Corría el año 2014 y un grupo de productores británicos y estadounidenses ideaba The Crown, una serie basada en el reinado de Isabel II. Los seguidores de la realeza británica sabían que sus integrantes habían protagonizado hechos que parecían salidos de la mente creativa de un guionista. Lo que nació como idea se convirtió en plan y convocatoria a un casting para elegir a sus protagonistas. Entre los que se presentaron buscando un papel secundario en la primera temporada estaba Elizabeth Debicki. Apenas cruzó la puerta, un productor gritó. “Di. Tenemos a Lady Di”.
Sorprendida porque le encontraran un parecido con la princesa, la actriz no atinó a responder. Simplemente, se pasó un dedo por la nariz para destacar la diferencia de perfiles. Lejos de hacerle caso, la llevaron a vestuario y le pusieron una peluca, luego delinearon sus ojos al estilo de la madre de Guillermo y Harry. El resultado fue asombroso. Había dejado de ser ella para convertirse en la Reina de los corazones.
Esa actriz, que creyó que no podría ser lo que querían que fuera, acaba de recibir el Globo de Oro por ese papel y es candidata para seguir cosechando estatuillas en la temporada de premiaciones. Y aunque no reina en Buckingham, sí brilla en la pantalla y se destaca cada vez más entre sus pares.
Uno de los principales desafíos que Elizabeth debió afrontar para interpretar a Lady Di fue despojarse de su marcado acento australiano. Es que aunque nació el 24 de agosto de 1990 en París, cuando cumplió cinco años sus padres de mudaron a Australia, adonde pasó la infancia, su adolescencia y empezó a dar sus primeros pasos como actriz. Dejar de hablar con tonada Melbourne para pasar al acento british no fue fácil. Como ella misma contó en la edición británica de la revista Vogue se solía parar frente a la pileta de la cocina diciendo “No puedo hacer esto”. Pero no se rindió. Se entrenó hasta tal punto que no solo logró el “very british” sino que amigos y familiares comenzaron a hablar como ella.
Debicki además decidió interiorizarse de la vida de la princesa. Hasta ese momento, la historia de la familia real no le interesaba en lo más mínimo y leer los tabloides británicos con sus noticias de la realeza le daba náuseas. Sí le sorprendía la cantidad de amigos que sabían los pormenores de la vida en Buckingham y que no cesaban de preguntarle si en la serie podría usar el “vestido de la venganza”. Esa increíble prenda negra que utilizó Diana en 1994, con el que se la veía poderosa y espléndida, luego de que el príncipe Carlos reconoció por televisión y ante millones de personas que le había sido infiel.
Ya confirmada en el papel, la terminó de fascinar el vestuario. “Desde el icónico vestido negro de la venganza, hasta el pantalón de chándal con botas y gorra de béisbol. El vestuario de Diana es el espejo de su evolución como ser humano, que se libera de la armadura de la corte”, se sinceró en una entrevista con Vanity Fair. “Diana, al igual que otras mujeres de la serie, cambia, sobrevive, se siente desafiada y encuentra la fuerza para resistir. ¿Hay algo más bello y orgullosamente feminista?”, se preguntó.
Encarnar a Diana en The Crown implicó un desafío doble para la actriz. Por un lado, tenía la vara alta de Emma Corin, que la había interpretado en su primera etapa de enamoramiento y noviazgo con Carlos y había descollado. A Debicki no solo le tocaba al menos “empardarla”, sino también tenía que encarar el momento de la princesa más complejo. Ese en el que deja de ser lo que quieren que sea para ser lo que ella quiere ser. Esos años oscuros cuando se separa de Carlos, pero donde “evoluciona hasta convertirse en una mujer increíblemente fuerte. Es una historia de transformación y triunfo”, como la describiría la actriz, cada vez más en personaje.
Si su interpretación representaba un riesgo doble, también lo fue su triunfo. Pronto fue aceptada por el público y aclamada por la crítica. Periodistas y televidentes quisieron saber un poco más de ella y así surgieron distintos datos.
Sus inicios fueron como bailarina, siguiendo los pasos de sus padres, bailarines profesionales de ballet.
La vocación por los escenarios la descubrió en el colegio, en el Huntingtower School, del cual se graduó en 2007.
