esperar un par de años, con el tropezón mediante del segundo álbum, para que saliera a la superficie. 40 años después, los fans lo siguen escuchando, sea en vinilos, en plataformas o en los conciertos. La banda planea ediciones conmemorativas, mientras en sus redes apelan a la nostalgia con fotos de época. Y en cada comentario, una pregunta que se vuelve deseo. ¿Y si Jon y Richie se juntan aunque sea para recordar los viejos tiempos?