Es una tarde demasiado calurosa para ser comienzos de diciembre y el clima en La Fábrica Estudio de Arte se respira ese aire propio de fin de curso. Es el último ensayo en Buenos Aires antes de partir rumbo a Carlos Paz para la etapa final de preparación y los actores y actrices recolectan sus pertenencias en un ida y vuelta frenético. Bolsos, termos, mates, cuadernos, mochilas e ilusiones cuelgan de sus manos y de sus voces entusiastas y apuradas, un poco por la adrenalina del momento, otro tanto por el proyecto que se traen en sus manos. En ese bullicio se distingue la inconfundible voz de Florencia Peña, con más bolsos, más termos y quizás más ilusiones que sus compañeros, asumiéndose como capitana de un barco que parte al corazón de la Argentina para llevar adelante la versión teatral de Mamma Mia.
La actriz saluda a cada uno de sus compañeros, y cuando se sienta para la entrevista con Teleshow, baja las revoluciones y casi por arte de magia todo se vuelve silencio, como si fuera un cuadro más en una puesta teatral. Es su regreso al musical luego del éxito de Cabaret en el mundo prepandemia, la vuelta a una disciplina de trabajo que extrañaba aunque cada vez la sienta más en el cuerpo, con rutinas de 8 horas diarias durante cinco semanas que pusieron a prueba su caudal físico e interpretativo. Y que desafió una vez más a esa “actriz que canta”, como se definirá durante esta charla abierta y extensa, en la que va a pasar por todos los temas y por diferentes estados. La nostalgia por ABBA y la preocupación por el presente del país. La reflexión sobre el paso del tiempo y su innegociable espíritu festivo a pesar de todo. La familia como sostén de vida y las cicatrices por haber puesto el cuerpo al expresar sus pensamientos. Una Florencia Peña auténtica, antes de convertirse en Donna Sheridan en la obra inspirada en las canciones del grupo sueco, un personaje que promete sumarse a la galería de notables que interpretó a lo largo de su carrera.
—¿Cómo se genera esta vuelta al musical? ¿Lo fuiste a buscar?
—No lo fui a buscar esta vez. El teatro para mí es el laboratorio, donde me siento más actriz, donde la paso realmente bien. Me siento una actriz de teatro por más que para la gente sea una actriz de tele. El teatro es ese lugar donde revalido los votos con la actuación, entonces cuando me aparece un proyecto, tengo que pensar cómo voy a superar mi propia marca, qué hay de nuevo para dar un salto de calidad. Venía diciendo a varios proyectos que no, hasta que apareció Mamma Mia y me re vibró, sentí ganas de bailar y cantar esa música. Es un nuevo color en mi historia de musicales y también de actriz.
—¿Qué te sedujo puntualmente de la obra?
—Me llevé una linda sorpresa, pensaba que era una obra más facilonga y liviana, que no transitaba muchas emociones más allá de la comedia y tiene momentos muy hermosos de conexión. Habla de los vínculos, del amor, de la maternidad y es bastante feminista con esta mujer que se la bancó sola. La vi hace poco en Madrid y pensé que la iba a ver vieja, pero me conmovió: se puede defender desde el hoy, y me sentí muy feliz de poder interpretarla.
—Al pensar en Mamma Mia aparece la figura de Meryl Streep en la versión cinematográfica. ¿Sos de mirar esas referencias o elegís tomar distancia para evitar comparaciones?
—En Argentina debo ser una de las actrices que más ha interpretado a personajes muy grosos en el mundo: La Niñera, Casados con hijos, Sweet Charity, Cabaret, Grease. Cada vez que encaro un personaje que ya hicieron otras actrices, y que en general esas actrices son maravillosas, lo encaro con mi originalidad y hasta ahora siempre encontré mi versión. Me gusta llevar cada material al cuerpo, a la emoción, que me atraviese como me gustaría que le suceda al espectador.
—ABBA también es un guiño generacional. ¿A dónde te llevan esas canciones?
—ABBA me hace acordar mucho a mi infancia, a mi mamá y a mi papá, porque lo ponían mucho en mi casa, y creo que a nadie le pasa desapercibido. Las canciones de ABBA te marcaron en algún momento, “Dancing queen” la cantaste en un boliche a los gritos, te emocionó en algún casamiento o la escuchás en el auto. En esta obra la gente conoce la partitura, ya está adentro desde el primer acorde, y eso no siempre se da. Y creo que es muy necesaria para este momento, para dejar un rato afuera los problemas y entrar en un lindo viaje.
Como dejándose llevar por su relato, Flor improvisa fragmentos de las canciones y ve cómo también refleja el argumento de su vida a través de ellas. “Nos pasa a todas las mamás que tenemos hijos adolescentes, vemos que empiezan a irse y el síndrome del nido vacío es doloroso. Y si lo hacés de taquito y solamente cantás lindo la canción, te sentís ajena”, explica sobre el método de abordaje de este papel. Y el nido vacío, la entrada y salida de la adolescencia y el ponerle el cuerpo a las decisiones conducen a su propia historia. Con un hecho reciente como paradigma, el festejo de 15 de su hijo Juan, que la tuvo en el centro de la polémica y todavía no entiende por qué.