Luego de pensar estudiar Derecho, se decidió por la actuación. Fue aceptada en la Victorian College of the Arts, la escuela de artes de la Universidad de Melbourne, donde se graduó en 2010.
Debutó en el cine en el año 2011 cuando la convocaron para A few best men. El salto lo dio en 2013 al ser llamada para su primer protagónico en El gran Gatsby, con Leonardo Di Caprio.
En 2017 se sumó al imperio Marvel, con Guardianes de la Galaxia 2, poniéndose en la piel de Asheya. Estuvo en la tercera entrega de la saga encabezada por Chris Pratt y Zoe Saldaña.
En cuanto a las series de televisión, se la pudo ver en El infiltrado con Hugh Laurie y Tom Hiddleston. Se rumoreó que salía con el último. “Es tan malditamente guapo y un caballero tan cortés, que era casi imposible no enamorarse completamente de él”, aseguró Elizabeth en The Telegraph, sin confirmar pero tampoco desmentir el romance.
Actuó con Mick Jagger en la película Una obra maestra. Trabajar con el cantante de los Rolling para ella fue un sueño cumplido. “Fue surrealista. Mick no es solo una leyenda, es un icono. Él es los Rolling Stones”, reveló a Los Angeles Times, donde añadió: “¿Qué hay más genial que eso? Ni siquiera me di cuenta de lo fan que era hasta que lo conocí“.
La relación entre el músico y la actriz fue tan buena que cuando ella se presentó en el Festival de Cine de Venecia con un vestido negro con una capa que se movía constantemente por el viento, Jagger, ante todo un caballero inglés, se la sujetó para que ella saliera impecable en la foto grupal.
Hasta ahora nunca se le conoció públicamente una pareja. El periódico The Guardian la encontró a fines del año 2022 junto a un apuesto caballero que no pertenece al medio. Más allá de que se los divisó en Londres, de la mano y muy románticos, mantiene su regla de separar su vida laboral con la privada. “Prefiero no responder eso”, suele decir cuando se le pregunta sobre su vida amorosa.
Aunque tenía la misma edad que la princesa -29 años- en el momento histórico en el que arranca la nueva temporada de la serie y un parecido físico evidente, la diferencia la marcaba la altura. Si bien Diana era muy alta con sus 1,78, Elizabeth lo es mucho más: 1,90. Su talla fue un problema durante su adolescencia, convirtiéndola en víctima del bullying. Ya mucho más madura, le restó importancia, aun cuando es una consulta constante en las entrevistas: en pantalla siempre es la más alta, y ella, hasta tiende a encorvarse. “Me di cuenta de que no podía hacer nada al respecto. Solo tienes que aceptarlo o será una carga para toda tu vida”.
A pesar de ser una de las protagonistas de la película Everest, padece acrofobia. “Tengo miedo a las alturas”, admitió durante una entrevista, “pero estar en un set de rodaje te da un coraje falso, porque no estás siendo tú. Y no hay opción. Tienes que morder la bala y hacerlo o vas a fallar en la película ‘.
Ama las historias de espías y confiesa que su agente favorito es el 007 pero que, si tuviera que elegir un nombre para pasar desapercibida, sería Nº5, como el famoso perfume.
De su participación en The Crown, la escena que más le costó fue el accidente que terminó con la vida de la princesa. “Recrear las últimas horas de Diana en París, acosada por los paparazis, fue difícil” y describió la experiencia como “muy maníaca e increíblemente invasiva. No tuve que interpretar mucho. Es realmente horrendo tener a tanta gente gritándote y queriendo algo”.
Con el Golden Globe ya en su casa de Londres o tal vez en su residencia en Los Ángeles, Debicki disfruta de ese nivel preciso de éxito que implica estar en el radar de los que ofrecen grandes papeles pero al mismo tiempo caminar por las calles saboreando un helado mientras se detiene a acariciar a un perro desconocido. Es que si algo le enseñó encarnar la vida de Lady Di, es que la princesa cosechó los beneficios de vivir en un lugar de privilegio y en el foco de atención mediática, pero que las consecuencias fueron duras, dolorosas y sobre todo, terminaron en un túnel sin luz al final.