—¿Cómo vivís a la distancia lo que pasó?
—Sigo sin comprenderlo. Mi hijo es mi hijo, con lo que eso implica. Está recontra mil preparado para las críticas sin ningún tipo de motivo. Yo siempre pienso que la libertad bien entendida es lo que uno encuentra para su vida, siempre y cuando no jodan la del otro. Yo podría aceptar una crítica si estoy interfiriendo con la vida de alguien, pero nosotros somos muy libres con la nuestra, no estamos interviniendo la vida de nadie, entonces esas críticas de verdad que nos resbalan. Lamento que haya gente que necesite perder tiempo valioso en estar muy focalizado en el afuera; pero eso también es un libre albedrío. Y si los hace felices criticarnos...
—A él se lo vio muy plantado.
—Es que así como ellos están a la altura de ser mis hijos, yo estoy a la altura de ser su mamá y siempre intento que en casa se charlen determinadas cosas para que no les afecten. A Juan la crítica no le afecta, porque entiende muy bien de dónde viene, por qué viene y sabe que mucho de la crítica que recibe, es por mí, no le pertenece a él. Y tampoco le duele que me critiquen porque sabe cómo me lo tomo. Lo único que me duele es cuando me operan, cuando inventan algo que no es real para que la gente se enoje conmigo, y tengo muchos de esos mojones en mi vida. Ahí sí, la cosa se pone un poquito más densa en casa.
—Ahí sí sufren...
—Sí, porque se dicen cosas de mí que no son ciertas y que no tienen que ver con cómo soy en la vida.
—¿Y vos lo seguís sufriendo?
—La última fea fue la del presidente (Alberto Fernández) en Olivos, esa me hizo un poquito de daño pero porque era una operación maliciosa. Las críticas que me hacen en general son ideológicas, es muy difícil que alguien que haya trabajado conmigo diga que soy mala mina. Seguro es alguien que no piensa como yo, que le molesta que yo piense de esa manera porque prefiere callarme, y en ese intentar callarme durante muchísimos años sufrí el desprestigio. “Ésta lo hace porque le paga”, “ésta lo hace porque está ensobrada”. Y como estoy limpia, y como siempre fui muy honesta y no han podido nunca encontrar nada, fueron y fueron y yo sigo estando acá, y protagonizando y teniendo la carrera que quiero y nunca me faltó trabajo. Yo pagué un precio por jugarme por mis ideas, y no me arrepiento, de lo único que sí me podría arrepentir, es de no haber sido honesta conmigo, y siempre lo fui. Se han instalado como verdades cuestiones mentirosas, que que a lo largo de mi historia personal me han dolido, pero también me han dado mucha templanza y mucha fortaleza.
—¿Cambió algo tu relación con el público a partir de esta exposición?
—No, porque cuando hacés reír la gente sabe diferenciar y además porque yo no soy agresiva. Hace más de quince años que me expuse políticamente, y en ese tiempo obviamente tuve fracasos, que son bienvenidos, pero también hice muchos éxitos. La gente me sigue eligiendo y, sobre todo, en el teatro, que es un lugar complejo, porque tenés que pagar una entrada, ir hasta el lugar y le agradezco a la gente cuando puede separar, porque me parece que es por ahí. Yo no pienso como Brandoni y lo amo, me parece un artista increíble. No pienso como Campanella, e hice una obra con él. Me parece que tenemos que ir hacia ese lugar.
—¿Hablan entre ustedes de política, o de estas diferencias?
—Podés discutir de política, pero no hay un odio. Capaz que la gente cree que si lo veo a Campanella lo voy a pasar por arriba con el auto o viceversa y nada más alejado, nos vemos y nos abrazamos. Nosotros no estamos divididos puertas adentro.
—Esto que contabas del público se vio con el fenómeno teatral de Casados con hijos. ¿Te sorprendió la repercusión? Era un desafío en varios aspectos: llevarlo al teatro, entenderlo desde el hoy, validarlo desde un humor de otra época.
—Es que los Argento son blancos, son inocentes, son machirulos. Es como ver Los Simpsons. Yo siempre defendí Casados porque es una crítica al machismo, a la familia tipo. Casados es brillante porque por algo estamos en los billetes, en los memes, en el lenguaje popular. Los personajes no nos pertenecen, yo me pongo la peluca de Moni y es como si un alter ego mío saliera a jugar y a la gente le pasa eso. Florencia Peña no es unánime. Moni Argento sí lo es.
—¿Qué expectativas tenés con lo que pueda ocurrir en el gobierno de Javier Milei?
—Siempre tengo las mejores expectativas porque soy argentina y vivo acá y lo que más quiero es que nos vaya bien. Gracias a Dios que estamos en democracia y me gustaría que sigamos estando en democracia siempre, porque ya sabemos lo que sucedió cuando no estuvimos. Y en democracia pasa que a veces gana el que te gusta o el que tiene que ver con las ideas que vos profesás, y a veces gana el que no, y es parte de la convivencia y de la tolerancia. Y ahora es una época nueva de convivencia para la democracia y espero que estemos a la altura
—¿Están en riesgo algunos derechos adquiridos sobre los que el presidente electo se manifestó en contra?
—No lo sé, pero me gustaría que todo lo que suceda no sea desde el odio sino desde el construir. No sé qué va a pasar, pero me parece que nada puede suceder desde la violencia, o el odio, o querer acabar con el que piensa distinto a uno. Yo tengo una frase de cabecera que es “unidad en la diversidad” y me parece que es por ahí, no hay nada que se pueda construir amorosamente sin tolerancia. Es algo que practico a diario, porque soy mamá, y no hay manera de que mis hijos puedan entender la vida si yo no soy tolerante frente a sus necesidades, que por ahí no son las necesidades que yo hubiera soñado.
Donde Florencia no encuentra desequilibrio entre los sueños y la realidad es en su vida familiar. Casada con Ramiro Ponce de León después de diez años de relación, padres de Felipe de 6 años, reparte su tiempo entre Buenos Aires y esa Salta cada vez más presente, la tierra de su marido. “Es nuestro cable a tierra, nuestro refugio del amor. Una casita que nos llevó siete años construirla, entre las montañas y que da la laguna. Nos encanta ir con la familia, nos encanta ir solos, mi vida no es monótona ni con estructuras fijas”.
—¿Es una posibilidad vivir allá algún día? Tomar un poco de distancia de la exposición.
—Yo no creo que me retire nunca, salvo que me retiren las rodillas (risas). Sí pienso en empezar a trabajar un poco menos, pero mis hijos tienen que estar más grandes para que eso suceda.
—¿Hay diferencias entre la vida de casada y la vida de soltera?
—Nos casamos como casi una revalidación de todo lo que nos amamos y lo bien que la pasamos juntos, porque tenemos nuestro código, nuestra manera de encarar el amor y la pareja. Nos íbamos a casar cuando mi papá se enfermó, postergamos y nunca más hablamos de eso, hasta que en un momento él me dice “casémonos, me parece que le va a hacer bien a nuestros hijos, va a ser una celebración amorosa”, y así fue. Nos pareció que estaba bueno hacerlo en Salta que es su lugar, y después hacerlo acá, con la gente de acá.
—A medida que lo contás parece que lo estuvieras reviviendo.
—Es que fueron experiencias hermosas. Siempre le digo a mis hijos que lo material no importa, que se lleven experiencias. Que viajen, que disfruten.
—¿Y para Ramiro cómo es la vida con Florencia Peña? No era una persona pública.
—Es salteño, tiene otros tiempos (risas) Pero me viene bien, porque con mi exmarido Mariano Otero, que lo adoro y que hoy somos muy amigos, éramos dos petardos, y el salteño me baja a tierra. Necesito un equilibrio también, porque yo soy una topadora que no para.
—¿Dónde reconocés ese freno?
—Estoy muy consciente todo el tiempo, medito, hago terapia, Me estoy chequeando todo el tiempo a ver si está bien o está mal lo que estoy haciendo, si pude haber dañado a otro. Eso tiene un pro y un contra: el pro es que podés cambiar, ser de otra manera. Yo no creo que la gente no pueda cambiar de verdad, creo en el cambio personal. La contra es que estás todo el tiempo observándote y a veces, demasiado lúcida. Charlamos mucho, tratamos de modificar lo que no está bueno, básicamente nos amamos y a partir de ese amor, construimos.
—¿Y él se aporteñó en este tiempo? ¿Va un poquito más rápido que antes?
—Conmigo tenés que ponerte un poquito más rápido, pero tiene una cosa muy linda que es esa mejor calidad de vida que tienen los que viven en el interior, que no van a mil, que duermen la siesta, y en eso aprendí mucho con él.
—¿Cuánto hay de cierto en que armaron todo esto para tener no una sino dos fiestas de casamiento?
—Mis hijos me dicen “mamá, sos fiestera”, y sí, me gusta celebrar la vida porque estoy muy agradecida por las cosas que conseguí. Está lleno de gente trabajadora que por ahí no cumple sus sueños y no por eso se esfuerza menos. Yo me he esforzado mucho en mi vida, nadie me regaló nada, pero cumplí muchos sueños y sigo cumpliendo. ¿Cómo lo voy a estar agradecida? Celebro la vida y desde hace un tiempo a esta parte la celebro más, porque fui perdiendo seres que amaba, y digo “loco, la vida es hoy”. Mi mamá ya está grande, mi viejito se fue hace dos años, los hijos se van poniendo grandes, una se va poniendo grande y por primera vez, cerca de los 50, empecé a pensar en la finitud, a pensar que el cuerpo no me va a responder como corresponde.
—¿En serio?
—Sí, la finitud empieza a aparecer cuando te sentís un poco más grande y sabés que va a haber un final, que para mí, no es como el que dice la religión, yo siento que la muerte es un paso hacia otro lado. Pero lo cierto es que no vamos a estar más acá, y esa cosa terrenal de extrañar es algo que me pasa.